La cosmovisión africana de nombrar


POR JOSÉ OBSWALDOPÉREZ |


Cualquiera que sean las posiciones filosóficas, la acción de nombrar siempre ha estado presente en la humanidad. Desde tiempos remotos el hombre tiene la actitud natural de colocarle nombre a las cosas que le rodean. Desde el siglo II, antes de Cristo, Aristóteles y Platón habían reflexionado al respecto. Dice, por ejemplo, Platón que "las palabras poseen significados por su naturaleza, es decir, reflejan por su origen y por su estructura la realidad que la nombra".

Y, ciertamente, la palabra está en el centro de la acción humana. Acompaña al Hombre en su aventura física y metafísica. Por ella, los soportes materiales y abstractos reencuentran vitalidad. Porque para el hombre religioso africano, el universo se concibe como una totalidad que cierra una red de energías nacidas de diversos reinos de la naturaleza (vegetal, animal, mineral y cósmico) [1].


Los nombres, como las palabras por la cual la realidad se conoce y se habla, son el léxico más significativo en el vocabulario de cualquier lengua; son una parte importante del inventario de una lengua que no sólo denomina el medio ambiente; sino, también, almacenan todas las distinciones sobre la fauna y la flora.

Desde la antigüedad nombrar en África es un acto religioso. El simple hecho de nombrar requería, desde entonces, mucha precaución en la elección del nombre. Los ancianos africanos los sabían bien; habían comprendido que la voz, la palabra y el nombre eran también un eco cósmico, un vector del destino. Nombrar, entre los africanos, era llamar a la existencia y, a su vez, era alejar del portador del nombre las fuerzas maléficas; era situarse con relación al tiempo, a los acontecimientos y comportamientos. Invocar una entidad con la palabra, es traerla a la existencia. Porque las palabras son cartas sonoras que reencuentran alma gracias al espíritu que se les insufla. En resumen, nombrar era conferir al beneficiario del nombre, un accesorio identidario del cual emanaba un vasto campo semántico y simbólico que lo integraría a su entorno sociocultural. Por eso la acción de nombrar de los subsaharianos estaba atada a la filosofía espiritual africana. El historiador Obenga dice, “vemos a todo lo largo de África la fuerza creativa y poderosa de la palabra. Nombrar es engendrar, es decir, evocar una genealogía y una evolución[2].

La interacción del hombre y su medio ambiente hace que lo conciba a su imagen. Es la razón por la que la designación de un lugar está sujeta a otros tantos miramientos. Así que la toponimia podría concebirse como un vestigio arqueológico que transmite la visión religiosa, económica y política de un pueblo o un pequeño asentamiento rural, durante una época determinada. Esto explica también que los fenómenos toponímicos y etnonímicos forman parte de la dinámica que jalona la historia humana y abre las perspectivas de comprensión para las aspiraciones de los hombres. Como se dijo antes, nombrar es una característica esencialmente humana. Una manifestación con que el hombre demuestra su capacidad creadora. Esta particularidad de los seres humanos de darle nombre a las cosas que le rodean, se conoce entre los lingüistas modernos como la Segunda existencia de Adán, principio por el cual el personaje bíblico daba nombre a los seres, incorporándolos al mundo humano.

Shakespeare una vez preguntó, “¿Qué existe en un nombre?” La respuesta para esta pregunta muy antigua depende de la cultura particular de quién la enmarque: Entre muchas culturas africanas un nombre dice mucho sobre el significado particular de un individuo, de lo que traza la lengua, y de lo que la sociedad le atribuye. Un nombre puede indicar las estructuras lingüísticas y los procesos fonológicos que se encuentran en el idioma, la posición del portador del nombre en la sociedad, y las experiencias de vida e historia colectiva que rodean al individuo. La necesidad de elección de un nombre que revela un proyecto de devenir se impone. Nuestros indígenas en los llanos, como en otras partes de Venezuela, dotaban a sus pueblos con nombres endógenos, los cuales animaban una dinámica antropocentrica que dopaba con ego a sus pueblos y hacía del lugar una ideología conquistadora como destino glorioso. Ya que los nombres debían de servir de soporte verbal a los símbolos mediadores, como también los nombres de las personas y de los lugares revelan la intención de quienes se los dieron y lo que estos representaban para ellos.

¿Pero, es posible hablar sobre el Hombre sin tomar cuenta el espacio donde se desenvuelve? La aventura humana está determinada por las migraciones que se suceden, a veces, a través de la misma ubicación donde cada sitio registra su paso con un nombre. Este nombre puede cambiar, según el grupo recientemente establecido se deja absorber o no por otro. Cualquiera que sean los casos, es probable que " estos nombres logran sobrevivir a los cambios sucesivos impuestos por los estratos de ocupación que demuestran las diversas menciones lingüísticas y superpuestas; los cuales revelan informaciones sobre el pasado, las regiones y las épocas[3].

La toponimia colonial revela los vestigios de una lógica que emana del principio de denominación de un lugar o de un individuo. Como en África, los esclavizados negros en Venezuela acudieron a la voluntad de reconocerse con su historia, quizá muchas veces fracturada pero historia al fin. El legado del nombre, más tarde, puede extenderse al conjunto de sus descendientes incluso al sitio ocupado por estos últimos. El nombre de una etnia o de un lugar puede depender también de los imperativos novedosos de una nueva voluntad, de una nueva aspiración; así, el nombre se hace signo de un proyecto de devenir. Desde épocas remotas, esta manifestación innata del hombre fue desarrollada a través del lenguaje y las relaciones con el medio ambiente y que, al final, se concretó en una nuevo concepto denominado toponimia. ¿Pero, qué es la toponimia? La inmensa literatura al respecto señala, en el sentido amplio, que se trata de un inventario de topónimos (es decir, nombres propios de lugares) de una zona determinada, así como el estudio y el análisis de su origen y su significado. En un sentido más estricto, es una variante de la lingüística que estudia las propiedades formales, funcionales o léxico - semánticas de los topónimos. Consiste, finalmente, en "...descifrar los enigmas que se esconden en las interrogantes de quién, cuando, dónde, cómo y por qué se dieron este o aquel nombre a un pueblo, río, montaña, etc"[4] .

De igual manera, Javier Terrado (1999)[5], explica que los topónimos son palabras que no tienen valor fuera del espacio físico en el que han surgido y en el que coexisten, agregando que la toponimia como ciencia es entrañablemente humana. “Son las personas quienes poseen los nombres. La lengua vive en nosotros y somos nosotros quienes podemos tener el gozo de recoger y transmitir los nombres de lugar a las generaciones futuras[6].

La lingüista americana Hashif (2003) [7] señala que los topónimos son reflexiones de poder y dominio de un grupo o de una persona sobre un lugar. En los casos donde los esclavos negros mantenían su influencia sobre el paisaje, estos se preocupaban que los nombres mantuvieran connotaciones africanas que tenían una relación cultural con África. De allí que muchos topónimos sobreviven más allá de la influencia directa de los portavoces originales, más allá de su presencia en un lugar. Un estudio de Kashif explica que lejos de esta relación los topónimos africanos demandan de una interpretación más amplia, profundizada en un estudio estructural, que además requiere de un análisis comparativo y de comprensión con modelos lingüísticos de lenguas africanas occidentales y centrales.

La toponimia es una marca histórica y, también, una indicación geográfica. No es curioso observar que los topónimos en Venezuela, en un gran porcentaje, son antropocéntricos y exógenos. Es decir, forman parte de una traslación del vasallaje hispánico-portugués, a través de la colonización y de la conquista de los espacios; y de la influencia del poder del cristianismo a través la Iglesia católica; mientras que la toponimia de origen africana es sólo el reflejo de la esclavitud y la trata mercantilista de las potencias europeas. Más allá, de la cosmovisión africana, el acto de nombrar tenía como virtud la de estructurar o reestructurar la realidad.[8] Por eso, las conexiones entre nombrar, poder, y dominio. Los esclavizados africanos quisieron estructurar la realidad para su autodeterminación, libre de la opresión racista y la explotación de sus amos; y, finalmente, para asegurar espacios sobre las cuales podrían ejercitar el poder y el dominio[9].

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS



[1] MWENYE, WILFRIED (2005). Afrique : et si la malediction residait dans le nom?. http://www.africultures.com/.

[2] OBENGA, T (1997). “Who Am I?”, in African World History Project, J. Carruthers and L. Harris, eds., 31-44. Los Angeles: ASCAC, 43.

[3] INIESTA, FERRAN (1997). L'Univers africain. Approche historique des cultures. Canadian Journal of African Studies / Revue Canadienne des Études Africaines, Vol. 31, No. 2; p 192
[4] CAMPS IGLESIA, ALINA Y. NOROÑA VILÁ, MARÍA TERESA(sf:). Aproximación al Estudio de la Toponimia Cubana. La Habana, p 79
[5] TERRADO, JAVIER (1999): Metodología de la investigación en toponimia. Zaragoza: edición del autor.
[6] Ídem
[7] HASHIF, ANNETTE (2003). Africanisms Upon the Land: A Study of African Influenced Place Names of the USA. In African Reflections on the American Landscape. Identifying and Interpreting Africanisms. Washington: National Park Service. U.S. Department of the Interior National Center for Cultural Resources. También en línea: www.cr.nps.gov/crdi.
[8] MPHANDE, LUPENGA (2006). Naming and Linguistic Africanisms in African American Culture. In Selected Proceedings of the 35th Annual Conference on African Linguistics, ed. John Mugane et al., 104-113. Somerville, MA: Cascadilla Proceedings Project. www.lingref.com, document #1301. Ver también AKBAR, N (1989). “The Mummy is Out of the Tomb,” lecture given in Washington, DC.
[9] WILSON, A.N (1993). The Falsification of Afrikan Consciousness. New York: Afrikan World InfoSystems, p 22.

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