La monarquía es una enfermedad hereditaria

Por Christopher Hitchens
Un monarca hereditario, observó Thomas Paine, es una propuesta tan absurda como un médico o un matemático hereditario. Pero trate de señalar esto cuando todo el mundo está excitado con los planes sobre el pastel y los diseños del vestido de boda la que, por un absurdo constitucional, ha sido designada futura madre. Si dice algo, no parecerá que esté hablando con sentido común. Sonará como si fuera un Scrooge. Supongo que ésta debe ser la "magia" monárquica de la que tanto hemos oído hablar: por alguna alquimia mística, los imperativos de reproducción de una dinastía se transforman en la materia prima del romance, incluso del "cuento de hadas". El término usualmente despreciativo de "cuento de hadas" fue por cierto fríamente exacto acerca del cociente de romance de los dos últimos aparejamientos reales, que llevaron a las huecas princesas disco Diana y Sarah (me niego a llamarla "Fergie") a casi demoler toda esta mística. E incluso si la pareja actual se ve mucho más sana y auténtica, su función principal sigue siendo restaurar una pátina de glamour que se ha perdido sin remedio.

La monarquía británica no depende enteramente del glamour, como lo sigue demostrando el largo, larguísimo, reinado de Isabel II. Su imperturbable apego al deber y confiabilidad han otorgado algo más que el aura de encanto a la institución, asociándola con el estoicismo y una cierta integridad. El republicanismo está infinitamente más extendido que en la época en que ella fue coronada, pero en verdad es muy poco común oír críticas contra la Dama Soberana, e incluso los más opuestos a la monarquía se apresuran a expresarse con admiración cuando se refieren a ella.

No estoy muy seguro de cuán merecida es realmente esta inmunidad. La reina tomó dos grandes decisiones en los primeros años de su reinado, ninguna de las cuales fue obligada a tomar. Rehusó permitir que su hermana más joven, Margarita, contrajera matrimonio con el hombre que amaba y había elegido, y dejó que su autoritario esposo se hiciera cargo de la educación de su hijo mayor. La primera decisión fue tomada para aplacar a los dirigentes de la Iglesia de Inglaterra (una iglesia de la que ella es, absurdamente, la cabeza) que no podían aprobar el matrimonio de Margarita con un hombre divorciado. La segunda fue tomada por razones menos claras.

La cosecha fue igualmente terrible en ambos casos: la princesa Margarita se casó y luego se divorció de un hombre al que no amaba, para después pasar años como modelo de las celebrities del jet set, ociosas hasta los huesos, cigarrillo en mano, bebedoras de ginebra, rodeada por chismosos de tercera y aduladores y tan infeliz como se puede ser en estas circunstancias.

El príncipe Carlos, sujeto a un régimen de arengas paternales feroces e internados severos de duchas frías, se refugió en sí mismo, eventualmente fue convencido de contraer un desafortunado matrimonio con alguien a quien no amaba ni respetaba, y es ahora el moroso, semicalvo excéntrico del New Age que se mete en todo, y al que todos tratan de evitar. También ha encontrado, al parecer, una satisfacción tardía en la ex esposa de un oficial del ejército.

Juntos, la princesa Margarita y el príncipe Carlos establecen el tono para la multitud de apagados, inútiles descendientes de la aristocracia que no pueden permanecer casados y cuyos apellidos, ya no digamos actividades, son casi imposibles de recordar. ¡Hay tantos de ellos! Y siempre es necesario encontrarles algo que hacer para que estén ocupados.

Para el príncipe Guillermo, cuando menos, desde el día de su nacimiento se decidió lo que haría: encontrar una esposa presentable, engendrar un heredero varón (y preferiblemente otro varón "de repuesto") y mantener el espectáculo en movimiento. Mediante otra aplicación de la notoria "magia" ahora es el doble o el triple de importante que cumpla bien con este encargo, porque sólo su supuesto carisma puede salvar al país de lo que temen los monarquistas, y que los republicanos debían desear: el rey Carlos III. (La monarquía, sabe usted, es una enfermedad hereditaria que sólo puede ser curada mediante brotes nuevos de ella.) En general se desea una vida aún más larga para la actual reina: si eso no llega a realizarse, se recurrirá a una maniobra palaciega que se salte una generación y salve a los británicos de un hombre que -como la fruta del vendedor- se pudrió antes de madurar.

Como republicano convencido que soy, y enemigo del príncipe que platica con las plantas y desea ser visto como el defensor de todos los credos además de la Iglesia de Inglaterra, me encuentro sacudido por una punzada de simpatía. ¿No es una gran vida, verdad, hacerse viejo y secarse sin tener un trabajo verdadero, salvo esperar la noticia de la muerte de Mami? Algunos británicos aseguran que "aman" a su bastante poco brillante casa reinante. Esto toma la forma macabra de exigir un sacrificio humano periódico en el cual personas nada excepcionales son condenadas a tener una existencia artificial y tensa, y luego a ser castigadas cuando se derrumban.

Las últimas semanas trajeron consigo noticias de los últimos grotescos que involucran al príncipe Andrés, el hermano de Carlos. Si no he olvidado nada, apenas se había recuperado de revelaciones acerca de sus relaciones cordiales con el clan Khadafi cuando se descubrió que su ex esposa había obtenido un préstamo de un adinerado amigo estadounidense cuyo historial, lamentablemente, estaba manchado por una condena relacionada con una chica menor de edad. La verdad, todo esto es tan doloroso y absolutamente vulgar. Y entre los muchos hijos y nietos de la reina, no reina precisamente el buen comportamiento...

Es por esto que reí tan ruidosamente cuando la vieja guardia empezó a murmurar acerca del pedigrí de la joven señorita Middleton. Sus padres, al parecer, no eran precisamente de los más altos niveles de la sociedad. La madre había sido azafata o algo así en una aerolínea nada prestigiosa, y la familia fue escuchada empleando expresiones letalmente equivocadas, como serviette por servilleta, setee por sofá y -casi no puedo soportar escribir las abominables letras- toilet. Ah, ¡eso, entonces, es lo que constituye la vulgaridad! Gente que nunca se atrevería a pronunciar una crítica pública de la familia real, incluso en su encarnación de telenovela diurna, prefieren vengarse subrepticiamente de una joven mujer de antecedentes modestos. Qué vergüenza.

En cuanto a mí, le deseo lo mejor y también quisiera poderle murmurar: si realmente lo quieres, niña, sácalo de aquí, y sal tú también. Muchos de nosotros no necesitamos ni queremos otro cordero para el sacrificio destinado a humedecer los secos huesos y venas de un sistema disecado. Hazte un favor y salva lo que puedas: deja el trono para el próximo deplorable heredero que haya decretado el principio hereditario.

Christopher Hitchens es un periodista y ensayista británico-estadounidense. Es columnista de Vanity Fair y de Slate Magazine. La Institución Hoover en Stanford, California, le otorgó la beca en Medios Roger S. Mertz

(Traducción de Andrés Shelley)

© 2011 WPNI Slate

Distribuido por The New York Times Syndicate
sábado, abril 23, 2011

El día que Fidel escuchó su testamento

El Partido Comunista de Cuba y su sucesor designado, Raúl Castro puso los platos en los principales para acompañar a la desaparición simbólica de Fidel Castro. ¿Será esto suficiente para deshargan de la estatua del Comandante?



And now, the end is near
and so I face the final curtain...

Fidel Castro, expresidente de Cuba, en el Congreso
del Partido Comunista, La Habana, 19 de Abril del 2011.
Yoani Sánchez
Decir adiós puede lograrse apenas con una breve nota dejada sobre la mesa o con una llamada telefónica con la que nos despedimos definitivamente. En los preparativos para marcharse del país, el fin de una relación amorosa o de la vida misma, hay gente que pretende dejar amarrados los más pequeños detalles, trazados esos límites que obligarán a quienes se quedan a seguir su rumbo. Unos se van tirando la puerta y otros reclaman antes de la partida el gran homenaje que creen merecer. Los hay que distribuyen equitativamente sus bienes y también seres con tanto poder que cambian la constitución de un país para que nadie deshaga su obra cuando ellos ya no estén.
Los preparativos para el VI congreso del Partido Comunista Cubano y sus sesiones en el Palacio de las Convenciones han sido como un gran réquiem público para Fidel Castro. El escenario de su despedida, el ceremonial minucioso reclamado por él y realizado –sin escatimar recursos– por su hermano menor. Ya en los excesos organizativos del desfile militar, efectuado el 16 de abril, se percibía una intención de “gastárselas todas” en un homenaje final a alguien que no pudo asistir a la tribuna. Resultaba evidente que al anunciar los nombres de quienes asumirían los máximos cargos del PCC, ya no sería leído el del hombre que decidió el rumbo de esta nación por casi cincuenta años. No obstante, él se sentó en la mesa principal del evento para validar con su presencia la transferencia de mando a Raúl Castro. Estar allí fue como acudir –en vida– a la lectura de su propio testamento.
Llegó entonces la ovación cerrada, las lágrimas de alguna que otra delegada al cónclave partidista y las frases de compromiso eterno con el anciano de barba casi blanca. A través de la pantalla del televisor, algunos sentimos aquello como el crujir de las flores secas o el sonido de las paletadas de tierra. Queda por ver si el General Presidente podrá sostener el pesado legado que ha recibido, o si bajo la mirada supervisora de su Gran Hermano preferirá no contradecirlo con reformas medulares. Falta comprobar cuán auténtica es esta despedida de Fidel Castro de la vida política y si su sustituto optará por seguir defraudándonos o por negarlo a él.

Fuente:
Generación Y

Ver Fidel Castro en el podio del VI Congreso de la CCP (vídeo)


viernes, abril 22, 2011

La ignorancia de hoy en día


Massimo Pigliucci 
NUEVA YORK - La ignorancia es la raíz de todos los males, según Platón, que también nos dio una definición aún actual de su opuesto, el conocimiento, como "creencia verdadera y justificada". Merece la pena considerarla al reflexionar sobre los peligros de la ignorancia en el siglo XXI.
Platón pensaba que deben cumplirse tres condiciones para que podamos "saber" algo: la noción en cuestión debe ser cierta, tenemos que creerla (porque si no creemos que algo que es verdad, difícilmente podemos decir que lo sabemos) y, lo más sutil, debe estar justificada: debe haber razones por las cuales creemos que es verdadera.
Veamos algo que todos pensamos que sabemos: la tierra es (aproximadamente) redonda. Esto es tan cierto como pueden demostrarlo los hechos astronómicos, sobre todo porque hemos enviado satélites artificiales en órbita y observado que el planeta es, efectivamente, de formas redondeadas. La mayoría de nosotros (a excepción de unos pocos lunáticos que defienden el que la Tierra es plana) también creemos que así es.
¿Qué ocurre con la justificación de esa creencia? ¿Cómo respondería usted si alguien le pregunta por qué cree que la tierra es redonda?
El lugar obvio para comenzar sería apuntar a las imágenes de satélite antes mencionadas, pero nuestro escéptico interlocutor podría preguntar razonablemente si usted sabe cómo se las obtuvo. A menos que sea usted un experto en ingeniería espacial y software de imágenes, es posible que en ese punto se vea en dificultades .
Por supuesto, podría recurrir a razones más tradicionales para creer en una tierra redonda, como el hecho de que nuestro planeta proyecta una sombra redondeada sobre la Luna durante los eclipses lunares. Naturalmente, usted tendría que estar en condiciones de explicar -en caso de objeción- qué es un eclipse y cómo lo sabe. Ya ve a dónde nos puede llevar esto: si empujamos lo suficiente, en el sentido platónico la mayoría de nosotros no sabe realmente mucho de nada. En otras palabras, somos mucho más ignorantes de lo que pensamos.´
Sócrates, maestro de Platón, irritó a las autoridades atenienses al sostener que era más sabio que el Oráculo de Delfos (que afirmaba ser cénit de la sabiduría) porque, a diferencia de la mayoría de las personas (incluidas las autoridades de Atenas), sabía que no sabía nada. Si la humildad de Sócrates era sincera o una broma secreta a expensas de los poderes fácticos (antes de dichos poderes le quitaran la vida tras cansarse de su irreverencia), el punto es que el principio de la sabiduría reside en el reconocimiento de lo poco que sabemos en realidad.
Lo cual me lleva a la paradoja de la ignorancia en nuestra época: por un lado, constantemente nos llueven opiniones de expertos, todo tipo de personas que -con o sin doctorado tras su nombre- nos dicen exactamente qué pensar (aunque rara vez por qué hemos de pensar). Por otro lado, la mayoría de nosotros somos completamente ineptos en la práctica del venerable y vital arte de la detección de tonterías (o, más cortésmente, el pensamiento crítico), tan necesario en la sociedad moderna.
Podemos pensar en la paradoja de otra manera: vivimos en una época en que el conocimiento -en el sentido de la información- está constantemente disponible en tiempo real a través de computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas electrónicas y lectores de libros. Y, sin embargo, todavía carecemos de las habilidades básicas para reflexionar sobre esa información, para tamizar la tierra para encontrar las pepitas dignas de valor. Somos masas ignorantes inundadas de información.
Por supuesto, es posible que la humanidad siempre haya sufrido de escasez de pensamiento crítico. Por eso seguimos permitiendo que se nos trate de convencer de apoyar guerras injustas (por no mencionar el morir en ellas), o votar por personas cuyo trabajo principal parece ser  acumular tanta riqueza para los ricos como les sea posible. También eso puede explicar por qué tanta gente se deja engañar por "médicos" homeópatas que les venden costosísimas píldoras de azúcar y por qué seguimos el consejo de famosos del espectáculo (en lugar de médicos reales) sobre si es conveniente vacunar a nuestros hijos.
Sin embargo, la necesidad de pensamiento crítico nunca ha sido tan urgente como en la era de Internet. Por lo menos en los países desarrollados -pero cada vez más en los subdesarrollados también- el problema ya no es el acceso a la información, sino la falta de capacidad de procesarla y darle sentido.
Desafortunadamente, es improbable que las universidades, las escuelas de educación secundaria e incluso las elementales tomen la iniciativa de incorporar cursos de introducción al pensamiento crítico. La educación se ha transformado cada vez más en un sistema de mercancías en que se mantiene satisfechos a los "clientes" (antes conocidos como alumnos) con planes de estudio personalizados, mientras se los prepara para el mercado laboral (en lugar de recibir preparación para convertirse en seres humanos y ciudadanos responsables).
Esto puede y debe cambiar, pero para ello se requiere un movimiento de base que utilice blogs, revistas y periódicos en línea, clubes de lectura y espacios de encuentro, y cualquier otro recurso que pueda contribuir a la promoción de oportunidades de desarrollo de habilidades de pensamiento crítico. Después de todo, sabemos que lo que está en juego es nuestro futuro.
Massimo Pigliucci es profesor de filosofía del  Centro de Estudios Superiores de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (The Graduate Center - CUNY).
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