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La hipótesis de la ignorancia


Instituciones perversas existen y persisten porque es de interés de algunos conservarlas.


Por Fritz Thomas

Si las elites políticas tan solo supieran lo que hay que hacer, lo harían; esta es la hipótesis de la ignorancia. La idea tiene aún vigencia entre especialistas en desarrollo económico, expertos de organizaciones multilaterales y agencias de ayuda internacional. Un país no logra encauzarse en la ruta del desarrollo económico porque sus gobernantes, funcionarios y tecnócratas no saben, ignoran, cuáles son las políticas correctas capaces de producir la tan anhelada prosperidad general. Según esta línea de pensamiento, los países ricos alcanzan y mantienen la prosperidad porque sus líderes políticos saben lo que hay que hacer, conocen los secretos y adoptan las políticas económicas apropiadas. Lideres políticos en los países pobres, en cambio, desconocen estas fórmulas.

En décadas recientes, el viejo consenso de Washington sobre la potencia del consejo experto para producir políticas económicas correctas se ha movido más a una posición institucionalista, estructural. No basta con liberar el comercio exterior y privatizar empresas estatales, por ejemplo, si la institucionalidad subyacente retiene grandes obstáculos a la inversión, innovación y generación de dinamismo productivo. Sin embargo, ahora que el enfoque es institucional, la hipótesis de la ignorancia persiste; el problema es no saber cuáles son las instituciones correctas o cómo crearlas. Hay dos grandes problemas aquí. Uno es que para que las instituciones, las reglas del juego conducentes a la creación de prosperidad funcionen adecuadamente tienen que estar en cierta armonía con las creencias y valores de la población en una sociedad. El segundo es que instituciones perversas existen y persisten porque es del interés de fuerzas políticas y sistemas burocráticos mantenerlas de esa manera.

El primer problema es superable, ya que, en general, la gente cree en el derecho a lo propio, la justicia e igualdad ante la ley, el mérito del esfuerzo y la legítima aspiración a mejorar su condición propia. El segundo problema es más difícil, cuando la autoridad y el ejercicio de poder es fundamentalmente un aparato extractivo y la burocracia se acomoda sin someterse al juicio del consumidor o cuentadancia al usuario, la resistencia al cambio es formidable.

Las instituciones económicas son importantes para determinar la capacidad de crear prosperidad en el país, pero como señalan Acemoglu y Robinson (2012), son los políticos y las instituciones políticas las que determinan las instituciones económicas. Adoptar buenas políticas económicas es vital, pero insuficiente si el sistema en el que operan es ineficaz por diseño y corrupto en la práctica. El sistema político está capturado, se sirve a sí mismo, y eso se refleja en toda la institucionalidad.

La ignorancia, el desconocimiento de la arquitectura institucional y políticas que mejor puedan producir el estado de Derecho y bienestar económico, es un factor, como lo es el error, fenómeno ineludible de la acción humana. De otra forma no puede explicarse por qué actores con buenas intenciones acuerpan y promueven ideas y políticas viciadas, defectuosas. El acertijo consiste en cómo crear las reglas que potencian el natural impulso del interés propio, de forma tal que sirva al interés social; en sustitución de matrices de incentivos en los que los creadores y monitores de las reglas las usan para servirse.

Cambios necesarios en el sistema requieren sabiduría e ingeniería; un ingrediente esencial es auténtico liderazgo moral. La sociedad necesita percibir que este liderazgo hace no solo lo eficiente, sino, especialmente, lo bueno.

Fritz Thomas es Doctor en Economía por la Universidad Francisco Marroquín y profesor de la misma casa de estudios. Fue gerente de la Bolsa de Valores Nacional y de Maya Holdings y fundador del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN).

fritzmthomas@gmail.com

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