Las voces del Tuerto Vargas
Por José Obswaldo Pérez
FUE AQUELLA NOCHE DE 1984, cuando el doctor Evandro Matute, Juez Superior del Estado Guárico, describió al general y doctor Roberto Vargas Díaz como una extraña figura mitológica. Su aseveración ocurrió durante un foro realizado en el Aniversario del Liceo Beatriz de Rodríguez, en el municipio Ortiz. Al escuchar la voz del doctor Matute fue como transportarnos a las sombras de una época ya ida.
- De figura estrafalaria- narró el doctor Matute-. Vestía como sólo podía vestirse el caballero del siglo XIX. Su corbata de ancho lazo, su camisa de cuello grueso, su chaleco, sobre su chaleco su paltó y una leontina, cuya punta tenía un reloj.
Nada mejor que esta descripción para retratar a un personaje de contradicciones humanas. En su estupendo libro El Tuerto Vargas. Doctor y General (1990), el historiador Oldman Botello narra la vida y notabilidad de este conterráneo de la historia contemporánea de Venezuela. Se trata de un ensayo, ganador del III Concurso Literario del IPASME y publicado por el fondo editorial de esa institución. En él se recoge la memoria del paisano guariqueño. La remembranza dista, a veces, entre el texto del escritor y los recuerdos de calle sobre la mística figura del guerrillero, político y militar llanero. Aún, entre algunos orticeños, se guardan reminiscencias de él y sus ideas nacionalistas.
La historia del doctor y general Roberto Vargas, su vida y obra, es la historia de una personalidad disímil del siglo veinte. Hay quienes lo ubican entre dos áreas carismáticas y misteriosas, en dos formas unísonas del ser humano: una fantasmal y otra real o objetiva. Estos arquetipos de nuestro personaje, concretamente, lo retrata el maestro don Rómulo Gallegos, en Cantaclaro, en el personaje de Juan Crisóstomo Payara, a quien el mismo escritor de Doña Bárbara, llama El diablo de Cunaviche.
Se trata de la historia de un hombre de figura legendaria e indómita, tejida en un manojo de hilos cruzados por la mentís populis. A veces, la vida de este condesciende transciende a unas proporciones mitológicas y telúricas, como emanadas de la misma tierra y sin ninguna explicación, dice el historiador y escritor Adolfo Rodríguez. Pero, son muchas las anécdotas y los relatos que recogen su complejidad humana. De Vargas se han dicho muchas cosas – unas buenas y otras malas-y se le ha colocado en el pedestal de los héroes, sobrepasando a otros nombres de iguales méritos en la historia local.
Un hombre hecho fábula
Vargas es fábula pública. Vida vista como espectáculo; y es, a la vez, una historia secreta, colmada de claroscuros humanos. Una historia llena de silencios y de victorias. El Tuerto Vargas- como así se le llamó en el siglo XX- nació el 30 de Abril de 1864, en el Hato La Ruana, en Mesa de Paya, en la población de Ortiz. Hijo de don Antonio Vargas, rico terrateniente de la zona y de doña Bonifacia Díaz, mujer de oficio, también de aquel lugar.
- El general Vargas era trigueño- decía Doña Laura Sojo Calderón, ama de casa, trabajadora y comerciante, quien describió al Tuerto Vargas como un hombre moreno, quemado por el sol.
Doña Laura Sojo cuenta que el general Vargas la visitaba por el buen gusto de su arte culinario, en el restaurante que regentaba con el nombre de la Pensión La Llanera, ubicado en la calle Comercio, hoy avenida Bolívar. “A él le gustaba muchos frijoles. Era su plato predilecto”, decía Sojo, quien por dos meses estuvo haciéndole la comida.
-Tuvo dos hijos -agregaba más adelante-. Era un hombre vulgar.
De la formación escolar de Roberto Vargas se sabe qué curso estudios bajo la guía de su coterráneo el general y doctor José Ramón Núñez, en el antiguo Colegio Vargas. El doctor Núñez y el joven Roberto Vargas fueron parientes. Núñez había sido una figura destacada del Ortiz de finales del siglo XIX.
En 1874, su padre Don Antonio Vargas lo envía a continuar su educación en el Colegio Venezuela, en Caracas. Y más tarde. A la edad de 16 años se matricula en el Colegio Santa María, establecimiento quien dirigía para la época el licenciado Agustín Aveledo. Después presentó exámenes en la Universidad Central de Venezuela, donde obtuvo su título de agrimensor en el año de 1882. Aunque se le decía “doctor” por ser una característica o costumbre de la época. Entre sus maestros y profesores en la universidad se cuentan: Agustín Aveledo; Mariano Blanco, especializado en educación en el exterior y José Martí, aposto de la Independencia de Cuba, quien estuvo exiliado en Caracas, durante un poco tiempo.
Dice su biógrafo, el historiador Oldman Botello que Roberto Vargas fue muy aventajado en los estudios. Se mereció el reconocimiento de sus profesores y compañeros de clase. Entre sus facetas, también, ejerció la docencia, especialmente, en la enseñanza de las matemáticas, según donde mejor se aplicaba. Fue profesor en los Colegios Santa María y Sucre; así como en el Seminario Diocesano de Caracas. En el Colegio Sucre de Caracas tuvo, entre sus estudiantes, precisamente, al distinguido académico, educador y filólogo venezolano el Doctor Jesús Manuel Núñez Ponte.
Vargas no se conformó en desarrollar una Cátedra de Matemáticas en Caracas. Decidió, más tarde, emprender nuevos horizontes y se va a Villa de Cura. Allí continúo el ejercicio de la docencia y pone en práctica nuevos métodos pedagógicos en la enseñanza de la educación. Allí lo sorprende la fundación del partido nacionalista o partido “mochero”, fundado por el general José Manuel Hernández. Vuelve a inquietarle el gusanillo de la política. Se hace militante y dirigente de la naciente organización política y participa decididamente en la estructuración del movimiento. En Aragua y Guárico organiza mítines y reparte la fotografía del Mocho Hernández, como candidato a la presidencia de república en las elecciones de 1897. Así ingresa a la política, la cual lo marca hasta en el alma. Vocación que servirá para impulsar el mocherismo, como partido idealista. Allí están las proclamas, cartas y documentos de su puño y letra en el Archivo de Miraflores, fuentes para historia de Venezuela.
Pero, las elecciones de 1897 son catalogadas de fraude. El presidente Joaquín Crespo impone en la jefatura del gobierno al general Ignacio Andrade. Ante este escenario, Roberto Vargas decide retirarse de la política hasta 1901, cuando se incorpora con el grado de coronel en las tropas del general Luciano Mendoza, quien era su maestro en la líderes del arte militar. Su formación la complemento con el aprendizaje en la práctica y en las lecturas de textos militares de autores extranjeros, nos refiere el historiador Botello.
En el libro Apenas Ayer, 20 años de fotografía (1972) de Luis F. Toro – el fotógrafo de Juan Vicente Gómez-, editado por la Fundación Neumann, aparecen unas interesantes entrevistas realizadas por la escritora Clara Posani, donde hay una que llama la atención. Es la que le hace al fotógrafo Don Pedro F. Mirabal – quien vivió y dejó familia en Ortiz -y a Don Manuel Batista. Allí Don Pedro y Don Manuel dialogan evocando recuerdos remotos. En el transcurso de la lectura hay una parte donde la conversación va así:
Batista: Ese Vargas era un hombre asesino, no crea.
Mirabal: ¿Quién?
Batista: Ese Vargas.
Mirabal: Como no, si él allá, en su casa, mató una vez a un peón.
Batista: ¿Un peón?
Mirabal: Todos estaban acostados en sus chinchorros y llegó uno y se tiró un peo y dijo el peón: "No jué que se me salieron las alpargatas". Y él lo oyó. "¿Quién fue, quién es el de las alpargatas?, ¿Quién es?" Y como tenían miedo, uno le dijo: "Ese que está ahí, ese fue". ¡Pan!, y le dio un tiro y lo mató. Y allí en Calabozo, había un tal Tarazona, Vargas le había dicho que saqueara todo, pero que le respetaran la casa de los Viso, que eran familia de él. Le dio esa orden a Tarazona. Cuando estaban por acá saqueando, fueron casa de los Viso, cuando empezaron a saqueá el negocio de los Viso, vinieron a casa del doctor Vargas, eso era a dos cuadras. Salió ese hombre corriendo para allá, Vargas, y este hombre, Tarazona que era teniente, estaba montado en una mula, viendo el saqueo, y la cosa: "No te dije que respetaran esa casa", ¡pan! y lo mató. El era una varilla, mató a Tarazona. Yo conocí mucho al doctor Vargas y fuimos amigos.
Un hombre completo
En el patio de la casa- en Bucaral-, el viejo Don Selvideo Rodríguez nos confirmó el anécdota anterior y otras vivencias sobre la célebre figura del Tuerto Vargas:
- Vargas era madrugador- cuenta-.Se levantaba a la una de la mañana, todos los días, y de una forma religiosa y estricta.
Rodríguez era vallepascuense, emparentado con la familia Rodríguez del Corral. Llega joven a Ortiz y aquí se casó con Doña María Tavares Chapardi, moradora del caserío Cumbito, en la Posesión Las Cañadas. Conoció al general Roberto Vargas Díaz en 1932. Fue a trabajar como jornalero en su Hato Corocito, entre los meses de Diciembre y Junio del 33, cuando apenas tenía 12 años. Allí llegó de la mano de su cuñado Antonio Pérez, el famoso sanguinario y desposta conocido con el apodo de “Antoñito”, hombre rudo, toda una leyenda en Ortiz y lugares circunvecinos. Allí, en aquellas sabanas, Silvideo aprendió la hosquedad y el ajetreo del Llano.
Según Rodríguez, el general y doctor Roberto Vargas era un hombre alto, delgado de cuerpo, cara de rasgos finos y usaba unos moustache de gato; vestía de liquilique y tenía un carro negro. Un pakard ford. También describió a El hato Corocito de la siguiente manera:
-Tenía cuatro corredores. Había siete mujeres de servicio. Asimismo tenía en la temporada de verano 70 llaneros y en "campo volante" ocho hombres armados con escopetas de cinco tiros-, apunta Don Selvideo Rodríguez, quien además dice que el general Vargas tendría como unos 60 años cuando él lo conoció.
Fue aquella tarde, cuando Antoñito se presentó en Casa de Nicanor:
- Compadre, lo manda llamar urgente el doctor Vargas – le dijo Antonio Pérez.
- Caray, compadre y qué quiere el doctor- respondió Nicanor Rodríguez, el viejo memorialista de Ortiz.
Vargas vivía en Petare, Caracas. Nicanor se fue a visitarlo, acompañado de Salgado Mirabal, a quien llamaban el “sute”. Llegaron a la Casa del Tuerto Vargas, ya pasado el mediodía el general lo hizo pasar a una sala donde leía su hija Bonifacia, una joven muy bonita, quien esperaba por un buen consorte.
- Mire, niño lo mandé a llamar porque lo ha elegido para que usted se case con Bonifacia- dijo el Tuerto Vargas.
Nicanor se sorprendió.
- Bueno, doctor, para mí sería un honor. Pero usted sabe que lo esencial en el hombre es la palabra empeñada. Y, yo ya tengo mi novia en Ortiz.
Entonces, el general Roberto Vargas lo miró y le dijo:
- Así es que se habla, con la franqueza, mi hijo.
El general Roberto Vargas murió pobre y arruinado en 1948. Era mediodía. Lo encontró Nicanor meciéndose en un chinchorro, tieso, con los ojos y la boca abierta. Entre dos personas, lo agarraron por las piernas y los brazos, y lo colocaron en el piso para vestirlo. No tenía ni mortajas para cubrir su cuerpo. Nicanor puso sus prendas para cubrirlo. El gobernador Ricardo Montilla ordenó que todos los gastos del difunto fueran cubiertos por el Ejecutivo Regional.
- Padre – se lo oyó decir al general Vargas, horas antes de su fallecimiento-, yo no me confieso desde el día que hice la primera comunión.
Entonces el Padre Grau le dio las últimas Extremis y dijo:
- Acabo de confesar a un hombre completo-.