La "traición" de Páez

El capítulo de la fundación de Venezuela es más rico que lo que la manipulación sugiere


ELÍAS PINO ITURRIETA |  EL UNIVERSAL
La idea de que Páez traicionó los ideales de la Independencia se ha extendido desde tiempo atrás, pese a que carece de fundamento. Las chácharas "historiográficas" del presidente Chávez se han regodeado en la reiteración de una lectura del pasado que sólo se puede sostener en una observación superficial de lo que sucedió cuando termina la guerra contra los españoles. Hace poco su hermano Adán ha vuelto sobre el punto, debido a la preocupación de que se pueda repetir con el augusto comandante lo que supuestamente sucedió con el Libertador cuando Venezuela se separó de Colombia. Aparte de lo que tiene de ridículo una analogía que sólo se comprende cuando el personalismo se convierte en eje de la política, reitera una tesis manida que no ha faltado en el discurso de muchos líderes, aun de los que pasan por enterados de los sucesos estelares de la historia.

En un mitin realizado en Cabimas (30 de marzo de 1946), Rómulo Betancourt dijo lo siguiente: "Se frustró nuestra primera república, la de 1830, porque a la hora de gobernar fueron desplazados muchos de los libertadores y tomaron los puestos de comando los antiguos realistas que andaban voluntariamente exiliados por las Antillas en los días en que era necesario ajumarse el pecho frente a Boves, frente a Yánez, frente a las huestes de Fernando VII. En los tribunales se enquistaron, en 1830, hombres que echaron a pique las medidas tomadas por el propio Bolívar de confiscar las tierras de los latifundistas criollos y españoles afectos a la causa del absolutismo borbónico; esos hombres que no sentían la revolución de independencia, torpedearon a conciencia la obra de la primera república". Y por allí se lanza quien entonces habla como presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, si no cual padre, como continuador de un análisis del pasado que ha remachado el presidente Chávez y ahora engorda el hermano Adán, a quien quitan el sueño las señales de disensión susceptibles de producir conmociones en la cúpula cuando la salud del cesáreo pariente se deteriora. En todos y en cada uno de los casos se observa desconocimiento de lo que sucedió con la Independencia en sus postrimerías, o la necesidad de arrimar la brasa de un proceso histórico a la sardina de un suceso del futuro al cual se atribuye la calidad de "revolucionario".

La fundación de Colombia por el Libertador no provoca entusiasmo en Venezuela. Al contrario, genera molestias que se convierten en repulsa. Una decisión de tanta trascendencia no se consulta con la comunidad, con sus voceros principales, civiles y militares, para que encuentre abono una distancia cada vez mayor frente a los designios del fundador que no se ocupó de considerar los planos de la nueva mansión con las personas que la habitarían. De allí los embrollos de La Cosiata, cuya noria gira alrededor del único individuo capaz de apoyar la reacción de la colectividad cuando todavía brilla la estrella bolivariana, un hombre de armas de origen popular quien ya comienza a destacar por sus luces y a quien adornan los recientes laureles de Carabobo. Caracas, la cuna de la Independencia según se insiste en la época, pierde la capitalidad para que los altos poderes del Estado se establezcan en Bogotá. La República de 1811 se convierte en un Departamento de una nación gigantesca e inesperada, mientras sus hijos se sienten en minusvalía frente a los burócratas de la remota sabana. ¿Para eso hicimos la guerra?, ¿para eso derramamos la sangre en Boyacá?, se preguntan los caraqueños de la época y miles de guerreros y políticos disgustados ante el hecho de que se han menospreciado los fueros de la "Antigua Venezuela". Las manifestaciones de antipatía frente a los neogranadinos comienzan a crecer, no sólo en las tertulias callejeras y en los pliegos de la prensa, sino también en los salones del Congreso Nacional y en las disputas cada vez más avinagradas de los cabildos locales.

Un par de sucesos de entidad incrementan la reacción: la crisis de la economía no es atendida por los legisladores bogotanos, cuyas regulaciones se ocupan tangencialmente de las particularidades regionales sin considerar las calamidades dejadas por la guerra en cada Departamento; el malestar aumenta cuando se recibe en Caracas la noticia de que Bolívar pretende cambiar la Constitución de Cúcuta por la Constitución de Bolivia. La desatención de los legisladores acelera el disgusto de los propietarios, y el temor a que se pueda establecer una monarquía sin corona hace que los políticos liberales envenenen sus dardos frente a lo que se siente, con fundadas razones, como el establecimiento de un proyecto conservador de gobierno que choca con los principios de la modernidad. El descontento encuentra desembocadura en Páez, cuyas credenciales lo convierten en figura imprescindible y quien se transforma en vocero del retorno de la nacionalidad frente a una dominación cada vez más indeseable. El capítulo de la fundación de Venezuela es más rico, más enaltecedor de lo que la ignorancia y la manipulación sugieren, pero de lo expuesto se desprende una afirmación de republicanismo y una apertura hacia principios de estirpe liberal, los más avanzados de entonces, que no se pueden escatimar para que el hermano Adán compare a don Hugo con don Simón y a Páez con los "apátridas". Debemos suponer que a tan colosales atrevimientos no quiso llegar don Rómulo, cuando mitineó a la ligera sobre los desatinos de 1830.

eliaspinoitu@hotmail.com
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