Por qué hablo poco de política
Por Daniel R Scott
Días atrás alguien me preguntó extrañado: "¿Por qué no escribes sobre la política y su acontecer nacional? ¿Por qué no ponderas a este o aquel candidato?". Sucede que los temas y contenidos aparecidos en el "Nacionalista", a excepción de dos o tres que me han sido ineludibles, hablan de cualquier cosa menos del activismo político o candidatos a la presidencia. Siendo hijo del fundador de un partido otrora relevante en el país (papá fue co-fundador del partido Socialcristiano en 1946) y pariente de personas que se han destacados en la política nacional y regional, la pregunta es válida. No se equivoquen. Podría escribir sobre lo que me preguntan. Tengo mi opinión, por ejemplo, sobre asuntos tales como las de un confuso Elías Jaua pregonando que la propiedad privada es antinatural y un "invento de occidente", o del contradictorio "Capitalismo Popular" de Corina Machado, o de las publicitadas y bulliciosas propagandas de las elecciones primarias de la Oposición, o de si el socialismo es o no es cristiano, o de si Cristo fue o no el primer comunista o, para no alargar la lista (cosa que detesto), del concepto que tengo de la validez o no de la norma jurídica dentro del contexto político, económico y social nacional, pero deliberadamente, al menos por los momentos, me abstengo de hacerlo. Pero repito: no se equivoquen. Creo de vital importancia que el ciudadano esté muy bien informado de todas estas cosas enumeradas arriba, de todo aquello de lo cual depende el destino de la patria, mucho más cuando tenemos en puertas un proceso electoral delicado que configurará el panorama político, social y económico del país. Sí, hay que estar atento a ello, participar de ello, y cuidarnos de no cometer errores. Revestirnos de formación cívica y sentido común para decidir bien y mejor. Desde ya, mis parabienes a ambos bandos.
Pero también creo que ese mismo ciudadano está desde hace tiempo saturando de lo político o, mejor dicho, de la diatriba política Está harto.. El quehacer político, entendido sencillamente y sin adornos como la forma racional de la sociedad para alcanzar las metas e intereses que beneficien a los diversos sectores de la vida nacional, no es malo y es muy loable. No hay otro camino. Pero el ataque, el insulto y la ofensa es cosa extenuante. Es una guerra civil sin armas ni bajas.
Los medios de comunicación nos bombardean a diario y a quemarropa con la noticia de la diatriba política: enciendo la TV. y me acalora el verbo incendiario del diputado tal, y si abro el prensa nacional veo alcaldes y gobernadores descalificándose mutuamente. Esto cansa. Como dijo Spurgeon: "La mente se cansa si se fija en una sola cosa". O como me dijo un humilde taxista: "Repugna".
Por eso yo escojo hablar de otras materias olvidadas o relegadas a un segundo o último plano. No puede ser que la ignorancia sea tal, que un buen amigo mío vea una foto de Gandhi colgada en la pared de mi estudio y la confunda con una foto de mi papá, u otro amigo crea que Martín Luther King recibió en 1964 un Óscar y no el premio Nobel de la Paz. No lo sabemos todo, es cierto, pero tampoco podemos ignorarlo todo.. Estoy cansado de la fina oratoria de las vidas que carecen de virtud. La fatal ausencia de los valores más elementales me preocupan más que un Hugo Chávez o un Leopoldo López porque dicha ausencia entraña un peligro para el país y por eso cuando escribo hago un llamado a retomar esos valores. Hablo de hombres imperfectos pero buenos que lucharon por dignificar a toda costa al prójimo. Hablo de Dios, del amor al hombre, de la fe que humaniza. De un Antonio Pérez Esclarín que dice: "No permitamos que nos dominen el desaliento y la desesperanza. Desoigamos los gritos que nos invitan a la intolerancia, el odio y la violencia". Hablo de seres de carne y hueso que sacrificaron sus vidas en el altar del amor a sus semejantes. Porque es un craso error creer que todos nuestros problemas son esencialmente políticos. No lo son.
No se me entienda mal. No soy un utópico indocto. Creo en la Nación, en el Territorio, en el Estado y los Poderes que lo conforman. Doy gracias al Creador por no pertenecer a algún grupo étnico carente de territorio. También doy gracias por nuestra independencia y los próceres que la hicieron posible. Creo en esos principios de la Ilustración (¿Otro invento de occidente que hay que abolir?) que dieron origen a nuestras repúblicas e instituciones republicanas. Prefiero la División de Poderes de Locke al sistema de castas de la India. Pero cuando estamos presenciando la desintegración de occidente, debemos hacer un alto y retomar aquellos elementos o factores éticos y espirituales que le dieron su verdadera grandeza y desarrollo a la humanidad.
7 Noviembre 2011