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EL ÚLTIMO BOHEMIO

Tuve la oportunidad de compartir con Adriano González León en mi época de estudiante, precisamente en los pasillos de la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Quizás una vez lo busque para fuese mi tutor, desesperado por presentar mi tesis de grado. No pudo, estaba ocupado y ya había adquirido responsabilidad con otros alumnos. Lo cierto de la anécdota es que don Adriano, aunque no fue mi profesor, fue uno de esos seres extraños, de una generación de bohemios y románticos que contó nuestra escuela, junto con nuestro querido amigo el poeta Argenis Daza. Sí, don Adriano González León, de pluma nostálgica y de la crónica menuda, deja un vacío en las letras nacionales. Nosotros que también amamos la literatura, el lenguaje de las palabras, sentimos tristeza. El pasado sábado se fue para no volver, mientras leía la prensa en el restaurante Amazonia Grill, al que se había vuelto habitué en los últimos tiempos.


En homenaje transcribo fragmentos de una entrevista publicada en Espéculo, por María Luisa Páramo (1998).

- Algunos críticos han definido su literatura como formalista, ¿está usted corroborándolo?
- No se trata de formalismo, es que el idioma es por sí sólo un contenido, es una anécdota y una verdad. Cada palabra cuenta y puede contar por sí sola una historia, si el lector tiene imaginación. Las palabras están llenas de emociones, de paisajes y de vidas interiores que el lector puede construir. Esto es lo que pretendo mostrar en mi último trabajo, en el que el personaje prácticamente es la palabra junto con la luz.
- ¿Palabra y luz?
- Sí, palabra y luz, porque en este relato tengo como punto de partida la figura de un pintor que trabajó extraordinariamente con la luz del Caribe y , en su continuo combate por conseguir un proceso de síntesis, llegó a reducir los cuadros solamente al blanco. A mí me impresionó esta idea y he tratado de reconstruir la perspectiva del pintor, añadiéndole todo lo que me ha hecho imaginar esta figura, para escribir con ello un relato largo que va a sorprender a mucha gente. No es una novela con intriga, no se podrá llevar al cine ni a la televisión para satisfacer el gusto mediocre, a pesar de que esté hecha fundamentalmente de imágenes.
- Aparente paradoja.
- El lenguaje puro de la imagen no tiene cabida en la industria porque no es comercial: el mar batiendo, las palmeras que se mueven, aquellas muñecas de trapo que el pintor utilizaba como modelos no son formas reconocibles y fáciles, se mueven más bien en la abstracción. Yo me sentiría perfectamente instalado en estos cauces de expresión, si llegara un día en que pudiera darse en los medios audiovisuales la misma batalla que a principios de siglo dieron los pintores abstractos o gran parte de los pintores surrealistas, que eran excesivamente imaginativos y distorsionaban la realidad, o mostraban una que estaba más allá de la de todos los días.
- ¿Será una novela este nuevo texto?
- Será un relato largo difícil de etiquetar, al que de momento le he encontrado el título de Viento blanco. Las cosas pasan con gran rapidez y son blancas.
- La plástica forma parte de su mundo, tan plagado de imágenes. En los libros, sus palabras aparecen acompañadas de ilustraciones notables, dibujos, acuarelas, serigrafías. ¿También son importantes para usted los sonidos?
- Muy importantes. Las palabras y sus uniones son válidas en la medida en que crean una eufonía. Mi único prejuicio con respecto a modismos tomados de otros idiomas es precisamente éste. En las páginas de internet y en la nomenclatura informática general encontramos términos como "accesar" o "formatear", que me parecen horrorosos; sin embargo, encuentro bello eufónicamente "escanear", porque me sugiere "esquilar", y entonces la palabra adquiere para mí una categoría poética superior. En este sentido, creo que el problema no es que una palabra sea correcta o no, es que sea o no bella, y esto los académicos lo deberían tener en consideración.
- ¿Y los olores?
- En País portátil la ciudad huele a gasolina y a fruta fermentada; el mundo rural huele a vejez, a antigüedad. Las mujeres parientes del personaje huelen a alcanfor, a remedios, a santos y a velas quemadas. Por cierto, recuerdo como uno de los juicios más lindos sobre la novela el de mi hermana, que me dijo cuando iba por la mitad del libro que por fin había encontrado una mujer que oliera bien, Delia, porque yo digo allí que está "enmandarinada". Tiene una enorme dificultad plantearse cómo hacer sonoros los olores y visibles las esencias. La pintura puede sugerir los olores, pero en el cine, la televisión y la radio es mucho más difícil; las escenas campestres de los pintores flamencos huelen, las vírgenes y los cazadores de los renacentistas también huelen, pero las películas no.
- Hueso de mis huesos es, "oficialmente", su primer libro de poemas, pero ¿no resulta esta clasificación en el contexto de su obra, cuando menos, discutible?
- Se trata de un texto orgánico, de organización poemática, teñido de imágenes y metáforas, y en el que curiosamente la narrativa y la dramática influyen bastante, porque tiene unidad, porque en él utilizo el artificio de los actos para organizar parte de la estructura, cinco actos como una tragedia, y porque además tiene anécdota. De pronto un hombre está observando la ciudad desde una ventana, absorbiéndola, captándola. Él parte de la observación de la ciudad-madre, Caracas, pero se le juntan todas las ciudades de su experiencia y su imaginación, de su propia historia.
- Las ciudades colaboran en la estructura de la obra y muy relacionadas con ellas aparecen las mujeres. ¿Pero aquí las mujeres son algo más?
- Personajes de ficción, personajes de la mitología como la diosa Ishtar, Dulcinea, Ofelia o Isolda, van conformando lo que podríamos llamar el núcleo femenino por excelencia, que es lo que yo trato de alcanzar aquí. Pero también hay mujeres de carne y hueso, que transcurren por Buenos Aires o por el propio museo del Prado, transformadas mediante la idealización; nacen en la realidad , pero en la memoria esa realidad se agiliza, se magnifica, se convierte en homenaje, se hace carne y se hace hueso. Siempre he pensado que hay un elemento universal en el trasfondo femenino que va más allá de la "compañera" que Dios da a Adán. Coatlicue, por ejemplo, representa a la madre tierra en la mitología azteca, es la engendradora, la que contiene todas las verdades de la existencia, y lo mismo ocurre en otras mitologías, griega, latina, púnica. Esta presencia de lo que yo llamaría lo femenino inmortal es la que quise plasmar en mi libro, pero a través de una experiencia absolutamente humana: "Por eso obedecí a tu voz y omití el ángel. Me tendiste tus brazos desde el árbol. Yo me sentía el primer caballero y no podía desairarte. Ese cambio de cortesías quebrantó las ordenanzas, pero nos hizo conocer el bien y el mal. Ni ángeles, ni demonios, ni dioses, nos volvimos humanos… Y comenzamos a comernos la tierra con amor". ¡Poder levantar la condición de uno!
- ¿Y las rosas, qué encierran las múltiples y diversas rosas del texto?
- Las rosas son el elemento menos trágico. Pueden comunicar olores, pueden dar la sensación de primavera, de jardín, y sobre todo son la ternura, la infancia. Son capaces, además, de trasponer cada uno de los colores y las texturas de la realidad y de la imaginación: rosa frágil, rosa de plata. Las rosas introducen frescura en la tragedia, tamizan lo sensitivo.
- "Hueso de mis huesos" es una frase con la que Adán se refiere a Eva, pero también la llama "carne de mi carne". ¿Por qué esa elección para el título?
- Primero, por una cuestión de eufonía y, segundo, porque los huesos son más perdurables y son la estructura que sujeta esa carne que es perecedera en la tradición cristiana. Un milagro de la arqueología podría hacer que se encontraran los huesos de Adán y de Eva, pero no sus corazones.