El petro: la criptomoneda desahuciada
El gobierno de Maduro se alistó en las filas de la era bitcoin para evadir el cerco financiero impuesto por Estados Unidos. Venezuela se convirtió en el primer país en acuñar una criptomoneda. Washington no tardó en responder: prohibió toda transacción con cualquier moneda digital venezolana.
Por Gloria M. Bastidas
Venezuela es un naufragio. Los indicadores económicos son una mancha roja. Una mancha roja que coloca al gobierno en serios aprietos: la caja no da para más. El país vive su propio cambio climático: sequía de dólares. Lo que dicta el manual ante semejante crisis (la inflación rondará el 13 mil por ciento este año) es que se recurra a un plan de estabilización con ayuda financiera internacional. O lo que sería lo mismo: llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional pasa sacar el barco a flote. Pero el chavismo ha apelado a otra tabla de salvación: el petro, la moneda virtual propuesta por Maduro en diciembre pasado. La jugada lucía interesante. Es la primera vez que un Estado crea una criptomomeda. La meta que se trazó el chavismo era emitir 100 millones de petros que, tasados en 60 dólares cada uno (el precio es el equivalente a un barril de petróleo), supondría un bocado nada desdeñable para las arcas del régimen: 6 mil millones de dólares. La cifra luce apetitosa si se considera que para 2018 el país debe cancelar cerca de 8 mil millones de dólares por concepto de deuda externa. No está mal. Ingresar a las filas de la era bitcoin pudiera proveer a Maduro de un tónico para recuperar las frágiles finanzas del socialismo del siglo XXI.
Lo que ocurre es que el petro está viciado de nulidad de manera congénita. El aval de la criptomomeda son las reservas de petróleo del país. Y cierto: Venezuela registra las mayores reservas probadas del mundo entero, por encima de Estados Unidos, Arabia Saudita, Canadá o Irak. Pero la Constitución Nacional es clara: las reservas no pueden darse en garantía porque no pueden ser enajenadas. Por esta razón, la Asamblea Nacional, órgano controlado por la oposición, declaró ilegal el criptoactivo. Ya eso, de entrada, empañaba el mercadeo de la criptodivisa: laguna jurídica que espanta a los potenciales compradores. La garantía en entredicho. Y hay otro elemento capital: supongamos que el comprador del petro reclame el aval (un barril de petróleo por cada petro), ¿cómo puede hacerlo si se trata de un mineral que yace en el subsuelo? No se trata de petróleo versionado en barriles, sino en estado bruto. Extraerlo y procesarlo resultaría costosísimo. El aval se convierte entonces en una promesa vaga. Ya estos dos elementos (ilegalidad e intangibilidad del barril) hacían del petro una criatura poco confiable.
Pero quien le ha dado el tiro de gracia ha sido Donald Trump: El petro fue la herramienta que el chavismo encontró para esquivar las sanciones financieras que le impuso el Departamento del Tesoro al gobierno de Maduro el año pasado. Estas sanciones le impiden crear nueva deuda (o refinanciar la existente) para obtener fondos frescos, algo perentorio dada la hecatombe económica que sacude a Venezuela. Y el petro no es más que un bono de deuda disfrazado de moneda virtual. Es una venta de petróleo a futuro. Así que Trump dictó esta semana una Orden Ejecutiva que prohíbe a los ciudadanos norteamericanos o a quienes residan en Estados Unidos hacer todo tipo de transacciones con cualquier moneda digital que emita Venezuela. Hasta Rusia entra en la trama: la revista Time, luego de que el presidente de Estados Unidos condenara a muerte la criptomoneda venezolana, publicó una noticia bomba: Rusia tendría sus manos metidas en la confección del petro. Moscú, que ya está expuesto a sanciones impuestas desde Washington y que tiene planes para lanzar el criptorublo, habría asesorado en secreto al gobierno de Maduro para que acuñara un signo monetario virtual que le permitiera eludir el cerco financiero que le ha tendido el imperio.
El gran enemigo del petro no es Trump. Ni su autor intelectual: los rusos. Es su creador material: el gobierno de Maduro. Más allá de que Trump hubiera dictado o no la Orden Ejecutiva, el petro no tenía mucho futuro. Primero, porque fue creado, como dijimos, al margen de toda legalidad. Y segundo, porque el chavismo ha engendrado una crisis económica de dimensiones catastróficas que hacen que la moneda virtual carezca de pedigrí. La inflación de Venezuela es la más alta del planeta. La deuda externa cayó en cesación de pagos (default) desde noviembre pasado: lo dice la calificadora de riesgo Standard & Poor’s. La República y Petróleos de Venezuela (PDVSA) han incumplido con el pago de 2 mil 500 millones de dólares. El FMI vaticina que el producto interno bruto experimentará una caída de 15 por ciento este año y llegaría así a un quinquenio en negativo. ¿Un gobierno con este expediente negro goza de autoridad para emitir una criptomoneda? Pudiera ser si el aval que respaldara la operación fuese muy atractivo. Pero no lo es: se trata de un barril de petróleo apócrifo. Tiene valor cero porque está en el subsuelo. Y lo peor: tampoco se puede ofrecer como garantía la producción actual porque ésta viene declinando a niveles preocupantes, como si el país hubiera vivido una guerra. En 1998, cuando Chávez llegó al poder, la producción era de 3 millones 400 mil barriles diarios. En febrero pasado, la producción fue de un millón y medio de barriles diarios.
El gobierno aseguró que la preventa del petro había sido un éxito. Dijo que había logrado una intención de compra de 5 mil millones de dólares. Lo dijo antes de que Trump vetara la moneda digital. Y es posible que el petro hubiera despertado curiosidad. Al menos curiosidad. Pero intención de compra no es compra final, que ya no se dará. Lo que hubo fue un flirteo. Y puede ocurrir: internet es un cosmos con su propia realidad. El petro había despertado un cierto interés en los devotos de las criptomonedas. Para ellos resulta muy atractivo que quien adquiere la criptodivisa no deja rastros por el sistema financiero convencional y la operación, además, se conserva en el más estricto anonimato. Esto es un buen señuelo para quienes poseen dinero mal habido y necesitan depositar sus fortunas en bancos no tradicionales. En eso el chavismo es un grandeliga. En diciembre pasado, el diario El País de Madrid daba cuenta de un hecho espeluznante: ex ministros de Chávez, empresarios y testaferros ocultaron dos mil millones de euros en la Banca Pública de Andorra. El dinero lo obtuvieron mediante el cobro de comisiones por el otorgamiento de contratos de PDVSA. Y sí: para eso son muy buenas las monedas encriptadas. Nadie pregunta de dónde vienen los fondos. Ya por esa razón el petro podría haberse constituido en un buen refugio para operaciones turbias. Pero ya ni siquiera eso. La Orden Ejecutiva de Trump fue un petardo que destrozó el corazón de la criptodivisa recién acuñada por Maduro. Nadie mete dinero en una alcancía desahuciada.
Fuente: Letras Libres
Gloria M. Bastidas (Caracas, 1963) Analista política. Periodista egresada de la Universidad Central de Venezuela (UCV)