Viejo Budare y Piedra de Rio

Mamá siempre fue el corazón de la casa para todo. No hay rincón, pared, pasillo o pasadizo que no guarde algo de su presencia. Decirlo y explicarlo llenarían las páginas de un libro. Pero donde su corazón sabía arder con solícita devoción era en esa humilde habitación que hacía las veces de cocina. 

Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa.
Proverbio chino
Por Daniel R Scott
¿Puede algún tipo de tosco artefacto o cachivache sin atractivo en sus formas y líneas tener algún significado o valor especial que lo trascienda haciendo de él algo invaluable y codiciable para alguien? Ciertamente que sí. Los arqueólogos intentan con afán reconstruir el pasado del hombre a partir de restos materiales excavados en el polvo de la tierra. Una simple y aparentemente trivial pieza recuperada puede tener escrita los sucesos de toda una etapa histórica, enriqueciendo nuestra comprensión de la evolución del género humano. Pero no basta ser tan académico ni ir tan lejos para encontrar ese tipo de artefactos. Se podría hablar también de algo así como una "arqueología casera" que nos permite entender a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Existen objetos dentro de una vieja casa como la mía cuyo valor, más que histórico o arqueológico, es humano y sentimental. Tal es el caso de un budare y una piedra de río que yacen silenciosos en la cocina de mamá.

Mamá siempre fue el corazón de la casa para todo. No hay rincón, pared, pasillo o pasadizo que no guarde algo de su presencia. Decirlo y explicarlo llenarían las páginas de un libro. Pero donde su corazón sabía arder con solícita devoción era en esa humilde habitación que hacía las veces de cocina. Allí se le podía ver entre estridentes sonidos de platos, cubiertos, ollas y agua de fregadero. A veces nos reímos de ella porque mientras realizaba sus quehaceres solía quejarse con voz monocorde o pensar en voz alta de manera que quienes no la conocían pensaban que estaba hablando con ellos. Supo hacer de ese lugar un altar donde se ofrendó por entero a su familia y al hogar. ! Que sería de nuestra sociedad hoy de contar con madres dedicadas al oficio de crear un hogar! Es un arte y no una esclavitud, ahora lo comprendo. Eso parece haberse perdido. Desde que amanecía, al mediodía y al atardecer, sus manos preparaban las más suculentas comidas que sin exageraciones de ningún tipo, fueron el sustento de unas tres generaciones de Scott y de muchos otros que no necesariamente portaban nuestro apellido. Desde que se casó, en 1950, hasta que se retiró de sus labores, en 2010, se entregó de cuerpo y alma a la alquimia de los ingredientes combinados en desayunos, almuerzos y cenas. Hoy, cuando ya hace una semana que mamá nos dejó el eterno vacío de su ausencia, entro a la cocina silenciosa y me encuentro con dos emblemáticos objetos que jamás faltaron en su arsenal gastronómico: el budare y la piedra de río...

Tomo el budare en mi mano. Es de hierra sólido, demasiado pesado para los gustos de las damas de la época, ennegrecido por décadas y más décadas de uso. Mi madre lo adquirió en los años del cincuenta y ya no usó otro. Ella no sabía de comprar cosas nuevas para desechar las viejas. Solia encariñarse con las cosas, sobre todo con lo que tenia que ver con sus implementos de cocina. Dios santo, ¡cuántas arepas, panquecas y cachapas se cocieron en la lisa y negra superficie del budare! Llevar la cuenta es harto imposible. En torno a la mesa y a los años muchos niños que hoy ya no somos tan niños degustaron con gula todos los manjares criollos que se podían elaborar en este tosco artefacto de metal. Pero hoy, en el silencio de esta cocina tan llena de historias, recuerdos y vivencias, yo le pregunto a una lágrima y a un suspiro: ¿Cuantas alegrías y tristezas fueron amasadas y cocinadas dentro de ellas? ¿Cuantos pensamientos cruzaron por su mente mientras sus manos juntaban la sal, la harina y el agua? Cosas del pasado, del presente, del futuro. La preocupación por sus hijos. Y quizá dejo caer algunas lágrimas o una sonrisa sobre la mezcla, la harina y la arepa ya cocida.

Y allí puedo ver la piedra del río. También la tomo en mis manos y la examino con el cuidado y cariñoso de quien examina una reliquia. Es ovalada, semejante a un pequeño huevo prehistórico. En esa misma década de los cincuenta, o quizá de los sesenta, en alguna de las tantas excursiones familiares que realizábamos alborozados, mamá la encontró en el lecho del río, le llamo la atención y al instante su mente le encontró una utilidad. A partir de ese entonces y por años y años veías a mamá sobre la mesa dejar caer rítmicamente la piedra sobre la mesa para machacar ajos, trozos de pimentones, ajíes y otras cosas más que no alcanzo a recordar y que le dieron a sus comidas esa sazón tan peculiar. Desde cualquier parte de la casa se podía oír el golpe seco que trituraba y le dejaba escapar la magia a las hortalizas del mercado. Es una piedra de río sólida, maciza, pero observo un detalle curioso: los bordes están ligeramente gastados. ¿Cómo es posible que tal dureza experimente tal grado de desgaste? Lo comprendo: se trata de la mano y los dedos de mamá. Años y años de uso lograron crear un imperceptible desgaste que nos habla de la dedicación sin interrupciones de mi madre a las labores culinarias. Los dedos meñique, índice, medio y anular gastando el lado derecho de la roca y el pulgar haciendo lo mismo en el lado izquierdo. ¿No es esto un monumento y prueba irrefutable de la abnegación materna de la que vengo hablando?

Tomo la piedra y el budare y los guardo como la mejor reliquia y recuerdo que puedo conservar de mi madre. Entre otras cosas de las que luego hablaré

4 Abril 2011
lunes, abril 04, 2011

María A. Richier de Scott

´Mamá fue un ejemplo de sacrificio y abnegación en una mala época donde el sacrificio y la abnegación brillan por su ausencia o son considerados una estupidez. Supo sembrar con los más genuinos actos de bondad y devoción un pedazo de su corazón en el mío.


Por Daniel R Scott
El pasado 26 de marzo del año en curso, poco después del mediodía, falleció María Antonieta Richier de Scott, mi madre y madre de muchos, muchísimos hijos más. No se trata tan solo de sus seis hijos: todos los que se acercaron a su órbita de amor experimentaron la grata sensación de ser hijos suyos. Y fueron muchos. Cumpliría el próximo 16 de mayo ochenta años de edad. Pero Dios dispuso otra cosa. La rapidez con la que partió del lado nuestro dejó a la familia conmocionada. En mi caso todo ocurrió de tal manera que simplemente me cuesta entender que lo tal sucedió. O simplemente no actúo como si mamá hubiese fallecido. Por eso no lloré. Tenía un gran dolor en mi corazón, pero no lloré. En el fondo de ese natural dolor, resplandecía la serenidad. Como le escribí a alguien dos días después del deceso: "No sé qué me pasa. Siento que no murió. Quise llorar y no pude porque me parece que no sucedió nada. Siento su ausencia pero la siento como ese tipo de ausencia que le queda a uno en el alma cuando un ser querido que se va de viaje. Una ausencia que no es el producto de algo definitivo e irremediable como lo es la muerte. Es un viaje. Ella no volverá. Pero nosotros algún día estaremos en el cielo donde ella mora actualmente." Lo dijo el salmista reflexionando sobre la muerte de un hijo: "¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí." El Jesucristo en el que ella y yo creemos dijo: " En la casa de mi padre muchas moradas hay. Voy a preparar morada para vosotros." Mamá ya habita una de esas moradas. Allí está, en una casa diseñada para ella, tal cual como ella siempre la soñó y la quiso, y eso debe hacernos felices. ¿Por qué he de estar triste? Es que ya la estoy viendo arreglando con toda calma y solicitud las plantas y la grama de su jardín. Tal cual como ella siempre lo hizo de este lado de la existencia. Ese es su cielo. Esa la morada que Cristo fue a arreglar para ella. El "cielo bíblico" nos es cosa de estar cabalgando beatíficamente nubes etéreas, vestidos de blanco y tocando arpas de oro. El cielo es la transfiguración e inmortalidad de todo aquello que nuestro corazón anhela y ama.

Mamá fue un ejemplo de sacrificio y abnegación en una mala época donde el sacrificio y la abnegación brillan por su ausencia o son considerados una estupidez. Supo sembrar con los más genuinos actos de bondad y devoción un pedazo de su corazón en el mío. Sirva su conducta de ejemplo. Se diga de ella lo que Leo Michelotti dijo de su madre: "Mamá nos entregó su vida, sin guardar nada para sí. Pensó siempre en nosotros, nunca en si misma." Puedo pregonar a los cuatro vientos y al que desee oír que ella fue un tesoro viviente, un ejemplo digno a seguir. Fueron sesenta años dedicadas a la laboriosa formación de hijos, nietos y bisnietos. Y lo que fue mejor: dándonos ese calor humano tan característico y único en ella, calor que se traduce en buenas obras y no en meras palabras. Su legado, ese que pasará de generación en generación y que la habrá de eternizar, jamás se podrá justipreciar. De ella se puede escribir un libro, y no lo digo dominado por algún tipo irracional de sentimiento filial que suele invadirnos cuando fallece un ser querido. Su estilo de vida, lo que hizo y lo que pensó muy bien cuadra dentro de un libro. De hecho, antes de morir me dejó un diario muy bien escrito donde habla de sus vivencias, sensaciones y recuerdos. Ya publicaré algunas notas de ese diario para que el lector juzgue por sí mismo.

En la noche del día de su entierro ocurrió un pequeño milagro: repentinamente floreció su planta preferida, la "Dama de Noche." Se trata de una excéntrica, exótica y bella flor que más bien parece un cruce caprichoso entre un ave y una flor. Sus blanquísimos y largos  pétalos se asemejan al plumaje de un ave nocturna. Se abren al principiar la noche, exhala un perfume exquisito para, finalmente, al despuntar el amanecer, cerrarse para no volverlos a abrir jamás. Me acerqué y la observé entre maravillado e intrigado. Pero... ¡si hacía mucho tiempo que esta flor no se abría a la noche!

En mi tristeza entendí que era mamá despidiéndose de nosotros y diciéndonos que todo está bien, muy bien.
28 Marzo 2011
miércoles, marzo 30, 2011

Teniente Coronel Juan Ángel Bravo (El Sombrero-Guárico, 2/10/1782 – Achaguas-Apure, 23/09/1843)

Este ilustre prócer de la Independencia, Juan Ángel Bravo, se incorporó al Ejército Patriota el 16 de octubre de 1816 como soldado raso en las caballerías de Apure, cuando Páez se encontraba festejando la toma de Achaguas


texto
Descripción de la imagen

Por Dr. FELIPE HERNÁNDEZ G.


Se me encendió la cara de orgullo. De vaina no se me reventó el pecho.… Cosas de los hombres. Catorce lanzazos deshilachan la guerrera de Juan Ángel Bravo. Ninguno lo hiere. Se ganó un uniforme de oro. Cosas de los hombres… Jinete y caballo. Caballo y jinete. Cosas de los hombres… Es Carabobo…”. Rafael Marrón González / Correo del Caroní, marzo 2009.


El héroe guariqueño Juan Ángel Bravo, considerado durante mucho tiempo como natural del estado Cojedes, nació en la población de El Sombrero del Cantón Calabozo en los Llanos de la antigua Provincia de Caracas, el 2 de octubre del año 1782. Hijo de José Gabriel Eleuterio Bravo, (indio), y Francisca Amelia García, (zamba libre), ambos feligreses de la Parroquia Inmaculada Concepción de El Sombrero. Según investigación realizada por el extinto Cronista de El Sombrero, Don Manuel Aquino Delgado en el año 1971, con motivo de la conmemoración del 150º aniversario de la Batalla de Carabobo.

La partida de bautismo del héroe está asentada en el folio 114, vuelto, del Libro de Bautizados de la Iglesia Parroquial de la Inmaculada Concepción de El Sombrero. La partida o acta de nacimiento, dice:

“Hoy miércoles veinte y tres de octubre de mil setecientos ochenta y dos años. Yo Don Juan Joseph de Soto cura propio de este pueblo de Ntra. Sra. de la Concepción del Sombrero Bautipse solemnemente puse el Sto. Oleo y Crisma y di Bendiciones a JUAN ÁNGEL párvulo pardo libre que nació el día dos de octubre hijo legítimo de Joseph Gabriel Eleuterio Brabo indio y de Franca. Amelia Garzia zamba libre de esta feligresía, fue su madrina María Leocadia Nabas parda de este pueblo a quien yo cura advertí el parentesco contraído i obligaciones, testigo DN Joachin Hernández y DN Joseph Antonio Hernández todos de este pueblo y lo certifico Jun. Joseph de Soto (Libro IV de BAUTIZADOS ARCHIVO PARROQUIAL – FOLIO 114 vuelto. IGLESIA PARROQUIAL DE LA INMACULADA CONCEPCION DE EL SOMBRERO”. Obsérvese que según esta acta el nombre completo del prócer es, Juan Ángel Bravo García.

Este ilustre prócer de la Independencia, Juan Ángel Bravo, se incorporó al Ejército Patriota el 16 de octubre de 1816 como soldado raso en las caballerías de Apure, cuando Páez se encontraba festejando la toma de Achaguas; (Achaguas fue la capital de la provincia de Apure desde 1823, hasta 1858 aproximadamente). Ese mismo año de 1816, bajo las órdenes del General José Antonio Páez, concurre al sitio y ataque de San Fernando de Apure y la acción de Laguna Palital a las órdenes del Capitán Juan Gómez. Su arrojo y valentía le hacen ganar el ascenso a sargento primero, el 1º de enero de 1817.

Se encuentra en Rabanal, cuando el coronel Miguel Guerrero es derrotado por el general Ramón Correa. Triunfó en Mucuritas y San Fernando a las órdenes del Comandante Juan Gómez. El 8 de enero de 1818 es ascendido a Alférez vivo y efectivo de caballería, y al mando del calaboceño teniente-coronel Hermenegildo Mújica concurrió a la sorpresa de Guayabal. También combatió en Biruaca, La Enea y El Negro, y más tarde, bajo el mando del Libertador Simón Bolívar y el General Páez, peleó en Calabozo, La Uriosa y El Sombrero. Acompañó a Páez en la toma de San Fernando de Apure, y al Libertador en la batalla de La Cuesta de Ortiz. Combatió con el General Páez en las acciones de San (…) de 1819. Ese año participa en los encuentros de Mangas Marrereñas, Sacra Familia, La Gamarra y Las Queseras del Medio, donde recibe la Orden de Los Libertadores. El 5 de julio de ese mismo año fue ascendido al grado de Teniente vivo y efectivo de caballería. (…) ¿?. Y como tal concurre a los encuentros de Boca de Payara, Guaca, Caramacate, Trapiche de La Gamarra y más tarde en el pueblo de La Cruz se bate heroicamente.

Siempre bajo el mando de Páez combate en San Carlos de Cojedes; y el 24 de junio de 1821 concurre a Carabobo. Con su actuación y probada valentía en la histórica y gloriosa jornada logra el ascenso a Capitán vivo y efectivo de caballería.

Páez en su Autobiografía dice “que habiendo enviado el general La Torre su caballería y el batallón de la Reina contra la izquierda del Ejército Libertador, destacó en su encuentro al Coronel Miguel Antonio Vásquez, con su Estado Mayor con una compañía de la GUARDIA DE HONOR, mandada por el Capitán JUAN ÁNGEL BRAVO, quienes lograron rechazarlos y continuó batiéndose con la caballería enemiga por su espalda”. Este Oficial Bravo, luchó con tal bravura que se veían después en su uniforme señales de catorce lanzazos que había recibido en el encuentro sin que fuera herido, lo que hizo decir al Libertador que merecía un uniforme de oro.

El Capitán Bravo, a las órdenes de Páez, concurrió al asedio y toma de Puerto Cabello en 1823. Después de la separación de la Gran Colombia, siguió en el ejército a las órdenes del General Cornelio Muñoz en la campaña de los llanos. La revolución de las Reformas lo hizo volver a servicio activo, pero ya su organismo comenzaba a resentirse.

El 31 de julio de 1839, pobre y enfermo, solicitó al Poder Ejecutivo su Cédula de inválido. Una cruel enfermedad minaba su férreo organismo, los médicos Doctor Bartolomé Liendo y Juan de la Sierra certificaron haberlo examinado el 27 de agosto de 1839 encontrándole padeciendo de elefancía, enfermedad que le impedía todo ejercicio y ocupación corporal.

El 23 de Septiembre de 1843 a la edad de 64 años el bizarro Primer Comandante de Caballería, héroe de Mucuritas, Queseras del Medio, El Sombrero, Ortiz y Carabobo, falleció en el pueblo de Achaguas (estado Apure). En su honor, en el año 1875 fue creado el Departamento Bravo cuya capital era Valle de la Pascua, integrada además por los distritos Espino y Altagracia de Iguana.

REFERENCIAS:

AQUINO D. Manuel. (1996): Rostros de héroes. Teniente Coronel Juan Ángel Bravo. San Juan de los Morros: El Nacionalista, jueves 11 de abril de 1996.

COLMENARES DEL VALLE, Edgar. (2010): Apuntes sobre el Capitán del Ejército Patriota Juan Ángel Bravo. http://www.facebook.com/topic.php?uid=20522307065&topic=4925

MOTA CARPIO, Osman (1982): Síntesis de una vida: Juan Ángel Bravo un olvidado de Carabobo. El Sombrero el 2 de octubre de 1982.

PAEZ, José Antonio. (1987): Autobiografía. Tomo I. Caracas: Academia Nacional de la Historia.

sábado, marzo 19, 2011
← Newer Older →