Carlos Malamud

Los populismos latinoamericanos ya no son lo que eran


Por Carlos Malamud
El fin del superciclo de las materias primas no solo provocó consecuencias económicas negativas sino también otros efectos no deseados en la vida política latinoamericana. Cuando en Europa, Estados Unidos y otras partes del globo se ven florecer populismos, de todo tipo, en América Latina parece llegado el momento del reflujo y un cierto agotamiento del modelo. Esto no significa que el populismo vernáculo vaya a desaparecer, tal milagro es difícil que ocurra, sino que las sociedades regionales están próximas al punto de saturación con unos experimentos que han aportado más costos que beneficios a los sectores populares.

Basta recordar la época dorada del “relato”, cuando gracias a él emergieron “revoluciones” de todo tipo, comenzando por la bolivariana, pero sin olvidar a la plurinacional, la ciudadana e incluso un cierto renacer de la sandinista. Aunque no se produjeran transformaciones en profundidad, afirmar, tras un contundente triunfo electoral, que la revolución había triunfado resultaba prácticamente gratis. Fidel Castro era el modelo a seguir, no tanto por los cambios de fondo que había aportado la Revolución Cubana, sino por la determinación de quienes habían llegado al poder de permanecer en él para siempre, o al menos por el mayor tiempo posible.

Así proliferaron las declaraciones de que “llegamos para quedarnos”, que “el poder no se comparte ni se reparte” o que “gobernaremos al menos durante los próximos 500 años”. Las reformas constitucionales para habilitar la reelección estuvieron a la orden del día y tras forzar algunas interpretaciones de la norma para presentarse a las elecciones una vez más, en ciertos casos se avanzó hacia la reelección indefinida. Los populistas reinantes estaban en la cresta de la ola y con los ingentes recursos aportados por las exportaciones se podía seguir pagando subsidios un año sí y otro también.

La abrupta salida de Honduras del ALBA y la muerte de Hugo Chávez fueron los primeros indicios de que el proyecto hegemónico cubano-venezolano había tocado techo. A partir de allí los populismos gobernantes hicieron lo posible por resistir en el poder, como demuestran las mil y una maniobras de Nicolás Maduro, Evo Morales, Daniel Ortega e incluso Rafael Correa. La derrota electoral en Argentina del proyecto kirchnerista liderado por “la Pasionaria del Calafate”, según la irónica definición de Jorge Fernández Díaz, vino a confirmar que el repliegue comenzaba a ser una realidad.

Cuando Chávez era gobierno, el régimen bolivariano podía darse ciertos lujos democráticos, algo que le está totalmente vedado al chavo-madurismo que sufre en su propia carne la retirada del apoyo popular. Ya no gana elecciones ni está en condiciones de convocar referéndums en momentos delicados que le permitan renovar la legitimidad electoral de origen, la única que tienen. Más allá de la autoproclamada revolución bolivariana, se constata que sin los votos no son nada. Como no los tienen, deben aplazar las elecciones, negarse a convocar el revocatorio, vaciar de contenido las instituciones y parecerse cada vez más a una dictadura.

La sentencia 156 del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) venezolano, que elimina las competencias de la Asamblea Nacional al considerarla en desacato, llega inmediatamente después de que la misma Corte borrara de un plumazo la inmunidad parlamentaria a la vez que otorgaba atribuciones especiales, amplias y genéricas, al presidente Maduro. Esto supone en la práctica la liquidación del Poder Legislativo en Venezuela. Con su crudeza habitual el líder bolivariano lo dijo claramente: “Me están facultando con un poder habilitante especial para defender la institucionalidad, la paz, la unión nacional y rechazar amenazas de agresión o intervencionismos contra nuestro país. Esta es una sentencia histórica”. En realidad, lo histórico de la sentencia 156 es que barre de un plumazo a la democracia venezolana ante la complicidad, o más bien el liderazgo, del gobierno.

Mientras tanto, el próximo domingo hay elecciones en Ecuador, donde pese a poder presentarse a la reelección Rafael Correa decidió dar un paso al costado en previsión de una posible derrota. Con independencia del resultado de la segunda vuelta, las victorias aplastantes del pasado se han acabado y en el caso de un eventual y no descartable triunfo del oficialismo, Lenín Moreno no podrá gobernar como lo hizo su predecesor. Incluso las amenazas de Correa de volver a la primera línea de la política si ve peligrar sus “conquistas” carecen del poder coercitivo de otrora.

Pese al retroceso actual, el populismo no desaparecerá en América Latina. Mutará, pero lamentablemente no desaparecerá y volverá con alguno de sus múltiples rostros. Lo que es evidente es que el populismo existe, quizá no como categoría política pero si como una forma de ejercerla, con un desprecio casi absoluto por la justicia, el parlamento y otras instituciones democráticas y una gran falta de respeto a la verdad. En este sentido es importante recordar que los mismos ciudadanos que han votado de forma reiterada por opciones populistas previamente se habían decantado con la misma ilusión por candidatos de signo muy distinto. Tampoco es descartable pensar que el día de mañana vuelvan a hacer algo similar y terminen dándole la espalda a todos aquellos que hoy dicen hablar en su nombre.

Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. Ha sido investigador visitante en el Saint Antony´s College de la Universidad de Oxford y en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires y ha estado en posesión de la Cátedra Corona de la Universidad de los Andes, de Bogotá. Entre 1986 y 2002 ha dirigido el programa de América Latina del Instituto Universitario Ortega y Gasset, del que ha sido su subdirector. Actualmente compatibiliza su trabajo de historiador con el de analista político y de relaciones internacionales de América Latina. Ha escrito numerosos libros y artículos de historia latinoamericana. Colabora frecuentemente en prensa escrita, radio y TV y es responsable de la sección de América Latina de la Revista de Libros.
jueves, marzo 30, 2017

“Aquí amamos a Chávez”

Por CARLOS MALAMUD

El 5 de marzo de 2013 moría Hugo Chávez en medio del desconsuelo de sus seguidores. Su despedida, convertida en un funeral de estado, fue seguida por cientos de miles de venezolanos y numerosos mandatarios extranjeros. Cuatro años después las cosas han cambiado y es el gobierno bolivariano quien debe recordar a sus compatriotas la obligación de amarlo, probablemente por temer que ese sentimiento no aflore de forma espontánea.

Así se pone en marcha la maquinaria propagandística para rescatar su figura y, de paso, salvar al régimen de la debacle y la pérdida de prestigio en que se haya inmerso. En pocas semanas hemos pasado del “aquí no se habla mal de Chávez” para minimizar el impacto de la serie “El comandante”, al “aquí amamos a Chávez”. Ninguno de los dos casos es una sugerencia o invitación sino, más bien, una imposición que invade la esfera privada y los sentimientos.

Ante la falta de respaldo popular y argumentos convincentes, el chavismo ha entrado en un terreno resbaladizo e imprevisible. Al invocar a los “escuálidos” (opositores), Diosdado Cabello demuestra una vez más que la campaña de amar a Chávez no es una invitación cordial: “No nos van a sacar al comandante del corazón, escuálidos, ni hoy ni mañana ni nunca, dentro de 100 años seguiremos hablando de Chávez”.

Las encuestas confirman la orfandad del gobierno. Sólo el 17% de los venezolanos dice amar a Chávez y más del 50% ni lo ama ni lo odia. Y si bien Chávez mantiene un 50% de popularidad, cuatro años atrás tenía 71%. Maduro apenas es bien valorado por el 18% de los encuestados, en un declive constante de su imagen.

Uno de los retos del chavo-madurismo fue convertir el recuerdo de Hugo Chávez en mito religioso. Daniel Lozano cita en La Nación a Michele Ascencio, una antropóloga haitiana-venezolana ya fallecida: “El uso de las creencias religiosas del chavismo es una forma de hacer política. El reto es convertir al ciudadano en devoto”.

Es una nueva vuelta de tuerca a la religiosidad latinoamericana, no ajena a la fuerte expansión de las iglesias evangélicas. Esto explica la presencia del “amor” y del verbo “amar” en el discurso político regional. En su campaña electoral de 2002, el PT brasileño ganó por primera vez unas elecciones presidenciales con el lema “Lulinha, paz e amor”. Y en 2009, tras 10 años en el poder y en pleno fragor para lograr la reelección indefinida, el PSUV publicó un decálogo de razones por las que se debía votar que Sí en el referéndum. La primera: “Porque Chávez nos ama, y amor con amor se paga”.

Al margen de su mala gestión de gobierno, un gran obstáculo del chavo-madurismo para impulsar el enaltecimiento de su líder es que, a diferencia de Fidel Castro, carece de rasgos heroicos que puedan ser convenientemente exaltados. Su amor por los pobres, su servicio a la patria o sus logros en la gestión, hoy son insuficientes. Su hoja de servicios militar no incluye nada parecido a Sierra Maestra, ni ninguna entrada triunfal en La Habana. Sólo el mítico “por ahora” tras el fallido golpe de febrero de 1992. El intento de convertir el “por ahora” de entonces en el actual “Chávez para siempre” e instituir el 4 de febrero como “día de la dignidad nacional” no alcanza.

Chávez será recordado por sus buenas obras y no por mitificaciones. Sin embargo, el desgobierno de sus sucesores, comenzando por la cúpula gubernamental y la del partido político que la sustenta, está haciendo todo lo posible para enterrar el legado chavista. Siguiendo a Derrida se podría afirmar que la nueva campaña de “amar a Chávez” prosigue la deconstrucción de la “revolución” bolivariana.

Pese a todo se insiste en los tópicos tradicionales, comenzando por el del “espíritu inmortal”. Por eso se pretende redimensionar al “Gigante de América”, haciéndolo aún más grande. O se intenta que el maná que reparte el “Mesías de los Pobres” llegue a un mayor número de destinatarios y aumente el número de sus fieles y seguidores, aunque los recursos (materiales y de ideas) a disposición del proyecto bolivariano sean cada vez más escasos.

En definitiva, se busca que el “Chávez infinito” llegue más allá, que realmente no tenga límites nacionales, regionales o internacionales, pese a su creciente desprestigio. Por eso Maduro insiste: “Además de las actividades previstas en homenaje a nuestro Comandante Chávez, para conmemorar un año más de su partida física, hemos decidido lanzar la campaña ‘Aquí amamos a Chávez’ que tendrá su canción en varios idiomas, porque nuestro Comandante Chávez es un líder mundial que trascendió nuestras fronteras”.

En 2014, a 15 años de la llegada de Chávez al poder, Maduro afirmaba tajante: “La actividad de la vanguardia revolucionaria no está en la calma está en la actividad. Amar a Chávez y a la Patria es convertir el amor en acción” o “Todo el que se sienta patriota, que ame a esta Patria, el que ame a Chávez, el que se sienta bolivariano y bolivariana”. El hecho es trascender el amor platónico y pasar de las palabras a los hechos: “No basta con decir lo amo tanto que no puedo vivir. ¿Qué nos enseñó Chávez? La lucha todos los días, la acción, el compromiso, el trabajo permanente”.

La “Marcha peronista” es rotunda en lo referente a la valía del líder y al recuerdo que se debe cultivar: “Por ese gran argentino/que se supo conquistar/a la gran masa del pueblo/combatiendo al capital./Perón/Perón, que grande sos./Mi general, cuanto vales”. La duda que angustia a Maduro, Cabello y sus principales seguidores es si la gran masa del pueblo venezolano seguirá subyugada por la figura de Hugo Chávez o buscará nuevos referentes. De momento, y como no las tienen todas consigo, apelan al temor y así se pasa del “aquí no se habla mal de Chávez” al “aquí amamos a Chávez“. Así sea.

CARLOS MALAMUD

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de España e Investigador Principal para América Latina y la Comunidad Iberoamericana del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos. Ha sido investigador visitante en el Saint Antony´s College de la Universidad de Oxford y en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires y ha estado en posesión de la Cátedra Corona de la Universidad de los Andes, de Bogotá. Entre 1986 y 2002 ha dirigido el programa de América Latina del Instituto Universitario Ortega y Gasset, del que ha sido su subdirector. Actualmente compatibiliza su trabajo de historiador con el de analista político y de relaciones internacionales de América Latina. Ha escrito numerosos libros y artículos de historia latinoamericana. Colabora frecuentemente en prensa escrita, radio y TV y es responsable de la
domingo, marzo 05, 2017
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