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UN PASEO POR LAS CASAS MUERTAS

De niño, cuando viajabamos cada mes de julio al hato de papá bordeabamos el pueblo de Ortíz, que era un punto obligado en la ruta a la propiedad. Invariablemente me asomaba por la ventana del "Opel" que conducía mamá y me asombraba al ver aquellas altas, blancas y sólidas caserones coloniales de techos y muros derruidos y no podía entender como alguien pudo abandonar y entregar al basurero de la destrucción lo que a todas vistas habia sido y seguia siendo pese a su postración una verdadera joya arquitectonica sin par. ..............................................................................................................................................
Por Daniel R Scott* Cada vez que leo "Casas Muertas" de Miguel Otero Silva las impresiones que recibo son inagotables y muy hondas. Es una obra que no aburre, que no cansa, a la que siempre se le descubre la novedad, todo depende de tus estados de ánimo o inquietudes intelectuales a la hora de leerla: te indignas viendo el ignominioso camino de Palenque, arrastras los pies en el cortejo funebre que lleva a Sebastian al cementerio, me maravilla el extinto esplendor de "la Rosa de los Llanos", me asusto en las noches sin luna con los relatos de Hermelinda y el señor Cartaya o, simplemente, para no extender la lista de impresiones, me solazo en la bella prosa y en la técnica narrativa del autor, quien además obtuvo por sus lides periodisticas el "Premio Nacional de Periodismo".
Dice la contraportada del nuevo formato de la obra que llegó a mis manos (y que incluye tambien "Oficina No 1") que la novela "traza un crudo relato del deterioro de Ortiz, un pueblo de los llanos venezolanos que va quedando en el olvido a consecuencia de las guerras civiles, las enfermedades y el descuido del gobierno de la época". En otra parte que no recuerdo pude leer: "El paludismo fue endémico en este sector durante muchos años, originando la decadencia de la localidad que en tiempos coloniales habia alcanzado notables desarrollo; lo atestiguan las antiguas casas que aun se sostienen".
"Las antiguas casas que aun se sostienen". De niño, cuando viajabamos cada mes de julio al hato de papá bordeabamos el pueblo de Ortíz, que era un punto obligado en la ruta a la propiedad. Invariablemente me asomaba por la ventana del "Opel" que conducía mamá y me asombraba al ver aquellas altas, blancas y sólidas caserones coloniales de techos y muros derruidos y no podía entender como alguien pudo abandonar y entregar al basurero de la destrucción lo que a todas vistas habia sido y seguia siendo pese a su postración una verdadera joya arquitectonica sin par. Nadie me explicaba lo que yo queria saber: ¿como un pueblo tan hermoso, como venido cual fantasma de una época dorada, habia sido entregado al silencio, la desolación y la ruina? Yo queria saberlo pero nadie me lo explicaba...
"Las antiguas casas que aun se sostienen". En agosto de 2006 viaje con mi esposa al pueblo de Ortíz. Visitamos a una amiga que vivia por los lados de la manga de coleo. Luego de los saludos, del como estas, del "¿podrías darme un vaso de agua por favor?" las dejé hablando sus cosas de mujeres y me escabullí del lugar armado de una camara fotográfica para recorrer las calles, a ver que podía capturar y darle cadena perpetua con la lente. "No veras mucho" advirtió mi amiga. "Todo se ha derrumbado o lo han derribado". No tuve que andar mucho para comprobarlo. Sin embargo la nostalgia por los tiempos no vividos me llevó a tomarle fotos a algunos escombros que aun mantenian su dignidad señorial y al cementerio colonial donde reposan, reposaban o intentan reposar muertos anónimos bajo lápidas anónimas, sin ningún tipo de nombre o identificación. Quiso la fatalidad ensañarse contra este lugar y pasar con la fuerza destructiva de un tornado, borrando todo rastro de identidad.
Recuerdo la historia de los jóvenes de un colegio cercano que se les ocurrió la perversa idea de profanar una de estas tumbas, las que parecen gavetas selladas. Cuando al fin, tras golpear y golpear con una piedra, lograron abrir un boquete lo suficientemente grande como para que entraran la luz y las miradas curiosas de los muchachos, vieron el esqueleto intacto y limpio de una mujer. Su cabellera, abundante y larga, habia sido primorosamente arreglada en las formas de dos trenzas que reposaban sobre su pecho en haciendo una X. perfecta. Llevaba encima algunos ornamentos de oro. Sin duda se trataba de alguien importante, dijeran los arqueologos de la "National Geographic". Los jovenes, temerosos, no quisieron ver más y se marcharon del lugar con la convicción tardía de que habían cometido un sacrilegio, dejandole a otros con menos escrúpulos las ganancias de su hallazgo, pero en lo único que yo pienso desde que supe la historieta es en la mano tierna y solícita que le arreglo prolijamente el cabello a esta mujer indudablemente hermosa que acababa de exhalar el último suspiro victima del paludismo, de la perniciosa o la hematuria. O quizá murió en la edad de oro del pueblo.
Entre foto y foto no pude menos que preguntar: ¿Cual el nombre de esta joven o matrona distinguida? ¿Sus sueños, sus ambiciones? ¿Y cual el nombre de las manos que la acicalaron con ternura para su último viaje? Quizá fue su madre, o la hermana, y quien sabe si su marido. ¿Que sintió cuando le obsequiaron las joyas que se llevó consigo a las sombras del sepulcro? Al ver con ojos hermosos saturados de los ocasos y los amaneceres del llano el áureo brillo del collar y del brazalete le diria a su esposo: "Oh gracias amor!". O la historia es otra y ella habrá dicho más de una vez a las distinguidas damas de una próspera Ortiz: "Estos ornamentos los heredé de mi madre y ésta a su vez las heredó de mi abuela". O sería la esposa de Pedro Loreto, amante también de Juan Ramón Rondón. Pero son conjeturas, la historia de la mujer se perdió. ¡Cuantas historias ocultas para siempre, confundidas como simple abono en el polvo de esta necróplis! Al terminar la sesión de fotos no podía menos que sobrecogerme pensando que los personajes y héroes de los relatos de Hermelinda y del señor Cartaya están sepultados en este "viejo y lujoso camposanto cuyos altivos túmulos abandonados podían verse aún, asomados entre cujíes y chaparrales" (Miguel Otero Silva) "Las antiguas casas que aun se sostienen". Regresamos ya al atardecer. Una punzada en el alma, la nostalgia dejando caer una lagrima en el silencio, las endechas de una tristeza resignada. ¿Cuantas Republicas nos han hecho llevar a cuestas como una cruz? Y todavía hoy seguimos "refundando" Republicas. Muy bien, pero...¿Qué pasó con la memoria histórica de nuestro pueblo? ¿Cuales las iniciativas para preservar el patrimonio arquitectónico de Ortíz y de todo el país? Un pueblo fue inmortalizado por la pluma maestra de un Miguel Otero Silva y aun eso no basta para que el gobierno, los gobiernos o como ellos quieran llamarse se tomen en serio no su restauración parcial sino total.
Desgraciadamente desde 1830 hasta este nuestro 2008 el único patrimonio que se ha logrado rescatar y restaurar son las ansias de poder político, el mesianismo ramplón, el culto a la personalidad y una especie de estupidez criolla.
26 de Febrero de 2008
............................................................................. *Escritor y bibliotecario

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