Historiografía antiliberal

Luis Alfonso Herrera Orellana

Existe un consenso general entre notables historiadores venezolanos, con Germán Carrera Damas y Manuel Caballero a la cabeza, según el cual operaron en algunos períodos de la historia de nuestro país esquemas liberales de ejercicio del poder, que han recibido denominaciones como “República autocrática liberal” o “República democrática liberal”, para distinguirlos de otros períodos, propiamente dictatoriales, en los que no hubo ningún respeto a la libertad de los ciudadanos, pero más allá de ello, para sostener que en esos períodos “liberales”, tanto del siglo XIX como del siglo XX –regímenes como los de Guzmán y Gómez, por ejemplo, en los que supuestamente se habría promovido la libertad económica pero no la política, y durante los gobiernos de la democracia civil, en la que se promovió la libertad política pero no la económica-, sí se aplicaron ideas propias del pensamiento liberal, y se rechazaron otras corrientes políticas como el republicanismo, el socialismo o el militarismo, siendo entonces posible, desde esta interpretación, evaluar qué resultado ha tenido, positivo o negativo, la aplicación del liberalismo en tierras venezolanas.

La historiografía derivada de la obra de los mencionados autores, entonces, considera acertado, al menos desde el punto de vista de esta disciplina, considerar al Partido Liberal Amarillo, Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez -y quizá hasta a Marcos Pérez Jiménez-, como organizaciones y gobernantes liberales, que aplicaron las propuestas de esta corriente del pensamiento conforme a las circunstancias nacionales, y que, por tanto, a partir de su desempeño es lícito evaluar toda propuesta actual de cambio institucional y ejercicio del poder basada en dicha filosofía moral y política a la luz de los resultados alcanzados por dichas organizaciones y personajes, a favor o en perjuicio de los venezolanos, siendo en tal sentido negativo el balance, al estar entonces las ideas liberales asociadas así a tiranías, privilegios, despotismo, discriminaciones y falta de igualdad ante la ley, lo que en forma directa invalidaría por inútil y acaso hasta inmoral el defender ideas liberales en la Venezuela actual, dado que éstas se habrían aplicado y fracasado en el pasado, por su carácter supuestamente anti-democrático, así como su presunto economicismo radical, prueba de lo cual serían, supuestamente, las medidas económicas aplicadas al inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, a inicios de la década de los 90 del pasado siglo.

Lo anterior permite comprender por qué Caballero afirmó lo siguiente:“Porque de la confrontación entre el liberalismo irrealizable (el de los tiros) y el liberalismo realizado (el del Benemérito) con la realidad venezolana de 1936, surgió esa crítica y sobre todo esta idea: la libertad (o sea el liberalismo, para hablar en términos políticos y económicos) no basta. Esa crítica y esta idea tienen diversas fuentes, pero la más torrentosa ha sido la marxista en sus diversas ramificaciones o afluentes, moderados o radicales. Ellas podrán contener muchos errores en el diagnóstico y en la medicación, pero han logrado imponer, más que una forma de pensar, lo que también se puede considerar a estas alturas una realidad con apariencias irreversibles: la esterilidad de todo intento por oponer lo individual a lo social. En otras palabras, la convicción generalizada de que la libertad sólo tiene sentido como equilibrio de la igualdad y viceversa. Que la libertad será democrática (o sea, social, ¡descansa en paz Antonio Leocadio!) o sencillamente, no será” (Manuel Caballero, Ni Dios ni Federación. 1998, pp. 167 y 168).

Podría pensarse que el impacto político práctico de esta tradición historiográfica, cuya orientación es tributaria de cierta visión marxista de la Historia, es bajo o nulo, por la poca atención que las mayorías y los centros de formación de opinión pública puedan prestar a los libros y ensayos de los historiadores. Pero tal creencia es equivocada, pues como bien lo afirmó Hayek, estos profesionales ejercen una influencia en la formación de creencias e ideas en toda sociedad muy superiores a la que ejercen los titulares de otras disciplinas, y en especial en la educación básica, entre los comunicadores y medios de información: “…probablemente los historiadores influyen sobre la opinión pública de manera más inmediata y completa que los tratadistas políticos que lanzan ideas (…) En este sentido, el poder directo sobre la opinión pública está por lo menos un paso más cerca del historiador que del teórico” (Friedrich Hayek, El Capitalismo y los Historiadores, 1997, p. 17).

Por supuesto, el limitado espacio de un artículo de opinión no es el apropiado para exponer todas las críticas y refutaciones que cabe dirigir a esta tradición historiográfica, parte de las cuales se hallan en el trabajo de mi autoría “¿Tiranos liberales? ¿Repúblicas autocráticas liberales?” (publicado en el libro Se trata de la Libertad. Galipán, 2015, pp. 89 y ss.), así como en la obra de otros historiadores de prestigio como Elías Pino Iturrieta, Diego Bautista Urbaneja y Rafael Arráiz Lucca, a los que remitimos al lector interesado, pero sí es posible plantear algunas de ellas aquí, dejando en claro que todas ellas parten de una idea de liberalismo y de libertad que ya era conocida, difundida y acogida desde el siglo XVIII, tanto en Europa como en América, y en modo alguno desarrollada con posterioridad a la existencia del Partido Liberal Amarillo, de la autocracia de Guzmán y la tiranía “liberal” de Gómez, lo que anula toda posible refutación a las mismas bajo la acusación de “presentismo”, es decir, de pretender juzgar y evaluar desde el presente, o desde ideas surgidas en un momento histórico posterior, la conformidad o no de la acción política y económica de un gobierno o de un gobernante a esas ideas no existentes en su momento. Esa idea, presente en las obras de autores como Locke, Hume, Smith, Acton, de Mariana, Humboldt, Turgot, Tocqueville, de Vitoria, Bastiat y Menger, entre otros que cabría mencionar, concibe el liberalismo no como una ideología sino como una filosofía moral, política y económica, que demanda la limitación del poder del Gobierno y la mayor garantía de la libertad individual en todos los ámbitos, tanto en el moral como en el político y el económico, pues la asume como una sola y no como muchas “libertades”.

Al respecto, valga indicar entre otras cosas, que las clases políticas dirigentes, con la excepción de algunos pocos gobernantes, no han tenido compromiso con la idea liberal básica de limitación del Poder del Estado, de respeto a la libertad de todas las personas como una indivisible y negativa (es decir, como ausencia de coacción externa arbitraria), y que, por el contrario, su compromiso, en el mejor de los casos, ha sido con el orden, la organización, la seguridad y la paz, todo lo cual se puede lograr ampliando sin límites los poderes del Estado y violando la libertad individual. Entre 1830 y 1935 no hubo funcionamiento efectivo de instituciones liberales en el país, las ideas liberales, en lo económico, fueron más un programa, una aspiración, acaso por simple emoción de parecerse a otros procesos de prestigio, que por compromiso cierto, no fue una política de Estado realizada a favor de la prosperidad de las personas sin discriminaciones, y dio lugar más a esquemas mercantilistas y de privilegios a sectores cercanos al poder, que a marcos para la competencia y el acceso a la propiedad privada.

Por otro lado, se asumió la libertad como libertades, es decir, la libertad política por un lado, la libertad civil por otro, y la libertad económica más allá, cuando la libertad, para que sea efectiva, practicable por quienes integran una sociedad, se debe asumir como una e indivisible, según se entiende desde el liberalismo clásico (desarrollado, por cierto, mucho antes de ser escrita la obra de Hayek). Como en Venezuela la libertad se ha dividido a conveniencia del Poder, se observa que en algunos Gobiernos no democráticos y conservadores se intentó -o aparentó- garantizar las libertades económicas pero no las civiles y políticas, mientras que bajo Gobiernos democráticos como los de Acción Democrática y Copei, se garantizaron “libertades” políticas y civiles, pero no económicas. Los militaristas detestan la libertad en política, y los socialistas la libertad en economía, ambos quieren individuos sumisos y dependientes, no autónomos, más bien súbditos y vasallos, clientes, que ciudadanos libres. Además, como lo afirman juristas como Alberto Arteaga Sánchez, en Venezuela nunca ha existido efectiva independencia judicial, pues el poder político nunca lo ha permitido, lo que es una exigencia liberal irrenunciable.

En tal sentido, en Venezuela, en los siglos XIX y XX predominaron los militaristas, los bolivarianos y los socialistas en el Poder. El XXI lo iniciamos de la mano de un régimen que combinó y aplicó lo peor de esas tres ideologías autoritarias, generadoras de pobreza y de abuso en el ejercicio del Poder. Además, nunca ha existido en este país un partido político cuyo programa de Gobierno se fundamente en ideas liberales, entre otras cosas por el temor a ser calificado como de “derecha” por el elevado número de intolerantes partidos socialistas, socialdemócratas y socialcristianos, que parecen sólo admitir como adversarios en la política a partidos de “izquierda”.La razón de esa intolerancia al liberalismo, en el caso de los defensores de la democracia a inicios del siglo XX, podía originarse en el rechazo al militarismo al que se asoció en forma arbitraria al ideario liberal durante el siglo XIX, pero en el caso de los socialdemócratas y demás variantes socialistas de finales del siglo XX e inicios del XXI, más bien deriva de su temor y resistencia al desmontaje del Petroestado intervencionista y redistribuidor, fuente de privilegios y corrupción con la más absoluta impunidad (es decir, a perder los incentivos a dedicarse a la política).

Ante el terrible contexto nacional de fines del 2016, y ante los enormes desafíos que se presentan a los venezolanos en su tarea de reconstrucción y reorientación de la vida institucional del país, luce oportuno que en espacios propicios para ello, como los de la Academia Nacional de la Historia, la Fundación Rómulo Betancourt, la Casa de Estudio de la Historia “Lorenzo A. Mendoza” o el CELAUP de la Universidad Metropolitana, se debatan planteamientos y críticas como las antes expuestas, pues más allá de las diferencias teóricas, disciplinarias y personales involucradas en el tema, puede tratarse de un asunto del mayor interés nacional, desde que debilitar y eventualmente abandonar esa visión histórica antiliberal, promotora a la vez de elementos negativos como el estatismo, el populismo, el presidencialismo y el mercantilismo, parece ser un paso esencial y necesario si los venezolanos en realidad queremos romper con nuestras instituciones autoritarias y extractivas, que nos han traído a esta crisis humanitaria, y sustituirlas por instituciones liberales e inclusivas, que promuevan las oportunidades, la libertad y la prosperidad, bajo el sistema democrático, el Estado de Derecho y la economía abierta.

Fuente: Diario El Nacional/24/12/16

sábado, diciembre 24, 2016

La educación liberadora o popular y el nuevo espiritu moderno

Por  José Obswaldo Pérez
El proceso de transición de la educación colonial a la  educación republicana comenzó a gestarse en el siglo XIX (1811), con lo cual marca un nuevo momento histórico para la consolidación de la República. Desde sus inicios este periodo historiográfico se conoció como la Integración de la Gran Colombia, modelo de gobierno propuesto con la unión de la Nueva Granada y Venezuela y, posteriormente, con las provincias de Quito y Guayaquil. Durante este tránsito socio-político se marca el nacimiento de la  primera República y, en el lapso de fundación de la Patria, sus fundadores le atribuyeron un papel fundamental a la “instrucción pública”. Luego las constituciones bolivarianas, en especial la de Cúcuta y sus desarrollos legislativos ratificarían esta idea fija: La Educación era la llamada a transformar el viejo orden colonial a partir de la formación de una conciencia en el nuevo ciudadano para cristalizar en sus virtudes la utopía Republicana. Era la materialización del ideario moderno que pretendía transformar el viejo orden para lograr “la felicidad, el progreso, el bienestar” de la patria mediante la transformación de la población en “ciudadanos útiles”.
En la narrativa de estos discursos, se repetían las propuestas de los enciclopedistas y de la Ilustración; pero, en la práctica, con las dificultades para la fundación de un nuevo orden de iguales en una sociedad profundamente desigual; se asumiría con vida propia cuando se instituyera definitivamente la República de Venezuela (1830)[1]. En consecuencia, la endogénesis de este  pensamiento se halla en los discursos y  las posturas filosóficas de Simón Rodríguez, Miguel José Saz, Andrés Bello y Simón Bolívar[2], entre otros contemporáneos de la ilustración criolla que,  a la luz del razonamiento y el idealismo,  intentaron influir en nuevas prácticas pedagógicas en el país. Un revisionismo eurocentrista  animó e impulsó la noción de la educación como servicio público, como expresión de libertad y de derecho humano.  La Revolución Francesa de 1789 había influido en nuestros patricios venezolanos, a  través de documentos y textos  filtrados provenientes  de la Madre Patria.
En 1790, Miguel José Sanz pronuncia un discurso en el cual ridiculiza la enseñanza colonial y señala la necesidad de nuevos estudios, de fundar escuelas y de pagar maestros. Igualmente realiza una fuerte crítica a los mecanismos para iniciar al niño en la educación primaria, enfocándose en dos aspectos fundamentales: El primero,  en la enseñanza religiosa  y el segundo, en el  conocimiento de la lengua castellana. Sanz señala,  insistentemente,  la falta de pertinencia social y el extrañamiento que  vician al sistema educativo colonial. El hecho de que los párvulos comiencen a estudiar el latín sin tener el menor conocimiento de su propia lengua, de que se les instruyan conocimientos del todo inútiles:
 Creen que todas las ciencias se hayan contenidas en la Gramática  Latina de Nebrija, en la Filosofía de Aristóteles, en los Institutos  de Justiniano, en la Curia Filípica y en los escritos teológicos de Gonet  y Larraga  (...) Sin embargo, la decencia, según su opinión,  les impide seguir los trabajos de la agricultura y les hace tratar las artes mecánicas con el más soberano desprecio.
Estas posturas filosóficas,  en  materia de instrucción,  formarán  parte de la  república liberal naciente que concebía a la educación popular como un servicio público encaminado a la integración política y al control social, “configurándose como un servicio financiado con fondos públicos y secularizado, bajo la gestión de los poderes públicos y con finalidades definidas por los representantes de la nación[3].
El nuevo paradigma educativo nacional  propondría constituir una agrupación de individuos sometidos a un mismo poder político en un mismo territorio.  Es así, como  para las últimas décadas del siglo XVIII y primera del siglo XIX,  se notará la presencia de un grupo de universitarios, sacerdotes, funcionarios y maestros, preocupados por formarse y sacar a la  sociedad del oscurantismo en el cual se encontraba. Un  ejemplo  regional lo constituye el  prócer Juan Germán Roscio, abogado  y pensador guariqueño, quien  forjó dentro de la  ilustración y la reflexión religiosa una nueva actitud de repensar el pensamiento local influenciado por las  ideas eurocentristas  de la época[4]. La producción intelectual de Roscio tendrá una gran  influencia del empirismo inglés y del llamado El Círculo de Filadelfia (Estados Unidos de Norteamérica), cuyas ideas políticas se enmarcan en dos  categorías: en la emancipación mental y en la educación de la conciencia del pueblo (Gómez Castillo, 2009: 126).
Para Roscio, la educación fue un tema estratégico para la consolidación de la nueva república. En una oportunidad nuestro patricio guariqueño expresó a Santander en 1820 su opinión sobre las dificultades de la Independencia, manifestándole lo siguiente:
los republicanos franceses tenían una población de veinticinco millones y no obraban contra los franceses realistas con sólo la guillotina y el cañón; a la par de las armas marchaban los instrumentos de persuasión: un diluvio de proclamas, de gacetas, escritores y oradores ocupaban la vanguardia de los ejércitos, llenaban las ciudades, villas y aldeas; los teatros en todas partes, sin fusiles y bayonetas, declamaban contra la tiranía y a favor de la revolución y el republicanismo, y sin efusión de sangre aumentaba el número de republicanos” (Roscio, 1984:148).

Dentro de este proceso de transformación, modernización y construcción social se entablaron una serie de esfuerzos conducentes al cultivo de la razón, manifestando su rechazo a la ignorancia. Los patricios se propusieron desplazar las viejas creencias, suplantándolas por las ideas filosóficas propias de la razón científica, las cuales se convertirían en la base de las instituciones político-sociales, para garantizar la libertad, la igualdad y la propiedad.
El  fin  del  absolutismo desembarcará en esta plataforma de ideas,   las cuales  sirvió de base a las aspiraciones del mantuanaje  criollo para conseguir la emancipación  del imperio español.  Los criollos utilizaron todas las herramientas posibles, en  primer  lugar, la  construcción  de  una  estructura jurídica  y la utilización de medios impresos como estrategia nada desdeñable en  la arquitectura del  nuevo poder. Más  tarde,  logrado los  objetivos de romper el nexo colonial con España y superada la época de la guerra independentista, se plantea la necesidad urgente de educar al pueblo antes que adoptar un sistema de gobierno. La educación se convertía en el vehículo por excelencia para la construcción de esa nueva estructura de  nación y  nacionalidad. Una nueva epistemología del pensamiento brotaba de las cabezas de  los intelectuales y líderes políticos. Afianzar la conciencia y  la  memoria histórica se convirtió, también, en una herramienta necesaria para perpetuar el recuerdo de los Héroes de la Guerra de  la Independencia. La   narrativa del  texto de  historia nacional, a  través de la  pedagogía en esta centuria, se convertía en un medio muy importante para el reconocimiento del proyecto político en marcha y, por lo tanto, los historiadores y la  elite política consideraban necesario, reconocer los esfuerzos de los hombres más destacados, que habían sentado las bases de dicho proyecto  de país.  De esta manera se construye una mitología patria a través de una épica del discurso de nación.
Simón Bolívar, el Libertador, demostraba en sus escritos la comprensión que tenía en tomo a la educación. Bolívar  entendía   este dispositivo como un medio eficaz para superar las desigualdades y elevar los niveles de conciencia social e  histórica. En el Discurso de Angostura (15 de agosto de 1819) pedía al Congreso que priorizara la educación para formar ciudadanos, hombres y mujeres libres, sin la sujeción de la ignorancia y el dogma por los que España había dominado el Nuevo Mundo.
Argumentaba – el  Padre espiritual de la nación-, más que por las armas, por un  nuevo  hombre y  una nueva mentalidad  nacional  a fin de convertir el vasallo monárquico en un ciudadano Republicano. Afirmaba que debían sustituirse los valores divulgados por el absolutismo por valores de libertad, de la igualdad,  propiedad y  seguridad[5].  Apuntaba que  si en la colonia se formaba para ser vasallos y defender al monarca, en la república  el nuevo sujeto se formaría  para la autonomía política con la colaboración de las ciencias y técnicas liberales; por lo que la primera se fundamenta en la fe y el dogma medieval del derecho divino de los reyes y la segunda en la razón, con todas las consecuencias que una y otra cosa suponen en cuanto a los fines o  la  teleología: el uno tiene como referente a Dios y el otro al hombre.
En este sentido, Bolívar en su mensaje al Congreso de Angostura en 1819 refiriéndose a esa gran empresa de reconstrucción de una nueva mentalidad, dice lo siguiente: “Así Legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error y por incentivos nocivos ... la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso: moral y luces son los Polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades” (Bolívar, 1984:175).
En las manifestaciones discursivas de los sucesos del 19 de abril de 1810 y del 5 de julio de 1811, la educación - por lo menos en las declaraciones públicas más importantes-, se constituyó en base fundamental para la formación de  un  nuevo sujeto  histórico, bajo el establecimiento y los preceptos de la República liberal,  mediante una educación que auspiciara las categorías de independencia, libertad e igualdad. De modo que, en la letra y en la acción, se desplegaron iniciativas de diverso tenor para instituir y auspiciar la instrucción pública en  las distintas provincias de la república.
Tanto para el bando patriota como el bando realista la educación se convirtió en una estrategia de persuasión a la causa, pero progresivamente se fue consolidando como un vínculo esencial para el fortalecimiento de la República. Inspirado en las ideas de la Ilustración, la educación en contexto de la República naciente buscaba la formación de ciudadanos para el ejercicio de su condición: libre, crítico y respetuoso de las leyes”.

 En más  de  doscientos años de vida republicana el tema educativo siempre estuvo  presente en la gestión y la política pública del Estado, y en las iniciativas individuales y colectivas de los venezolanos y venezolanas que entienden que, frente a otras opciones sociales, la educación es un factor esencial en el desarrollo cultural, político y material del pueblo de Venezuela. Así, de la mano del liberalismo decimonónico había de desarrollarse la escuela en el tiempo de la República, del que por demás el pensamiento del Libertador es tributario, con su fe en la ciencia y la técnica como propiciadores de progreso y civilización.   Pero, dentro de ellas estaban las bases del  nacimiento del pensamiento bolivariano, filosofía endógena que marcaba a la  Patria en su memoria colectiva.  Sin  embargo, el proyecto educativo bolivariano encontró dificultades para implementar un  sistema extendido de enseñanza debido a   la  crisis económica la cual  vivía  la naciente nación que surgía.
Según el discurso histórico de principios del siglo XIX, sólo una elite (política, económica e intelectual) tenían la capacidad de procrear una república, unas  instituciones modernas y en fin, un orden social que significara, en primer lugar (por lo menos teóricamente), la reivindicación del pueblo venezolano a través de la libertad y la justicia y; en segundo lugar, la construcción de una sociedad "civilizada", que se acercara al progreso experimentando por otras naciones del mundo, colocándose casi siempre como ejemplo las Europeas. Esta elite a la  que nos  referimos fue la de los patricios liberales. Aquella en la que se formó el cuartorepublicanismo, el  periodo más largo de la  historia contemporánea de Venezuela, después de la separación de nuestro país de la Gran Colombia (1831)
De modo que las ideas educativas que surgieron al calor de esta concepción, tenían la responsabilidad en la formación de determinados valores, tales como, la moral, el sentido de  pertenencia  o arraigo nacional. También estos valores fueron acompañados por otras cosmogonías ontológicas como la libertad, la igualdad, la civilidad, la democracia, el trabajo productivo, entre otros aspectos filosóficos, que son propios de la cultura moderna occidental. Las ideas racionalistas de la Ilustración y  el liberalismo como dispositivos ideológicos, también, fomentaría nuestro valor histórico por excelencia: la identidad nacional. Pero, su orientación hacia la figura del héroe – como  mito o el hombre predominante- dejó poco espacio protagónico a las masas.  La escuela y el  mito son temas de reflexión más adelante: el culto al héroe estuvo íntimamente ligado o relacionado con la fundación de la república y con la conciencia histórica nacional.
Para  sentar las bases  de la nueva república  y desarrollar una nación era necesario, entre otras cosas, crear  una conciencia histórica. Un  factor clave para que el naciente sujeto se identificara con los procesos económicos, sociales y políticos  con  la nueva república, lo cual se habían adelantado con la lucha emancipadora. Pero, además, con los esfuerzos que la elite dirigente y gobernante estaban poniendo o pretendía poner en marcha. La escolarización de la población y el ordenamiento discursivo fueron los fundamentos ideológicos para construcción de una arquitectura jurídica que estableció los marcos legales, administrativos y pedagógicos dirigidos a orientar el funcionamiento de aquel incipiente sistema educativo, vinculado con el nacimiento del Estado  y la nación venezolana[6].
Tal como sucedió en la elite político-económica latinoamericana, Venezuela, tras haber adoptado el pensamiento ilustrado europeo, concibió también esa misma necesidad axiológica. Pero, guardando las diferencias históricas y culturales, dichas elites pusieron todo su empeño para presentar el proyecto político-independentista como el que convenía a  sus intereses como sociedad; pero, para ello tuvieron que imponerse no sólo al ejército español, sino a toda la cultura que se gestó durante el período colonial, con sus grupos sociales y étnicos. Tres repúblicas sucumbieron durante este proceso de construcción de Estado-nación.




[1] Uzcátegui Pacheco, Ramón Alexander (2010).Itinerario legal de la instrucción pública en el proceso de gestación de la República de Venezuela (1810-1830). Caracas: Revista Anales de la Universidad Metropolitana. Vol. 10, Nº 2; pp.141-167
[2] GUZMAN, CESAR A (1990). Algunos ideas precursoras de la educación venezolana. Caracas: Revista de Ciencias de la Educación. Universidad Católica Andrés Bello. Año 1 - Número 2
[3] Zuluaga Garcés, Olga Lucía (Segundo semestre 1996- primer semestre 1997). De la educación estamental a la educación como servicio público. Universidad de Antioquia Revista Educación y Pedagogía
[4] NUÑO, JUAN (1990). La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Caracas: Monte Ávila Editores, pp.125-132.
[5] Rincón Finol,  Imelda (Marzo, 2002). De una educación para la revolución hacia una revolución en la educación. Revista Utopía y Praxis Latinoamericana, año/vol. 7, número 016. Maracaibo: Universidad del Zulia, pp. 81-91
[6] ROJAS, REINALDO (2006, 17 de enero). Educación y nación: la formación del sistema escolar público  en Venezuela, primera mitad del  siglo XIX. Mérida ULA: Revista Heurística No.007,p.
martes, octubre 25, 2016

Fusilamiento de Manuel Piar

Felipe Hernández G

El patriota venezolano Manuel Carlos Piar nació en Willemstad, Curazao el 28 de abril de 1774. El año 1811 se unió a Miranda y continuó la lucha tras la capitulación de éste en 1812. En 1814 destituyó a Simón Bolívar y se convirtió en jefe del Ejército Libertador hasta que fue derrotado por Boves en Cumaná. Su ambición por el poder lo enfrentó a Bolívar, quien lo hizo fusilar el 16 de Octubre de 1817, en la Plaza de Angostura (hoy Ciudad Bolívar), luego que un Consejo de Guerra presidido por el almirante Luis Brión lo sentenció a la pena máxima por el delito de lesa patria, conspiración y deserción. Tenía apenas 43 años.

Jalones importantes de su trayectoria militar a favor de la independencia son las batallas libradas en El Morro de Valencia, Pantanero, Güiria, Maturín, Los Magueyes, Los Corocillos, Cumanacoa, Barcelona, Carúpano, El Juncal, Valle de la Pascua (25 de abril de 1814), Paso del Caura, Puga y finalmente la Batalla de San Félix.

Piar con la Guayana en sus manos y tan solo por vencer a las sitiadas Angostura y Guayana La Vieja, entregó a Bolívar el mando de sus tropas para que continuase la campaña, pero Bolívar lo relegó y la urdimbre de la intriga envolvió al vencedor de Chirica, viéndose obligado a separarse del Ejército. No obstante, ya separado, los rumores sobre la inconformidad de Piar y sus presuntos manejos conspirativos llegaron por vía de José Francisco Bermúdez a los oídos del Libertador, quien envió a Manuel Cedeño por su captura en Aragua de Maturín. Más tarde el General Carlos Soublette recibió orden de instruir el proceso “por los crímenes de insubordinados a la autoridad suprema, de conspirar contra el orden y tranquilidad pública, de sedicioso y últimamente de desertor”.
El 14 de octubre de 1817 se iniciaron las diligencias y una vez dictado el auto de proceder, Bolívar nombró el Consejo de Guerra presidido por el almirante Luis Brión... Como fiscal actuó Carlos Soublette y defensor el teniente coronel Fernando Galindo. El 15 de octubre el Consejo lo condenó por unanimidad a ser pasado por las armas y Bolívar confirmó la sentencia sin degradación. Llevado al patíbulo, Piar oyó con desprecio la sentencia. Por dos veces se arrebató con violencia el pañuelo con el que quisieron taparle los ojos y finalmente cuando el pelotón recibió la orden de disparar se abrió la esclavina y gritó: ¡Viva la Patria! Como intentando ahogar con aquella exclamación el ruido implacable de la descarga. El cadáver de Piar fue sepultado en el cementerio El Cardonal de Angostura. Jamás se supo de sus restos.

El 17 de octubre de 1817, Simón Bolívar, jefe supremo de la República de Venezuela, dirige una proclama a los soldados del Ejército Libertador explicando el proceso y ejecución de la sentencia de muerte contra el General, Manuel Piar. “¡Soldados! Ayer ha sido un día de dolor para mi corazón. El General Piar fue ejecutado por sus crímenes de lesa patria, conspiración y deserción. Un tribunal justo y legal ha pronunciado la sentencia contra aquel desgraciado ciudadano, que embriagado con los favores de la fortuna, y por saciar su ambición pretendió sepultar la patria entre sus ruinas. El general Piar a la verdad, había hecho servicios importantes a la República y aunque el curso de su conducta había sido siempre el de un faccioso, sus servicios fueron pródigamente recompensados por el Gobierno de Venezuela...”.

En 1828, en Bucaramanga, Bolívar volvió a justificar el fusilamiento expresando: “La muerte de Piar fue una necesidad política. Fue un golpe de estado que aterró a los rebeldes y aseguró mi autoridad. Nunca ha habido una muerte más útil, más política”, Eso dijo Bolívar.

*Cronista Oficial del Municipio Leonardo Infante
felipehernandez457@yahoo.com
miércoles, octubre 19, 2016
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