El capitalismo impaciente

Los más pobres están obligados a la paciencia por necesidad, es decir, en sentido estricto, a sufrir, y en sentido figurado, a no esperar resultados rápidos de sus esfuerzos.

Por Jacques Attali
El capitalismo de niños mimados corre hacia su perdición si no se reeduca en la paciencia. Los mercados financieros quieren ganancias inmediatas. Queremos satisfacer sin esperar nuestros deseos políticos y de consumo. Un sistema insostenible.

Los más pobres están obligados a la paciencia por necesidad, es decir, en sentido estricto, a sufrir, y en sentido figurado, a no esperar resultados rápidos de sus esfuerzos. Para ellos, ningún deseo puede ser cumplido en lo inmediato. Acumular los medios para satisfacer sus necesidades más elementales, como la de alojarse, toma mucho tiempo. Hay que ahorrar para eso, durante años. Para ellos la recompensa llegará, en el mejor de los casos, a muy largo plazo. O para la siguiente generación o en otra vida.

A la inversa, los poderosos de este mundo tienen todos los derechos. En particular el de no esperar para ver satisfechos sus deseos. Exigen todo, de inmediato. Su impaciencia empuja a los financistas a exigir una rentabilidad instantánea; empuja a las empresas a contentarse con proyectos de corto plazo. La publicidad, la sociedad de consumo y el culto de la satisfacción permanente de nuestros deseos llevan a las clases medias hacia el mismo modelo. ¿Por qué privarse? ¿Por qué esperar? Los electores también exigen satisfacción inmediata, y los políticos intentan agradarles en el instante. Esto conduce a unos y a otros a un permanente mayor endeudamiento, Estados o individuos; es la verdadera medida de la impaciencia.


Capitalismo paciente

Ese modelo, que remite a lo esencial, es decir, a la relación con el tiempo, es suicida. Y se podría explicar toda la dinámica de nuestras democracias de mercado en torno a esta idea. Es eso lo que hay que dar vuelta: la impaciencia debe volverse el derecho de los pobres y únicamente el de ellos. La paciencia debe ser el deber de los ricos. El concepto de "capitalismo paciente", que propuse hace tres años para describir la responsabilidad social de la empresa, debe generalizarse. Y aplicarse tanto como sea posible a la acción de investigación e inversión de los dirigentes de la economía. Esto es más fácil de hacer para las empresas que no cotizan en bolsa, a salvo de los caprichos de los mercados y de los operadores. Del mismo modo, el sector de los negocios con finalidad social está fundado también sobre la paciencia de aquellos que invierten en él. Y está llamado a tener un gran porvenir.

Esta responsabilidad debe ser además redescubierta por los estadistas. Ellos deben buscar como recompensa la huella que dejarán en la historia y no un crecimiento en la próxima encuesta. Los electores y los ciudadanos están de hecho mucho más maduros de lo que se imagina y aptos para comprender que la paciencia no contradice la democracia. Esta paciencia debe convertirse en la virtud principal de los dirigentes e incluso del criterio para elegirlos.

A la inversa, los pobres deben ser impacientes y tienen todos los motivos para serlo. Impacientes por recibir los medios, en particular financieros y políticos, de la dignidad. El mundo es rico e injusto. Deben cuestionarlo. Deben rechazar el dispendio, la miopía, los caprichos de los ricos. De su impaciencia, de su cólera incluso y de su expresión, depende hoy la supervivencia de este mundo.

(Traducción de Infobae América)

Jacques Attali es un economista y escritor francés. Es editorialista de Slate.fr (del que es además cofundador) y de la revista L'Express. Preside Planet Finance y es autor de numerosos libros, siendo uno de sus últimos títulos Crisis, ¿y después?
lunes, diciembre 13, 2010

La otra cara de Simón Bolívar: un hombre vanidoso, mujeriego y cobarde

Un general franco-alemán que conoció al Libertador lo describe así

Simón Bolívar visto por  Ducoudray Hosltein
Por RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Acaba de ser publicado en español el libro Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales, del general Ducoudray Hosltein, traducido del inglés por Juan Carlos Vela Correa. Se editó en Boston en 1828 y, al terminar de leerlo, se comprende por qué nunca antes se había vertido a nuestra lengua.

Es uno de los libelos más críticos acerca de la vida y personalidad del caraqueño, escrito por alguien que convivió durante dos años con él y no guarda nada debajo de la alfombra. El subtítulo de la obra reza: "Una historia secreta de la revolución y de los eventos anteriores a ésta, desde 1807 hasta el presente día". Pocas veces hemos leído versiones tan en contravía de la que se ha ido asentando como la oficial.

El libro comprende 516 páginas en letra pequeña, de modo que la abundancia de asombros es notoria, lo que nos lleva a escoger unos pocos. Antes: ¿Quién es Henri Louis Villaume Ducoudray Holstein? Un general franco-alemán que sirvió a Francia en tiempos de la Revolución Francesa, que fue agregado al Estado Mayor bonapartiano, y que recaló en Cartagena en 1814. También fue nombrado Comandante del fuerte de Boca Chica hasta diciembre de 1815, cuando tuvo que abandonar la ciudad rumbo a Los Cayos, en Haití.

De modo que la experiencia colombiana del general se reduce a dos años. No obstante, sus Memorias abarcan 21 de la epopeya independentista suramericana. Lo más valioso de su libro reside en su experiencia directa con Bolívar. El título, por cierto, es equívoco, ya que las memorias no son de Bolívar sino del general franco-alemán. Quizás, por algún ardid editorial de la época, el editor apeló a esta denominación, dejando en la retaguardia el nombre de aquel desconocido general europeo.

Abunda el autor en análisis sobre estrategias militares articuladas por parte de Bolívar, a quien llega a considerar un ignorante. Señala cinco momentos de la vida del héroe en que se dejó dominar por la cobardía y abunda en datos sobre su desenfreno amatorio, apuntándolo como un inconveniente para la vida militar eficiente. Lo que no explica Ducoudray es cómo este 'disoluto' se impuso sobre sus contemporáneos y comandó la gesta independentista.

En relación con la cobardía aludida por Ducoudray, la verdad es que Bolívar murió en una cama en Santa Marta y no en el campo de batalla, como la mayoría de los guerreros. Y algo de verdad debe haber, pues casi nadie lo destaca por el arrojo de sus acciones militares personales, sí las hubo, sino por sus estrategias y genio desconcertantes.

No obstante, no hay que olvidar que el autor es un militar prusiano que está leyendo la personalidad de un caraqueño. El cortocircuito es, sin duda, flagrante.

En cuanto a los amoríos bolivarianos, Ducoudray describe con desesperación cómo un ejército entero tuvo que esperar cuatro días en Los Cayos a que Bolívar se saciará con Pepa Machado, para poder zarpar. Esto enardeció al general, para quien semejante conducta era inadmisible, mientras que para Bolívar era costumbre.

Antes, tuvo oportunidad de relatar cómo se perdió la plaza de Puerto Cabello, en 1812, por el mismo motivo: los furores amatorios de Bolívar por la señorita Machado.

La traducción de este libro al español es un aporte importante, y pasa a formar parte de la batería crítica bolivariana. Me refiero a las obras del coronel George Hippisley (Narrativa de la expedición a los ríos Orinoco y Apure, en Sur América, 1819), de José Domingo Díaz (Recuerdos de la rebelión de Caracas, 1829), la entrada "Bolívar" en la New American Cyclopaedia de Charles Dana, escrita por Carlos Marx en 1858, entre otras.

En el capítulo final, Ducoudray intenta un resumen de la personalidad del héroe: "Los defectos predominantes de la personalidad del general Bolívar son ambición, vanidad, sed por el poder absoluto e indivisible y una gran disimulación. Es muy astuto y entiende a la humanidad mucho mejor que todos sus coterráneos; él, hábilmente voltea cualquier circunstancia a su propia ventaja y no escatima ningún esfuerzo para ganarse a aquellos que le pueden ser útiles".

Fuente: Diario El Tiempo

Rafael Arráiz Lucca es historiador venezolano

La Independencia como mitología

Para hacer cumplir la voluntad de Bolívar, Zamora, Padre, Hijo y Espíritu Santo

Manuel Caballero, historiador venezolano/Foto El Nacional
Por MANUEL CABALLERO |  EL UNIVERSAL
La mitología de la guerra de independencia en la Venezuela republicana posterior a 1830 y hasta nuestros días tiene caracteres menos políticos que fundacionales: los guerreros de la independencia, Bolívar en primer lugar, no crearon una nación ni un Estado, sino una cultura; no son guerreros victoriosos, sino nuestros primeros padres; no son hombres prestigiosos por sus hechos de armas y sus ideas, y ni siquiera son mitos, sino semidioses (y en el caso de Bolívar, un solo Dios). Trataremos en una primera parte de definir cuáles son los rasgos de esa mitología; y en una segunda, sus momentos más resaltantes.

Hay tres fases dominantes en la expansión de la mitología revolucionaria en la sociedad venezolana: el prestigio real de los libertadores, la mitología popular y el culto oficial.

Los estratos más bajos

En primer lugar, los libertadores venezolanos, una vez eliminada físicamente en el turbión de la Guerra a Muerte la élite social e intelectual, provinieron de los más bajos estratos de la sociedad: el mejor ejemplo posible es José Antonio Páez, de quien algún historiador mostraba el tremendo y súbito ascenso social y político diciendo que "había saltado de lavarle las patas al zambo Manuelote [capataz del hato donde trabajó] a la Presidencia de la República". El Libertador, que no pertenecía a esta clase sino que provenía de la antigua oligarquía "criolla", compensaba eso con el hecho de ser, además de un guerrero, un líder carismático como pocos en la historia de nuestro continente: Sarmiento, en su Facundo, le encuentra comparación, en ese terreno, sólo con José Gervasio Artigas, el héroe uruguayo. Las manifestaciones delirantes con que se le recibió en Caracas en 1827 dan la pauta del espontáneo fervor popular hacia su figura.

Pero a ese prestigio real, y sea esto dicho en segundo lugar, unen los héroes de la independencia (y en primerísimo y casi solitario lugar Bolívar) su carácter de mitos populares.

El culto oficial

Finalmente hay el culto oficial de los libertadores. Esa es una situación con partes iguales de espontaneidad y de inducción: los libertadores se admiraban a sí mismos por la gesta de su juventud, y concentraban esa admiración en quien los convirtió, de salteadores de caminos en Padres de la Patria. Y en cuanto a lo de inducción, los gobernantes venezolanos han seguido, incluso avant la lettre el consejo de Laureano Vallenilla Lanz a los historiadores argentinos: argentinizar "por el corazón" a las masas recién venidas, inculcándoles la religión patriótica.

Sobre la base del prestigio real de los libertadores, y de su transformación en mitos populares, los gobernantes venezolanos han ido formando la religión patriótica, en un país menos indiferente que indolente en materia religiosa. El culto a los libertadores, pero sobre todo a Bolívar se ha transformado en un fundamentalismo intolerante y fanático. Del desarrollo de este culto oficial señalaremos aquí varios momentos especialmente significativos.

1842. Está signado por la repatriación de los restos del Libertador a Caracas y sus impresionantes honras fúnebres.

La reconciliación

Por un lado, simbolizaba la reconciliación entre Páez y Bolívar, rematado todo eso con una tendencia que venía en Páez de mucho antes y que quedará plasmada en su autobiografía: su deseo de parecerse a Bolívar, de actuar como Bolívar, de ser visto como "el segundo Libertador".

1883. Aquí arranca el culto oficial a los libertadores y sobre todo a Bolívar: son los fastos del centenario de su nacimiento; es el bautismo institucional de la religión bolivariana. Y por aquello de Cuius regio, eius religio, es también la exaltación de Guzmán Blanco, como un hombre con los quilates del Libertador: la medalla conmemorativa presentaba en relieve los perfiles del Libertador y del Ilustre Americano.

1930. En este año se conmemoraban cien años de la muerte del Libertador, y es normal que su culto alcanzara extremos paroxísticos; pero sería un error creer que de allí "arranca" una nueva etapa de la religión patriótica, pues su desarrollo avasallante es muy anterior.

La segunda independencia

Y lo es porque algunas de las ideas del Libertador expresadas a partir de Angostura, en la Constitución boliviana y al final de su vida, casaban con la justificación de la dictadura.

1936. A partir de este momento, es decir, a partir del momento en que el pueblo hace su ingreso en el teatro político, a veces a trancas y barrancas, la religión oficial se vuelve religión popular. Eso se da ampliando y profundizando los caracteres religiosos de lo que en un principio había sido una admiración popular por una figura carismática.

1945. De todas formas, se insistía en los aspectos más conservadores de la religión patriótica bolivariana. Pero a raíz del 18 de octubre se da un vuelco y se va a agitar esa religión no como algo otorgado sino impuesto por la voluntad popular: el gobierno del trienio será el de la "Segunda Independencia".

1983. El proceso anterior se va a desarrollar ya sin dique posible entre la fecha anterior y esta última.

1992. Todo esto va a tener como remate una consecuencia actual, presente: el 4 de febrero de 1992 un grupo militar se alzó no en nombre de principios políticos o filosóficos, no en función de un programa de gobierno, sino, dijeron, para hacer cumplir la voluntad de Bolívar, Zamora y Simón Rodríguez, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

hemeze@cantv.net
domingo, diciembre 12, 2010
← Newer Older →