La historia es el fluir de la conciencia de quienes la escriben, la escritura histórica es el espejo verbal de la mente disciplinar que la concibe. Una cosa es la historia y su caos fáctico y otra la conciencia que le da orden a ese amasijo de acontecimientos humanos. La razón humana es intrínsecamente sucesiva, por lo tanto, la historia vaciada en los libros fluye también en la horma de lo continuo, en ese incesante río donde según Heráclito, no podemos bañarnos por segunda vez en las mismas aguas. Ese río por un ardid de la misma conciencia pasa a convertirse en una representación del tiempo, la tríada del pasado, el presente y el futuro. Viéndolo de este modo el hacer historiográfico vendría a ser un acto de rescate en lo temporal, de recuperar lo que se le escapa al hombre en el indetenible cauce del tiempo. Es un acto desesperado por ejercer un dominio humano sobre lo irrecuperable.