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El sendero de los odios

Una epístola del general Ignacio Andrade, presidente del Gran Estado Miranda (1894-1897), escribe al jefe Civil del Distrito Roscio, general Ramón Martínez Monasterios, demuestra cómo el gobierno vigilaba y controlaba a sus hombres y enemigos.

Por José Obswaldo Pérez


¿Cuál era los prolegómenos de la Venezuela en transición entre la elecciones de 1897 y la Revolución Liberadora? En ese contexto, ¿cómo se encontraba Ortiz? Veamos. Desde Villa de Cura, el 2 de abril de 1894, el general Ignacio Andrade, presidente del Gran Estado Miranda (1894-1897), escribe al jefe Civil del Distrito Roscio, general Ramón Martínez Monasterios, como “estimado amigo” exponiendo los pormenores para mantener la paz del gobierno presidencial del general Joaquín Crespo(1894-1898), surgido de la  Revolución Legalista como máximo líder del Partido Liberal y caudillo mayor del sistema político venezolano del siglo XIX ( Ruiz Chataing,2005;p.37).

La carta, desde el punto de vista interno, se puede encuadrar o categorizar en cuatro aspectos que recogen el momento histórico  del segundo gobierno de Crespo, a partir de las inferencias siguientes: a) la apertura política, b) el socavamiento de la paz, c) las ambiciones personales y d) el control y vigilancia sobre los revolucionarios o grupo de opositores.

Andrade recuenta, en un primer plano temático,  sobre los esfuerzos del general Crespo  “promoviendo en libertad los presos políticos, ya invitando  a lo que voluntariamente se ha ausentado de la patria, a que vuelvan a sus hogares a gozar de las dulces fruiciones de la familia y de las garantías que la Constitución les otorga, restituyéndose así la actividad ciudadana en el ejercicio de sus derechos…”

Sin embargo, el presidente del Gran Estado Miranda (Miranda, Aragua, Guárico y Nueva Esparta, unidos), advierte sobre los intereses de los enemigos del gobierno de querer socavar la paz, ya que siguen trabajando y preparándole al país “nuevos conflictos, nuevas lágrimas, y consumar, por último, la ruina de la riqueza publica tan quebrantada ya por un cumulo de circunstancias…”

El gobernante, en resguardo de su autoridad, apela a la fidelidad de su colaborador, para que las decisiones políticas que emanan del Ejecutivo se cumplan en función de mantener el poder:

“Tan obstinada actitud no es justificable en manera algún, pues se aparta del derecho político, para entrar, tal vez, en el mezquino sendero de los odios personales, lo cual no es aceptable por ningún hombre honrado”.

Así, el general Andrade nos asoma que estas apetencias de poder dentro de los liberales son muestras de las divisiones crespistas, guzmancistas y anticrespistas.

-Este cierto Ud.-dice Andrade-, la revolución sin bandera, sin caudillo popular, sin opinión, no puede existir sino en la cabeza de cuatro ambiciosos.

Esta correspondencia del general Andrade es fuente de primer orden para confirmar el estado político de esa Venezuela pretérita, donde la guerra era el camino político para dirimir las diferencias entre grupos de poder y opositores. Además, esta comunicación nos permite rastrear y  reconstruir la  relación que se da entre el gobernante y los Jefes Civiles distritales.

De modo que esta evidencia epistolar entre el jefe civil de Ortiz y el mandatario regional corrobora el control y la vigilancia sobre los enemigos del gobierno y, por lo tanto, las indicaciones que remite al general Martínez son más que elocuentes:

“Yo confio, pues, en que Ud., redoblara la vigilancia en ese distrito y que me mantendrá al corriente de todo lo que llegue a su noticia”.

 

Bibliografía consultada

RUIZ CHATAING, DAVID  (2005). Ignacio Andrade. Caracas: Biblioteca Biográfica Venezolana. El Nacional.

 

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