Crónicas para los pascuenses de antier, ayer y siempre.

Nosotros, sí es verdad que disfrutamos, aprovechamos lo que en el idioma ingles llaman confort y en italiano dolce vita, nuestra generación que ahora está entrando al bullpen para enfrentarnos con la muerte, ha sido la más privilegiada de la historia de la humanidad, nunca cargamos agua en la cabeza, ni cortamos leña, ni salimos a tientas de noche para el escusado de hoyo, mucho menos soplamos candela ni viajamos a caballo o a pie. 



Por Franklin Santaella Isaac
Si nuestros padres dieron un salto como ninguna generación anterior pudo darlo en el orbe; pasando del fogón de leña a las cocinas a gas (después de un breve tránsito por el kerosene); de las lámparas de carburo al alumbrado público; de la plancha de brasa a la eléctrica; de los barriles de madera al acueducto urbano, del empedrado al macadán y el asfalto, del burro y el caballo al automóvil; de la totuma a la regadera; del corre ve y dile al teléfono, y el telégrafo; del posta al correo; de las tertulias y teatro domestico al televisor y el cine, del cuatrico chinchorrero al disco de acetato. Si dejaron de pilar maíz para luego sancochar y amasar la arepa, asándola en un budare, a la vertiginosa, y ahora escurridiza, harina pre cocida, sin que hablemos de la quinina, el permanganato de potasio, el éter, las píldoras del Carmen, el jarabe de escorzonera y la fregoza.

Nosotros, sí es verdad que disfrutamos, aprovechamos lo que en el idioma ingles llaman confort y en italiano dolce vita, nuestra generación que ahora está entrando al bullpen para enfrentarnos con la muerte, ha sido la más privilegiada de la historia de la humanidad, nunca cargamos agua en la cabeza, ni cortamos leña, ni salimos a tientas de noche para el escusado de hoyo, mucho menos soplamos candela ni viajamos a caballo o a pie. Con la añadidura de que disfrutamos también de lo bueno del pasado inmediato, nuestro pueblo bucólico, con sus casas solariegas y sus patios sembrados de guayabas, granados, ciruelas, pomarrosas, mamones, lechosas y tantos otros, donde nos disputábamos con los azulejos, turpiales, cristofué los dulzores de sus frutos. ¡Quien no probó las empanadas de Rafaela Santos!, ni picó troya con un marcialero, o elevó al firmamento los policromados papagayos provistos de largas colas de retazos, (algunas veces con hojillas para cortar el hilo de los contrincantes del barrio vecino). Quien no recuerda las pegas a la salida de clases, los gladiadores favoritos: El Chato Morales, Pinto, Imachi que retaban o eran retados a diario y se batían en duelo limpio, donde era pecado utilizar armas incluyendo palos piedras o tierrita en los ojos del contendor, en esas justas nunca se le pegaba al rendido o al caído; las caimaneras con pelotas de trapo, los desafíos de metras donde además de la habilidad para lanzar la canica se requería la rapidez mental para pedir o barajar jugadas: …Pido saque, barajo uñita. Los portones abiertos hasta las nueve de la noche, las siestas del mediodía, las calles desiertas y el silencio a veces interrumpido por el pregón del muchacho, pantalón corto, que ofrecía suspiro, torta y bizcochuelo con su cantico melancólico y su azafate al hombro.

Cuanto influyó en nosotros el cine Manapire y sus series en vermut y matiné, muchos quedaron para toda la vida con los remoquetes inspirados en aquellos personajes del celuloide: Mauricio Rosales (a) El Rayo, Capulina, Pecos Bill, Jalisco, Pichirilo, Bamby. Los más añosos recordaran la venida de Pedro Infante en 1949. ¿Quién no escuchó los parlantes de cine Paraíso con las rancheras de Jorge Negrete y los tangos de Carlos Gardel y Libertad Lamarque? ¿A quién no fascinó el advenimiento de la televisión con su de coaxial de escalerita y los programas, el Show de las doce presentando artistas nacionales e internacionales. ¿Quién no disfrutó viéndole las pantaletas a las bailarinas de Yolanda Moreno en el retablo de Maravillas?.

Como disfrutamos las calles recién pavimentadas vedadas al paso de vehículos mientras fraguaba, (cuestión de meses), las excursiones a la laguna del pueblo a bañarnos y visitar a María Casquito en las bicicletas que Toledo nos arrendaba a bolívar la hora.
Luego la juventud que pudo tener carro o lo robaba al papá, donde nos apiñábamos, sin discriminaciones de ninguna naturaleza, para asistir a los encuentros deportivos o a las terneras en las fincas aledañas, o en las noches, a jugar bolas en los botiquines de la periferia, poult y billar en los centros como el Deportista, el Tony Club o a dar serenatas en las ventanas de la chica que nos quitaba la calma, para terminar la jornada en la parrilla de Cunaguaro o la arepera de Ponce o del mastranto y una que estuvo en la esquina de la Paraíso con Atarraya, frente a la farmacia de Goyo Goyo.

Las muchachas, por su parte, tenían menos radio de acción, organizaban los picoteos, con long play de Andy Willian, Elvis Presley, Henry Stephen (Limonero), el Trio Venezuela (Magia Blanca); Los Naipes (Era Ella) y las fiestas de los locos en Rancho Criollo y El Palacio Rojo.
Escuchaban, en sus tocadiscos Zenit los discos R.C.A Víctor, a Los Panchos, Las Cuatro Monedas, Chucho Avellanet (Jamás te Olvidaré), Leonardo Fabio (Hoy Corté una Flor, Ella Ya Me Olvidó).

Estrenaban los domingos e iban a lucir los estrenos en la misa, asistían a las patinatas para echarse ojitos con la conquista y comer arepitas dulces abombadas con queso rallado por encima, aceptaban las invitaciones del cucarachón al cine o a pasear por las veinte calles del pueblo en compañía de chaperonas o chaperones, por lo general, la tía vieja o el hermanito menor más celoso quel carajo. Algunas formaban parte de los equipos de boli ball y por supuesto Reinaban en todos los eventos. Los padres se ocupaban más de ellas daban en su honor las fiestas de quince años, algunas con La Billos o Los Melodicos, organizaban los paseos a la playa o a los hatos en carnavales y semana santa.

Después vino la diáspora, hembras y varones marchamos a Caracas y otras ciudades para asistir a la universidad o buscar oportunidades, muchas familias se mudaban enteras para acompañar a las muchachas en esa etapa, los machos parábamos en casa de un pariente o en una pensión, nuestra generación dio muchos profesionales y profesionalas, militares, empresarios, políticos, músicos, artistas, literatos, hombres y mujeres de negocios, banqueros, mesoneros, porteros como Ramón López, quien fue una de las víctimas en el bombardeo de Miraflores en 1958, mecánicos, estilistas, modistos, etcétera, que nos diseminamos por la patria y por el mundo cosechando éxitos y emprendiendo, a la vez, el mandato divino de procrearnos y perpetuar la especie.

Hoy nos reagrupamos una pequeña representación de esa cohorte, para recordar con alegría aquellos tiempos y disfrutar el más grande de los placeres de la vida: ¡El placer de vivir!

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