Las mil y una historias
Por Adolfo Rodríguez
Todo hace presumir que cuanto colma la
paciencia de Andrés Oppenheimer en su libro !Basta de historias! La obsesión
latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro (Bogotá, 2010), no
es más que esa larga tradición discursiva que
distrae de la realidad y pospone, hasta más nunca, las alternativas para
un desarrollo autosostenido y sustentable. Esa manipulación del pasado a la medida del prestidigitador de turno y
que, en América Latina, según dicho autor, retarda el acceso a la economía del conocimiento y su mascaron de
alta tecnología (software y patentes de
industria). La nueva tierra prometida que, de acuerdo a sus reportajes y
entrevistas, subyuga, por igual, al este y al oeste, norte y sur, izquierdas y
derechas, socialistas y capitalistas, democracias y dictaduras. Considerando
Oppenheimer que un llamado al futuro desoído en la casi total vastedad
hemisférica, con excepción de Chile y Brasil. Recomendando, a quienes resuelvan
alcanzarlos, proveerse de “una dosis de humildad para darse cuenta acerca de la
verdadera posición” en que se encuentran nuestras “grandes universidades y
centros de investigación en el contexto mundial” Sus modelos óptimos, a su entender, la China
comunista y Corea del Sur, entre otros. Despliega información acerca de
rankings publicados en el Suplemento de Educación Superior del Times
de Londres o en China, que exhiben, según aquél, cómo de un total de 200
universidades, apenas la UNAM de México figura en el puesto 190. Destacando, el
otro, solamente la de Sao Paulo y la UBA argentina, en el numeral 140. Rezago que atribuye al prurito atascador de preferir
el pasado antes que el presente. Acotando que países con éxitos en el
desarrollo sugerido, como India y otras
zonas asiáticos, poseyendo “historias milenarias”, no las magnifican, ya que de un millón doscientos y
pico mil estudiantes cursando ingeniería en China, sólo 16.300 lo hacen en
historia y 1.520 en filosofía.
Que, en mi parecer, no implica ignorancia por parte de aquella juventud
orientada a la ciencia y la tecnología, en cuanto al poderoso patrimonio étnico y natural que los circunda. Si no que
éste opera de manera implícita, insinuándose desde el hogar y emanando de cada
cosa, palabra, compostura, adscribiendo,
de buen grado, casi siempre, a cuantos las rozan. Saberes y sensaciones que infiltran
los más soberbios revestimientos. El mismo Openheimer historiza y hasta apela al recurso emocional, al
sugerir, en la búsqueda de las alternativas postuladas, paranoias que remiten a dogmatismos históricamente recurrentes. Su
experticia, a través de un largo periplo mundial, la condensa en 400 páginas, de las cuales
cuarenta son para referencias bibliográficas y acerca del modo de insertarse en
una onda, que, según cifras que suministra, generan el setenta por ciento del
producto mundial bruto, en términos de servicios y patentes industriales,
frente al decreciente valor de las materias primas. Las claves finales de su
propuesta son: educación como “tarea de todos” (programa brasilero), conceptualizar
el desarrollo a partir de un PIB educativo, invertir en educación preescolar,
capacitar y mejorar el estatus social de los maestros, incentivarlos
salarialmente, propiciar pactos de buena voluntad entre actores nacionales (por
más que se tuerzan la vista), estimular praxis hogareñas en función educativa,
superar el aislamiento, captar
inversionistas de alta tecnología, edificar una “educación internacional”, etc.
Estrategias que, a mi parecer, serán
cada vez más pertinentes, válidas, funcionales y atractivas, si se inscriben en
los intransferibles marcos culturales de cada país.