Tras la represión. Hablando con Mahmoud Ahmadinejad —y la oposición— sobre la actualidad iraní

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El periodista estadounidense Jon Lee Anderson estuvo en Irán y entrevisto a su Presidente: ¿Qué dice acerca de la oposición, los Estados Unidos y la probabilidad de una guerra? He aquí el excelente trabajo periodístico.

Dibujo The New Yorker
Por Jon Lee Anderson
Al principio de este verano, mientras paseaba por las montañas de Alborz en la afueras de Teherán, me encontré con tres miembros del reformista Movimiento Verde iraní. Era una tarde brutalmente calurosa, y se protegían del calor cerca de un manantial, en una huerta de cerezos, donde los frutos colgaban de las ramas. Las montañas de Alborz proveen refugio, aire limpio y ejercicio para los residentes del norte de Teherán. Los distritos del norte son más prósperos que el resto de la ciudad, y sus residentes son generalmente más educados y atentos a las ideas y modas extranjeras. El norte de Teherán no es el único punto de desarrollo del Movimiento Verde, pero el apoyo allí fue particularmente intenso durante el pasado verano, después que conservador radical Mahmoud Ahmadinejad reclamase la victoria en las disputadas elecciones presidenciales.

Una de las rutas de senderismo más populares comienza justo fuera de las paredes de la cárcel de Evin, donde en décadas recientes miles de disidentes han sido torturados, asesinados y enterrados en secreto. A pocos cientos de pasos, detrás de un puente de madera sobre el curso estrecho de un río, acaban las últimas calles pavimentadas de la ciudad. A lo largo de las orillas del río hay salones de té al aire libre, donde se interpreta música nostálgica, la gente bebe jugo de cerezas fresco y fuma en pipa de agua. Ese tipo de lugares ofrecen un respiro de las restricciones de la vida cotidiana en la República Islámica, lejos de las unidades móviles de la policía religiosa y los Basij paramilitares, los fanáticos vestidos de civil que atacaron a los partidarios del Movimiento Verde durante las protestas del año pasado.

Desde la represión gubernamental, las demostraciones callejeras han sido raras, y, también son raros los periodistas extranjeros en Irán. Me había sido concedida una visa para ir a entrevistar a Ahmadinejad, y durante mi estancia estaba vigilado de cerca por el gobierno. Incluso un paseo por las montañas no aseguraba la intimidad; a medida que subía, vi, entre otros paseantes, varios hombres que llevaban las mal crecidas barbas, la ropa indescriptible y el aspecto aplastado de los Basij. En un lugar pasé junto a una unidad de soldados. Paseaban como el resto de la gente, pero era evidente que estaban allí para que su presencia fuera percibida. Las mujeres en el camino estaban empapadas y sudaban debajo de sus chadores y mantos, las túnicas negras que las mujeres iraníes están obligadas a llevar sobre su ropa.

En la huerta, sin embargo, las mujeres se quitaron sus pañuelos y reían y hablaban animadamente. La gente me saludó educadamente, reconociéndome por supuesto como un occidental, un rara avis en el Teherán de estos días. Un hombre inició una conversación; en excelente inglés, me dejó claro que era un reformista. Otros tres hombres que estaban sentados cerca miraban con aprobación, después alzaron sus voces lo suficiente como para ser oídos. Citando al difunto poeta iraní Ahmad Shamlou, uno de ellos recitó:

Huelen tu aliento,
Como si pudieras haber dicho te quiero.
Huelen tu corazón.
Estos son tiempos extraños, amada mía.
Los carniceros acampan en cada cruce de caminos,
con bastones ensangrentados y cuchillos.

Señalando con el gesto hacia Teherán, en la distancia, dijo: “Hay nuevos carniceros. Husmean todo, no sólo en lo público sino también en la vida privada.” Sus amigos asintieron. Uno de ellos dijo: “Las frustraciones encontrarán una forma de salir cuando las grietas del monolito comiencen a aparecer.”


El hombre con el que hablaba me dijo que reconocía a dos de los otros, profesionales en los cincuenta, de las protestas de junio de 2009. Eran, me dijo, seguidores de los candidatos presidenciales reformistas Mir-Hossein Mousavi y Mehdi Karroubi. Las protestas, que habían comenzado con el fraude electoral, crecieron hasta convertirse en grandes manifestaciones contra el régimen islámico, las mayores desde que el ayatollah Ruhollah Khomeini derribó al shah en 1979. Pero en las semanas siguientes, la autoridad religiosa definitiva, el ayatollah Ali Khamenei, apoyó públicamente la victoria de Ahmadinejad y condenó las protestas; la policía antidisturbios y los Basij, armados con cuchillos y pistolas, fueron enviados a las calles para atacar a los que protestaban. Entre cuarenta y ochenta personas fueron asesinadas, entre ellas el sobrino de Mousavi, y miles arrestadas.

En los juicios públicos celebrados en agosto, más de un centenar de detenidos fueron paseados ante los tribunales, muchos de ellos delgados, pálidos y claramente aterrorizados; de acuerdo con Amnistía Internacional, muchos detenidos habían sido golpeados, torturados y violados por guardias e interrogadores, a menudo en centros de detención secretos. Varios “confesaron” una improbable cantidad de crímenes políticos, incluyendo traición. Desde entonces, la mayoría han sido liberados bajo fianza, incluyendo el corresponsal iraní-canadiense de Newsweek Maziar Bahari, que abandonó el país. Pero otros cientos han sido sentenciados a duras condenas de prisión, y por lo menos cinco condenados a muerte. Dos ya han sido ahorcados por el cargo de moharebeh —combatir contra Dios.

El Movimiento Verde ha seguido convocando manifestaciones intermitentes a lo largo del último año, con números decrecientes, hasta la primavera. Pero fue contenido. Días antes de una marcha planeada para el 12 de junio, el aniversario de la elección, Mousavi y Karroubi la desconvocaron, explicando que lo hacían por la “seguridad de la gente.”

Durante la campaña, Mousavi había hablado claramente a favor de los derechos de la mujer y de la normalización de relaciones con Estados Unidos, y denunciado las declaraciones de Ahmadinejad sobre la realidad del Holocausto. Ahora rara vez deja su hogar en el norte de Teherán, y sólo aparece a través de fotos y declaraciones en su sitio web. Él y otros líderes reformistas han estado viviendo bajo un arresto domiciliario informal, sometidos al acoso y los asaltos de las masas partidarias del régimen cada vez que se aventura fuera.

En las ceremonias funerarias celebradas el 5 de junio, el vigésimo primer aniversario de la muerte del ayatollah Khomeini, su nieto reformista Hassan Khomeini fue silbado por los duros, que le obligaron a dejar el escenario. (Después, dicen que se dirigió hacia el Ministro del Interior de Irán y le golpeó en la cara, rompiéndole la nariz.)

Mehdi Karroubi, que también estaba presente, fue acorralado por una masa de hombres que gritaban “Muerte a los hipócritas.” Una semana después, Karroubi visitó al clérigo reformista, el gran ayatollah Yousef Saanei en su casa en la ciudad sagrada de Qom; mientras estaba allí su vehículo fue atacado por una masa organizada de hombres que le gritaban “sucio,” “corrupto,” y “marioneta de los americanos.” Bajo esa presión sostenida, el Movimiento Verde ha dejado de existir efectivamente como una fuerza política visible. Karroubi es el único líder reformista que sigue apareciendo regularmente en público.

En el huerto de los cerezos, los hombres del Movimiento Verde estaban con sus esposas. Una de las mujeres habló de Spinoza, cuyos escritos habían ayudado a conducir la Ilustración a Europa, y sobre la separación de lo que ella llamaba la “mezquita y el estado.” “Necesitamos un Spinoza en Irán.” Mientras tanto, creía, las redes sociales eran “la mejor manera de avanzar para la que la gente se comunicase y estuviera preparada cuando apareciesen los desgarros dentro de las estructura del poder para dar una oportunidad al cambio.” Aparte de eso, había muy poco que el Movimiento Verde pudiera hacer. Ya no habrá más manifestaciones callejeras porque “costarán vidas,” y “la violencia sólo trae consigo más violencia.”

Uno de los hombres no estuvo de acuerdo. “Esta revolución llegó con la violencia, y la única manera en que se irá será a través de la violencia,” dijo. “El cambio llegará sólo cuando lo decidas y lo hagas llegar tú mismo.” La mujer dijo, con tristeza: “Pero necesito esperanza para vivir. ¿Acaso no puedo?”

A lo largo del camino de regreso a la ciudad pude las paredes de piedra y las rocas en que los protestantes habían pintado con spray sus consignas; desde el verano, el gobierno los había mandado a repintar. El único que no había sido alterado era una piedra del tamaño de un huevo de pato en el que alguien había garrapateado con un crayón verde “Muerte al dictador.”

Era un Teherán muy diferente del que yo había visitado en diciembre de 2008, seis meses antes de las impugnadas elecciones. La mayor parte de los políticos, periodistas y académicos que vi ya no podían hablar libremente. Entre ellos estaban los conocidos reformistas Mohammad Ali Abtahi, blogger influyente, antiguo vicepresidente con el presidente Khatami, y Mohammad Atrianfar, editor y consejero del ex-presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani. Los dos —ambos hombres robustos, que habían sido francamente críticos de los defectos del sistema político de Irán— habían sido arrestados durante la represión posterior a las elecciones. Cuando reaparecieron, semanas más tarde, en los juicios farsa, eran figuras rotas que se humillaron a sí mismos confesando una serie de crímenes increíbles, delatando amigos y colegas como sus cómplices. Abtahi dijo que era culpable de “provocar al pueblo, causar tensión, y crear caos en los medios de comunicación masiva.” Atrianfar elogió a sus “educados interrogadores,” dijo que estaba orgulloso de su propia “derrota,” y habló de la gran importancia de “preservar el sistema” en Irán.

En privado, los partidarios del Movimiento pasaban mucho tiempo reflexionando sobre los sucesos del año pasado. A menudo desanimados, incluso amargados. “La gente calculó mal,” me dijo uno de mis amigos iraníes. “Pensaron que todo el mundo era como ellos y el resto del país como Teherán.” Las manifestaciones, desde su punto de vista, tenían tanto que ver con la clase social como con la política. Los votantes de Mousavi y Karroubi en el Movimiento Verde eran sobre todo de clase media o alta. Los soldados y los Basij que los atacaron eran en su mayoría votantes de Ahmadinejad, procedentes, como el mismo Presidente, de la menos privilegiada población mayoritaria del sur de la ciudad. La habilidad del Movimiento Verde para colocar cantidades significativas de manifestantes en las calles de Teherán —las cantidades varían de cientos de miles a tres millones— a veces crearon la impresión de que representaban a la mayoría del país. “Estaban equivocados,” dijo mi amigo. “Y sus líderes fueron incapaces de comprender —por parafrasear a su antiguo presidente Bush— lo salvaje que podía llegar a ser el régimen.” Adoptando un tono sarcástico, añadió: “¿Qué, creías que con tu voto tendrías el cambio? ¿Qué podías escoger?” Un amigo suyo había sido detenido y liberado tras aceptar firmar una declaración de arrepentimiento. “Su interrogador le dijo: ‘Esta vez no tienes elección. O te sometes o te meteré este palo en el culo. Esa es tu elección’.”

Poco después de llegar a Teherán, participé en una conferencia de prensa que dio Ahmadinejad —en la que yo era el único occidental presente— y ni un solo reportero mencionó al Movimiento Verde. Cuando le pregunté a un periodista iraní sobre la omisión, levantó las cejas y preguntó: “¿Por qué preguntar sobre algo que no existe?” En lugar de ello, Ahmadinejad respondió preguntas sobre las últimas demandas clericales de códigos de vestimenta aún más estrictos. Este es un tema importante para muchos jóvenes iraníes —en el norte de Teherán, las calles están llenas de rubias teñidas, bronceados de lata y peinados colmena a lo Amy Winehouse— y Ahmadinejad ha irritado a los clérigos conservadores al oponerse a sus demandas. Unos días después, el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica publicó líneas oficiales con los cortes de pelo apropiados para los hombres iraníes: el tupe está permitido, pero nada de laca fijadora, pelos en punta o cabello demasiado largo.

Muchas de las otras preguntas tenían que ver con la controversia en torno al programa nuclear iraní. El 9 de junio, nuevas sanciones habían sido aprobadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas —con las notables abstenciones de China y Rusia— y poco después Estados Unidos y otros gobiernos occidentales anunciaron medidas. Entre otras cosas, las sanciones americanas exigían que las firmas extranjeras que hicieran negocios con Irán, sobre todo en los sectores del petróleo y el gas, cedieran sus intereses o se arriesgasen a ser excluidas de los mercados financieros estadounidenses. Ahmadinejad tomó represalias anunciando que Irán suspendería todas las conversaciones nucleares con Occidente hasta finales de agosto. Antes de que pudieran reanudarse, declaró, Irán debía conocer la posición de sus socios del grupo P5+1 —los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania— con respecto al “régimen sionista” y sus armas nucleares. Escuchando a Ahmadinejad, era difícil no sentir que una confrontación estaba por llegar.

Durante la conferencia de prensa, parecía calmado y confiado, casi desafiante. Ya no mostraba la incomodidad que caracterizaba sus apariciones públicas de años atrás. Desde que ganó la reelección, había neutralizado a los principales políticos reformistas, y ahora se dedica a perseguía a sus rivales dentro del establishment conservador iraní. hace apenas unas semanas reinició su pelea con el ex presidente Rafsanjani —un rico ayatollah que es visto como el jefe definitivo del movimiento reformista iraní— y montó una campaña para controlar una de sus más lucrativas bases de poder, la Universidad Islámica Azad. Con trescientos cincuenta campus en Irán y un millón cuatrocientos mil estudiantes y profesores, la universidad está entre las instituciones más ricas de Irán. Ahmadinejad ha acusado a Azad de dar apoyo a los reformistas y propuesto una ley que permitiría su control por parte del gobierno. El Parlamento votó contra la medida, y después, cuando los leales a Ahmadinejad protestaron irritados y amenazaron con violencia, cambió su decisión. (La batalla por el control ha pasado ahora a los tribunales.) En la conferencia de prensa, cuando el Presidente fue interrogado sobre Rafsanjani se limitó a mirar a otra parte y dijo, desdeñosamente: “¿La siguiente pregunta?”

Unos días después, fui citado para reunirme con Ahmadinejad en el Edificio Blanco, parte del complejo presidencial en el centro de Teherán. El edificio, que fue oficina del Primer Ministro en tiempos del Shah, está en medio de unos jardines cerrados, y sus habitaciones interiores tienen elegantes paredes cubiertas de lienzos y suelos de madera pulida cubiertos por alfombras persas. Más allá del muro, en un enclave adyacente, vive el Supremo líder, el Ayatollah Khamenei, que rara vez aparece en público pero es constitucionalmente el poder decisivo en Irán.

Ahmadinejad lleva habitualmente un chaquetón beige, el uniforme oficioso de los Basij, pero cuando me recibió llevaba un traje gris y una camisa blanca sin corbata, en el nada aparatoso estilo en boga entre los funcionarios de la República Islámica. Su cara estaba cubierta de un gruesa capa de maquillaje, y el cavernoso salón en que tenía que tener lugar nuestra reunión había sido preparado con intensas luces teatrales, reflectores y micrófonos. La entrevista, evidentemente, iba a ser filmada para la televisión estatal iraní. Un enjambre de productores, traductores, técnicos y guardaespaldas estaban reunidos, mirando. El Presidente y yo nos sentamos cara a cara en medio del cuarto. A medida que los técnicos ajustaban mi auricular, el agente de prensa del Presidente, un serio hombre en la treintena, se me acercó para pedirme solícitamente si podría abstenerme de preguntar sobre las posibilidades de guerra entre Irán y Estados Unidos, y preguntar en su lugar por las posibilidades de “paz.” También sugirió que al Presidente podría gustarle hablar sobre la crisis financiera global y el derrame petrolero en el Golfo de México, para el que, según dijo, Ahmadinejad había ofrecido la “ayuda de Irán.”

Se espera que Ahmadinejad acuda a la Asamblea General de la Naciones Unidas cuando ésta se reúna en Nueva York a finales del verano, y esta entrevista era claramente una forma de mensaje presidencial. Durante mi estancia en Irán, los funcionarios se hicieron eco del tema de que, a pesar de las nuevas sanciones, estaban negociando desde una posición de fuerza, y que querrían reanudar las conversaciones nucleares si las condiciones fuesen correctas. Un experto iraní con el que hablé, que pidió no ser identificado, me dijo que Irán quería “lo que cada país que haya seguido esta ruta con anterioridad —como Pakistán o la India— quiere: legitimidad nuclear. Quieren un trato con los Estados Unidos, que este país les acepte como una potencia nuclear.”

En la imaginación iraní, un arma nuclear es esencial si el país quiere asumir su legítimidad entre las naciones que dirigen el mundo. Irán antaño controló un vasto Imperio que incluía Georgia y Tayikistán, y los iraníes son nacionalistas orgullosos, extremadamente sensibles ante lo que perciben como las humillaciones que su país ha sufrido a manos de Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia. Al mismo tiempo, tienen profundos sentimientos de superioridad cultural sobre sus vecinos. Esto ha creado una visión del mundo que es a la vez alarmantemente inocente y torcidamente presuntuosa.

La tarde anterior, Ali Akbar Javanfekr, en principal asesor de imagen de Ahmadinejad y director del IRNA, la agencia oficial de noticias iraní, me llamó a su oficina y sugirió educadamente que yo podía ser “algo más que el entrevistador del Presidente, un instrumento de paz.” Tenía en mi poder, me dijo, trasmitir a los Estados Unidos las “honestas y buenas intenciones de Irán”. Cuando mencioné el tema de Israel, adoptó un aire dolido. “Israel está desgraciadamente condenado,” declaró. “Digo esto sin animosidad, tan sólo como una declaración de hecho. El resto del mundo lo pide, y los Estados Unidos deben distanciarse, porque no tiene nada que ganar de esa relación excepto más problemas.” Sonrió y añadió: “Es como una madre con un niño maleducado, un niño que es desobediente y que la madre no disciplina, pero también un niño que molesta a los vecinos.” Cuando sugerí que una confrontación militar era más posible que la posibilidad de paz, Javanfekr pareció asombrado. “¿Piensa que Estados Unidos, después de todo —las guerras de Irak y Afganistán— puede atacar a Irán?” me dijo. “Ni siquiera saben lo que pasa en su propio mando militar en Kabul” —una alusión al escándalo tras el cual el general Stanley McChrystal fue destituido de su mando. “¿Cómo pueden esperar saber lo que pasa aquí?”

Poco antes de abandonar la oficina de Javanfekr, éste me dio una carta para que se la enviase a Robert Gibbs, el secretario de prensa de la Casa Blanca. En ella mencionaba mi entrevista con el presidente Ahmadinejad y sugería que la Casa Blanca podía “reciprocar positivamente” garantizando una entrevista con Obama, la primera entre un Presidente estadounidense y un reportero iraní.

Ahmadinejad ha sido educado como ingeniero, con un doctorado en control de tráfico, pero parece tener las ínfulas de algún tipo de moralista. Como es su costumbre, comenzó nuestra entrevista con un súbito soliloquio sobre la “universalidad de la humanidad, el amor, la amistad y el respeto,” después hizo una mueca humorística cuando le pregunté si comprendía por qué había gente nerviosa antes sus repetidas llamadas a la destrucción de Israel y su insistencia en el derecho de Irán a la energía nuclear. Respondió: “El programa de energía nuclear iraní y el problema de Palestina son dos cuestiones distintas. Sin conexión entre sí.” Añadió: “Irán ha aceptado el Tratado de No Proliferación, lo hemos firmado, y oficiales de la I.A.E.A. están presentes en nuestro país; tienen cámaras que controlan todas nuestras actividades. ¿Ha aceptado el gobierno norteamericano el Tratado de No Proliferación? ¿Acaso no ha usado la bomba? ¿No las ha amontonado? ¿Quien debería preocuparse por las armas nucleares, ellos o nosotros?”

Incluso dejando a un lado el hecho de que Estados Unidos ratificó el Tratado de No Proliferación Nuclear en 1970, los argumentos de Ahmadinejad parecían destinados a despistar. En Occidente ha crecido el consenso de quienes piensan que Irán está buscando realmente la capacidad de producir armas nucleares. Robert Gates, el Secretario de Defensa, dijo en junio que la información sugería que Irán podía tener suficiente material enriquecido para fabricar una bomba en los próximos dos o tres años. Un antiguo alto funcionario civil que tiene información privilegiada sobre la política iraní de la administración Obama me dijo que “la información que he visto sugiere que Irán ha ido más allá del debate de que no busca un arma nuclear.” Los iraníes argumentan que sus objetivos están limitados a un programa nuclear civil, pero, dijo el funcionario, “en base a las pruebas disponibles, parece que los iraníes querrían ser capaces de hacer una bomba sin llegar a hacerla.”

Esta posibilidad ha preocupado a los estrategas americanos, que sienten que hay poca diferencia entre tener un arma y ser capaz de hacer una. Pero algunos analistas, piensan que la idea de la bomba puede ser tan útil a Irán como la misma bomba. El experto en Irán me dijo: “El peligro planteado por Irán depende de quien lo perciba. Creo que Irán quiere tener capacidad para fabricar armas nucleares, pero ante todo para su defensa, para poder disponer de capacidad disuasiva.” Señaló que el programa nuclear iraní comienzó en los años setenta, cuando el Shah estaba en el poder, y se fue intensificado como respuesta al uso de armas químicas por parte de Saddam Hussein. En años más recientes, con “de dos a trescientos mil tropas americanas en cada flanco, en Irak y Afganistán, y un Israel armado nuclearmente,” el deseo de una disuasión se ha “acelerado” en Irán.

Esta opinión se ve complicada por la posición de Irak en la política regional. Estados Unidos e Israel han argumentado durante largo tiempo que Irán mantiene un programa de apoyo encubierto al terrorismo en Oriente Medio, a través de Hezbollah, en el Líbano, o Hamas, en Gaza. El pasado enero, se informó que la Marina norteamericana había interceptado un carguero iraní cargado de suministros militares, dirigido a Siria, y en noviembre la marina Israelita detuvo otro barco que llevaba material de guerra; se cree que los cargamentos estaban dirigidos a Hamas y Hezbollah. En marzo, después de varios días con líderes árabes e israelitas, la Secretaria de Estado Hillary Clinton le dijo a los reporteros que había oído numerosas quejas de la implicación de Irán en la región. “Es claro que Irán pretende interferir en los asuntos internos de toda esa gente y tratar de continuar sus esfuerzos financiando el terrorismo, ya sea de Hezbollah, de Hamas u otros grupos próximos,” declaró.

Cuando le indiqué esas preocupaciones, Ahmadinejad contestó despreocupadamente. “Mire, esas cuestiones planteadas por los sionistas pertenecen al mismo orden de cosas que debe ser eliminado,” declaró. “Nunca hemos escondido nuestro apoyo al pueblo del Líbano, Palestina o Irak… lo hacemos orgullosamente, como acto de humanidad. La gente de Palestina está en su hogar. Lo mismo pasa con la gente del Líbano e Irak, y también de Afganistán. No estamos en el hogar de los americanos. La gente que ahora gobierna como sionista, ¿dónde estaba hace ochenta años?”

Argumentos como éste son ya familiares y, junto a las negativas rutinarias de Ahmadinejad sobre el Holocausto, han conducido a una amplia indignación en Occidente y al franco embarazo en algunos círculos iraníes. No importa si es genuina o malintencionada ignorancia acerca de la historia del siglo XX, quien lo dice comprende la provocación que causa con su lenguaje ultrajante. Pareció encantado cuando le pregunté si creía en una conspiración sionista internacional para controlar el mundo (Insinuó que lo creía). Como solución al conflicto palestino-israelí, sugirió, como a había hecho con anterioridad, que se celebrase un referéndum en Israel y los territorios ocupados. “Creemos que a la gente de Palestina, ya sean musulmanes, cristianos o judíos, debe permitírsele escoger su propio destino. Aquellos que llegaron de otros lugares, si están interesados en permanecer, deberían vivir bajo el gobierno del pueblo, y ese gobierno decidirá que deben hacer. Si quieren volver a sus propias tierras pueden hacerlo.”

Cuando la entrevista se adentró en la política interior, Ahmadinejad negó los numerosos informes sobre la represión de su gobierno hacia reformistas, periodistas y activistas de los derechos humanos. “Uno de los problemas de los líderes occidentales es su falta de información sobre los problemas del mundo,” dijo. “Muéstreme un país de Occidente en el que el ochenta y cinco por ciento de la gente participe en las elecciones presidenciales. No hay ninguno. Irán tiene un récord en democracia… Hoy usted puede ver cómo todos mis rivales y la llamada ‘oposición’ están libres.” Comparó la violencia contra el Movimiento Verde con los incidentes en la reciente cumbre del G-20. “Si alguien quema un coche o un edificio en América, ¿qué le harán?” Dijo que estaba “sorprendido” por las imágenes televisivas que mostraban policías antidisturbios golpeando a los manifestantes, “todo porque estaban en contra del fracaso de las políticas económicas de Occidente.” Me dijo, con expresión seria: “Irán nunca se comportaría así contra el pueblo.”

La afirmación de Ahmadinejad es contradicha por los recuentos de numerosos testigos. Más tarde Karroubi me mandó un correo electrónico: “Desde los primeros días tras la elección, el régimen determinó aislarme y controlar mis conexiones con mi entorno y los miembros de mi partido. El primer paso hacia este confinamiento fue cerrar mi periódico, las oficinas de mi partido y mi oficina personal.” Karroubi también me confirmó ataques en su contra, describiendo a las masas de radicales como “mercenarios.” “En mis reuniones con clérigos y otros funcionarias, así como durante actos públicos, algunos mercenarios me atacaron. Llegaron tan lejos como para intentar asesinarme y disparar contra mi coche.” En Qom, me dijo, también atacaron las casas del ayatollah Saanei y del difunto ayatollah Montazeri después de sus visitas, rompiendo sus ventanas. “Todas estas acciones han sido llevadas a cabo para confinarme y aterrorizar a aquellos dispuestos a permanecer en contacto conmigo.”

Aún así, Ahmadinejad insistió que en Irán existía la libertad para hablar y actuar como uno quisiera. “Mire, está sentado confortablemente hablando conmigo sin aprensión alguna,” dijo. “Ningún Presidente americano ha tenido nunca el valor de permitir a un reportero iraní hacer lo mismo, preguntarle libremente. ¿Es esto libertad o una dictadura?”

Cuando le pregunté a si Ahmadinejad me permitiría entrevistar a Mousavi, Karroubi, y Khatami, contestó. “¿Me corresponde a mí autorizar a quien más entrevistar? Todos están libres. Desde luego, alguna gente puede tener limitaciones dentro del sistema judicial; eso le corresponde al juez; no tiene nada que ver con el gobierno. Tenemos libertad, tienen sitios web, canales de noticias y periódicos, y dicen lo que quieren sobre mí. Nadie los molesta.”

Pero el cierre del periódico de Karroubi fue parte de una ofensiva censora, en que otras numerosas publicaciones, incluyendo revistas políticas, económicas y culturales, fueron suspendidas o prohibidas por trasgresiones tales como provocar “intranquilidad y caos” y alimentar un “rastrero golpe.” Firewalls oficiales se han alzado para bloquear los sitios informativos occidentales y de la oposición iraní; muchos canales televisivos por satélite, como el destacado servicio de noticias en farsi de la BBC, también han sido bloqueados intermitentemente.

Ahmadinejad afirmó que las relaciones entre Irán y los Estados Unidos se han vuelto cada vez mas antagónicas: “No estoy contento con esta situación. Los iraníes no están contentos con la misma.” Recordó que después de la victoria de Barack Obama había mandado al nuevo Presidente una carta abierta de felicitación e inmediatamente después había propuesto conversaciones bilaterales, “frente a los medios de comunicación.” Como resultado de ello, tuvo que aguantar numerosas críticas en casa y el extranjero. Pero Obama no correspondió. En lugar de ello, tan sólo ha habido amenazas de parte suya desde que se convirtió en Presidente.

En realidad, a las semanas de ocupar el cargo, Obama emitió un videomensaje a Irán, con ocasión del Nowruz, el Año Nuevo Persa, en el que ofrecía su compromiso para una política de “contactos que sea honesta y basada en el respeto mutuo” y “una diplomacia que responda todos los problemas que se nos plantean.” El ayatollah Khamenei, que normalmente no se implica públicamente en política, respondió el mensaje de Obama, diciendo que Irán quería algo más que “un cambio de palabras” por parte de los Estados Unidos. Desde entonces el equipo Obama ha buscado oportunidades para el diálogo, mientras seguía insistiendo en que Irán no debe desarrollar un arma nuclear. (En el mensaje de Nowruz de este año, Obama lamentó que, “frente a una mano extendida, los líderes de Irán hayan mostrado tan sólo un puño cerrado.”) Durante los disturbios postelectorales, Obama tímidamente se abstuvo de mostrar su apoyo a las protestas del Movimiento Verde, asumiendo —al parecer— que cualquier declaración de apoyo podría minar las oportunidades para unas conversaciones nucleares.

En mayo, Ahmadinejad firmó un acuerdo con los líderes de Brasil y Turquía, en el que Irán se comprometía a entregar aproximadamente la mitad de su stock de uranio de bajo nivel por una cantidad menor de uranio enriquecido —suficiente para las necesidades médicas y de investigación de Irán. Aunque la administración Obama había animado previamente a Brasil y Turquía para que intercedieran, rechazó este acuerdo, sobre la base de que no respondía las preocupaciones en torno a las intenciones nucleares de Irán, e inmediatamente buscó un paquete de nuevas sanciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ahmadinejad sacudió su cabeza. “¿Cuál fue la respuesta? Una resolución de sanciones.” En el gobierno americano “las personalidades han cambiado pero no las políticas. Siguen pensando que necesitan sujetar una porra para conseguir concesiones por parte nuestra,” dijo. “Recuerde que ese método ya ha fallado. Se ha intentado con anterioridad y carece de futuro. Desgraciadamente, el señor Obama va camino del fracaso.”

Cuando la entrevista acabó, Ahmadinejad y yo nos levantamos de nuestros asientos, y los técnicos nos quitaron audífonos y micrófonos. Uno de los ayudantes del Presidente le dijo, “parece que los americanos quieren resolver sus problemas con el mundo musulmán de una vez.” Ahmadinejad, evidentemente preocupado porque el comentario fuera recogido por un micrófono, dijo de forma cortante: “Cuidado con lo que dices.”

A pesar de las afirmaciones de Ahmadinejad de que yo era libre de entrevista a quien quisiera, un alto funcionario del gobierno me dijo que debía evitar comportarme de forma “sinuosa” durante mi estancia, ilustrando el punto con un movimiento serpentino de su mano. Al final me autorizaron a entrevistar tan sólo a otra persona: Hossein Shariatmadari, un consejero de Khamenei, y el editor jefe de Kayhan, el periódico que habla por el establishment clerical. Shariatmadari estuvo encarcelado cuando estaba en sus veintes como militante seguidor del ayatollah Khomeini, y estaba sirviendo una condena de cadena perpetua cuando el Shah abandonó Irán, en 1979. Cuando Khomeini tomó el poder fue liberado, pero los torturadores del Shah lo dejaron sin su dentadura original. Aunque tiene sesenta y un años, su boca está hundida como la de un viejo.

Shariatmadari habla francamente, y sus pronunciamientos son un barómetro fiable de las opiniones del Supremo Líder Iraní. Seis meses antes de las elecciones de junio de 2009, me había predicho que Ahmadinejad vencería, y después había pedido repetidamente el arresto de los líderes reformistas de Irán, a los que se refiere como “quintacolumnistas” de Occidente.

“Las circunstancias hoy son verdaderamente muy sensibles” entre Estados Unidos e Irán, dijo cuidadosamente. “Pero no podemos llamarlas una crisis.” Ciertamente, desde la perspectiva del gobierno de Irán la situación parecía ventajosa. Declaró Shariatmadari: “Con su reacción frente a los incidentes en Irán, Obama derrochó todo el capital político que Estados Unidos había acumulado aquí. Aunque fue catastrófico para Obama y sus aliados israelitas, ha sido una buena oportunidad para nosotros.” Me explicó: “Durante las últimas dos décadas, Occidente había movilizado grupos y tendencias y planteado algunos planes para su planeado Día D subversivo contra la República Islámica. El Señor Obama vio en el periodo electoral de Irán su oportunidad y usó a aquella gente que Occidente había dejando a un lado para esa tarea. Y puso todos los huevos en una misma cesta.”

Si por algo Obama ha sido criticado es por mostrar poco apoyo al Movimiento Verde, y sin embargo Shariatmadari sugirió que los reformistas eran algo así como agentes durmientes de Occidente, y que los incidentes habían ayudado a la República Islámica exponiendo sus identidades. “Obama nos dio la oportunidad de ver quiénes eran los subversivos. Así, que en ese sentido, hemos dado un paso al frente.” Continuó: “Alguna gente ha protestado y nos ha preguntado: ‘¿Por qué no arrestaron a Khatami, Mousavi y Karroubi durante los incidentes, cuando su implicación fue revelada?’ Pero fue muy astuto no arrestarlos, porque al final mostraron su verdadera cara.”

El Movimiento Verde, declaró, era parte de una gran conspiración —concebida, entre otros, por Michael Ledeen (un veterano halcón en temas de política extranjera), Richard Haass (Presidente del Council on Foreign Relations), Gene Sharp (una autoridad en resistencia no violenta) y George Soros (financiero y filántropo)— con el objetivo de derribar al gobierno de Irán. Las protestas no eran contra Ahmadinejad, explicó, sino “contra todo el sistema.” Afortunadamente, “el pueblo” se había movilizado y detenido la conspiración en su avance.

Las masas de acosadores oficialmente animadas, los ataques a los clérigos Saanei y Karroubi, y el embarazoso incidente con el nieto de Khomeini indicaban que la victoria de Ahmadinejad sobre el Movimiento Verde había dejado un costo; el establishment religioso y la sociedad iraní de forma más amplia parecían menos unificados de lo que afirmaba Shariatmadari. Reconoció que había diferencias, pero negó que la Revolución Islámica se estuviera desgarrando internamente. “Por favor tome nota cuidadosamente,” dijo Shariatmadari. “La Revolución Islámica no está devorando sus hijos sino purgando a sus delincuentes juveniles.” Hablando de los líderes reformistas, prosiguió: “Al final, serán arrestados porque han cometido crímenes y serán condenados en definitiva por traición y encarcelados, pero no ahora.”

La decisión de los Estados Unidos de ignorar el intercambio nuclear y promover un nuevo paquete de sanciones fue también “algo positivo para nosotros,” sostuvo. “Ante todo, porque demuestra que los americanos no están interesados en un contacto positivo, y prefieren la fuerza; y segundo, porque si las sanciones son implementadas pueden dañarnos, pero no lo harán seriamente, porque muchas otras naciones se quejarán de que sus intereses son dañados por esas sanciones. Ninguna nación con setenta billones de capacidad de compra puede ser dañada por sanciones.”

Además, dijo: “Si piensan que van a inspeccionar nuestros barcos,” como está estipulado en las sanciones, “deberían recordar que el Estrecho de Hormuz está bajo nuestro control, y que si alguien inspecciona nuestros barcos tomaremos represalias. Un barco inglés puede inspeccionar uno de los nuestros, pero cuando entre en el Estrecho será nuestro turno.” (Dos semanas más tarde, el Congreso de mayoría conservadora de Irán pasó una resolución pidiendo “represalias” por parte del gobierno iraní en caso de cualquier inspección coercitiva de navíos iraníes por marinas extranjeras.)

A pesar de los desmentidos de Shariatmadari, la economía de Irán tiene problemas. Durante décadas, el gobierno ha distraído aproximadamente un billón de dólares al año de su riqueza petrolera en un sistema de precios subsidiados, que las sanciones han vuelto cada vez más insostenible.

Ahmadinejad ha intentado en meses recientes pasar una ley que recorte esos subsidios un cuarenta por ciento, una maniobra políticamente arriesgada; la medida provocaría que se cuadruplicase el precio de la gasolina, y según algunos estimados incrementaría ampliamente el precio de los productos básicos, lo que dañaría seriamente su prestigio entre los iraníes más pobres. Ahmadinejad no ha dado fecha de implementación. En un esfuerzo por aumentar los ingresos del gobierno, la ley también pide un aumento en los impuestos para los comerciante de un setenta por ciento. A mediados de julio, los influyentes comerciantes del Gran Bazar de Teherán cerraron sus tiendas como protesta. La huelga fue efectiva: el gobierno dio marcha atrás, y prometió subir los impuestos tan sólo un quince por ciento.

Pero las sanciones por sí mismas pueden no causar suficiente sufrimiento como para devolver a los iraníes a las calles. Para muchos iraníes, la vida probablemente empeorará, pero no de forma insuperable. Y si creen que los problemas económicos de su país han sido causados ante todo por las sanciones occidentales, como insiste Ahmadinejad, pueden con la misma facilidad unirse en torno al gobierno que protestar contra el mismo, especialmente si la tensión con los Estados Unidos e Israel continúa. “Recuerde que la opinión del mundo está con nosotros ahora,” añadió Shariatmadari. “En Oriente Medio la gente está esperando a ver quién desafía a Occidente.”

Shariatmadari parecía excluir la posibilidad de un asalto militar por fuerzas norteamericanas. “Están en un callejón sin salida en sus guerras de Irak y Afganistán. Han fracasado. ¿Qué han conseguido en cualquiera de esos países? Es muy difícil ahora preparar a la opinión pública para otro ataque.” Rechazó la idea de que un ataque pudiera venir en la forma de asaltos aéreos, que apuntasen contra y devastasen las instalaciones nucleares así como su capacidad militar. “No hay posibilidad de un ataque limitado contra nosotros. Cualquier ataque contra nosotros significa la guerra total. No les dejaremos irse. Sí, pueden limitar la guerra, pero el fin de la guerra no está en sus manos,” declaró. “De cualquier manera que nos ataquen, los americanos, con o sin Israel, golpearemos a Israel. Tienen armas nucleares, sí, pero todo su territorio estará bajo nuestros misiles.”

Shariatmadari acabó nuestra entrevista con una predicción: “Dentro de cinco años, Irán y los Estados Unidos no tendrán relaciones diplomáticas. Estados Unidos acabará aceptando un Irán nuclear, y encontrará otro pretexto para buscar la confrontación. Veo pocas posibilidades de guerra, porque Estados Unidos no está en situación de atacarnos. Desde luego, algunos políticos en América pueden cometer un error estúpido pero esperemos que haya algún hombre sabio entre ellos.”

Funcionarios americanos encuentran preocupantes las declaraciones del régimen. “La opinión de que los Estados Unidos es militarmente incapaz es una opinión peligrosa,” me dijo Lee Hamilton, el antiguo congresista y copresidente del Iraq Study Group. “No es una cuestión de capacidad. Si tenemos que hacerlo, creo que podemos.” Cree que Ahmadinejad puede haber malinterpretado las intenciones occidentales. “Están muy aislados en Irán y no conocen a Estados Unidos tan bien como creen.”

Sin embargo, en la última semana el gobierno iraní ha parecido abrirse de nuevo a la negociación. El 26 de julio, la Unión Europea y Canadá anunciaron otra ronda de sanciones; ese mismo día el gobierno de Irán mandó una carta a la Agencia de Energía Atómica Internacional que, según declaró un oficial iraní, ofrecía su voluntad de resumir conversaciones sobre el acuerdo Brasil-Turquía “sin condiciones.” El antiguo alto funcionario norteamericano dijo que creía que las sanciones habían tenido el efecto deseado. “Según mi experiencia las cosas que influyen más en Irán son aquellas que encuentran formas de bloquear lo que quieren hacer, y una de esas cosas es ser un gran actor a nivel regional. No pueden hacer eso bajo sanciones. Responden a la adversidad.”

Mientras, Obama ha mantenido la presión sobre Irán para conseguir un trato más amplio. En semanas recientes, la Administración ha manejado públicamente tanto la posibilidad de negociaciones como la de una guerra. Hamilton dijo que los funcionarios continuaban debatiendo sobre la mejor aproximación con Irán, pero muchos pensaban que el tiempo para la diplomacia ya comenzaba a quedar atrás. “Desde hace tres meses hay un humor discernible a favor de la acción militar,” declaró. “La administración ha declarado que un arma nuclear en Irán es inaceptable, lo que implica que la contención está fuera de la agenda.” (Indicó también que los Estados Unidos habían rechazado la contención en el pasado, tan sólo para abrazarla más tarde, como en el caso de Corea del Norte.)

El primero de agosto, el jefe del Estado Mayor Conjunto, el almirante Mike Mullen, confirmó en Meet the Press que los Estados Unidos han desarrollado planes de contingencia para un ataque contra Irán. “Acciones militares han sido puestas sobre la mesa y permanecen en ella,” declaró. “Espero que no lleguemos a ello, pero es una opción importante, y bien comprendida.” Mullen añadió que le preocupaba que un ataque pudiera tener “consecuencias inesperadas que son difíciles de predecir en la que es una parte inestable del mundo.”

Tres días más tarde, Obama le dijo a reporteros que permanecía abierto a las negociaciones con los iraníes, si ofrecían “medidas que ofrecieran confianza.” Dijo: “Es muy importante colocar ante los iraníes una serie de pasos claros que consideremos suficientes como para mostrar que no están buscando armamento nuclear,” y añadió, “Tienen que saber a que pueden decirle ’sí’.”

Si Obama desea conducir a Irán a la mesa de negociaciones, tendrá que superar una gran resistencia en Washington. “¿Vio el voto por las sanciones? Lo que supuso, cuatrocientos ocho contra ocho,” dijo Hamilton. “Obama se enfrenta con una muy fuerte, muy comprometida, muy sentida oposición a Irán en el Congreso.” Esta dificultad se suma a la frustración ante la incapacidad de encontrar una solución diplomática. Como el enfrentamiento de EE UU con Irán se ha centrado en la simple, intratable, cuestión de las armas nucleares, se ha hecho difícil para la Administración hacer progresos perceptibles. Obama ha sido más exitoso que Bush orquestando un esfuerzo en favor de las sanciones internacionales Pero tras las sanciones ¿qué más puede hacer?

Hamilton abogaba por una paciente ruta de diplomacia continuada. “Los cielos no se abrirán de repente. Los iraníes parecen sentir que los Estados Unidos deben dar el primer paso y hacer un gesto dramático, pero ese tipo de gesto para Obama es ahora muy complicado… siento que las charlas deben conducirse en secreto, quien quiera que las haga o donde quiera que tengan lugar.”

Con su constante tensión y retrasos inacabables, dijo Hamilton, el impasse americano-iraní le recordaba las relaciones con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. “Año tras año, nos reuníamos y nos leíamos discursos los unos a los otros y brindábamos por nuestros nietos, pero nunca pasaba nada. Finalmente hablamos y las cosas cambiaron. Espero que esto no tarde cuarenta años.”

Los grupos reformistas en Irán tienden a oscilar —el movimiento que depuso al Shah tardó cerca de veinte años en alcanzar su plenitud— pero el Movimiento Verde, tal y como se presenta hoy, representa una amenaza menor para el gobierno de Irán. Mousavi, en su website, criticaba recientemente a Ahmadinejad por su manera de conducir las negociaciones nucleares, diciendo que sus esfuerzos habían empeorado las sanciones e impedido a Irán desarrollar “tecnología nuclear pacífica.” Algunos analistas interpretan esto como parte del continuado esfuerzo de Mousavi de presentarse a sí mismo como un nacionalista sin compromisos, con la esperanza de conservar su influencia en movimiento reformista. Pero el experto en Irán me explicó que, en ausencia de un liderazgo fuerte, el movimiento se estaba fraccionando. Explicó: “El Movimiento Verde estaba compuesto de diferentes tipos de persona; aquellos que odiaban al régimen, aquellos que se vieron ofendidos por el fraude electoral, y aquellos que se unieron porque se sintieron ofendidos por el tratamiento de los prisioneros. Eventualmente comenzaron a separarse”.

Un iraní que pidió permanecer anónimo para garantizar su seguridad, describió el estatus del movimiento con las siguientes palabras: “El despotismo funciona —declaró—, esto es lo que ha probado esta situación. El movimiento reformista se acabó. Las clases medias no están dispuestas a morir en masa y el régimen lo sabe. Ha matado y castigado suficiente gente como para enviar el menaje de lo que es capaz de hacer. Los líderes reformistas y el régimen tienen una especie de pacto no hablado: ‘No organices más manifestaciones ni digas nada y te dejaremos en paz. Has algo y te arrestaremos.’ Se acabó.”

Pero los miembros del movimiento con los que hablé no han cambiado sus simpatías. En Teherán me invitaron a ver un partido de fútbol televisado, en casa de una familia iraní. Durante el medio tiempo, alguien mencionó que yo había entrevistado al presidente Ahmadinejad aquella misma semana. Una de mis anfitrionas, una mujer profesional en la treintena, inmediatamente puso dos dedos en su boca y se retorció en una pantomima de vómito. “Oh, como lo odio,” me dijo. “Me pone la carne de gallina. Es el peor tipo de iraní; ofende nuestra dignidad y nuestro sentido de la ética, y lo peor es que se cree muy listo.” La mera mención de su nombre, dijo, la hacía sentirse deprimida. Durante la represión que siguió a los incidentes del año pasado, añadió, muchos de sus amigos y conocidos —otros jóvenes profesionales educados, del tipo que apoya mayoritariamente al Movimiento Verde—habían dejado el país o planeaban hacerlo. Ella no planeaba emigrar, pero comprendía la necesidad de hacerlo. “La frustración es casi demasiado grande como para cargar con ella. La gente se siente estafada, y con su dignidad y esperanza insultadas. Cada día es doloroso. Duele. Ese sentimiento simplemente no se va. El Movimiento Verde representa ese sentimiento, y no puede desaparecer. De alguna manera, tal vez bajo otra forma, tiene que reaparecer.”

[Publicado originalmente en The New Yorker, el 16 de agosto de 2010. Traducción al español: Juan Carlos Castillón.]

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