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CANÍCULA DE MARZO

Pero no Paurario, no pierdas tu tiempo, nadie te oye ni se interesa por ti: el ojo fisico, desprovisto de alma, está contaminado con el tráfico cotidiano, con la basura de las calles y con los grafitos políticos de las paredes orinadas con los orines del borracho y manchadas con los monóxidos de mil carros que circulan y circulan.
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Por Daniel R Scott Camino cuesta arriba la calle Páez con el peso del sol de marzo agobiando mis espaldas y haciendo perezoso mi andar. Son las dos de la tarde y ya hace rato que entró el período de sequía con su implacable rigor, y el calor sofocante propio del tercer mes del año te cae encima con el peso y el color del plomo. ¡Derrumbe sofocante, vapor de fuego invisible! Quito con desgano del camino los escombros del sopor y de la reverberación de estas horas irritantes e intransitables para cualquier peatón que goce de buen juicio. El paisaje, triturado y vuelto a triturar por el sol, tiene el color y los olores de la paja quemada. En este escenario de aridez se asoma ocasionalmente la áurea y comprensiva sonrisa de la flor de araguaney, que alegra la vista del que sabe mirar. En días como estos son muchos los que se enemistan o se enojan con el buen amigo trópico, y algún que otro mentecato como yo se pregunta encandilado: "¿Cómo será a estas horas el clima de Suecia o de Finlandia?". No tan caluroso, sin duda alguna, pero no por ello más benigno: muchos de los soldados rusos que cruzaron la frontera de Finlandia en el invierno de ¿1939? murieron congelados por las heladas embestidas del clima. Se podían ver tirados de cualquier modo a lo largo de los caminos (parados, sentados, acostados). Tenían la expresión de los que duermen profundamente, con sus cuerpos sus rifles y sus uniformes cubiertos de una espesa escarcha o rocío de hielo que les daba la apariencia de haber salido de algún gigantesco frigorífico industrial. Pero aquí en el trópico los cerros arden con intensas y enloquecidas llamaradas que se agitan girando hacia todos lados, exhalando el oscuro humo de su ira, llevándose el fuego en su visita anual varios pinos, otro roble más, el ecaliptus de más allá. Incendios forestales que cobran sus victimas a la flora y que le dejan al pecho y a las espaldas de los cerros negras y dolorosas quemaduras que sólo los bálsamos de las primeras lluvias de mayo serán capaces de hacer cicatrizar y devolverles el verde de una nueva piel vegetal. Detuve mis pasos frente a una especie de pequeño y anacrónico mercado libre desarmable, en el cruce de la calle Páez con la "Av. Miranda Vieja", compré queso y huevos y regresé nuevamente a mi casa de las orillas del río, esta vez caminando cuesta abajo. Como siempre, veo de nuevo al viejo y querido dios de piedra, al amigo Paurario, quien en esta ocasión no me muestra el majestuoso, fresco y enigmático porte de los períodos pluviosos. Parece más bien una anónima formación rocosa sacada del horno ardiente de alguna divinidad maligna o las ruinas calcinadas de alguna catedral alemana tras un feroz bombardeo aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Da pena verlo así: sin ocultar ni disimular su condición, señalándole impasible a todos sus quemaduras, y como preguntando a todos: "¿Por qué me atacan con tanta saña? Soy inocente, a nadie le hago daño; antes bien corono el paisaje del terruño con el oro de la hermosura y saturo a los ojos de todos con la visión sublime de lo majestuoso". Pero no Paurario, no pierdas tu tiempo, nadie te oye ni se interesa por ti: el ojo fisico, desprovisto de alma, está contaminado con el tráfico cotidiano, con la basura de las calles y con los grafitos políticos de las paredes orinadas con los orines del borracho y manchadas con los monóxidos de mil carros que circulan y circulan. El ojo poeta y sensible lo pinchó la modernidad, vaciándolo del todo, dejándolo ciego, inútil, sin una razón para mirar. Pero Paurario, aún así, ¡canta! Mantén intacta tu fe, muy viva tu esperanza: ya vendrá Mayo destilando su lluviosa sanidad desde los cielos preñados de grises y al poco tiempo sanarás de tus heridas y te vestirás con el manto verde que solo la generosidad de la madre naturaleza es capaz de dar. Entonces, con ese manto real tejido con hilo vegetal, seguirás reinando por siempre en la San Juan de los Morros que guardo en mi corazón. Martes 11 de Marzo de 2008

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