Los Vargas siguen aplastados por los Carujos de turno. Y la Historia Oficial profundiza el maquillaje de los denuestos de un Poder primitivo. Seguir glorificando la “Guerra a Muerte” (1813) es un ejercicio del absurdo, no obstante, esa manía por destruir y matar, quedó como una marca de hierro.

Ángel Lombardi Boscán

Si en tiempos de la Independencia (1749-1830) los ascensos militares se producían por el número de narices, orejas y cabezas fritas de los adversarios, no hay duda que en pleno siglo XXI hemos evolucionado. Ahora se condecora por eructos, empujones y básicamente por adulancia y sumisión.

Los Vargas siguen aplastados por los Carujos de turno. Y la Historia Oficial profundiza el maquillaje de los denuestos de un Poder primitivo. Seguir glorificando la “Guerra a Muerte” (1813) es un ejercicio del absurdo, no obstante, esa manía por destruir y matar, quedó como una marca de hierro.

Luego de 1830, los Libertadores devienen en caudillos y “gendarmes necesarios” que en alianza con los propietarios sobrevivientes hacen los que les da la gana. Todo el republicanismo constitucional terminó siendo una formalidad encubridora de prácticas caníbales desde una anarquía indómita. Pocos intelectuales han tenido el valor de estudiar nuestro pasado de una forma cruda como Salvador de la Plaza (1896-1970) o el mismo Arturo Uslar Pietri (1906-2001) con su admirable: “Las Lanzas Coloradas” (1931), nuestra gran novela de la Independencia.

Una muestra de lo que decimos es este testimonio sobrecogedor acerca de Vicencio Pérez Soto (1883-1955), fiel representante del “Cesarismo Democrático” gomecista, y para más señas, “ilustre” Gobernador del Estado Zulia (1926-1935), y según la crónica periodística palangrista, un gobernante “progresista” y amante de la cultura, ya que: “… le dio generoso impulso, llamando a colaborar a su lado a prestantes intelectuales del país”. (El Impulso, 1955, Nº 16.311).

“En las manos de Pérez Soto cae un prisionero. Pérez Soto revisa el estado Apure y persigue a unos revolucionarios; estos no tienen otro pecado que sublevarse a tanta ferocidad. Pues bien Pérez Soto mata al prisionero, le corta la cabeza y la oculta en un saco; luego, se dirige al hato del muerto. Llegado a él solicita a la señora y le pregunta si tiene horno, la pobre señora se desvive por atenderle. El temor la sugestiona, está embarazada y difícilmente puede sostenerse sobre sus piernas débiles. Calentado el horno (mientras Pérez Soto conversa con sus secuaces en el corredor de la casa; chistosa es su conversación, hablan de bailes y fiestas para su jefe), viene presurosa la señora a avisarlo. Entonces este criminal le dice que desea desayunarse, que le gusta mucho la carne asada, que busque en aquel saco una cabeza de ganado y la hornee, que mientras esto él espera. La señora abre el saco, la cabeza de ganado no existe. La señora cae muerta: entre sus manos crispadas agarra una cabeza de hombre. Un chico dice “papá”; era el esposo, era el padre que huía. Pérez Soto se ríe y muy contento vuelve a su caballo y sigue la marcha”. Salvador de la Plaza: (“Diario”).

Las reminiscencias con la actual realidad de una represión feroz contraria a los Derechos Humanos, ya podemos inferir, de dónde proviene.

@LOMBARDIBOSCAN

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