LA MICROHISTORIA COMO TRANSFERENCIA DE SABERES
Todo hombre es un ser con historia. Historia compartida -social- e historia personal, en una sola urdimbre, que es el producto de un pasado rico en experiencias. Como ser humano, el individuo sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Ello hace posible, que la sociedad se exprese a través de las acciones de las personas localizadas en un espacio y en un tiempo determinado, sin restarles su autonomía y sus ámbitos de libertad.
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Felipe Hernández G(*)
Todo hombre es un ser con historia. Historia compartida -social- e historia personal, en una sola urdimbre, que es el producto de un pasado rico en experiencias. Como ser humano, el individuo sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Ello hace posible, que la sociedad se exprese a través de las acciones de las personas localizadas en un espacio y en un tiempo determinado, sin restarles su autonomía y sus ámbitos de libertad. En consecuencia, la historia como ciencia de los hombres en el tiempo, que trata sobre lo humano y para lo humano, no sólo debe tener como objetivo el pasado y el presente, sino también el futuro, por lo menos como reto, y como posibilidad abierta.
Debe entenderse, que el conocimiento es una construcción simbólica subjetiva del mundo social y cultural, que deviene de la integración vivencial que se logra a través de la experiencia de vida de lo social, y que conduce a la comprensión de procesos, fenómenos o contextos desde su propia realidad. Esa realidad se construye a partir de las interrelaciones entre los seres humanos, donde el interés se circunscribe a la aprehensión del significado de lo vivido. En ese sentido, se caracteriza por ofrecer una comprensión minuciosa de los acontecimientos ocurridos en contextos especiales; sobre el particular expone Montero (citado por González, 1992), lo siguiente: “Consiste en descripciones detalladas de situaciones, eventos, personas, interacciones y comportamientos que son observables. Además, incorpora lo que los participantes dicen desde sus experiencias, actitudes, creencias y pensamientos tal y como son expresados por ellos”.
La microhistoria viene a ser la disertación exhaustiva de la vida y el devenir de una colectividad; en la que, generalmente se presentan los hechos y personajes más significativos. Un aspecto característico a considerar, es que se estudian los hechos cotidianos, aunque no sean reveladores, y las personas comunes y corrientes.
En otras palabras, constituye la posibilidad de escribir una historia, dándole prioridad a todo lo que sin ser, ni constituir un gran acontecimiento, ha instituido el quehacer usual de los habitantes de una comunidad. Es la vida de los hombres de carne y hueso: el que ríe, sufre, piensa, padece, llora y canta, donde la memoria -con sus sueños, quimeras y fantasías-, recorre aquel tiempo en el que los hombres y mujeres localizados en un espacio y en un tiempo, disfrutaban con placer de los rigores y la belleza de la vida. Es lo pequeño de una época, que en quien la ha vivido, constituye un momento trascendente en el trabajo, los valores, el juego, los amores y las querencias que animan al ser para construir un destino en un medio ambiente determinado. En palabras del gran pensador español, don Miguel de Unamuno: “¡Oh, Dios es el hombre, el de carne y hueso, el que camina entre las veredas, el objeto de la filosofía!”. Así nació la intrahistoria y la microhistoria; es decir lo pequeño como esencia de lo cotidiano, que es tan importante como la historia universal misma, porque de lo que se trata es, que cada quien cuente su historia.
En atención a los razonamientos expuestos, puede afirmarse que se trata de un proceso, que tiene como horizonte la búsqueda del saber desde el encuentro del ser con su ser, del hombre consigo mismo; es decir el entendimiento de las transformaciones y cambios sociales desde sus propios significados, donde se reivindica al hombre como actor principal del saber individual, e inexorablemente, del saber colectivo.
En concordancia con los criterios expuestos, expone González (1992), lo siguiente: “De la microhistoria contada o cantada por “viejitos” se suele pasar a la microhistoria escrita por los muchos aficionados o “todistas” pueblerinos...”. Sin embargo, es preciso hacer una evaluación crítica de las fuentes que testimonian el devenir de las gentes humildes y su vida cotidiana. Al respecto González es bien explícito, cuando afirma que: “La gente encopetada y los hechos de fuste, asunto de las macrohistorias tradicionales, ha dejado muchos testimonios de su existencia. No así la gente humilde y la vida cotidiana, objetos de la microhistoria.[...] que se agarra de las luces proporcionadas por las cicatrices terrestres de origen humano; por los utensilios y las construcciones que estudian los arqueólogos y por la tradición oral…hecha mano también de papeles de familia, registros eclesiásticos..., entre otros elementos que garantizan esa transmisión de saberes de una generación a otra y de estos a la posteridad.
El estudio y la preservación de los saberes de las gentes sencillas y menudas, se justifican desde la perspectiva de la microhistoria, porque abarca la vida integralmente, ya que recobra a nivel local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el derecho, el poder, el folklore, es decir, todos los aspectos de la vida humana, en un espacio, un tiempo, una sociedad y un conjunto de vicisitudes que les pertenecen.
Un rasgo importante de este tipo de historia, es que se nutre fundamentalmente de fuentes de tipo oral, generalmente provenientes de las comunidades, lo cual le confiere un contenido afectivo de gran valor, porque constituye la experiencia subjetiva de sus habitantes.
En concordancia con lo expuesto, se puede decir que la historia que constituye el día a día de la gente en su lenguaje y en su actuar, es el conjunto de huellas cotidianas que deja el hombre en su paso por el tiempo y que son recordadas, constituyéndose en representaciones de la memoria colectiva de las comunidades. Memoria de un valorado pasado que es parte de los pueblos y que moldea su identidad, la cual se materializa de forma escrita u oral, en los mitos, leyendas, anécdotas, poemas, cantos, que se pueden conocer en las crónicas costumbristas de los periódicos, en las memorias que algún particular escribió en textos para la posteridad.
De ahí, que sea necesario intentar la reconstrucción de los hechos sociales, desde la perspectiva de una historia global, una historia que pueda orientar y encaminar el diálogo entre las culturas, entre los saberes, entre las historias. Esta debe ser la conciencia histórica del siglo XXI. La salida debe estar, en encontrar la riqueza en que ahora nos comunicamos.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Felipe Hernández G(*)
Una de las conquistas que han alcanzado los historiadores y otros científicos sociales en los últimos tiempos, es la posibilidad de interpretar y abordar la vida del hombre en sociedad desde diferentes perspectivas, esto significa entre otras cosas, la alternativa de conjugar para la reconstrucción histórica, de una diversidad de escenarios, donde los cambios de paradigma han abierto una amplia gama de reflexiones sobre el ser humano y su relación en y con el mundo, lo cual supone una nueva manera de enfocar los hechos históricos en su devenir, que ha determinado un nuevo modo de saber que responde a nuevas formas de construir y reconstruir el conocimiento.
Todo hombre es un ser con historia. Historia compartida -social- e historia personal, en una sola urdimbre, que es el producto de un pasado rico en experiencias. Como ser humano, el individuo sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Ello hace posible, que la sociedad se exprese a través de las acciones de las personas localizadas en un espacio y en un tiempo determinado, sin restarles su autonomía y sus ámbitos de libertad. En consecuencia, la historia como ciencia de los hombres en el tiempo, que trata sobre lo humano y para lo humano, no sólo debe tener como objetivo el pasado y el presente, sino también el futuro, por lo menos como reto, y como posibilidad abierta.
Debe entenderse, que el conocimiento es una construcción simbólica subjetiva del mundo social y cultural, que deviene de la integración vivencial que se logra a través de la experiencia de vida de lo social, y que conduce a la comprensión de procesos, fenómenos o contextos desde su propia realidad. Esa realidad se construye a partir de las interrelaciones entre los seres humanos, donde el interés se circunscribe a la aprehensión del significado de lo vivido. En ese sentido, se caracteriza por ofrecer una comprensión minuciosa de los acontecimientos ocurridos en contextos especiales; sobre el particular expone Montero (citado por González, 1992), lo siguiente: “Consiste en descripciones detalladas de situaciones, eventos, personas, interacciones y comportamientos que son observables. Además, incorpora lo que los participantes dicen desde sus experiencias, actitudes, creencias y pensamientos tal y como son expresados por ellos”.
La microhistoria viene a ser la disertación exhaustiva de la vida y el devenir de una colectividad; en la que, generalmente se presentan los hechos y personajes más significativos. Un aspecto característico a considerar, es que se estudian los hechos cotidianos, aunque no sean reveladores, y las personas comunes y corrientes.
En otras palabras, constituye la posibilidad de escribir una historia, dándole prioridad a todo lo que sin ser, ni constituir un gran acontecimiento, ha instituido el quehacer usual de los habitantes de una comunidad. Es la vida de los hombres de carne y hueso: el que ríe, sufre, piensa, padece, llora y canta, donde la memoria -con sus sueños, quimeras y fantasías-, recorre aquel tiempo en el que los hombres y mujeres localizados en un espacio y en un tiempo, disfrutaban con placer de los rigores y la belleza de la vida. Es lo pequeño de una época, que en quien la ha vivido, constituye un momento trascendente en el trabajo, los valores, el juego, los amores y las querencias que animan al ser para construir un destino en un medio ambiente determinado. En palabras del gran pensador español, don Miguel de Unamuno: “¡Oh, Dios es el hombre, el de carne y hueso, el que camina entre las veredas, el objeto de la filosofía!”. Así nació la intrahistoria y la microhistoria; es decir lo pequeño como esencia de lo cotidiano, que es tan importante como la historia universal misma, porque de lo que se trata es, que cada quien cuente su historia.
En atención a los razonamientos expuestos, puede afirmarse que se trata de un proceso, que tiene como horizonte la búsqueda del saber desde el encuentro del ser con su ser, del hombre consigo mismo; es decir el entendimiento de las transformaciones y cambios sociales desde sus propios significados, donde se reivindica al hombre como actor principal del saber individual, e inexorablemente, del saber colectivo.
Se trata de reconocer que todo ser humano tiene una historia de vida, que está constituida por los hechos que han acaecido en su devenir, ello supone una narración que busca develar, a través de la historia personal, un tiempo histórico con sus determinaciones sociales y culturales, que atienden al significado de una experiencia de vida, sobre el particular, Villarroel (1999) expone que “…permite un acceso privilegiado a lo social vivido en tanto proceso mediado por acontecimientos históricos”. En otras palabras, permite tender una comunicación que actúa como puente, entre el conocimiento de lo particular, en término de lo vivido, relatado por el actor social, y el conocimiento de lo general, es decir, las características, condiciones y eventos del contexto social e histórico en el cual transcurre o transcurrió la vida del que narra su historia.
En concordancia con los criterios expuestos, expone González (1992), lo siguiente: “De la microhistoria contada o cantada por “viejitos” se suele pasar a la microhistoria escrita por los muchos aficionados o “todistas” pueblerinos...”. Sin embargo, es preciso hacer una evaluación crítica de las fuentes que testimonian el devenir de las gentes humildes y su vida cotidiana. Al respecto González es bien explícito, cuando afirma que: “La gente encopetada y los hechos de fuste, asunto de las macrohistorias tradicionales, ha dejado muchos testimonios de su existencia. No así la gente humilde y la vida cotidiana, objetos de la microhistoria.[...] que se agarra de las luces proporcionadas por las cicatrices terrestres de origen humano; por los utensilios y las construcciones que estudian los arqueólogos y por la tradición oral…hecha mano también de papeles de familia, registros eclesiásticos..., entre otros elementos que garantizan esa transmisión de saberes de una generación a otra y de estos a la posteridad.
El estudio y la preservación de los saberes de las gentes sencillas y menudas, se justifican desde la perspectiva de la microhistoria, porque abarca la vida integralmente, ya que recobra a nivel local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el derecho, el poder, el folklore, es decir, todos los aspectos de la vida humana, en un espacio, un tiempo, una sociedad y un conjunto de vicisitudes que les pertenecen.
Un rasgo importante de este tipo de historia, es que se nutre fundamentalmente de fuentes de tipo oral, generalmente provenientes de las comunidades, lo cual le confiere un contenido afectivo de gran valor, porque constituye la experiencia subjetiva de sus habitantes.
En concordancia con lo expuesto, se puede decir que la historia que constituye el día a día de la gente en su lenguaje y en su actuar, es el conjunto de huellas cotidianas que deja el hombre en su paso por el tiempo y que son recordadas, constituyéndose en representaciones de la memoria colectiva de las comunidades. Memoria de un valorado pasado que es parte de los pueblos y que moldea su identidad, la cual se materializa de forma escrita u oral, en los mitos, leyendas, anécdotas, poemas, cantos, que se pueden conocer en las crónicas costumbristas de los periódicos, en las memorias que algún particular escribió en textos para la posteridad.
De ahí, que sea necesario intentar la reconstrucción de los hechos sociales, desde la perspectiva de una historia global, una historia que pueda orientar y encaminar el diálogo entre las culturas, entre los saberes, entre las historias. Esta debe ser la conciencia histórica del siglo XXI. La salida debe estar, en encontrar la riqueza en que ahora nos comunicamos.
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(*)Historiador guariqueño, con doctorado en Educación de la Universidad de Carabobo. Actualmente es Profesor Titular de la UNESR Núcleo Valle de la Pascua.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BERRÍOS BERRÍOS, Alexi. (s/f), Lo Pequeño como Alternativa. Memorias. Caracas: Fondo Editorial Tropykos. Cátedra de Historia Regional y Local “Mario Briceño Iragorry” – UNESR-Valera.
FERRAROTTI, Franco. (1991), La Historia y lo Cotidiano. España: Ediciones Península.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Luís. (1973), Invitación a la Microhistoria. México: Secretaría de Educación Pública.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Luís y otros. (1992), Historia Regional. Caracas: Editorial Tropykos.
HERNÁNDEZ G. Felipe. (2007), Aproximación a un enfoque sobre la Enseñanza de Historia Regional y Local. Valle de la Pascua: material mimeografiado s/p.
HERNÁNDEZ G. Felipe. (2006), Tendencias Historiográficas Regionales en el Estado Guárico. Caracas: II Jornadas de Investigación UNESR. Octubre 2006.
VALDÉZ, Julio C. (2006), Andragogía. Tesis para la discusión. Caracas: UNESR.
SANTOS M. Betty. (s/f), Microhistoria Desarrollo Dialógico de Saberes. En: Lo Pequeño como Alternativa. Caracas: Fondo Editorial tropykos. Cátedra de Historia Regional y Local “Mario Briceño Iragorry” – UNESR-Valera.
VILLARROEL, Gladis. (1999), Las Vidas y sus Historias. Como Hacer y Analizar Historias de Vida. Caracas: Editorial Psicoprisma.
Valle de la Pascua, 31 de mayo de 2008
FERRAROTTI, Franco. (1991), La Historia y lo Cotidiano. España: Ediciones Península.
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Valle de la Pascua, 31 de mayo de 2008