El más grande de nuestra historia

El 9 de noviembre pasado se cumplieron 40 años de la muerte del ex presidente de Francia, general Charles De Gaulle, símbolo de la Resistencia y artífice de la reconstrucción de esa nación en la posguerra y de su reinstalación en el protagonismo internacional. Laurent Pinsolle lo recuerda en estas líneas:

Charles André Joseph Marie De Gaulle,
creador de la Quinta República Francesa


por Laurent Pinsolle

Ayer tuve la suerte de recogerme ante la tumba del General así como de visitar el Memorial y la Boisserie (1). Fue la ocasión de volver sobre aquello que nos ha legado el hombre más grande nuestra historia.

Una ética

Es uno de los puntos que más fácilmente resalta, sobre todo en comparación con sus sucesores. El general De Gaulle aplicaba un rigor militar en su relación con el dinero. Insistía en pagar él mismo las facturas de luz de sus habitaciones en el Eliseo y de las comidas brindadas a título privado. Son los mismos principios que le hicieron renunciar a su pensión militar así como a la de presidente de la República para vivir solamente de sus derechos de autor.

El general De Gaulle era igualmente un hombre de principios desde el punto de vista de las ideas. Es así que su respeto profundo por el voto de los franceses excluía toda posibilidad de permanecer en el poder en el caso del referéndum perdido. No hizo ninguna concesión con la defensa de Francia, aún a riesgo de su vida o de la de sus seres queridos durante la guerra y fue un ardiente defensor de la soberanía. Fruto de su herencia de social cristiano, hacía del hombre "la única querella válida".

Además, y es un aspecto que ha sido un poco olvidado a causa de la caricaturización, el general De Gaulle era todo menos un nacionalista atrincherado en su feudo. Era profundamente abierto a otros países y respetuoso de sus culturas, al punto de hacer siempre el esfuerzo de pronunciar discursos en el idioma del país visitado. Llevó al mundo un mensaje finalmente muy universalista de tolerancia, apertura y respeto a la identidad y la soberanía de los países.


Una voluntad

En estos tiempos en los que se repite con mucha frecuencia que nada es posible, es fascinante estudiar el recorrido del general De Gaulle, que demuestra que la voluntad de un hombre, cuando es inflexible y justa, puede literalmente desplazar montañas. He aquí un subsecretario de Estado desconocido que logró en pocos meses encarnar a Francia y construir un gobierno a partir de su sola voluntad. Fue él quien puso a Francia en la mesa de los vencedores en 1945 a pesar de la derrota de 1940 (2).

Y, aunque tuvo fracasos, ¡qué recorrido! He aquí un hombre que logró hacer que los franceses compartiesen su propia visión de las instituciones, caso prácticamente único en la humanidad, aún a riesgo de no tener en cuenta la oposición de todos los demás partidos, como en 1962. Logró poner fin a la guerra de Argelia en un sentido contrario a lo que algunos imaginaban a su llegada al poder (3). Impuso a nuestros socios europeos el compromiso de Luxemburgo (4). En síntesis, demostró todo lo que puede lograr un político.


Ideas

Finalmente, el general De Gaulle nos legó grandes principios que pueden aún guiar la acción política presente. La primera de ellas es sin duda la concepción de la democracia que supo grabar en el mármol de nuestra Vª República. Muy alejada de las mezquinas acusaciones de golpe de Estado (¿qué dictador ha ganado dos sufragios populares y dos votos en colegios electorales en ocho meses?), creó instituciones que permiten la plena expresión de la voluntad de los franceses.

El segundo gran principio es el aspecto fundamental de la soberanía nacional. Había comprendido que la Nación es el medio del hombre para actuar sobre su destino y que no hay que hacer ninguna concesión en materia de soberanía nacional, sobre todo cuando se es débil, lo que lo llevó a una actitud intransigente al frente de la Francia Libre. Esta parte de su mensaje adquiere una quemante actualidad anten las constantes puñaladas asestadas a las soberanías de las naciones en Europa.

Por último, el general De Gaulle era un progresista, en el sentido de que creía en el progreso económico, producto del esfuerzo de la colectividad nacional. Pero si ese progreso debía reposar sobre la economía de mercado, era demasiado conciente de las debilidades del capitalismo (inestabilidad, injusticias) como para no comprender que el Estado debía jugar un rol fuerte para evitar sus excesos. Para él, el progreso debía ser compartido por todos, de allí su adhesión a la participación, aún cuando no siempre fue coronado con el éxito.

Se puede no estar de acuerdo con sus ideas o con su visión de las cosas, pero el general De Gaulle habrá al menos demostrado que la política puede hacerse con una ética y una voluntad al servicio de grandes ideas, cualidades que demasiado frecuentemente parecen haber desaparecido hoy.

(Traducción de Infobae América)

NOTAS

(1) Residencia del general Charles de Gaulle en el pueblo de Colombey-les-deux-églises, a 250 kilómetros de París
(2) Al estallar la IIª Guerra Mundial, De Gaulle era subsecretario de Defensa. Rechaza el armisticio con Alemania, se refugia en Londres y desde allí, a través de la BBC, formula su histórico llamado a la resistencia el 18 de junio de 1840. Organiza la resistencia en el exterior y, a través de Jean Moulin, dentro del territorio francés. Pese a la oposición de los Estados Unidos, logra hacerse reconocer como jefe de la Francia Libre y, al concluir la guerra, es nombrado jefe del Gobierno Provisional de la República Francesa. Desde ese cargo, reorganiza el país hasta su renuncia en enero del 1946.

(3) Después de un período en el llano -su "travesía del desierto"- que durará 12 años, durante los cuales crea un partido, la Reunión para la República (RPR), regresa al poder en 1958, durante la crisis de Argelia. Como presidente del Consejo, redacta una nueva Constitución que funda la Vª República, que rige hasta hoy y de la cual será el primer presidente. En este período, conducirá la descolonización de Argelia.
(4) Por el cual los entonces seis Estados miembros de la Comunidad Económica Europea conservaban poder de veto en todas las decisiones.

FUENTE: Marianne2


Laurent Pinsolle es vocero del Partido Arriba la República (DLR) y autor del Blog Gaulliste Libre
viernes, noviembre 12, 2010

De aguas sulfurosas a vida divertida

La Puerta. Guarumen Edo. Guarico
Foto Fochagol
Por José Obswaldo Pérez

EN LA POBLACIÓN del municipio Ortiz existieron varias termales. Muchas ellas fueron estudiadas por el doctor Adolfo Erst, profesor de la UCV y uno de los primeros fundadores de la investigación positivista en Venezuela. De estas aguas todavía existen y se pueden ubicar en diversas partes de la localidad. Por ejemplo, en el caserío Veladero (aún quedan vestigios) y así como en las Galeras de Ortiz; también, en San Francisco de Tiznados y en Guarumen, esta última ubicada al sur del municipio entre los limites de Roscio, Ortiz y Mellado del estado Guárico.

Las de Guarumen son las más famosas- históricamente- de todas las halladas en la jurisdicción orticeña. Geográficamente conforman una galera y, a su vez, una red hidrográfica que forma un curso de 38 Km. de agua, las cuales van desde la fila alta de Campanario, siguiendo al Sur hasta La Horqueta y el Palmar de Paya . Toda esta ruta hidrográfica fue, entre los siglos XVII y XVIII, un trayecto navegable y una vía alternativa para comunicarse con el río Guárico y el Orinoco. Toponímicamente, el nombre proveniente de la voz caribe guaruma y es un fitopónimo que identifica a una pequeña palmera semejante al Píritu, muy abundante en la zona.

Un testimonio de aventura y viaje lo ofrece el poeta de la conquista española, Juan de Castellanos, quien acompañó al conquistador Antonio Sedeño a entrar al Valle del Tiznados por la ruta de los ríos Guárico y el Paya, torneando la Galera de Guarumen en 1538. El poeta describe la geografía del lugar y narra la muerte de Sedeño, quien fue envenenado en Tiznados por uno de sus acompañantes. Esta vía de comunicación sirvió también para comercializar y contrabandear ganado y cuero, en forma alterna hacia el Oriente, en busca de la ciudad de Cumaná que era un Hinterland portuario que comunicaba con las islas del Caribe y las Antillas.

La fama de los baños termales de Guarumen es de 1874. Año cuando por iniciativa del presidente Antonio Guzmán Blanco se valorizan la importancia dichas aguas y se ordenaba una investigación de las mismas. De esa fecha, también, son numerosas las referencias geográficas de este topónimo, el cual se resalta en las cartas del presidente Antonio Guzmán Blanco dirigida a su esposa Ana Teresa Ibarra y a ministros de su gobierno.

El lugar tuvo una posada de camino y constituyó, en el siglo XIX, la atención de escritores, políticos, periodistas y científicos de la época. El doctor Adolfo Rodríguez, en una opinión sobre el tema del traslado de la capital del Estado a Ortiz, expresa que dicha capitalidad se debió probablemente a la importancia de estas aguas sulfurosas y que un año antes el presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, había visitado para curarse de sus dolencias.


La filarmónica de Guarúmen

Las aguas sulfurosas no sólo tuvieron incidencia política, también la hubo desde el punto de vista cultural. La creación de la Filarmónica de Guarumen fue producto de los guzmacistas locales. Aun cuando fue un club efímero, este grupo musical estuvo conformado por músicos de Ortiz, Parapara, Barbacoa y El Sombrero. Todos organizados por los generales Aquilino Álvarez y José Ramón Núñez, para complacer, en muchas ocasiones, al Presidente de la República. Estos agasajos al Jefe del Estado se realizaban en la casa de hospedaje del señor Francisco Matute – de estirpe orticeña-, que habitaba específicamente en El Paso de Guarumen.

Una nota de prensa del diario La Opinión Nacional reconoce y elogia a esta agrupación que – según la publicación - en la temporada del 2 de febrero de 1874, el presidente Guzmán Blanco había venido a este lugar a mitigar las neuralgias. Allí el ilustre americano descansaba; se servía de un buen vino y se relajaba con un baño medicinal. Disfrutaba de las altas atenciones del general Núñez, de los honores locales, música y bailes, en la compañía del séquito que lo acompañaba, entre ellos, los profesores de la Universidad Central de Venezuela, Luís Rodríguez y Pedro Medina, quienes –según la misma reseña periodística- llevaron “vida divertida”.


Pero, no sólo el presidente del Septenio disfrutó de la Filarmónica de Guarumen, también lo hizo otro Jefe de Estado posterior y cercano a estos lares: el general Joaquín Crespo Torres, el Héroe del Deber Cumplido.
miércoles, noviembre 10, 2010

Cuba: "Nada se parece más a una dictadura de derecha que una dictadura de izquierda"

Nuestros años verde olivo, novela autobiográfica del escritor chileno Roberto Ampuero, ex yerno de un esbirro de Fidel Castro, es un relato apasionante y veraz, muy alejado de la versión romántica de la revolución caribeña que aún alimenta cierta izquierda.

Roberto Ampuero,recrea la Cuba que ha vivido en carne y hueso.


Por 
Claudia Peiro
Escapando del Chile de Pinochet, Roberto Ampuero, entonces joven militante comunista, encontró refugio en La Habana de Castro para descubrir con dolor que no había grandes diferencias entre uno y otro autoritarismo, que ambos oprimían al pueblo, uniformizaban el pensamiento y no toleraban el espíritu crítico. Pero para llegar a esa conclusión debieron transcurrir varios años de vivir en carne propia la transformación de una Revolución en un régimen burocrático, autoritario y represivo. Años durante los cuales el hoy consagrado novelista fue pasando progresivamente de la fe revolucionaria, a la duda, del cuestionamiento interior a las primeras formulaciones críticas, del intento de protesta al temor a ser marginado del sistema y de ese miedo a la simulación para poder sobrevivir a la espera de encontrar el modo de huir de la isla, convertida ya en una gran prisión.

Nuestros años verde olivo fue publicada por primera vez en 1999. Once años más tarde, Editorial Norma presenta una nueva edición, corregida y aumentada, con prólogo del flamante premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, y un epílogo inédito del autor, rico en conclusiones políticas.

En 1973, cuando un golpe de Estado derrocó al gobierno de Salvador Allende en Chile, Roberto Ampuero huyó de la represión aceptando una invitación y beca para estudiar filosofía en la Karl Marx Universität de Leipzig, en la Alemania entonces comunista.

Allí, este "miembro de la pequeño burguesía chilena, aunque con conciencia y militancia revolucionaria", como graciosamente escribió en su legajo el agente de la STASI que lo entrevistó a su llegada a la RDA, sufrió su primera decepción con el sistema por cuya instauración en Chile había militado y en el que aún creía, al descubrir que, contra lo que Marx auguraba, el socialismo no promovía "el pleno desarrollo de las fuerzas productivas" y que los alemanes soportaban el sistema sólo merced a la presencia de "medio millón de soldados rusos en su territorio y por aquel muro infranqueable".

Fue entonces cuando conoció a una muchacha cubana y con ella se abrió la perspectiva de viajar a la isla que tan poderoso atractivo ejercía por aquel entonces en la juventud idealista. El destino quiso que la joven en cuestión fuese la hija de Fernando Flores Ibarra, el hombre que entre 1961 y 1964 se desempeñó como fiscal de la revolución cubana y envió a más de 100 "contrarrevolucionarios" al paredón.

En la novela, Ampuero recreó el personaje cambiándole el nombre por el de Ulises Cienfuegos y modificando varias circunstancias de su vida -aunque no el trabajo que le valió el apodo de "Charco de sangre". Flores Ibarra se dio igualmente por aludido y salió al cruce de las afirmaciones de su ex yerno al que trató de "descarado", "alcahuete" y "difamador".


Novela prohibida
Pero ésa es otra historia, la del derrotero de la novela desde su primera publicación, la de las reacciones que despertó, la de su circulación clandestina en Cuba, donde estuvo y está por supuesto prohibida, al igual que Persona non grata, del también chileno Jorge Edwards, primer embajador de Santiago ante La Habana tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 1970.

La represalia del régimen cubano contra Ampuero, que él califica de "cruel", por la osadía de haber escrito este libro es prohibirle volver a pisar la isla donde sin embargo la novela es leída secretamente. "En cada conversación (los amigos cubanos) me agradecen que yo haya escrito sobre su patria y añaden que saben, por experiencia propia, que todo lo que aquí se narra es cierto y a la vez verosímil", dice el escritor.

Es que en los años que pasó en Cuba, Ampuero conoció tanto la vida de la elite privilegiada, los jefes, los burócratas, esa nomenklatura que se apropió de las casas y las pertenencias de los ricos que habían huido de la isla, y que tenía acceso a bienes de consumo que no figuraban jamás en la libreta de racionamiento, como, más tarde, fracasado su matrimonio, perdido el favor del sistema y mitigado el entusiasmo con la revolución, la triste existencia de los cubanos de a pie.

Aparecen entonces en la novela la lucha cotidiana por la supervivencia en medio de las privaciones, el progresivo silenciamiento de las discrepancias por el miedo a perder el trabajo, los amigos y hasta la libertad y la economía sometida a una planificación y control asfixiantes o simplemente a las ocurrencias y proyectos delirantes del "jefe máximo" Fidel Castro; la ineficiencia productiva y el despilfarro de fuerza laboral, como muestra de que el atraso de la isla no puede ser cargado -eterna excusa de un régimen fracasado- en la cuenta del "bloqueo".

Aunque el final es previsible, Ampuero logra transmitir un suspenso sobre su posible escape de la isla y poco a poco el lector se va impregnando de una sensación de creciente opresión, como en esos thrillers de ambiente kafkiano, del sentimiento de decepción que se va trocando en miedo al tomar conciencia de lo que le esperaba al que se atreviese a cuestionar el dogma.

No era fácil, en tiempos en que el mundo era binario y un muro mucho más sólido e infranqueable aún que el de Berlín, el de las ideologías, dividía al planeta en dos mitades, romper con "el partido" o con "la organización". En el epílogo inédito agregado a esta nueva edición, Roberto Ampuero dice que la relectura del libro le hace comprender "la verdadera dimensión de las crueles encrucijadas" en que se encontraban él y tantos otros, "como jóvenes de la Guerra Fría, una época en que la renuncia al compromiso político original se consideraba traición, el examen crítico de los ideales era pasarse al lado del enemigo y abandonar la utopía podía significar la muerte".

Explica también que escribió este libro porque "Cuba era entonces tan misteriosa como Corea del Norte. No había turismo internacional, estaba aislada y su régimen mantenía a su vez el asilamiento para controlar mejor a la población". Y recuerda una ironía que alguna vez escuchó: "A Cuba no entra quien quiere, sino quien puede".

"Sólo la literatura, dice, aquella que surge del conocimiento profundo del alma humana y sus pasiones, sus mezquindades y grandezas, era capaz de dar cuenta de aquello que yo presenciaba (...). En la isla no tardé en intuir que me proponía narrar algo inenarrable para un género que no fuese el novelesco."


Una vida de esclavos, nada más
Más allá del formato elegido, o tal vez por eso mismo, este libro es también una requisitoria contra un régimen que desde hace más de medio siglo somete a los cubanos a una existencia de esclavos. Años antes que Ampuero, el escritor y premio Nobel de Literatura francés, Albert Camus, expulsado del Partido Comunista en 1939 por criticar a Stalin, escribió: "Las tiranías dicen siempre que son provisionales. Se nos explica que hay una gran diferencia entre la tiranía reaccionaria y la progresista. Habría así campos de concentración que van en el sentido de la historia. (Pero) si la tiranía, incluso progresista, dura más de una generación, ella significa para millones de hombres una vida de esclavos y nada más".

Es la misma conclusión a la que llegará Roberto Ampuero al final de su travesía, que es geográfica e ideológica a la vez: "No hay nada que se parezca más a una dictadura de derecha que una dictadura de izquierda, no hay nada más parecido al fascismo que el comunismo, nada más parecido al hitlerismo que el estalinismo. Para el ciudadano corriente, las dictaduras son todas iguales. (...) Reitero que llegué a la isla de Fidel Castro -dice- huyendo de Augusto Pinochet. La isla era entonces mi utopía. Pinochet mi pesadilla. La experiencia me enseñaría que ambas eran dictaduras y que no hay dictaduras buenas ni justificables. Todas son perversas y nocivas, enemigas del ser humano y su libertad".

La novela cuestiona también a los muchos simpatizantes del régimen castrista que sorprendentemente siguen negándose a mirar hacia Cuba sin las anteojeras de un dogma que les ordena no ver lo patente y negar hasta lo evidente.

"Me pregunto -escribe en el epílogo de su novela- qué lleva al ser humano, mejor digamos a tantos seres humanos, a condenar a una dictadura de derecha, y a celebrar al mismo tiempo una dictadura de izquierda. ¿Qué retorcido mecanismo mental los conduce a denunciar el abuso, la tortura, la marginación, el escarnio, el exilio, la represión y el asesinato de quienes piensan distinto bajo una dictadura de derecha, pero los conduce a justificar esas mismas medidas contra quienes se oponen a una dictadura de izquierda? ¿Qué lleva a una persona a condenar a un general que dirige durante diecisiete años un país andino con mano de hierro, y a alabar en cambio a un comandante que lleva cincuenta años dirigiendo de igual modo una isla?"

Ampuero también dice que esta novela le ha dado la satisfacción de expresar su compromiso con "los derechos humanos, las libertades individuales y la democracia sin apellidos", así como su "rechazo a todo tipo de dictadura, sea de izquierda o derecha". Y, ya con tono autocrítico, agrega: "Es una lección para toda mi vida, pues cuando joven creía a pie juntillas que había dictaduras detestables y otras, sin embargo, justificables".

Lamenta que la prohibición de ir a Cuba lo prive de su "derecho a respaldar pacíficamente y en el terreno a los cubanos que exigen lo mismo que (exigieron los chilenos) bajo la dictadura de Pinochet: elecciones pluralistas, democracia, derechos humanos, fin del exilio, justicia para todos, reencuentro nacional".

Lamenta también que Michelle Bachelet, cuando visitó Cuba en 2009 siendo aún presidente de Chile, no haya tenido un solo gesto hacia la disidencia cubana ni hacia los familiares de los presos políticos, pese a haber padecido ella misma la represión de una dictadura en su país.

Que su amigo el poeta cubano Heberto Padilla haya muerto en el exilio en el año 2000 sin haber podido regresar a su patria es otro crimen que Roberto Ampuero imputa a la cuenta de los hermanos Castro.

Y se permite decir, con esperanza pero también con un dejo de ironía que, cuando nazca la democracia en la isla, como en la canción de Pablo Milanés, "en una hermosa plaza liberada" él se detendrá "a llorar por los ausentes".

Fuente: Infobae.América
martes, noviembre 09, 2010
← Newer Older →