Millones de personas intentaron descifrar –durante varios días- lo que ocurría en la sala hospitalaria donde reposa Hugo Chávez, pues más que la robustez de un individuo, se define allí parte del derrotero de esta Isla y de todo un proyecto regional que implica a varias naciones. Tal tema trasciende así la gravedad de un tumor, dolencia lamentable y triste en cualquier individuo, para convertirse en una verdadera conmoción política. La cirugía practicada no ha hurgado solamente en la carne del inquilino de Miraflores, sino que se muestra como una herida a través de la cual se puede ver la flaqueza de su obra. En Venezuela, ahora mismo, el ajedrez político se ha desplegado y hasta se analiza la variante de la sucesión. También en la Plaza de la Revolución habanera las cavilaciones son intensas.
Para el gobierno cubano, la existencia saludable de Hugo Chávez se ha erigido como garantía para llevar las reformas económicas al ritmo y a la velocidad que no le hagan perder el control. Los 100 mil barriles de petróleo que llegan diariamente desde el país sudamericano sostienen el proceso de “perfeccionamiento” del sistema que impulsa Raúl Castro y le está permitiendo ganar tiempo frente al descontento ciudadano y la presión internacional. De ahí que cuidar a Chávez es preservar su asiento presidencial; perderlo, podría apresurar su propia caída. En las últimas semanas, la jerarquía isleña ha sentido nuevamente el vértigo del abismo en el que nos hundimos con el desmembramiento de la Unión Soviética, e intuye que no podrá sobrevivir a la pérdida de otro aliado poderoso. La vitalidad del caudillo certifica también el futuro de ellos, la debilidad de éste los hace perder sostén apresuradamente.
Presenciamos también una auténtica lección de la inconsistencia de los personalismos que ojalá haga repensar a quienes calcan la verticalidad de la estructura chavista. Sin el incendiario ponente de foros internacionales, sin el líder que lanzaba sus ataques verbales casi semanales, de pronto la región parece más ensimismada, más centrada. Es como si en un coro plural se hubiera apagado súbitamente la voz del barítono que no dejaba escuchar el tono de los otros. No obstante, no hay que descontar que vuelvan los discursos bajo el sol, las largas peroratas para demostrar que está enteramente restablecido, las horas frente a la cámara de su Aló Presidente para que lo vean rozagante. Hugo Chávez querrá meterse nuevamente en el papel de figura invencible, pero algo ha ocurrido irremediablemente para él. Algo que no previeron ni los opositores, ni los asesores cubanos que lo rodean, ni los exégetas que amplifican sus ideas. Algo relacionado con la quebradiza composición del ser humano, con un pequeño detalle de su anatomía que se negó a seguir secundándolo en tan pomposas campañas.
A Jorge le falta la certificación de nacimiento del abuelo canario para recibir su nueva nacionalidad en la Embajada española de La Habana. Solo a dos puertas de su casa, Evarista lleva tres años con los trámites varados mientras espera el acta matrimonial de sus ancestros maternos. El próximo agosto, Maritza -que vive encima de la bodega- partirá con sus dos hijos menores de 21 años a probar fortuna en Oviedo; abordará el avión con su nuevo pasaporte comunitario logrado a través de la llamada ley de nietos. Por todo el barrio la gente hurga en los cajones, busca las viejas fotos familiares, reconstruye un árbol genealógico que hasta ayer era solo pasatiempo de gente obsesionada con el abolengo. Los cubanos miran cada vez más hacia atrás y hacia afuera, desempolvan sus vínculos con la Península. No hay sitios más dinámicos y concurridos en este país que los consulados, ni posesión más preciada que un pariente que alguna vez habló con la zeta.
Somos una isla que se va, que escapa y ni los cantos de las tímidas reformas económicas logran dejarnos amarrados al mástil nacional. Cuando se cancela un camino de huida, la presión interna empuja para que aparezcan otros. Hace un par de años el derrotero pasaba por Ecuador; en aquel tiempo todavía no era necesario que contáramos con un visado para llegar hasta ese territorio sudamericano. Y allá se marcharon miles de compatriotas, de los cuales una parte logró saltar finalmente hacia suelo norteamericano. Otros siguen -aún hoy- atrapados entre su estatus ilegal en aquellas tierras y la imposibilidad de entrar nuevamente como residentes a su propio país. El sendero de la fuga pasó también a través de Rusia. Amigos y conocidos nos contaban que en breve volarían hacia Moscú, cuando bien sabíamos que no tenían a nadie por aquellos lares, ni real interés de quedarse a vivir en la que una vez también fue nuestra metrópoli. Y entonces apareció la ruta inversa de Cristóbal Colón, el turno de la tercera generación nacida en las tierras de ultramar, que retorna ahora a la patria de sus abuelos. La esquina que hacen las calles Cárcel y Zulueta, donde ondea la bandera rojiamarilla, se ha convertido en un sitio de peregrinación para quienes quieren partir. La fila de espera es inmensa, los custodios revisan todos los papeles antes de dejar pasar, el sol del mediodía caribeño no hace desistir a nadie.
Entre las grandes paradojas que marcan nuestra realidad, se destaca la de un discurso oficial sumamente nacionalista en contraposición con los extendidos sueños de emigrar que acaricia la mayoría de los cubanos. Una verdadera obsesión por partir recorre el país y no distingue edades ni filiación política. Hasta en las filas del Partido Comunista se han tomado medidas para detener la estampida, impidiéndole a sus militantes que comiencen los trámites de la nacionalidad española. El resultado no ha sido el esperado: muchos prefieren renunciar a su carné antes que esconder los papeles de la abuela gallega o del padre andaluz. El fracaso tiene así una forma clara de manifestarse en la emigración. A eso le llamamos "votar con los pies", es la peculiar forma de mostrar la inconformidad que hemos encontrado.
Mientras, el mar sigue siendo una opción. Las embarcaciones ya no son tan improvisadas como las que surcaron las aguas en 1994 durante la crisis de los balseros. Un GPS cuesta alrededor de 300 euros en el mercado informal y es la pieza clave para enrumbar proa hacia La Florida. En algunos parajes intrincados de la costa norte, siguen llegando las lanchas rápidas en las que los exiliados mandan a buscar a su familia. El riesgo es enorme para los tripulantes y los tripulados, pero cuando de irse se trata, pocos valoran el peligro. Se sabe de personas que han sido interceptadas -ya sea por los guardacostas norteamericanos o por los cubanos- al menos una docena de veces y no obstante siguen intentándolo. Es como si un potente imán tirara de ellos hacia fuera o, más acertadamente, como si una fuerza de repulsión los empujara desde adentro.
Quienes tienen hijos pequeños o le temen a los tiburones exploran nuevas sendas. Hacerse con la nacionalidad de otro país es una de ellas. Se les ve recorriendo los juzgados, los archivos, las oficinas que expenden certificaciones de nacimientos o actas matrimoniales. Hacen un periplo para el que deberán llevar buena dosis de constancia a prueba de todo tipo de tropiezos.
Pero no importa. Después, cuando todo el dossier del abuelo esté completado, irán a su cita en el consulado de la calle Zulueta. Callados, atentos, esperarán a las afueras del majestuoso edificio hasta que logren entrar. Son decenas, cientos, miles de solicitantes cada semana. Si se mira desde la acera de enfrente, desde el mismísimo Museo de la Revolución que está a solo unos metros, parece que estamos ante una producción continua. Entran a raudales por una puerta siendo cubanos y salen mostrando el documento que los reconoce ciudadanos de otro lugar. Hasta caminan diferente cuando dejan atrás la amplia verja, parecen más ligeros, menos nerviosos, más españoles.
Fidel Castro, expresidente de Cuba, en el Congreso
del Partido Comunista, La Habana, 19 de Abril del 2011.
Yoani Sánchez
Decir adiós puede lograrse apenas con una breve nota dejada sobre la mesa o con una llamada telefónica con la que nos despedimos definitivamente. En los preparativos para marcharse del país, el fin de una relación amorosa o de la vida misma, hay gente que pretende dejar amarrados los más pequeños detalles, trazados esos límites que obligarán a quienes se quedan a seguir su rumbo. Unos se van tirando la puerta y otros reclaman antes de la partida el gran homenaje que creen merecer. Los hay que distribuyen equitativamente sus bienes y también seres con tanto poder que cambian la constitución de un país para que nadie deshaga su obra cuando ellos ya no estén.
Los preparativos para el VI congreso del Partido Comunista Cubano y sus sesiones en el Palacio de las Convenciones han sido como un gran réquiem público para Fidel Castro. El escenario de su despedida, el ceremonial minucioso reclamado por él y realizado –sin escatimar recursos– por su hermano menor. Ya en los excesos organizativos del desfile militar, efectuado el 16 de abril, se percibía una intención de “gastárselas todas” en un homenaje final a alguien que no pudo asistir a la tribuna. Resultaba evidente que al anunciar los nombres de quienes asumirían los máximos cargos del PCC, ya no sería leído el del hombre que decidió el rumbo de esta nación por casi cincuenta años. No obstante, él se sentó en la mesa principal del evento para validar con su presencia la transferencia de mando a Raúl Castro. Estar allí fue como acudir –en vida– a la lectura de su propio testamento.
Llegó entonces la ovación cerrada, las lágrimas de alguna que otra delegada al cónclave partidista y las frases de compromiso eterno con el anciano de barba casi blanca. A través de la pantalla del televisor, algunos sentimos aquello como el crujir de las flores secas o el sonido de las paletadas de tierra. Queda por ver si el General Presidente podrá sostener el pesado legado que ha recibido, o si bajo la mirada supervisora de su Gran Hermano preferirá no contradecirlo con reformas medulares. Falta comprobar cuán auténtica es esta despedida de Fidel Castro de la vida política y si su sustituto optará por seguir defraudándonos o por negarlo a él.
Yoani Sánchez | Foto: Generación Y
Después de 134 días sin probar alimentos sólidos y sin tomar ni un sorbo de líquido, Guillermo Fariñas llevó a sus labios un vaso plástico de color rojo y bebió un poco de agua. Eran las dos y 15 minutos de la tarde del jueves 8 de julio y del otro lado del cristal de la sala de Terapia Intensiva donde está ingresado, decenas de amigos que lo observaban se pusieron a aplaudir como si hubieran sido testigos de un milagro.
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The second monster followed the first, and at that the artilleryman began to crawl very cautiously across the hot heather ash towards Horsell. He managed to get alive into the ditch by the side of the road, and so escaped to Woking