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Fiestas del rey Momo en Espino




POR FELIPE HERNÁNDEZ G 


Eran días de locura. Los habitantes del apartado pueblito de Espino en los días de carnaval se desataban. Los muchachos de aquel entonces le ponían frenesí a la comparsa. A baldazos de agua, pintura de colores vivos, carbón, carmín, labial, negro hollín y huevos, como en una batalla corrían desaforados por las calles. Era una especie de duelo contra los desprevenidos transeúntes y contra quienes osaban abrir las puertas de sus viviendas. Un duelo poco digno, de ataques con agua, perfume “tabú”, “sonrisa” o “ramillete de novia”, huevos y a veces alguna mezcla nauseabunda. Las muchachas, escabullidas detrás de las ventanas y puertas entreabiertas, lanzaban sus perfumes “tabú”, “sonrisa” o “ramillete de novia” a los transeúntes, y veloces después de la travesura, pasaban el pestillo.
El carnaval, tradicional festividad anunciada en el calendario para celebrarse tres días antes de la Cuaresma, daba permiso a todos los espinenses para el descontrol. Era la oportunidad que esperaban especialmente los adolescentes y jóvenes del pueblo para transgredir convenciones, burlar a los dos policías que hacían de autoridad, e incluso gastar sus bromas y hacer sus travesuras con la gente mayor o desconocida. Así era en Espino la despedida de los placeres terrenales antes de la Semana Santa, tiempo de ayuno y oración. Salir en comparsa, empapar con agua y otros líquidos, beber, hacer juegos pesados, bailar, fantasear y sentir. Estaba permitido celebrar la sensualidad y el desparpajo, el domingo, el lunes y el martes. El Miércoles de Ceniza debía retomarse el camino del bien, ir a la iglesia de San Juan Bautista, hacer la señal de la cruz, dejar a un lado el pote con el agua, secar las ganas de mojar, recogerse, renunciar a los placeres gastronómicos, dejar de libar y rezar mucho.
El carnaval llegó a América con los españoles, que festejaron el juego con agua incluso desde los primeros días del proceso de conquista y colonización, por eso se extendió hasta los más apartados rincones del continente, desde entonces los carnavales se quedaron para siempre, sin poder salir del alma y de los corazones de los siempre inquietos jóvenes y de muchos adultos. Cautivaron tanto como las corridas y coleadas de toros, las riñas de gallos, los dados y los juegos de naipes.
Siempre había la presión de la iglesia para aguar la fiesta de carnaval, aunque conocimos a algún sacerdote que disimuladamente se escapaba y hasta se atrevía a lanzar alguna palangana de agua.
Salvador Gazzoa Aguilar, Luis Pérez Padrón, Juvenal Ramírez Pérez, Monche Padrón, Manuel Esteban Meza, Rubén, Joel y Gilberto Escalona, Lourdes Padrón, Amelia Pérez, Bertha Gómez, Carlos Infante, Eletis Martínez, y tantos otros cuyos nombres reposan en el subconsciente de la memoria colectiva, con sus mojigangas, sus irreverentes mascaradas, grotescamente pintarrajeados y las salvajadas con agua y otras sustancias que irían degenerando con el tiempo, era el juego de carnaval en Espino, al igual que en la mayoría de los pueblos de Venezuela, quizás eran una reminiscencia del período perezjimenista de los años cincuenta.
El carnaval con su frenesí irá decayendo con el tiempo y sufriendo transformaciones; hasta llegar al carnaval seco. Aunque prohibido por las autoridades, el juego con agua y bombas, muchas veces congeladas, nunca ha desaparecido de un todo. Hoy la celebración del carnaval ha devenido en la elección de reinas en las escuelas, barrios y urbanizaciones, con desfiles de niños disfrazados generalmente de héroes y personajes de tiras cómicas y caravanas de vehículos.
No puede desconocerse que la festividad del carnaval ha perdido su fuerza, pasando a ser simples fiestas, generalmente privadas para evitar el vandalismo generado por algún baldazo de agua y garantizar la seguridad ciudadana. Sin embargo, a pesar de todos los cambios y vicisitudes, el agua, limpia, sucia o de dudosa procedencia, escasa, prohibida, pero aun así desparramada, siempre fue, es y será la reina del carnaval en Espino, en otros pueblos del Guárico y de Venezuela.

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Educación y llaneridad

Desde un enfoque geomental, la llaneridad se entiende como los rasgos históricos y culturales que identifican al hombre de nuestras comunidades llaneras con su paisaje humano, en este caso el guariqueño. 


Por José  Obswaldo Pérez
La  historiografía  venezolana suele comenzar la historia de la educación en Venezuela, a partir de la conquista hispana. Pero, se excluye de mencionar la pedagogía aborigen o negra  definida por algunos autores como la transmisión de prácticas sociales, de manera informal y consuetudinaria, por  parte de  las clases subalternas a su prole en la cotidianidad de sus haceres y saberes; lo que Lanz Rodríguez (2003) da en llamar epistemológicamente como "cimarronismo" e "indigenismo"; o  en palabras de Adolfo Rodríguez, citando  a Cazadilla (1946), “modos de subsistencia” (Rodríguez, 2007:64).


En  ambas  concepciones filosóficas se  trata de una enseñanza convivencial expresada en la práctica de la vida diaria o en actividades familiares centrada en preparar a los más jóvenes para la caza y la recolección o  para los haceres cotidianos. Esta escuela de la  vida tenía como  función impartir educación con un sentido comunitario y funcional. Su “currículum” consistía en transmitir, de manera informal, las costumbres, problemas y posibles soluciones a través de los propios padres o ancianos,  mediante el abordaje de la oralidad y la memoria. Por supuesto, ello era posible gracias a la educabilidad humana constitutiva del ser, la posibilidad de transformarse siempre hacia otro máximo potencial en interacción con el mundo y la experiencia de  saber y  construir la realidad.

Esta escuela convivencial es la escuela de los  valores, donde el  niño a tempana edad aprende sobre conuco, caza, cestería y pesca artesanal de comunidades campesinas y acervos tradicionales que subsistieron de la trata africana o de  la propia cultura natural.  Tiene,  entre sus características,  un  desarrollo educativo informal y su aprendizaje va acompañado con sus cantos y modos de vida[1]. Esta institución correspondería posteriormente a lo que algunos filósofos e investigadores la han llamado como "resistencia contra-cultural", término conceptualizado en  nuestro país por el escritor venezolano Brito García (1986).

La escuela convivencial es abierta y está ligada a  la  transculturización  que se dio a  través del contacto dialógico entre sujetos de conocimientos transnacionales exógenos; y que después conjugaron un solo producto de construcción histórica.  De allí que la  llaneridad es un ejemplo  de  lo  que hablamos, cuyo resultado es una “conjunción histórica de varias culturas”, como señala Mariano Herrera Cerpe[2]. Su significado va más allá de los acontecimientos, es sociológico y biológico; y, al mismo tiempo, implica todo lo que conforma la identificación simbólica de la cultura llanera. El lenguaje, los arquetipos, los valores,  las costumbres, su quehacer, su tipología y cualquier conjunto de elementos culturales como  los mitos,  ritos y  creencias,  constituyen  la estructura mental  de  los hombres  con  competencias en  la  esfera del  hacer.

Desde un enfoque geomental, la llaneridad se entiende como los rasgos históricos y culturales que identifican al hombre de nuestras comunidades llaneras con su paisaje humano, en este caso el guariqueño. Esta noción está, entrañablemente, asociada a la identidad regional. No se trata de otra cosa que el reconocimiento de los “otros” y se distingue de nuestra nacionalidad[3] con una conceptualización de “alteridad sociocultural”[4].

La llaneridad tiene una significación propia y  una dialéctica cotidiana que se hace y se práctica cuando nos identificamos con  los espacios o  hábitat de vida. Su sostenibilidad cultural transciende, en algunas realidades locales, a través de una pedagogía que” se transmitía directamente, de adulto a jóvenes, mediante las múltiples formas del aprendizaje”[5]. Esta enseñanza, que podríamos llamar pedagogía de la  llaneridad[6],  parte de un intercambio de experiencias y habilidades cognitivas que hoy debemos rescatar y aprovechar,  no  sólo para la construcción de conocimientos e investigaciones sobre la cultura llanera,  sino para la construcción de  nuestra  conciencia histórica y, a su  vez, nuestra conciencia regional y  nacional.

Hace un tiempo,  el historiador Eduardo Camps Vega propuso una reflexión sobre el concepto de llaneridad, desde una perspectiva geográfica y espacial: de lo urbano a lo rural; de la civilización a la barbarie, en el mero discurso galleguiano. Camps concluía que este  término era algo así como “una prolongación” de la conquista europea.  Y, quizás, se sustentaba en la premisa conceptual de la evolución ribeireana de las sociedades y grupos sociales, la cual no se reducía a una sola composición étnica entre indígenas y españoles. Había otro componente en esa cosmogonía mestiza, ligada a las ideas libertarias y a la fuerza de trabajo de nuestros afrodecendientes. El proceso de mestizaje se había iniciado  en los hatos ganaderos, en las rochelas y cumbe, donde surge nuestra cultura llanera.

Nuestro mestizaje como  valor educativo se refleja en  la imagen del negro café con leche, el tercer elemento en la construcción de nuestra cultura venezolana que, en la América hispana y en nuestras regiones llaneras, dio el paso a la cimentación de una nueva cultura única o como la llama el doctor Adolfo Rodríguez: una nueva neoétnia. Podemos  usar  esta  categoría epistemológica para definir e identificar, desde la perspectiva histórico antropocultural, al hombre llanero o la llaneridad como producto de ese contacto étnico-cultural. El paisaje y la cultura convivencial, con relación estrecha con el trabajo de las vaquerías, donde la fuerza y la habilidad constituyeron los elementos esenciales de la forja y supervivencia de la identidad llanera.  Pero, sobre todo, los elementos culturales constitutivos del ser criollo, concebidos como "llaneridad" son objeto de estudio y enseñanza de la historia, verbigracia, el pionero en  trabajar de manera cognitiva y su divulgación en Guárico es el propio doctor Adolfo Rodríguez. Entre esos aportes de construcción cultural, los llaneros aprendieron a domesticar animales y practicar la ganadería, actividad que se usó para la edificación del Estado-nacional. Más  aún, junto con el hombre y su naturaleza bravía, aportó su  propio pellejo para el triunfo de la Guerra de la Independencia.

En Venezuela,  aún existe una educación mestiza de larga data no sistematizada,  producto de la conquista española y portuguesa,  culturas que trajeron  consigo una suma de elementos socioculturales, principalmente, su vasallaje interétnico marcado por su acento mediterráneo. Un  proceso que estuvo acompañado también con la sabiduría propia y fuerte de los esclavizados africanos. Las tres culturas  - la castellana, la lusitana y la africana- suplantaron, en algunos casos, las culturas indígenas y, en otras oportunidades, se mezclaron entre sí, produciendo un marcado sincretismo social. 


Si bien el vasallaje africano jugó un papel importante en nuestras colonias hispanoamericanas, este no se puede comparar con la política de estado de España que, a través de los conquistadores y misioneros, se encargaron de inculcarle a los indios creencias católicas para reemplazarles sus dioses y muchas de sus cosmovisiones (creencias, mitos, ceremonias), a veces a punta de sangre y palabra; lo que explica aún la resistencia existente de manifestaciones dramáticas y folclóricas de origen cristiano en la actualidad. No  obstante, el nuevo orden cultural es reflejo de un ente socio-político-religioso que se centra y se cultiva en las manifestaciones del quehacer y el saber de las ideas eurocéntricas,  cuyo esquema y patrón colonial (en lo ideológico y cultural), tiene el mayor peso específico la cultura española[7].





[1] DARDY CLAUDINE (1998). El mestizaje como  valor  educativo: la noción de valor y la sociología de la educación.  Traducción: José J. Andrade. Colombia: Universidad del  Norte. Revista Investigación & Desarrollo, No 9, pp 1-8
[2] HERRERA CERPE, MARIANO (1985) Reflexiones acerca de un grupo cultural popular: los llaneros de Venezuela. Barcelona: Revista Boletín americanista. No. 35
[3] RAGO A, VÍCTOR (1999, Enero). Llano y llanero: contribución al estudio del forjamiento de una imagen. Boletín Antropológico del Centro de Investigaciones Etnológicas. Vol.45, p.27-47. Mérida: Universidad de los Andes.
[4] RODRÍGUEZ, ADOLFO (2008). La llaneridad venezolana en el siglo XXI entre etnocidios y etnogénesis. En Historiografías. historiografias.blogspot.com/2008/09/la-llaneridad-venezolana-en-el-siglo.html.
[5] IZARD, MIGUEL (1988) Orejanos, Cimarrones y arrochelados: Los llaneros del Apure. Barcelona Sendai Ediciones., p.28
[6]PEREZ, JOSÉ O (2002). Pedagogía de la Llaneridad. En: Fuego Cotidiano. http://fuegocotidiano.blogspot.com/2009/02/por-jose-obswaldo-perez-la-llaneridad.html
[7] CARVAJAL,  L. (1983): La Educación en el Proceso Histórico Venezolano. Caracas: Cooperativa Laboratorio Educativo, p.58.
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El alfabetismo en el estado Guárico (Apropósito del Día del Maestro)


FELIPE HERNÁNDEZ G.

El alfabetismo es la capacidad de las personas para leer y
escribir un párrafo sencillo en un idioma cualquiera
El próximo 15 de enero del año en curso, se cumplen 68 años de la promulgación del decreto mediante el cual el Presidente de la República, General Isaías Medina Angarita decretó la celebración del Día del Maestro, el 15 de Enero de cada año, como un homenaje permanente a los educadores venezolanos.

Si se considera que desde el punto de vista social y pedagógico, el alfabetismo es la capacidad de las personas para leer y escribir un párrafo sencillo en un idioma cualquiera; concepción que concuerda con el enfoque del investigador Alan Farstrup, quien sostiene que: "...la alfabetización es una interacción con el mundo donde se lee y se escribe...", puede afirmarse que en el estado Guárico el papel cumplido por sus maestros en el proceso de alfabetización, educación y formación ciudadana es digno de encomio, reconocimiento y valoración.

En ese sentido, ya están circulando los resultados del Censo de Población 2011, y a la luz de los mismos, se puede apreciar que el alfabetismo en el estado Guárico se ha incrementado en forma considerable. En el Cuadro que se presenta a continuación se pueden visualizar los resultados de los últimos cincuenta años, pudiéndose percibir un balance positivo e in crescendo.  


ESTADO GUÁRICO
TASAS DE ALFABETISMO EN LA POBLACIÓN DE 10 AÑOS
Y MÁS, SEGÚN GRUPO DE EDAD
CENSOS 1961 - 2011
EDAD
1961
1971
1981
1991
2001
2011
10-24 Años
61.1
74.8
89.4
93.4
95.4
96.6
25-54 Años
44.3
54.8
76.2
86.3
91.5
93.9
54 y más años
31.2
33.0
42.8
55.0
65.0
78.1
                               Fuente: INE. Censo 2011.


Puesto que el papel de la alfabetización es la capacitación y el ejercicio de la ciudadanía y el desarrollo, la UNESCO recomienda estudiar el alfabetismo en la población a partir de los 10 años y más. A este respecto, según el último Censo, la población de 10 años y más en la entidad fue de 609.757 personas y la tasa de alfabetismo de dicha población se ubicó en 92,5% cuando en 1961 su valor era de 51,8%. Así lo demuestra el Cuadro, donde se indica la tendencia de las tasas de alfabetismo según grupo de edad del estado Guárico, en el período comprendido entre los censos 1961 y 2011.

Por su parte, la evolución de las tasas de alfabetismo según grupo de edad, también permite constatar la disminución progresiva de las brechas existentes entre las tasas de alfabetismo, las cuales denotan un incremento continuo a través del tiempo, es decir, cada vez hay un mayor número de personas que abandonan la condición de analfabetas.

Las tasas de alfabetismo son más altas en los grupos más jóvenes, pues son éstos los que progresivamente han sido más beneficiados por las mejoras y el progreso educativo ocurrido en el país en los últimos 50 años.

Cabe destacar que en el período estudiado la proporción de personas alfabetos con edades comprendidas entre 10 y 24 años, se incrementó alrededor de 35,5 puntos porcentuales. Para el grupo de personas de 55 años y más el incremento fue del orden de 46,9 puntos porcentuales, mientras el grupo de 25 a 54 años, presenta 49,6 puntos porcentuales de aumento en el lapso 1961-2011 siendo este último el que mayor variación obtuvo.

En ese orden de ideas, y si se considera que la actividad sustantiva para la cual se forman los maestros y profesores es la enseñanza, entendida como una intervención social e intencional que redunda en la formación ciudadana y garantiza el cumplimiento efectivo del derecho a la educación a los niños y adolescentes, en el Guárico, mucho le debemos a quienes han encausado su vida y su vocación a la tarea de educar, ya que es una tarea enorme y no fácil de cumplir. 

Por lo expuesto, nuestros parabienes a los maestros guariqueños y venezolanos en su día.

*UNESR/Cronista de Valle de la Pascua
felipehernandez457@yahoo.com