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MILITARISMO Y TRAGEDIA

Rafael Arráiz Lucca
rafaelarraiz@hotmail.com

Me ha conmovido hondamente la imagen de miles de monjes budistas protestando en las calles de Rangún. Se enfrentan pacíficamente contra la dictadura militar que azota Birmania desde que desconoció los resultados electorales de 1990, cuando el partido de Aung San Suu Kyi ganó los comicios. Esta mujer, que permanece en arresto domiciliario desde 1996, es Premio Nóbel de la Paz e hija del héroe de la independencia birmana, ocurrida en 1948, cuando el Imperio Británico hizo maletas y abandonó aquellas tierras. La cadena de calamidades que ha sufrido este país de 60 millones de habitantes estremece hasta al más desaprensivo.

Al régimen comunista del general U Nu, establecido en 1949, le sucedió otro comandado por el general Ne Win, en 1962. Este hizo redactar una Constitución en 1974, en ella se establecía una “República Socialista” dentro de la que fue electo presidente en el mismo año, y reelegido en 1978, hasta que dimitió en 1981, cuando le sucedió otro general, llama do SanYun. En 1988 hubo una revuelta social enorme, solicitando democracia, pero la respuesta fue otro gobierno militar encabezado por el general Saw Maung. A este último se le ocurrió cambiar el nombre de Birmania, que ahora se denomina Unión de Myanmar, pero naturalmente la mayoría desconoce el cambio. Forzado por los hechos, se convocó a elecciones en 1990, las que ganó el partido de la señora Suu Kyi, la Liga Nacional por la Democracia, pero ya señalamos que fueron desconocidas.

La triste relación anterior se acompaña de todos los disparates posibles en materia económica, tantos que la pobreza campea a sus anchas en esta “República Socialista” que produce arroz, y devasta centenares de hectáreas de bosques en procura de teca. En medio de tantas calamidades, fruto de la ignorancia y la estupidez de una casta militar corrupta, los monjes budistas con sus túnicas moradas se enfrentan a un régimen que viola los derechos humanos de manera sistemática, que en 1988 asesinó a cerca de 10.000 personas que se le oponían, que se le ha denunciado por torturas y esclavitud y que hasta la ONU, que es lenta y prudente para pronunciarse, ha aceptado los señalamientos.

Estremece pensar que en la raíz de estas protestas está la desesperación de un pueblo sin futuro, cuyo único horizonte es permanecer en manos de estos militares sanguinarios, que no le ofrecen otra cosa a los birmanos que sangre, vio- ladones, pobreza y de manera indefinida. En pocas palabras: sin esperanzas. Es por ello que la campaña de los monjes budistas a favor de la democracia es conmovedora, tanto como ha sido la resistencia del budismo tibetano a los desmanes, el irrespeto y las arbitrariedades cometidas por China en la tierra del Dalai Lama.

La fuerza de las imágenes de los miles de monjes en las calles de Rangún, enfrenta dos ala bota militar; la prédica planetaria de paz y compasión por parte del Dalai Lama, mientras su país es ocupado desde hace medio siglo, vienen sembrando en el inundo occidental un interés particular por el budismo. En lo personal, la simpatía por esta cultura milenaria es ya acendrada, y nació a la luz de un libro del viejo Borges en colaboración con Alicia Jurado sobre el budismo, y se robusteció con una joya que siempre recomiendo fervorosamente: El libro tibetano de la vida y la muerte, de Sogyal Rinpoché. Desde entonces, el río de lecturas de budismo tibetano no cesa, y mi admiración por una cultura que no hace apostolado, que no se cree dueña de la verdad, que no invoca la autoridad de unas escrituras sagradas, es cada día mayor.