EL BENDITO AMANECER DE UN 23 DE ABRIL

"Francamente no me imagino al eslabón perdido o a Adán y Eva empecinados en la ingrata tarea de cagarse sobre el medio ambiente para arrebatárselo a las futuras generaciones." ........................................................................................................................................
Por Daniel R Scott
El amanecer de este 23 de abril, tiritando de frío, se nos vino encima con el bramido de muchas aguas. Es el primer aguacero del año. Enhorabuena. Días atrás el techo y el metal de puertas y ventanas alcanzaron su punto de ebullición bajo los calores casi líquidos del mes de marzo. Porque dentro de la casa todo parecía hervir como el contenido de una olla sobre la hornilla encendida. La mesa, las sillas, la biblioteca, la cama y otros bienes muebles (y vaya con la jerga jurídica) parecían burbujear y exhalar sus vapores. Pero la tierra y los árboles, hasta ayer sedientos y quemados por las iras del sol tropical, parecen musitar en lenguaje mineral y vegetal una oración de gratitud a los cielos preñados del agua vital. Mi esposa (mi amada Fell, la ex productora y ex conductora de "La Hora del Amor") que ama las primeras lluvias de cada amanecer por asociarlas en su corazón con nuestros más caros y gratos recuerdos de nuestro noviazgo y matrimonio, entró a la habitación con mi taza de café en la mano derecha y un canto de alegría en sus labios juveniles. Y yo, como de costumbre, en el ritual de recitar, en palabras que se empeñan en ser versos, todo mi amor a las primeras lluvias del año. Sabe Dios cuántas veces lo hago desde que estoy adornado con la facultad de escribir. Es que uno se siente renovado y vivificado cada vez que llueve en abril o mayo. Es como la terapia antiestrés del período pluvioso por los lados de la línea del Ecuador.
Pero no todo es poesía ni odas: casi nos inundamos, y tuve que salir muy de mañana después de la taza de café, el canto de Fell y todo el material de utilería arriba escrito, bajo el frío aguacero para destapar cañerías, limpiar de hojas secas canales de desagües y subirme al techo para ver por donde cuernos se filtra el agua que moja peligrosamente el cableado eléctrico de la casa-capilla. Lo último que quiero es saltar por los aires con todos mis enseres por culpa de algún cortocircuito. Una vez arriba, cientos de gotas me salpican el rostro, dejándome un sabor a espesos nubarrones en el paladar. Me siento distinto, libre feliz. Elevo la mirada al cielo, el cual se me antoja unas húmedas cenizas de algún descomunal fogón apagado desde el Paleolítico. El río, hasta ayer un hilo de agua reposada cubierta por una especie de nata verde e inmóvil donde los sapos no se cansaban de croar y croar en los pesados días de sequía, hoy es un anchuroso y turbio caudal que arrastra veloz todo tipo de inmundicias y desechos industriales que echan dentro de la fría atmósfera matutina de abril un desagradable olor a basura y a desinfectante vencido. "Esta creciente lleva más basura que agua" dice mi esposa asomándose temerosa por la ventana oxidada que da hacia las orillas del río, mientras yo, con el agua de la lluvia en la médula, inevitablemente pienso lo que cuesta creer hoy que algún poeta de antaño que no recuerdo se haya referido al río Guaire como "el espejo de los luceros de la noche". Pero claro, eso fue en algún pasado bienaventurado y remoto.
Este río San Juan fue el límpido balneario de muchos sanjuaneros, ya estoy candado de decirlo y mucho más de escribirlo. Días atrás tomé un taxi que me llevara a la casa-capilla. El conductor, hombre hiperactivo y parlanchín de unos ¿60? años dijo: "¿Ah sí? Conozco el lugar. Cuando niño acostumbraba escapar de la escuela y bañarme por esos lados del río. ¡Qué limpio era!" Como siempre que se me habla de estos temas, suspiré hondo, con resignación y desencanto, y no dije nada al conductor. Y me dio por filosofar. Y por pensar en lo que me dijo que sucedió un día de 1970 o 1971 mi buen amigo el profesor Rafael Pérez. El río San Juan había amanecido, bajo los primeros rayos del sol, con hermosos destellos plateados Una superficie con destellos de plata, pero... se trataba de una capa de peces muertos que flotaban sobre las aguas del caudal. Al fin las cloacas y otras sustancias se habían encargado de aniquilar su fauna acuática. Dice Rafael que el hedor a peces muertos era insoportable. Eso dice.
Con nuestro pensamiento y las herramientas que nos ha dado la evolución de nuestra raza hemos creado una civilización que lleva muy dentro de sí el germen de su propia destrucción. Ya sabéis a lo que me refiero: polución, calentamiento global y demás sandeces por el estilo. Quiero añadir quizás a manera de mal chiste que si acaso queremos salvarnos de la extinción como raza debemos emprender un éxodo utópico a la Prehistoria y volver a vivir de la caza, la pesca y la recolección de frutas. Volver a algún tipo de "Año Cero" como proclamaba el "Khmer Rojo" en ¿Camboya? Aunque no estoy del todo seguro si los primitivos habitantes del Paleolítico y del Neolítico contaminaban o no su medio ambiente. Quizá todo comenzó en lo que algunos peritos llaman la "Revolución Neolítica", cuando comienzan a surgir las primeras aldeas, percusoras de nuestras actuales urbes.Finalmente ¡que triste papel nos toca vivir hoy a los que nos queda algún vestigio de fibra sensible! Hurgar como mendigos entre los desechos de la postmodernidad, levantar capa tras capa de basura a ver si dejamos al descubierto la superficie primigenia y poética que poseía la creación justo al día siguiente de haber evolucionado o haber sido creado. Francamente no me imagino al eslabón perdido o a Adán y Eva empecinados en la ingrata tarea de cagarse sobre el medio ambiente para arrebatárselo a las futuras generaciones.
20 de Mayo de 2008

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