El lenguaje del conquistador

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Podemos considerar que el topónimo Llanos de Paya es un apelativo común, y descriptivo en cuanto al hecho de referirse a una planada o llanura en que la presencia de “paja” la caracteriza semánticamente como “llanos de paja”, pero no es tan claro, en cambio, que se puede considerar como descriptivo el topónimo Paya referido a un caserío.
                                                                                                             por José Obswaldo Pérez
1. La toponimia hispánica: Los Llanos de Paya
LA CONQUISTA EUROPEA trajo consigo un proceso de plasticidad cultural[1] mediante el lenguaje y el contacto físico del colonizador, cuyo resultado transcultizador produjo un rápido mestizaje (provisto de una aculturización) entre el indio y el negro. Esta transferencia cultural se refleja en la toponimia hispana regional, especialmente en topónimos indoeuropeos o indohispánicos[2]. Un ejemplo local son los nombre de los lugares del municipio Ortiz, donde subyacen topónimos antiguos que aparecen en las Crónicas de India, en mapas y planos de Cartografía Nacional. 

Estos nombres surgen desde el primer contacto de los primeros grupos de colonizadores con tierra adentro, y forman parte del patrimonio histórico local. Topónimos como Paya, Tiznados, Ortiz, entre otros, son un simple ejemplo de estudio. Una exposición etiológico de la toponimia hispánica o europea - siguiendo la metodología de Dick o Salazar Quijada- es necesario hacer algunas consideraciones que nos remontan, necesariamente, al estudio de la historia de la ocupación de la Península Ibérica; ya que muchos de los topónimos traídos por los conquistadores a América y, en especial a Venezuela, son productos de las diferentes invasiones ocurridas en la región Española antes de la conquista de Hispanoamérica. España, antes de integrase como Estado, estuvo ocupada por diferentes grupos humanos. Originalmente por pueblos prehistóricos que legaron al patrimonio español topónimos de origen muy antiguo; los últimos de ese periodo fueron los iberos y los celtas, quienes dejaron en la Península nombres de lugar como evidencia de su estadía en ese territorio. Luego aparecen las ocupaciones de los fenicios, griegos, cartagineses, romanos, germanos y por último los árabes, que permanecieron en España por ocho siglos (S. VII- S. XV), lo que explica la gran cantidad de topónimos árabes en el territorio español actual. Todas estas ocupaciones dejaron una nomenclatura como evidencia histórica de su paso por esta área geográfica. Estas diversas designaciones de lugar forman parte hoy del patrimonio toponímico español, el cual fue trasladado a Hispanoamérica como habla de un vivido lenguaje histórico. Al abordar la investigación de la toponimia hispánica regional debe estudiarse con sumo cuidado, a fin de buscar sus últimos orígenes, para no caer en contradicciones o en análisis superficiales e incompletos de etimologías. Este es un aspecto importante que habrán de tomar en cuenta los toponimistas e historiadores. Ramón Menéndez Pidal, en su libro Toponimia Prerrománica Hispana publicado en 1952, nos ofrece una serie de consideraciones fundamentales en torno al problema de los topónimos españoles antes de invasión de la Península por parte de los romanos. Igualmente, en el año de 1967, el investigador Manuel Rabanal en su Obra Hablas Hispanitas, se refiere a los topónimos célticos y gallegos, retomando conceptos expuestos por el autor anterior y estudiando otras designaciones no tratada por Menéndez Pidal y conocida por él. Sería importante para el estudio de la toponimia guariqueña conocer estos dos libros clásicos y otras publicaciones semejantes para establecer un estudio comparativo entre los topónimos indicados en tales textos con nombre geográficos venezolanos. Por otra parte, el estudio histórico de la toponimia hispánica debe ser abordado tomando en consideración las observaciones sobre etimologías que podemos encontrar de un topónimo o nombre de lugar, así como incluir un análisis de datos históricos como fecha de fundación, fundadores, hechos importantes ocurridos en el lugar, monumentos y otras concomitancias del acontecer histórico que dieron origen a los topónimos en referencia. 

En este sentido se quiere explicar que la toponimia hispánica histórica de la región, requiere de un tratamiento especial y, si se quiere, de un análisis distinto a resto de la toponimia española que a diario se incorpora a la geografía guariqueña, la cual puede ser tratada normal y rigurosamente mediante una metodología especifica. 2.-Los llanos de Paya: la conformación del espacio geográfico En la microregión del municipio Ortiz existen nombres hispánicos antiguos que aparecen en la cartografía histórica de Venezuela, nombres comunes, que son productos de la necesidad diaria de denominar accidentes de lugar; los cuales se incorporan, cada día más, a la geografía regional en forma dinámica; muchas veces, desplazando los nombres indígenas o topónimos históricos, los cuales deben ser tratados tal como sus dinamismos los impone; para evitar, en lo posible, cambios innecesarios y para garantizar su correcta incorporación al patrimonio toponímico regional o local. Un ejemplo es el topónimo los Llanos de Paya, cuya transparencia parte desde la perspectiva espacio-temporal, “denotando” una cosa (un territorio, un pueblo o un núcleo poblacional), que si bien tal “denotación” no ha sido la misma a lo largo de los siglos; porque, ésta“connota”, al mismo tiempo, otra explicación motivadora ( un lugar caracterizado por la presencia de pajonales y pequeños cerros); una tal “connotación”, que ha quedado fosilizada en el nombre actual del pueblo (o caserío) Paya o Mesa de Paya, sólo puede ser averiguada con seguridad a través del estudio etimológico y histórico-documental; es decir, mediante la investigación del pasado (historia), pero que no puede ser a través de la indagación del presente (es decir, mediante el estudio geográfico). Podemos considerar que el topónimo Llanos de Paya es un apelativo común, y descriptivo en cuanto al hecho de referirse a una planada o llanura en que la presencia de “paja” la caracteriza semánticamente como “llanos de paja”, pero no es tan claro, en cambio, que se puede considerar como descriptivo el topónimo Paya referido a un caserío. Históricamente, los Llanos de Paya es un topónimo antiguo. Tiene su inició documental en los llamados Hatos de Paya, que surgen en las encomiendas y en las Actas del Cabildo de Caracas. El Cronista de India Jacinto de Carvajal (1648) mencionó el lugar entre “… el Guárico, río que tiene el nacimiento suyo en los llanos de Paya y la Sierra de San Sebastián…”[3]. Los llanos de Paya aparecen en el contexto geográfico como una “necesidad de intensificar el control colonizador y, posteriormente, dará paso a centros hegemónicos y sub-hegemónicos de acuerdo a los intereses políticos administrativos dominantes “(Rodríguez, 1994:30). De allí nace el Partido Paya, como una unidad geográfica que, posteriormente, originará al Valle de Ortiz o Partido Ortiz y otras jurisdicciones locales a través de la conformación de sus espacios. Pero comencemos a estudiar el término genérico llanos, que, etiológicamente, proviene del latín “planas” o “planaria”, el cual significa “lisa, apacible, planicie”. De allí, también, deviene el vocablo llanero(a)[4]

Se trata de una voz que los castellanos conservaron de la antigua lengua de los visigodos conquistadores de España, en el siglo V de la era Cristiana; y representa un carácter geográfico general, caracterizado por porciones de tierras, de poca elevación sobre el nivel del mar. El término es obra de la nobleza de los conquistadores de Castilla, de Navarro y de Aragón, quienes transplantaron junto con su empresa de conquista el fenómeno cultural de una comarca sometida en el proceso de consolidación del reino español como lo era Andalucía, a los llanos de la Provincia de Venezuela. El cuadro de conquista y colonización de los llanos puede ser dividido en tres etapas fundamentales: la primera, correspondiente a la protagonizada por Cristóbal Colón en Agosto de 1458; la segunda, corresponde a los viajes de comprobación; pero circunscrita únicamente a las costas durante 1499 hasta 1502 y la tercera, se refiere a los viajes costeros menores, siendo más importante el área llanera realizada por Vicente Yáñez Pinzón en 1499, quien fue el primero en penetrar el Río Orinoco hasta Cabruta y de allí hasta los raudales de Atures, en el Amazonas. Pero fue una conquista tardía. Aún no había lugares demográficos –pueblos o villas-, que sirvieran como puntos de referencias. Arístides Rojas (1941) explica que los “llanos”, en termino general, son sabanas dilatadas regadas por ríos caudalosos con montañas o grupos de árboles, con mesas de pocas elevaciones sobre el nivel del suelo, refugio de los rebaños y del hombre, cuando en los días de invierno las llanuras se convierten en delatados mares; y el llanero de las deheses deja el lazo por el remo y la canoa. Una vegetación tropical la caracteriza y la índole de sus moradores, raza fornida, ágil, valerosa, libre como la dilatada llanura, donde el llanero, sobre el rápido caballo se señoreaba de los elementos indomables. Estos factores naturales influyeron en el proceso demográfico de la sociedad colonial (Brito Figueroa, 1975: 136). De allí que los llanos fueron sometidos a distintos procesos y etapas del descubrimiento, conquista, colonización, independencia y desarrollo. Los tres primero aspectos fueron tardíos, así como también su desarrollo económico no estuvo en concordancia con el avance cultural del resto del territorio. Víctor Rago A, profesor e investigador de la Escuela de Antropología, FACES, Universidad Central de Venezuela, señala que el término "llanos"- desde la perspectiva americanista-, es empleado con plena conciencia de que se trata de un vocablo, por así decirlo, especializado (Cfr. Humboldt, 1956: 167), que designa un ámbito geográfico y cultural con características ciertamente particulares, pero cuyo inventario no contiene aquéllas que, desde una perspectiva parcial e interesada, han acabado por labrar la imagen del Llano y del llanero que con posterioridad se ha impuesto[5]. Explica Rago que cuando los europeos entran en contacto con el mundo americano, el Llano en cuanto realidad geográfica ya existía. Dice el investigador: “Y no sólo existía como medio biofísico, sino que se hallaba habitado por numerosos pueblos aborígenes. No obstante, por mucho que éstos hubieran contraído con el medio que los albergaba relaciones de índole específica –y no es concebible que pudiera ocurrir de otra manera- el Llano, en el sentido de lo llanero, y cualquiera que sea la interpretación que se haga de aquellas relaciones, no había aparecido aún, si se nos permite decirlo así. No podría afirmarse, pues, que los indígenas que poblaban el medio llanero para el momento de la presencia europea fueran llaneros. Dueños del territorio, claro está que lo eran –al menos en un sentido particular de filiación territorial-; pero llaneros no, puesto que el propio territorio no había recibido la denominación con la que posteriormente sería conocido, y esa denominación no consistía simplemente en una operación de rotulación práctica -suerte de bautismo instrumental, para comodidad de los invasores- sino en una operación de provisión de significado”. (1999:28-29) 3.-Una frontera étnica y cultural Adelina Rodríguez (1987: 81) infiere que los llanos son tierras de pastos, cuyas particularidades climáticas y su vastedad de paisaje la hacen “zona de refugio, especie de frontera (subrayado nuestro)”. Una frontera, que, desde punto vista toponímico, alude a una realidad a la ubicación extrema o periférica, y que supone una idea de “tierra abierta”. Todas las colectividades humanas, desde los tiempos más remotos, han desarrollado prácticas o sistemas para delimitar de algún modo el territorio: sea para hacer explícita una relación de propiedad o pertenencia, sea para señalar los límites de un determinado derecho o jurisdicción. Podría afirmarse que, en la práctica, marcar límites (en el sentido de establecer algún tipo de frontera sobre el terreno) ha sido una de las maneras mediante las cuales el hombre ha ejercido lo que se ha dado en llamar sentido de la territorialidad[6]. Esta relación fundamental del hombre con el medio generó un conjunto de elementos etnoculturales y patrones de vida como la oralidad, la alimentación y los bailes, entre otras elementos que constituyeron una síntesis de ese proceso de mestizaje o choque cultural: un collage del pueblo mestizo culturalmente creada en ese paisaje geográfico que llamamos el Llano. Así como sabemos que lo andaluz es solamente de Andalucía, amalgama de muchas culturas de remotos países y tiempos, sin ser de ellos, con huellas de todos, nuestro llanero es de nuestros llanos una forja especial y genuina[7]. Un proceso que daría, igualmente, origen al caudillismo, como fenómeno cultural del meeting pot, a partir de modos, costumbres y actitudes heredadas de caciques indígenas. La necesidad de suplantar el Rey, cuya autoridad no fue más respetada, impulsó ese tipo de liderazgo. El primer caudillo reconocido fue Antonio Sedeño, de quien dieron fe los indígenas que, desde Paria hasta el Orinoco, le venían huyendo. Murió en los llanos guariqueños de Tiznados, envenenado por su propia sirvienta. En otros aspectos, diversos autores coinciden en afirmar que la región llanera reunió condiciones necesarias para que en ella se formara esta tipología étnica: la de los llaneros. Por otro lado, el doctor Adolfo Rodríguez – autoridad regional en el estudio etnohistórico de los llanos guariqueños- sostiene que los llaneros constituyen una de las etnias de filiación mestiza, que surgen del encuentro de los pueblos autóctonos de América con los grupos humanos procedentes de Europa y África. “Un mestizaje que se localiza en la región de los Llanos de las actuales repúblicas de Venezuela y Colombia y que no se expresa en una dinámica estrictamente social y cultural, sino que tiene importantes implicaciones de orden ambiental derivadas de la presencia —en la misma región— de los grandes rumiantes (bovinos y equinos) venidos también de Europa, más o menos en la misma época: el siglo XVI”. (Rodríguez, Adolfo. En: M. E. Romero, 1991). El citado autor señala que este fenómeno cultural que se denomina llanero, es una denominación que no quiere decir simplemente que habita en el llano. Es algo más profundo y complejo. Es el ser humano surgido de un intenso mestizaje, plenamente adaptado al llano; por lo que hace referencia al conocimiento que tiene el mismo y al sometimiento de su clima (según los cambios y las periodicidades que ocurren durante todo el año). A esto se debe añadir la tendencia a cohabitar una vida aislada en medio de grandes extensiones de tierras, en el hato o en el conuco. Todas estas características, más el factor de supeditarse de hecho toda la economía a una sola actividad monoproductiva (ganadería), creó un tipo de manifestación única: la cultura llanera. De allí que toda transformación societaria hacia los llanos estará a cargo de los misioneros jesuitas y franciscanos, quienes impulsaron toda manifestación cultural aborigen y mestiza, pese a que imponían el patronato espiritual y económico del cristianismo, fuente de poder y razón de ser de los hijos de Ignacio del Loyola. Allí se establecieron formidables ganaderías y hatos famosos. Así llegó la vaquería y el caballo para la unión perfecta que condicionaría, a su vez, la vida cotidiana de estas categorías étnicas, las cuales aportaron técnicas al manejo directo de las vacadas mediante ese “esquema tetraedral” en que se ejecuta la producción en el hato llanero: sabana, res, caballo y hombre (Rodríguez, 1981). El citado autor sostiene la tesis del cimarronaje[8] como uno de los principales factores que permitirán la conquista de los llanos y, por otra parte, explica que el espacio será “… la base fundamental de los procesos de interacción, intercambio y relación que dan lugar a la actual sociedad guariqueña” (1994: 32). Según el referido autor, el medio y el espacio será el mediador decisivo. “Todo hace presumir que el vasto paño de tierra constituido por lo que en el siglo XVII se denominó el Partido Paya, es el escenario donde surge la cultura neoamericana de los llaneros colombo-venezolanos. No sin razón durante la primera mitad de ese siglo representó el eje de la economía de la provincia de Venezuela cuando los cueros se convierten en el principal producto de exportación. Mientras que en la segunda mitad de dicho siglo, fue el abastecedor más importante de la carne que consumían los habitantes de la capital de esa provincia sin que dejase de proveer, asimismo cueros para la importación y contrabando” (Rodríguez, 1994: 46-47). Rodríguez (1994) señala que en ese extenso espacio geográfico se localiza algunos de los más antiguos casos de llanerización de etnias indígenas; y agrega que, en contexto de lo que había sido el Partido de Paya, tuvo lugar buena parte de la historia del heroísmo étnico llanero venezolano. Asimismo indica que, al menos a 10 kilómetros de Mesa de Paya, al sur de Ortiz, Alejandro de Humboldt encontró en 1800, unos hombres que caracterizó como “llaneros”. De este modo, Paya como hidrotopónimo y sistema hidrográfico (un río de 82 Km. de curso que nace en la serranía de Los Paredones o Loma del Tigre, al sur de San Sebastián de los Reyes, que recoge aguas del Vilchez, el Parapara, el Carguita, el Chirgüita y otros menores) es un término genérico que nada tiene que ver con el río. Su nombre pareciera derivar del vasco y según el lugar, éste topónimo admite diversas interpretaciones: tierra de escanda (“paya”), cabaña de techumbre vegetal cubiertas con “paya” o piedra por derivación deformada del “pal-“. Sin embargo, otros autores refieren que el nombre es de origen africano a partir de la modificación del fonema palatal lh que se observa en la pronunciación popular de ciertas regiones de Brasil, caso como: muyé, para mujer; fiyo, para hijo; paya, para paja, entre otras. Es interesante destacar que, en un sector de Barquisimeto de la Provincia de Venezuela, existió un poblado en 1749 con este nombre “… barrio que llaman Paya de casa pajizas en donde vive mucha gente de color”[9] Otras explicaciones sobre el término son los que algunos investigadores lingüistas explican sobre la letra [j] tal como la conocemos hoy se pronuncia en castellano y que en el siglo XII no existe como fonema velar [ja, jo, ju]. Se resolvía en [y] y en [ll] con sonido palatal [yate]. Procedía del grupo latino /ly/ ante vocal, escrito [le,li], palea para palia; palla por paya. En leones antiguo muliere correspondía mujer; conciliu por conceyo; colione por coyon; colia por coya. Por otra parte el grupo /gy/ daba la misma derivación: Pelagiu por Palayo; foguea por haya. Estos resultados, en muchas ocasiones, pasaban desapercibidos para los copistas al escribirlos al papel, debido a alternancia de las letras i, y, gi. Estas evoluciones son normales en el paso del latín vulgar a la lengua romance. Curiosamente el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no trae una definición de paya (ni de palla) aunque si contiene definiciones de: ·Palllador: coplero y cantor popular y errante ·Payador: Cantador popular errante. ·Payada: Canto del Payador. Certamen poético y musical de dos payadores. ·Pallar: Americanismo. Escoger la parte más rica del mineral. Improvisar coplas, en duelo con otro cantor. En Perú, Judía blanca gruesa. Planta que la da (Phaseolus pallar). Lóbulo de la oreja. ·Pallaco: Mineral bueno que se recoge entre los escombros de una mina abandonada. ·Pallaco: En Chile, se trata de un mineral aprovechable que se recoge en una mina abandonada. ·pallada: En América del Sur, es el canto del pallador o payador. ·pallador: América del Sur, Cantor popular errante. ·pallas: En Perú, cierta danza indígena. El DRAE, también, agrega que pallador proviene del quechua pállay, recolectar: “porque el pallador escoge las palabras”. Sin embargo, en su Diccionario Etimológico, Corominas explica que “pallar” es una americanismo que significa “improvisar coplas en controversia[10], concordando con la etimología y explicación del DRAE. También, Corominas hace derivar pajar de paja, y asegura que “pallar” es una palabra documentada en Aragón en el año 1101. Etimológicamente, pajar procede del latín palearium, que significa lugar donde se pone la paja. Palearium viene de palea, paja. Otras palabras latinas similares son pallaris, relativo al vestido, ya que palla significa vestido talar de mujer, capa corta que usaban los antiguos galos. Insiste, sin embargo, que la grafía Payar utilizada en varios países latinoamericanos es historiadamente incorrecta y que no se corresponde con la pronunciación de las zonas que distinguen ll de la y. Finalmente, algunos lingüistas e historiadores consideran que la palabra “paya” es de origen quechua y significa “hacer de a dos”, pero que tiene otras acepciones, como en Perú que significa amante o concubina. Por ejemplo, algunos autores (Agagliate, 1992; Botello, 1994; Idler, 1997) sostienen que Paya es voz caribe (cumanagota o chaima), la cual designa a una bebida que fabricaban los indígenas con casabe fermentado, batata y papelón. En definitiva, creemos que Paya proviene de latín paleam y paleares (tierra adecuadas a la paya, a los cereales) “lugar de paya, tierra de cereales” y su relación está vinculada al auge de ganadería en los llanos, como representativo de una realidad fisiográfica. NOTAS [1] El concepto fue desarrollado por el Uruguayo Ángel Rama. Rama denominó "la plasticidad cultural", para referirse al proceso integrador de la transculturación. [2] Nos referimos con este concepto al proceso de aculturización y recombinación que sufren las palabras tanto indígenas como europeas en su empleo para la comunicación y denominación de los lugares. Léase el artículo de ESTEVA FABRECAT, CLAUDIO (1989)” La Hispanización del Mestizaje Cultural en América”. España: Universidad de Barcelona. [3] CARVAJAL, (FRAY) JACINTO (1956): Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco. Madrid: Edime. Esta obra fue escrita en 1648 y editada en León (España) en julio de 1882. [4] SUAREZ, JULIO CONCEPCIÓN (2001) Diccionario Toponímico de la Montaña Asturiana. Oviedo: Editorial KFK [5] RAGO A, VÍCTOR (1999, Enero). Llano y llanero: contribución al estudio del forjamiento de una imagen. Boletín Antropológico del Centro de Investigaciones Etnológicas. Vol.45, p.27-47. Mérida: Universidad de los Andes. [6] TORT, JOAN (Abril 01, 2003): Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo de una interpretación del espacio. En: Scripta Nova Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Vol. VII, núm. 138 [7] BAQUERO NARIÑO, ALBERTO (1990): Joropo: Identidad llanera. Bogotá: Empresa editorial Universidad Nacional de Colombia. [8] El término proviene de la palabra cimarrón, el cual se aplicó al ganado doméstico que escapaba a las montañas en la Isla Española. Luego los colonizadores llamaron cimarrón a los indios que habían huido de las encomiendas; y ya en 1530, se había comenzado a llamar así a los negros fugados. A los esclavos rurales que huían de las plantaciones o haciendas hacia el monte se les decía cimarrones, pero al esclavo doméstico que escapaba de uno u otro poblado, le llamaban “huido”. De este modo que le término fue utilizado por los españoles para nombrar a los esclavizados/as quienes huían de minas, casas y haciendas para construir espacios de autonomía y libertad al margen del cautiverio esclavista. Estos rebeldes respondieron con la guerra a la violencia física y simbólica que desplegó el Estado colonial y más tarde republicano (De Friedemann, 1993: 36). [9] Veáse DE SANTIESTEBAN, MIGUEL : “Viaje muy puntual y curioso que hace por tierra (…) desde Lima hasta Caracas, en el año 1740”. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas. Tomo XLVIII, no. 191, Julio-Septiembre de 1965. p. 450. También citado por RAMOS GUÉDEZ, JOSÉ MARCIAL (2001): Contribución a la Historia de la Culturas negras en Venezuela colonial. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones de la Alcaldía de Caracas. p. 41. [10] COROMINAS, JOAN (1954) Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana. Berna, T. .I.,p 54.32 HEMEROBIBLIOGRAFÍA AGAGLIATE M, RENATO (1992): El Río que tenía alas. Caracas: Dirección de Cultura. Universidad Central de Venezuela. ALVARADO, LISANDRO (1953): Glosario de voces indígenas de Venezuela. Obras Completas. Caracas: Ministerio de Educación. 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