Topnimia

Los nombres de África en Ortiz

La historia de los nombre de los lugares está ampliamente impresa en todas las vicisitudes de nuestra historia colonial. Antes de la llegada del colonizador, cada lugar fue designado, según el uso del discurso local y el de los usuarios como una suerte de reliquias toponímicas. A su llegada, una doble actitud había sido adoptada.


POR JOSÉ OBSWALDO PEREZ

CUMBITO. Ese fue el primer sonido que escuche en Ortiz. Luego, Cumbote y Mocundo. Y, en cada palabra, me hacía una pregunta: ¿Qué significan? No es fácil para un historiador y, me imagino más aún, para un comunicador social, descifrar sus significados. La región histórica de Ortiz es muy vasta en territorio y con características geográficas muy definidas. Al adestrase a los sabores de esos lugares, uno tiene que hacer una expedición intelectual con la ayuda de otras ciencias interdisciplinarias. Antropología, lingüística e historia.

La historia de los nombre de los lugares está ampliamente impresa en todas las vicisitudes de nuestra historia colonial. Antes de la llegada del colonizador, cada lugar fue designado, según el uso del discurso local y el de los usuarios como una suerte de reliquias toponímicas. A su llegada, una doble actitud había sido adoptada. Ciertos lugares mantuvieron los nombres endógenos, no sin algunas torsiones antropoculturales de la cosmovisión autóctona; mientras otras recibieron los harapos de la dominación española y portuguesa. Por ello que la toponimia en Ortiz es, como en otros sectores de nuestra cultura, mestiza.


martes, abril 29, 2008

Historia y toponimia

Para Marc Bloch, los nombres de los pueblos sirven para recorrer la línea de los tiempos en sentido inverso. Sus topónimos –nombres propios de lugar– reflejan la flora, la fauna, las topografías e hidrografías de la antigüedad; trazan contornos borrosos de viejos hatos, pueblos y caserios; proyectan patrones de colonización y de explotación de la tierra; reafirman diluidas herencias y persistencias indígenas; y exhuman remotos colonizadores para develarnos su hablar, sus costumbres, sus imperativos, sus devociones, y por qué no, sus mentalidades.


Por José Obswaldo Pérez

Desde la perspectiva epistemológica, la historia tiene un papel importante, así como la geografía u otra ciencia social, en los estudios toponímicos. La utilización de la toponimia como un recurso de la historia en la ocupación del espacio se remonta al siglo XIX. Nació en Europa, como disciplina. En Alemania, su fundador fue Wihelm Arnold con un trabajo titulado Asiendlungen und Wanderun deutscher Stâmne. Zumeist nach hessischen Ortsnamen, aparecido en 1875. En Francia, se remonta a H. D´Arbois de Jubainville con un trabajo intitulado “Recherches sur l’origine de la propriété et des noms de lieux habités en France » (1875).

Sin embargo, el verdadero fundador de la toponimia como ciencia fue Auguste Longnon, quien fue el primero en enseñanzarla, inicialmente en la Ecole Practique des Hautes Etudes, y luego en el Collège de France, hasta su muerte en 1913. Sus estudios sobre Noms de lieux de la France (1920-1929) fue publicado en una obra póstuma, recopilada por sus antiguos alumnos (Dick, 1992:01).

Pero, la critica histórica de las interpretaciones de la toponimia -desde el punto de vista de la ocupación del espacio- ha sido preconizadas por Marc Bloch (1934, 1939,1940). Marc Bloch, en el estudio de la historia rural francesa, profundiza en el origen y significación de los nombres propios del lugar y los relaciona estrechamente con la historia social francesa. Estos estrechos lazos entre la toponimia y la población fueron especialmente subrayados por Marc Bloch en su artículo “Réflexions d`un historien sur quelques travaux de toponymie" (1934)[1].

En este artículo, el autor valora la toponimia como factor predominante en el estudio poblacional, pero no es el único caso. Por tanto, existen otros elementos que tienen que acompañarse para que exista una verdadera razón toponímica de una región, pueblo, villa, etc. Así lo deja ver cuando dice:

La toponimia, por sí sola, no puede permitir resolver los problemas de población. Es preciso recurrir a la ayuda de la arqueología, el estudio de los hechos jurídicos, de las costumbres y especialmente de los usos agrarios, de los hechos de lenguaje y del vocabulario agrario y finalmente del examen de los nombres del lugar[2].

Entre los muchos ejemplos que da Bloch, en su obra La Historia Rural Francesa sobre la toponimia como elemento de apoyo a la investigación agraria en la Edad Media, en el estudio de su hábitat y de la ocupación del suelo, deja entrever lo escaso de los textos y la gran ayuda que la arqueología y la toponimia pueden prestar a él. Hace hincapié en las excelentes notas de geografía histórica sobre "Le pays de Macon et de Chalon avant l`an mille, de Gabriel Jeanton", 1934; ayudándose al mismo tiempo con hallazgos arqueológicos, con el estudio de los nombres de lugar mencionados por los documentos y con la toponimia catastral, la cual conserva el recuerdo de aglomeraciones desaparecidas[3].

Para Marc Bloch, los nombres de los pueblos sirven para recorrer la línea de los tiempos en sentido inverso. Sus topónimos –nombres propios de lugar– reflejan la flora, la fauna, las topografías e hidrografías de la antigüedad; trazan contornos borrosos de viejos hatos, pueblos y caserios; proyectan patrones de colonización y de explotación de la tierra; reafirman diluidas herencias y persistencias indígenas; y exhuman remotos colonizadores para develarnos su hablar, sus costumbres, sus imperativos, sus devociones, y por qué no, sus mentalidades.

Sin embargo, la historia de un territorio tiene, a veces, el parecido a un muñeco ruso: muchos muñecos contenidos en uno; es decir, muchos significados en uno solo. De allí que la toponimia encierra una serie de misterios. Pero, su estudio - desde la concepción de la historia-, debe tener en cuenta algunos aspectos metodológicos fundamentales, a fin de buscar sus últimos orígenes, para no caer en contradicciones o en análisis superficiales e incompletos de etimologías. Este es un aspecto importante que habrán de tomar en cuenta los toponómistas e historiadores. Los topónimos, en los términos en que han sido definidos, no pueden utilizarse en el análisis histórico de cualquier manera. El analista debe prestar atención, a nuestro juicio, a tres aspectos en particular:

· El hecho de que numerosos topónimos no tienen un sentido claro o fácilmente inteligible.
· El problema del cambio (en relación al espacio y en relación al tiempo) y,
· Los principios de pertenencia y permanencia

Respecto al primer punto, Moreu-Rey (1982) considera que, dado un determinado conjunto de topónimos, se pueden distinguir en él dos grandes grupos: los nombres cuyo sentido es claro y comprensible y los nombres que aparentemente no tienen sentido alguno, porque no corresponden a ninguna palabra hablada dentro del ámbito geográfico y lingüístico estudiado. A los primeros, este autor les llama topónimos transparentes; a los segundos, topónimos no transparentes o fósiles. A estos últimos, se trata en definitiva de “antiguos nombres comunes cristalizados o petrificados, y conservados en algunos casos durante milenios” (Moreu-Rey, 1982:13).

Con relación al segundo aspecto, el historiador nunca debe olvidar que la noción de cambio es fundamental a la hora de interpretar cualquier topónimo. Por una parte hay que hablar de cambio lingüístico: los nombres -cualquier tipo de nombre- sufren una evolución determinada a lo largo del tiempo; cuanto más antiguo es un nombre, mayor transformación puede haber sufrido. Pero, por otra parte, debe tenerse en cuenta el cambio geográfico: el hecho de que el territorio -y, por tanto, el “objeto denominado” también está sujeto a las alteraciones que comporta en el transcurso del tiempo. En la práctica, conocer las transformaciones más importantes que hayan afectado a un lugar determinado puede resultar de una gran ayuda para interpretar con exactitud el sentido inicial de un nombre relacionado con este lugar.

Finalmente, el tercer punto, alude a los principios de pertenencia y permanencia, estudiados por la historiografía francesa. El primer concepto es abordado por Heri Dorion (1993), el cual se refiere a la memoria colectiva como punto de referencia básica a la hora de abordar la naturaleza del topónimo como modo de comunicación. Mientras, el segundo concepto corresponde a la particular supervivencia del topónimo en el tiempo. Un autor importante de la lingüística hispánica como lo es Ramón Menéndez Pidal (1952) señala la importancia de la dimensión popular que tienen los nombres de lugar y su permanencia en el tiempo. Señala el autor lo siguiente:

Los nombre de lugar son viva voz de aquellos pueblos desaparecidos, transmitida de generación en generación, de labio en labio, y que por tradición interrumpida llega a nuestros oídos en la producción de los que hoy continúan habitando el mismo lugar, adheridos al mismo terruño de sus remotos pasados; la necesidad diaria de nombrar ese terruño une a través de los milenio la pronunciación de los habitantes de hoy con la pronunciación de los primitivos” (1952:5).

Mucho antes, estas investigaciones habían adquirido un interés para los estudiosos de las palabras y los nombres de lugares. Pero, a raíz de estas publicaciones es cuando se expanden por Europa y América los estudios toponímicos. En Europa citamos al filólogo portugués José Leite de Vasconcelos, con su obra pionera Opúsculo. Vol. III: Onómatologia, publicada en 1931.

En América, especialmente en Estados Unidos y Canadá se conocen las primeras investigaciones ligadas a la historia, la geografía y la lingüística, donde se conforman equipos interdisciplinarios para investigar topónimos en sus respectivos países. En Estados Unidos se publica el trabajo realizado por un equipo de investigadores en la revista Names, órgano oficial de divulgación de la Sociedad Americana de Nombres (conocida por sus siglas en inglés como America Name Society), la que tiene por objetivo el estudio de la etimología, origen y significado, y aplicación de todas las categorías de nombres: geográfico, personal, científico, comercial y popular. George Stewart, autor de las obras Name of the Land y A classification of the Land (1954) es colaborado de dicha revista americana.

En América Latina, la toponimia adquirió importancia como estudio durante los últimos años del siglo XX. Especialmente, en Brasil y Venezuela. Dos países con mayor número de investigaciones toponímicas. En nuestro país se destacan, de manera sincrónica, un grupo de pioneros de esta disciplina como: Lisandro Alvarado, Tulio Febres Cordero, Julio Cesar Salas, Pablo Vila, Juan Pablo Sojo, Ramón Armando Rodríguez, Marco Aurelio Vila, Miguel Acosta Saignes y Adolfo Salar Quijada. Este último fue quien científicamente y académicamente orientó los estudios toponímicos en Venezuela. Sin duda, un significativo número de aportes, en este sentido, permiten que, cada día, se impulsen investigaciones para descifrar los nombres de los lugares. Más aún cuando hoy se necesita una fuerte revisión y actualización de ellos.



NOTAS
[1] BLOCH, Marc (1978) La Historia Rural Francesa. España: Editorial Crítica. Grupo Editorial Grijalbo.; ver su ensayo : Réflexions d’un historien sur quelques travaux de toponymie dans Annales d’histoire économique, t. VI, 1934.

[2] Ídem, P. 98

FUENTES CONSULTADAS

BLOCH, MARC (1978) La Historia Rural Francesa. España: Editorial Crítica. Grupo Editorial Grijalbo.
DICK, MARIA VICENTINA DE PAULA DO AMARAL (2000). A investigação lingüística na onomástica brasileira. Frankfurt am Main
DORION, Henri(1993) : A qui appartient le nom de lieu?.En : Onomastica Canadiana. 75, 1, p. 1-10.
HUDON, H. (1986): Méthodologie des inventaires toponymiques. Québec: Commission de toponymie, Dossiers toponymiques, 16.
MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN (1952): Toponimia prerrománica hispánica. Madrid: Gredos.
MOREU-REY, ENRIC (1995): Tipología toponímica. En ROSSELLÓ, V.M.; CASANOVA, E. (eds.). Materiales de Toponimia. València: Generalitat Valenciana - Universitat de València, 1995, Vuelo. Y, p.
PEREZ ASCANIO, JOSE OBSWALDO (2006).Estudio histórico sobre la toponimia del Municipio Ortiz. Una aproximación a la realidad regional. Tesis de Grado para optar el titulo de Magíster en Historia de Venezuela. San Juan de los Morros: Universidad Rómulo Gallegos.





HEMEROGRAFÍA


BLOCH, MARC (1934). Réflexions d’un historien sur quelques travaux de toponymie dans Annales d’histoire économique, t. VI, 1934).
ECICLOPEDIA WIKIPEDIA. Toponymie française [En línea], http://fr.wikipedia.org/wiki/Toponymie_française
ZADORA RIO, Elisabeth (2001): Archéologie e toponymie: le divorce. France: Les petits cahiers d’Anatole. No.8; pp2-17
miércoles, julio 18, 2007

Topofilia, lugar y toponimia

El lugar, según el geógrafo chino-americano Yi-Fu Tuan, está definido por la perspectiva empírica que las personas tienen de un espacio. Es decir, las experiencias de quienes ocupan un área son quienes hacen que ese lugar sea significativo para ellos y su interpretación para los demás.


Por José Obswaldo Pérez
La añoranza por el terruño, por el lugar donde uno nació, tiene una carga emocional para un habitante cualquiera. Yo recuerdo que cuando regresaba a mi pueblo, después de un período de clases en la universidad, mi corazón se emocionaba por la vuelta y el encuentro con los amigos, pero sobre todo, por el encuentro con esos espacios que uno guarda en la memoria. Todas esas emociones la vivía en el desplazamiento desde la ciudad donde estudiaba hasta el encuentro con mí querido pueblo: Ortiz. De allí que la percepción de lugar juega un papel importante en la producción de emociones. Las emociones son provocadas, en un contexto relacional, con personas; así, como también, con objetos, y por consiguiente, con el lugar añorado o cualquier otro territorio o espacio. Sean emociones positivas o negativas, apacibles o no. Entonces podemos hablar del concepto topofilia, que nos es más que el enlace afectivo positivo que se establece entre las personas y el medio ambiente que le rodea. Entonces, la topofilia puede ser un hábitat (lugar) apacible y agradable a nuestra percepción, a nuestra memoria.

viernes, julio 06, 2007

El lenguaje del conquistador

Podemos considerar que el topónimo Llanos de Paya es un apelativo común, y descriptivo en cuanto al hecho de referirse a una planada o llanura en que la presencia de “paja” la caracteriza semánticamente como “llanos de paja”, pero no es tan claro, en cambio, que se puede considerar como descriptivo el topónimo Paya referido a un caserío.
                                                                                                             por José Obswaldo Pérez
1. La toponimia hispánica: Los Llanos de Paya
LA CONQUISTA EUROPEA trajo consigo un proceso de plasticidad cultural[1] mediante el lenguaje y el contacto físico del colonizador, cuyo resultado transcultizador produjo un rápido mestizaje (provisto de una aculturización) entre el indio y el negro. Esta transferencia cultural se refleja en la toponimia hispana regional, especialmente en topónimos indoeuropeos o indohispánicos[2]. Un ejemplo local son los nombre de los lugares del municipio Ortiz, donde subyacen topónimos antiguos que aparecen en las Crónicas de India, en mapas y planos de Cartografía Nacional. 

Estos nombres surgen desde el primer contacto de los primeros grupos de colonizadores con tierra adentro, y forman parte del patrimonio histórico local. Topónimos como Paya, Tiznados, Ortiz, entre otros, son un simple ejemplo de estudio. Una exposición etiológico de la toponimia hispánica o europea - siguiendo la metodología de Dick o Salazar Quijada- es necesario hacer algunas consideraciones que nos remontan, necesariamente, al estudio de la historia de la ocupación de la Península Ibérica; ya que muchos de los topónimos traídos por los conquistadores a América y, en especial a Venezuela, son productos de las diferentes invasiones ocurridas en la región Española antes de la conquista de Hispanoamérica. España, antes de integrase como Estado, estuvo ocupada por diferentes grupos humanos. Originalmente por pueblos prehistóricos que legaron al patrimonio español topónimos de origen muy antiguo; los últimos de ese periodo fueron los iberos y los celtas, quienes dejaron en la Península nombres de lugar como evidencia de su estadía en ese territorio. Luego aparecen las ocupaciones de los fenicios, griegos, cartagineses, romanos, germanos y por último los árabes, que permanecieron en España por ocho siglos (S. VII- S. XV), lo que explica la gran cantidad de topónimos árabes en el territorio español actual. Todas estas ocupaciones dejaron una nomenclatura como evidencia histórica de su paso por esta área geográfica. Estas diversas designaciones de lugar forman parte hoy del patrimonio toponímico español, el cual fue trasladado a Hispanoamérica como habla de un vivido lenguaje histórico. Al abordar la investigación de la toponimia hispánica regional debe estudiarse con sumo cuidado, a fin de buscar sus últimos orígenes, para no caer en contradicciones o en análisis superficiales e incompletos de etimologías. Este es un aspecto importante que habrán de tomar en cuenta los toponimistas e historiadores. Ramón Menéndez Pidal, en su libro Toponimia Prerrománica Hispana publicado en 1952, nos ofrece una serie de consideraciones fundamentales en torno al problema de los topónimos españoles antes de invasión de la Península por parte de los romanos. Igualmente, en el año de 1967, el investigador Manuel Rabanal en su Obra Hablas Hispanitas, se refiere a los topónimos célticos y gallegos, retomando conceptos expuestos por el autor anterior y estudiando otras designaciones no tratada por Menéndez Pidal y conocida por él. Sería importante para el estudio de la toponimia guariqueña conocer estos dos libros clásicos y otras publicaciones semejantes para establecer un estudio comparativo entre los topónimos indicados en tales textos con nombre geográficos venezolanos. Por otra parte, el estudio histórico de la toponimia hispánica debe ser abordado tomando en consideración las observaciones sobre etimologías que podemos encontrar de un topónimo o nombre de lugar, así como incluir un análisis de datos históricos como fecha de fundación, fundadores, hechos importantes ocurridos en el lugar, monumentos y otras concomitancias del acontecer histórico que dieron origen a los topónimos en referencia. 

En este sentido se quiere explicar que la toponimia hispánica histórica de la región, requiere de un tratamiento especial y, si se quiere, de un análisis distinto a resto de la toponimia española que a diario se incorpora a la geografía guariqueña, la cual puede ser tratada normal y rigurosamente mediante una metodología especifica. 2.-Los llanos de Paya: la conformación del espacio geográfico En la microregión del municipio Ortiz existen nombres hispánicos antiguos que aparecen en la cartografía histórica de Venezuela, nombres comunes, que son productos de la necesidad diaria de denominar accidentes de lugar; los cuales se incorporan, cada día más, a la geografía regional en forma dinámica; muchas veces, desplazando los nombres indígenas o topónimos históricos, los cuales deben ser tratados tal como sus dinamismos los impone; para evitar, en lo posible, cambios innecesarios y para garantizar su correcta incorporación al patrimonio toponímico regional o local. Un ejemplo es el topónimo los Llanos de Paya, cuya transparencia parte desde la perspectiva espacio-temporal, “denotando” una cosa (un territorio, un pueblo o un núcleo poblacional), que si bien tal “denotación” no ha sido la misma a lo largo de los siglos; porque, ésta“connota”, al mismo tiempo, otra explicación motivadora ( un lugar caracterizado por la presencia de pajonales y pequeños cerros); una tal “connotación”, que ha quedado fosilizada en el nombre actual del pueblo (o caserío) Paya o Mesa de Paya, sólo puede ser averiguada con seguridad a través del estudio etimológico y histórico-documental; es decir, mediante la investigación del pasado (historia), pero que no puede ser a través de la indagación del presente (es decir, mediante el estudio geográfico). Podemos considerar que el topónimo Llanos de Paya es un apelativo común, y descriptivo en cuanto al hecho de referirse a una planada o llanura en que la presencia de “paja” la caracteriza semánticamente como “llanos de paja”, pero no es tan claro, en cambio, que se puede considerar como descriptivo el topónimo Paya referido a un caserío. Históricamente, los Llanos de Paya es un topónimo antiguo. Tiene su inició documental en los llamados Hatos de Paya, que surgen en las encomiendas y en las Actas del Cabildo de Caracas. El Cronista de India Jacinto de Carvajal (1648) mencionó el lugar entre “… el Guárico, río que tiene el nacimiento suyo en los llanos de Paya y la Sierra de San Sebastián…”[3]. Los llanos de Paya aparecen en el contexto geográfico como una “necesidad de intensificar el control colonizador y, posteriormente, dará paso a centros hegemónicos y sub-hegemónicos de acuerdo a los intereses políticos administrativos dominantes “(Rodríguez, 1994:30). De allí nace el Partido Paya, como una unidad geográfica que, posteriormente, originará al Valle de Ortiz o Partido Ortiz y otras jurisdicciones locales a través de la conformación de sus espacios. Pero comencemos a estudiar el término genérico llanos, que, etiológicamente, proviene del latín “planas” o “planaria”, el cual significa “lisa, apacible, planicie”. De allí, también, deviene el vocablo llanero(a)[4]

Se trata de una voz que los castellanos conservaron de la antigua lengua de los visigodos conquistadores de España, en el siglo V de la era Cristiana; y representa un carácter geográfico general, caracterizado por porciones de tierras, de poca elevación sobre el nivel del mar. El término es obra de la nobleza de los conquistadores de Castilla, de Navarro y de Aragón, quienes transplantaron junto con su empresa de conquista el fenómeno cultural de una comarca sometida en el proceso de consolidación del reino español como lo era Andalucía, a los llanos de la Provincia de Venezuela. El cuadro de conquista y colonización de los llanos puede ser dividido en tres etapas fundamentales: la primera, correspondiente a la protagonizada por Cristóbal Colón en Agosto de 1458; la segunda, corresponde a los viajes de comprobación; pero circunscrita únicamente a las costas durante 1499 hasta 1502 y la tercera, se refiere a los viajes costeros menores, siendo más importante el área llanera realizada por Vicente Yáñez Pinzón en 1499, quien fue el primero en penetrar el Río Orinoco hasta Cabruta y de allí hasta los raudales de Atures, en el Amazonas. Pero fue una conquista tardía. Aún no había lugares demográficos –pueblos o villas-, que sirvieran como puntos de referencias. Arístides Rojas (1941) explica que los “llanos”, en termino general, son sabanas dilatadas regadas por ríos caudalosos con montañas o grupos de árboles, con mesas de pocas elevaciones sobre el nivel del suelo, refugio de los rebaños y del hombre, cuando en los días de invierno las llanuras se convierten en delatados mares; y el llanero de las deheses deja el lazo por el remo y la canoa. Una vegetación tropical la caracteriza y la índole de sus moradores, raza fornida, ágil, valerosa, libre como la dilatada llanura, donde el llanero, sobre el rápido caballo se señoreaba de los elementos indomables. Estos factores naturales influyeron en el proceso demográfico de la sociedad colonial (Brito Figueroa, 1975: 136). De allí que los llanos fueron sometidos a distintos procesos y etapas del descubrimiento, conquista, colonización, independencia y desarrollo. Los tres primero aspectos fueron tardíos, así como también su desarrollo económico no estuvo en concordancia con el avance cultural del resto del territorio. Víctor Rago A, profesor e investigador de la Escuela de Antropología, FACES, Universidad Central de Venezuela, señala que el término "llanos"- desde la perspectiva americanista-, es empleado con plena conciencia de que se trata de un vocablo, por así decirlo, especializado (Cfr. Humboldt, 1956: 167), que designa un ámbito geográfico y cultural con características ciertamente particulares, pero cuyo inventario no contiene aquéllas que, desde una perspectiva parcial e interesada, han acabado por labrar la imagen del Llano y del llanero que con posterioridad se ha impuesto[5]. Explica Rago que cuando los europeos entran en contacto con el mundo americano, el Llano en cuanto realidad geográfica ya existía. Dice el investigador: “Y no sólo existía como medio biofísico, sino que se hallaba habitado por numerosos pueblos aborígenes. No obstante, por mucho que éstos hubieran contraído con el medio que los albergaba relaciones de índole específica –y no es concebible que pudiera ocurrir de otra manera- el Llano, en el sentido de lo llanero, y cualquiera que sea la interpretación que se haga de aquellas relaciones, no había aparecido aún, si se nos permite decirlo así. No podría afirmarse, pues, que los indígenas que poblaban el medio llanero para el momento de la presencia europea fueran llaneros. Dueños del territorio, claro está que lo eran –al menos en un sentido particular de filiación territorial-; pero llaneros no, puesto que el propio territorio no había recibido la denominación con la que posteriormente sería conocido, y esa denominación no consistía simplemente en una operación de rotulación práctica -suerte de bautismo instrumental, para comodidad de los invasores- sino en una operación de provisión de significado”. (1999:28-29) 3.-Una frontera étnica y cultural Adelina Rodríguez (1987: 81) infiere que los llanos son tierras de pastos, cuyas particularidades climáticas y su vastedad de paisaje la hacen “zona de refugio, especie de frontera (subrayado nuestro)”. Una frontera, que, desde punto vista toponímico, alude a una realidad a la ubicación extrema o periférica, y que supone una idea de “tierra abierta”. Todas las colectividades humanas, desde los tiempos más remotos, han desarrollado prácticas o sistemas para delimitar de algún modo el territorio: sea para hacer explícita una relación de propiedad o pertenencia, sea para señalar los límites de un determinado derecho o jurisdicción. Podría afirmarse que, en la práctica, marcar límites (en el sentido de establecer algún tipo de frontera sobre el terreno) ha sido una de las maneras mediante las cuales el hombre ha ejercido lo que se ha dado en llamar sentido de la territorialidad[6]. Esta relación fundamental del hombre con el medio generó un conjunto de elementos etnoculturales y patrones de vida como la oralidad, la alimentación y los bailes, entre otras elementos que constituyeron una síntesis de ese proceso de mestizaje o choque cultural: un collage del pueblo mestizo culturalmente creada en ese paisaje geográfico que llamamos el Llano. Así como sabemos que lo andaluz es solamente de Andalucía, amalgama de muchas culturas de remotos países y tiempos, sin ser de ellos, con huellas de todos, nuestro llanero es de nuestros llanos una forja especial y genuina[7]. Un proceso que daría, igualmente, origen al caudillismo, como fenómeno cultural del meeting pot, a partir de modos, costumbres y actitudes heredadas de caciques indígenas. La necesidad de suplantar el Rey, cuya autoridad no fue más respetada, impulsó ese tipo de liderazgo. El primer caudillo reconocido fue Antonio Sedeño, de quien dieron fe los indígenas que, desde Paria hasta el Orinoco, le venían huyendo. Murió en los llanos guariqueños de Tiznados, envenenado por su propia sirvienta. En otros aspectos, diversos autores coinciden en afirmar que la región llanera reunió condiciones necesarias para que en ella se formara esta tipología étnica: la de los llaneros. Por otro lado, el doctor Adolfo Rodríguez – autoridad regional en el estudio etnohistórico de los llanos guariqueños- sostiene que los llaneros constituyen una de las etnias de filiación mestiza, que surgen del encuentro de los pueblos autóctonos de América con los grupos humanos procedentes de Europa y África. “Un mestizaje que se localiza en la región de los Llanos de las actuales repúblicas de Venezuela y Colombia y que no se expresa en una dinámica estrictamente social y cultural, sino que tiene importantes implicaciones de orden ambiental derivadas de la presencia —en la misma región— de los grandes rumiantes (bovinos y equinos) venidos también de Europa, más o menos en la misma época: el siglo XVI”. (Rodríguez, Adolfo. En: M. E. Romero, 1991). El citado autor señala que este fenómeno cultural que se denomina llanero, es una denominación que no quiere decir simplemente que habita en el llano. Es algo más profundo y complejo. Es el ser humano surgido de un intenso mestizaje, plenamente adaptado al llano; por lo que hace referencia al conocimiento que tiene el mismo y al sometimiento de su clima (según los cambios y las periodicidades que ocurren durante todo el año). A esto se debe añadir la tendencia a cohabitar una vida aislada en medio de grandes extensiones de tierras, en el hato o en el conuco. Todas estas características, más el factor de supeditarse de hecho toda la economía a una sola actividad monoproductiva (ganadería), creó un tipo de manifestación única: la cultura llanera. De allí que toda transformación societaria hacia los llanos estará a cargo de los misioneros jesuitas y franciscanos, quienes impulsaron toda manifestación cultural aborigen y mestiza, pese a que imponían el patronato espiritual y económico del cristianismo, fuente de poder y razón de ser de los hijos de Ignacio del Loyola. Allí se establecieron formidables ganaderías y hatos famosos. Así llegó la vaquería y el caballo para la unión perfecta que condicionaría, a su vez, la vida cotidiana de estas categorías étnicas, las cuales aportaron técnicas al manejo directo de las vacadas mediante ese “esquema tetraedral” en que se ejecuta la producción en el hato llanero: sabana, res, caballo y hombre (Rodríguez, 1981). El citado autor sostiene la tesis del cimarronaje[8] como uno de los principales factores que permitirán la conquista de los llanos y, por otra parte, explica que el espacio será “… la base fundamental de los procesos de interacción, intercambio y relación que dan lugar a la actual sociedad guariqueña” (1994: 32). Según el referido autor, el medio y el espacio será el mediador decisivo. “Todo hace presumir que el vasto paño de tierra constituido por lo que en el siglo XVII se denominó el Partido Paya, es el escenario donde surge la cultura neoamericana de los llaneros colombo-venezolanos. No sin razón durante la primera mitad de ese siglo representó el eje de la economía de la provincia de Venezuela cuando los cueros se convierten en el principal producto de exportación. Mientras que en la segunda mitad de dicho siglo, fue el abastecedor más importante de la carne que consumían los habitantes de la capital de esa provincia sin que dejase de proveer, asimismo cueros para la importación y contrabando” (Rodríguez, 1994: 46-47). Rodríguez (1994) señala que en ese extenso espacio geográfico se localiza algunos de los más antiguos casos de llanerización de etnias indígenas; y agrega que, en contexto de lo que había sido el Partido de Paya, tuvo lugar buena parte de la historia del heroísmo étnico llanero venezolano. Asimismo indica que, al menos a 10 kilómetros de Mesa de Paya, al sur de Ortiz, Alejandro de Humboldt encontró en 1800, unos hombres que caracterizó como “llaneros”. De este modo, Paya como hidrotopónimo y sistema hidrográfico (un río de 82 Km. de curso que nace en la serranía de Los Paredones o Loma del Tigre, al sur de San Sebastián de los Reyes, que recoge aguas del Vilchez, el Parapara, el Carguita, el Chirgüita y otros menores) es un término genérico que nada tiene que ver con el río. Su nombre pareciera derivar del vasco y según el lugar, éste topónimo admite diversas interpretaciones: tierra de escanda (“paya”), cabaña de techumbre vegetal cubiertas con “paya” o piedra por derivación deformada del “pal-“. Sin embargo, otros autores refieren que el nombre es de origen africano a partir de la modificación del fonema palatal lh que se observa en la pronunciación popular de ciertas regiones de Brasil, caso como: muyé, para mujer; fiyo, para hijo; paya, para paja, entre otras. Es interesante destacar que, en un sector de Barquisimeto de la Provincia de Venezuela, existió un poblado en 1749 con este nombre “… barrio que llaman Paya de casa pajizas en donde vive mucha gente de color”[9] Otras explicaciones sobre el término son los que algunos investigadores lingüistas explican sobre la letra [j] tal como la conocemos hoy se pronuncia en castellano y que en el siglo XII no existe como fonema velar [ja, jo, ju]. Se resolvía en [y] y en [ll] con sonido palatal [yate]. Procedía del grupo latino /ly/ ante vocal, escrito [le,li], palea para palia; palla por paya. En leones antiguo muliere correspondía mujer; conciliu por conceyo; colione por coyon; colia por coya. Por otra parte el grupo /gy/ daba la misma derivación: Pelagiu por Palayo; foguea por haya. Estos resultados, en muchas ocasiones, pasaban desapercibidos para los copistas al escribirlos al papel, debido a alternancia de las letras i, y, gi. Estas evoluciones son normales en el paso del latín vulgar a la lengua romance. Curiosamente el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) no trae una definición de paya (ni de palla) aunque si contiene definiciones de: ·Palllador: coplero y cantor popular y errante ·Payador: Cantador popular errante. ·Payada: Canto del Payador. Certamen poético y musical de dos payadores. ·Pallar: Americanismo. Escoger la parte más rica del mineral. Improvisar coplas, en duelo con otro cantor. En Perú, Judía blanca gruesa. Planta que la da (Phaseolus pallar). Lóbulo de la oreja. ·Pallaco: Mineral bueno que se recoge entre los escombros de una mina abandonada. ·Pallaco: En Chile, se trata de un mineral aprovechable que se recoge en una mina abandonada. ·pallada: En América del Sur, es el canto del pallador o payador. ·pallador: América del Sur, Cantor popular errante. ·pallas: En Perú, cierta danza indígena. El DRAE, también, agrega que pallador proviene del quechua pállay, recolectar: “porque el pallador escoge las palabras”. Sin embargo, en su Diccionario Etimológico, Corominas explica que “pallar” es una americanismo que significa “improvisar coplas en controversia[10], concordando con la etimología y explicación del DRAE. También, Corominas hace derivar pajar de paja, y asegura que “pallar” es una palabra documentada en Aragón en el año 1101. Etimológicamente, pajar procede del latín palearium, que significa lugar donde se pone la paja. Palearium viene de palea, paja. Otras palabras latinas similares son pallaris, relativo al vestido, ya que palla significa vestido talar de mujer, capa corta que usaban los antiguos galos. Insiste, sin embargo, que la grafía Payar utilizada en varios países latinoamericanos es historiadamente incorrecta y que no se corresponde con la pronunciación de las zonas que distinguen ll de la y. Finalmente, algunos lingüistas e historiadores consideran que la palabra “paya” es de origen quechua y significa “hacer de a dos”, pero que tiene otras acepciones, como en Perú que significa amante o concubina. Por ejemplo, algunos autores (Agagliate, 1992; Botello, 1994; Idler, 1997) sostienen que Paya es voz caribe (cumanagota o chaima), la cual designa a una bebida que fabricaban los indígenas con casabe fermentado, batata y papelón. En definitiva, creemos que Paya proviene de latín paleam y paleares (tierra adecuadas a la paya, a los cereales) “lugar de paya, tierra de cereales” y su relación está vinculada al auge de ganadería en los llanos, como representativo de una realidad fisiográfica. NOTAS [1] El concepto fue desarrollado por el Uruguayo Ángel Rama. Rama denominó "la plasticidad cultural", para referirse al proceso integrador de la transculturación. [2] Nos referimos con este concepto al proceso de aculturización y recombinación que sufren las palabras tanto indígenas como europeas en su empleo para la comunicación y denominación de los lugares. Léase el artículo de ESTEVA FABRECAT, CLAUDIO (1989)” La Hispanización del Mestizaje Cultural en América”. España: Universidad de Barcelona. [3] CARVAJAL, (FRAY) JACINTO (1956): Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco. Madrid: Edime. Esta obra fue escrita en 1648 y editada en León (España) en julio de 1882. [4] SUAREZ, JULIO CONCEPCIÓN (2001) Diccionario Toponímico de la Montaña Asturiana. Oviedo: Editorial KFK [5] RAGO A, VÍCTOR (1999, Enero). Llano y llanero: contribución al estudio del forjamiento de una imagen. Boletín Antropológico del Centro de Investigaciones Etnológicas. Vol.45, p.27-47. Mérida: Universidad de los Andes. [6] TORT, JOAN (Abril 01, 2003): Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo de una interpretación del espacio. En: Scripta Nova Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Vol. VII, núm. 138 [7] BAQUERO NARIÑO, ALBERTO (1990): Joropo: Identidad llanera. Bogotá: Empresa editorial Universidad Nacional de Colombia. [8] El término proviene de la palabra cimarrón, el cual se aplicó al ganado doméstico que escapaba a las montañas en la Isla Española. Luego los colonizadores llamaron cimarrón a los indios que habían huido de las encomiendas; y ya en 1530, se había comenzado a llamar así a los negros fugados. A los esclavos rurales que huían de las plantaciones o haciendas hacia el monte se les decía cimarrones, pero al esclavo doméstico que escapaba de uno u otro poblado, le llamaban “huido”. De este modo que le término fue utilizado por los españoles para nombrar a los esclavizados/as quienes huían de minas, casas y haciendas para construir espacios de autonomía y libertad al margen del cautiverio esclavista. Estos rebeldes respondieron con la guerra a la violencia física y simbólica que desplegó el Estado colonial y más tarde republicano (De Friedemann, 1993: 36). [9] Veáse DE SANTIESTEBAN, MIGUEL : “Viaje muy puntual y curioso que hace por tierra (…) desde Lima hasta Caracas, en el año 1740”. En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas. Tomo XLVIII, no. 191, Julio-Septiembre de 1965. p. 450. También citado por RAMOS GUÉDEZ, JOSÉ MARCIAL (2001): Contribución a la Historia de la Culturas negras en Venezuela colonial. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones de la Alcaldía de Caracas. p. 41. [10] COROMINAS, JOAN (1954) Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana. Berna, T. .I.,p 54.32 HEMEROBIBLIOGRAFÍA AGAGLIATE M, RENATO (1992): El Río que tenía alas. Caracas: Dirección de Cultura. Universidad Central de Venezuela. ALVARADO, LISANDRO (1953): Glosario de voces indígenas de Venezuela. Obras Completas. Caracas: Ministerio de Educación. BAQUERO NARIÑO, ALBERTO (1990): Joropo: Identidad llanera. Bogotá: Empresa editorial Universidad Nacional de Colombia. BOTELLO, OLDMAN (1999): Parapara y vuelaplumas. Orígenes y Evolución Histórica. Trabajo no publicado. _______________________(1990): Toponimia Indígena de Aragua. Maracay: Publicaciones del Concejo Municipal Girardot. Oficina del Cronista de la Ciudad. CARVAJAL, (FRAY) JACINTO (1956): Relación del descubrimiento del río Apure hasta su ingreso en el Orinoco. Madrid: Edime. CASTILLO LARA, LUCAS G (1984): San Sebastián de los Reyes. La ciudad Trashumante. Tomo I. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. CHIOSSONE, TULIO (1980): Formación Jurídica de Venezuela en la Colonia y la República. Caracas: Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas. Universidad Central de Venezuela. COROMINAS, JOAN (1954) Diccionario crítico-etimológico de la lengua castellana. Berna, T. .I.,p 54.32 CUNILL GRAU, PEDRO (1987): Geografía del poblamiento de venezolano en el siglo XIX. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República. DE ARMAS CHITTY, J.A (1979): Historia del Guárico. Tomo I, II. Caracas: San Juan de los Morros: Publicaciones de la Universidad Rómulo Gallegos. DE SANTIESTEBAN, MIGUEL: "Viaje muy puntual y curioso que hace por tierra (…) desde Lima hasta Caracas, en el año 1740". En: Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas. Tomo XLVIII, no. 191, Julio-Septiembre de 1965. p. 450. ESTEVA FABRECAT, CLAUDIO (1989)" La Hispanización del Mestizaje Cultural en América". España: Universidad de Barcelona. MATUTE, EVANDRO (1971): Ortiz. S/l MENÉNDEZ PIDAL, RAMÓN (1952): Toponimia prerrománica hispánica. Madrid: Gredos. PEREZ A, JOSÉ OBSWALDO (2000): Orígenes Históricos del pueblo de Ortiz. Ortiz: Ediciones de la Cámara de Comercio de Ortiz. RAGO A, VÍCTOR (1999, Enero). Llano y llanero: contribución al estudio del forjamiento de una imagen. Boletín Antropológico del Centro de Investigaciones Etnológicas. Vol.45, p.27-47. Mérida: Universidad de los Andes. RAMOS GUÉDEZ, JOSÉ MARCIAL (2001): Contribución a la Historia de la Culturas negras en Venezuela colonial. Caracas, Instituto Municipal de Publicaciones de la Alcaldía de Caracas. p. 41. RODRÍGUEZ DELLÁN, E (1974): Dinámica Geográfica de un Pueblo. Contribución al estudio de la Evolución Urbana de Ortiz. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Mimeo. RODRÍGUEZ MIRABAL, ADELINA (1987) La formación del Latifundio Ganadero en los llanos de Apure: 1750-1800. Caracas: Biblioteca de la Academia de la Historia. RODRÍGUEZ, ADOLFO (1994): El estado Guárico. Orígenes, Mundo y Gente. San Juan de los Morros: Ediciones de la Comisión regional Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundo. ROJAS, ARÍSTIDES (1941). Estudios indígenas: contribución a la historia antigua de Venezuela. Caracas: Cecilio Acosta. SUAREZ, JULIO CONCEPCIÓN (2001) Diccionario Toponímico de la Montaña Asturiana. Oviedo: Editorial KFK TORT, JOAN (Abril 01, 2003): Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo de una interpretación del espacio. En: Scripta Nova Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Vol. VII, núm. 138.
miércoles, mayo 30, 2007

El nombre de Francisco de Miranda

La noticia es reciente, tan reciente que podemos decir que es actual, es presente. Esta situación claramente justifica el decir de los estudiosos de la filosofía de la historia, que nos indican que no hay periodos en la historia, que toda historia es contemporánea, que la historia es de hoy en cuanto hoy la estamos estudiando.

Eduardo López Sandoval*
( eduardolopezsandoval@cantv.net)




INTROITO: MIRANDA ES HOY.



En la edición del periódico Ultimas Noticias correspondiente al día 09 de marzo del presente año, en la página 16, aparece una información titulada: “12 solicitudes de revocatorio proceden. CNE: COMISIÓN DE PARTICIPACION POLITICA Y FINANCIAMIENTO ESTUDIA 91 CASOS”. En ésta se recoge la declaración de: “La presidenta del ente comicial, Tibisay Lucena”. Pero no nos interesa hoy la noticia, aunque resalte en demasía lo actual del tema de política que trata. En el cuerpo de la información se nos dice: “La rectora ofreció esta información luego de dictar una conferencia a los cadetes de la Escuela Naval de Venezuela, Almirante Sebastián Francisco de Miranda, ubicada en la localidad de Mamo, Vargas.”. Y es esto lo que nos interesa, el nombre Sebastián Francisco de Miranda, que es el nombre del prócer de la independencia de Hispanoamérica, quien se hizo conocer con el nombre de Francisco de Miranda.

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