El hato Caimán: una utopía en ciernes
Un vasto territorio repartido, casi absolutamente, por aquella oligarquía, desde el siglo XVI. Véase que, a cinco leguas de El Caimán, hacia el sur, en 1780, el dueño es uno de los Tovar.
Los mismos que imperan en Paya Abajo hacia 1676
Adolfo Rodríguez
Grabado en madera después de dibujar por J. Chaffranjon, del siglo XIX |
Había muchas razones para que el mantuanaje caraqueño se fascinara con Humboldt. Entre otras el espíritu de convivencia que lo anima. Ese requisito imprescindible para un conocimiento más confiable del entorno. Se esmeran, pues, en identificársele y complacerlo. Propietarios de haciendas y de hatos procuran hacerse contestes con su concepción del mundo y procuran mostrarles avances que el sabio espera de la economía local, pero también del orden justiciero que abriga. Relata que “Don Francisco Montera y su hermano, joven eclesiástico muy ilustrado (que) nos acompañaron para conducirnos a su casa de La Victoria. Casi todas las familias con las que habíamos cultivado en Caracas amistad, los Uztáriz, los Tovares, los Toros, se hallaban reunidas en los hermosos valles de Aragua. Propietarios de las más ricas plantaciones, rivalizaban entre sí para hacernos agradable nuestra permanencia. Antes de internarnos en las selvas del Orinoco, gozamos una vez más de todas las ventajas de una civilización adelantada” (1942, Pp. 70-71).
Elocuente que uno de tales anfitriones se interesase en persuadir a los dos viajeros, acerca de un modelo laboral que confirmaría directamente en El Caimán. Escribe Humboldt que “el continente de la América española puede producir azúcar, algodón y añil por medio de manos libres, y que los malaventurados esclavos pueden hacerse campesinos, hacendados y propietarios (1942, P. 96).
No obstante, que algunos de esas mejorías no provienen de iniciativa propietaria, si no de una dinámica social que, forzosamente, toleran y admiten. A saber: la mayordomía de hatos en manos de esclavos, hasta el punto de que su autoridad es reconocida incluso por blancos. Un ascenso verificado ya, a comienzos del siglo XVIII, en una finca de Don Juan Ascanio, en Mesa de Paya, cerca del Hato El Caimán, ya existente. Desconozco quien disfrutaba éste, pero cuando Bolívar pasa por allí en 1818, lo detenta uno de los Ustáriz (Pérez, J. O. 2010, p. 12).
Un vasto territorio repartido, casi absolutamente, por aquella oligarquía, desde el siglo XVI. Véase que, a cinco leguas de El Caimán, hacia el sur, en 1780, el dueño es uno de los Tovar.
Los mismos que imperan en Paya Abajo hacia 1676 en que la propietaria es doña Melchorana Tovar y B. de Solórzano, casada con el Segundo Conde de San Xavier, Juan Jacinto Pacheco y Mijares, pariente de don Juan, el Primer Marqués de Mijares, señor de Las Lajas, hato que, en un momento dado, tiene tanta importancia como El Caimán (*).
Etnógrafo cabal, Humboldt ofrece la más amplia idea de lo que es aquel conglomerado más o menos homogéneo. Radiografía por primera vez una institución clave en el proceso de consolidación de la neoetnia llanera.
Estado, entonces, verificable en el modo de relacionar interacciones igualitarias, entre las distintas etnicidades que convergen alrededor de uno los puntales de aquella pujante economía.
Como componente básico hace un exhaustivo comentario sobre la territorialidad donde se enclava aquella institución con antecedentes en la historia de la península ibérica. Organismo conformado por una ganadería de igual procedencia y que se aclimata en el Nuevo Mundo con su denominación hispana (hato).
Las fricciones entre el factor biótico con la geografía encontrada define el medio ambiente en el que se gesta la cultura llanera. Un neoecosistema que se constituye, de manera inconfundible para la transfiguración de los aportes hispánicos: el neohato que asumo como hato llanero.
Humboldt no usa dicha terminología, pero de su descripción se infiere la índole inusitada y diferencial de una actividad que había conocido, bajo otras circunstancias. en regiones planas de Europa así como del Asia, por referencias o posteriores visitas.
Asimismo deja constancia del agente principal de la culturalidad resultante cuando lo nombra con el vocablo escogido. Y que, por lo tanto, insurge como etnonimia definitiva en la historia colombo—venezolana. Existía, sin duda, antes de que Humboldt haga constar su existencia ante sus interlocutores venezolanos, desde que los visualiza en 1799 por Cumaná. Más de un siglo de existencia bojo el obvio rechazo por parte de una clase dominante que no admite igualdades ni autosuficiencias. Esas cualidades inherentes a toda agrupación de índole étnica.
Tras el ecosistema transfigurado por el caballo y la res y, estos, a su vez, por ese medio, emerge la etnicidad, que Humboldt denomina “peones llaneros” y que, por los rasgos que ofrece, es algo más que “trabajador” y más que un nativo, como los asume varias veces. Más bien alternativa histórico cultural, con inobjetable originalidad, legitimada por la emergencia ecológica explicada.
Engranaje de factores que refuerzan principios universales de que cualquier etnicidad se reviste en beneficio de un orden convivencial. Modelo que no descarta flora, fauna, variaciones climáticas, diversidad ecológica, etc. Unos y otros compartiendo el pequeño universo otorgado. De donde esa paideia, ante la cual Humboldt aparenta disconformidad, pero que conviene al narrarla.
Particularidades del modo de estar y ser en un hato veranero que presenta con una verosimilitud a menudo corroborada en estudios sobre el llano, el hato y los llaneros.
La veracidad que, en aquel instante, era riesgosa para quienes se resistían a los imperativos de adscripción de una etnicidad requerida de legitimación. Inevitable en virtud de una dialéctica, por la cual, presuntos antagonistas resultan aculturizados por las razones de origen que asiste a toda etnia.
Envolvió a Humboldt, al relatar encuentro en el que luce naturalizado por aquella tierra y su cultura. Consustanciación que tal vez no concientiza, porque se trata de una interacción que, casi siempre, transita silenciosamente o establece conexiones invisibles que también hermanan. Y que -de acuerdo con ideas del mismo Humbuldt-, quizá intuía.
NOTAS
(*) En 1687 existían capellanías en los hatos Las Lajas, El Caimán (al sur de Morrocoyes) y Tiznados, sitio éste donde ejerce en l7O2 el Pbro. Juan Antonio Fernández, posteriormente cura de Lezama (Castillo Lara, l975) En el justificativo del Obispo Dn Diego de Baños y Sotomayor para una vicefeligresía en el "Partido de Paya, la cañada, Ortiz, Parapara y Güecipo en los llanos distrito de ocho leguas...", el l8 de setiembre de l696, puntualiza que "ai treinta y un hatos de ganado bacuno ...", entre cuyos dueños nombra a doña Melchorana y a Juan Liendo, ascendientes de los Ascanio que figuraban como dueños de hatos en el sitio de Paya Abajo en las matrículas de l752 (Pinto, M., 1967).
BIBLIOGRAFÍA
CASTILLO LARA, L. G. La Villa de Todos los Santos de Cablabozo: el derecho de existir bajo el sol, Caracas: Italgráfica, 1975.
HUMBOLDT, Alejandro De. Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente hecho en 1799, 1800, 1801, 1802, 1803 Y 1804 por Alejandro de Humboldt y A. Bonpland. Caracas: Biblioteca Venezolana de Cultura (Colección “Viajes y Naturaleza”) (Traducción de Lisandro Alvarado), 1942.
PÉREZ, José Obswaldo. El hato El Caimán. Sitio y Lugar. Su importancia histórica. Ortiz: Ediciones Fuego Cotidiano, 2010.
PINTO C. Manuel. Principio y Formación e San Juan de los Morros. Caracas: Congreso Nacional, 1967.
RODRIGUEZ, Adolfo. Los llaneros: una utopía que cabalga entre Colombia y Venezuela .Caracas: Fondo Editorial Ipasme, 2012.
RODRIGUEZ, Adolfo. Los Llanos: enigma y explicación de Venezuela. Caracas: editorial El Perro y La Rana, 2010.