LA DIASPORA CULTURAL AFRICANA EN LA MICRO REGION DE ORTIZ- TIZNADOS

Los africanos han tenido una presencia continua en Hispanoamérica por más de 400 años. Desde la época de la conquista, las huestes conquistadores trajeron africanos que viajaban en las expediciones de tierra adentro. Muchos de estos grupos arribaron después a Venezuela por el puerto de Coro – alrededor del año de 1550 -, procedentes de la Antillas caribeñas para trabajar en las minas de Buria, cerca de Barquisimeto.


POR JOSE OBSWALDO PEREZ*

Los africanos y sus comunidades colectivas encontradas alrededor del mundo constituyen la diáspora africana. La diáspora africana no sólo se refiere a Hispanoamérica, sino también a la migración global durante milenios. Las comunidades africanas pueden ser encontradas históricamente en Asia, en Europa, y en Australia. Pero, las comunidades más numerosas son la de los países de América (Norte, Centro, y Sur) y el Caribe. Las colonias caribeñas y sudamericanas tuvieron un predominio de africanos, y esta fusión claramente afectó la cultura aborigen. La migración forzada de africanos siguió un patrón invariable a través de la diáspora. El proceso de sangría demográfica evidencia cómo una migración de esclavizados significaría una migración de culturas. Mientras muchos esclavizados se movían alrededor de la diáspora, más cultura se transmitía pese a la aculturización a que fue sometida en sus respectivas zonas de asiento[1].

El comercio atlántico de esclavos proporcionó los medios de migración para la mayoría de los africanos en el Nuevo Mundo. Cada grupo migratorio africano trajo sus tradiciones y costumbres que, aunque no eran idénticas, eran similares y, a menudo, tenían rasgos afines. Las tradiciones culturales, se plegaron a las otras culturas, comenzando a mezclarse. Varios investigadores hablan de una combinación de rasgos y elementos africanos en Hispanoamérica que tomaron lugar entre grupo humanos provenientes de Senegambia y Guinea Bissau, entre los ríos Níger y Senegal. Regiones, por cierto, preferidas por los españoles y portugueses para traficar con los naturales de esas zonas por su laboriosidad, alegría y adaptabilidad. De las caletas de Benin, Biafra, Congo y Angola también provienen emigrantes esclavizados. De estas regiones, miles de esclavos de diferentes naciones étnicas entraron a Venezuela. Entre los grupos humanos podemos citar: Ewe, Fon, Efik, Efok, Mina, Bakongo, Loango, Caheo, Mondongo, entre otros[2]. Muchas de las personas de estas zonas tuvieron interacción a través del comercio y la guerra antes de su reintroducción en Hispanoamérica.

Los africanos han tenido una presencia continua en Hispanoamérica por más de 400 años. Desde la época de la conquista, las huestes conquistadores trajeron africanos que viajaban en las expediciones de tierra adentro. Muchos de estos grupos arribaron después a Venezuela por el puerto de Coro – alrededor del año de 1550 -, procedentes de la Antillas caribeñas para trabajar en las minas de Buria, cerca de Barquisimeto. Su llegada resulta de una crisis de mano de obra debido a la demanda creciente de trabajadores para las minas, las haciendas, los transportes de carga y, en fin, para todas las formas de trabajo. El déficit de mano de obra trató de llenarse con la importación de África de esclavos a comienzos del siglo XVI.

A su llegada, los africanos participaron en la construcción socio-económica y política de la Provincia de Venezuela a comienzos del siglo XVII, cuando empieza la importación más o menos masiva de población africana al territorio venezolano y, principalmente, hacia los Llanos de la Provincia de Caracas. Su contribución más importante fue su fuerza laboral en las haciendas y hatos ganaderos, que facilitó la acumulación de capital, la introducción de nuevas tecnologías y la globalización del comercio interregional basado en el desarrollo creciente de la agricultura y la ganadería en el siglo XVIII[3]. El tráfico negrero, llamado específicamente trata[4], se correspondía con la dinámica histórica abierta con los nuevos descubrimientos geográficos de los siglos XV- XVI y con “el espíritu de lucro del capitalismo”. Este sistema, según el historiador Brito Figueroa:

somete a sus intereses las aspiraciones de aventureros, navegantes y gobernantes; pone precio a su participación material y transforma los esporádicos y accidentales contactos entre europeos y africanos en una empresa mercantil-monopolista de gran envergadura, destinada - como en efecto ocurre- a fortalecer su creciente poder económico[5].


En muchos casos, los africanos traídos a los hinterland negreros de los puertos de la Guaira, Puerto Cabello, Cumana y Barcelona[6], eran herreros, granjeros, alfareros y soldados, así como también marineros. Algunos otros trabajaban como mayordomos, empleados de servicio doméstico, actividades agrícolas y pecuarias y artesanales (artes y oficios). Los esclavos domésticos, realizaban tareas en la casa de habitación del dueño, junto con sus mujeres que se ocupaban de realizar trabajos como cocineras, lavanderas y criadoras de los niños blancos. En algunas circunstancias, y con la autorización del amo, podían alquilar su fuerza de trabajo; algunos de ellos hacían trabajos de herrería, carpintería, barbería, construcción de casas de adobe, fabricación de tejas o bloque de teja, entre otros oficios. Las mujeres eran solicitadas para cocinar, lavar, planchar, cuidar y, en muchos casos, para amamantar niños, cuando la madre moría en el parto o estaba enferma[7].

De los primeros establecimientos de esclavos, diversos grupos de esclavizados vivieron y trabajaron en los llanos de Guárico y Apure, mezclando tradiciones culturales, tecnológicas, y sociales en una perspectiva distintiva de mestizaje y creollización. La nueva cultura reflejó la entrada de esclavizados en el crecimiento de hatos ganaderos dedicados a la economía de agroexportación, principalmente de cueros y manteca. Ese espacio de vida no sólo fue un modo de hacer el lugar sino una forma de convivencia natural, entre los márgenes de una “tierra de frontera”, abierta y libre para la construcción endógena de una nueva “neoetnia” cultural: los llaneros[8].

Las recientes estudios realizados por Arturo Álvarez D` Armas, Irma Mendoza, Adolfo Rodríguez, Felipe Hernández y otros investigadores introducen un nuevo enfoque en los estudios africanos en la región llanera[9], lo que ha permitido conocer la gran importancia de la esclavitud negra en los hatos ganaderos y la propiedad territorial esclavista a lo largo del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Adolfo Rodríguez, historiador etnocultural, señala que los esclavizados africanos llegaron junto con los dueños de hatos[10]. Los pobladores españoles y mestizos llevaron los primeros subsaharianos a los partidos de Tiznados, Paya, Las Cañadas y San Roque de Las Lajas, jurisdicción de San Sebastián de los Reyes, entonces unidades de producción agropecuaria en siglo XVII[11], para ser explotados. En medio de este espacio geográfico, el pueblo de Ortiz tenía una posición privilegiada. Era punto de paso o encrucijada para el comercio de ganado, cuero, tabaco y otros rubros hacia los centros de consumo urbano.

La cuantificada mano de obra africana en las haciendas de Guárico[12], es una muestra global de la concentración de esclavos en el ámbito de todo territorio colonial, tal como lo hemos comprobado en censos y matriculas de la microregión de Ortiz-Tiznados. Su presencia era notoria. Por ejemplo, en 26 sitios de hatos registrados para 1793 en San Francisco y San José de Tiznados, 14 negros esclavos administraban en calidad de mayordomos y suplían la ausencia del amo, cuatro lugares eran administrados por sus mismos dueños, cuatro por morenos libres y dos blancos (familiares del dueño del hato) administraban igualmente dos sitios para cría de ganado mayor[13].

El investigador Miguel Ángel Ortega[14] nos ofrece información sobre 345 esclavos, sin contar a los negros libres en la hoy Parroquia San Francisco de Tiznados, que ascendía a 1.132 almas. Igualmente debemos destacar la presencia de negros cimarrones en las montañas aledañas a los hatos y pueblos de Ortiz, San Francisco de Tiznados y San José de Tiznados[15].

En el poblado de Ortiz, visitado por el obispo Mariano Martí, el 5 de mayo de 1780, encontramos que vivían 107 esclavos, 90 negros libres y 99 pardos, los cuales representaban un 24,8% de la población total. Los negros libres y esclavos representaban un 16.9% de la población urbana del pueblo, lo cual nos da conocer una cuantificación bastante significativa. El censo de 1810, en víspera de la Independencia, se registraba 14,5% de pobladores negros y esclavos. En 1813, los esclavos negros alcanzaban el 8,5% de la población, pero los pardos libres eran mucho más numerosos, un 15,1%.

Estas cifras muestran una composición étnica reveladora en relación con el mestizaje de las clases sociales mediante un proceso de blanquecimiento que se venía acentuando aceleradamente, a principios del siglo XIX. Ya para momentos previos a la abolición de la esclavitud, la institución esclavista estaba en decadencia en el pueblo de Ortiz. Un esclavo costaba en 1858 aproximadamente 279 pesos. Cuando se puso en vigencia la Ley del 24 de marzo –y según un censo general del gobierno- un total de 129 esclavos habían logrado obtener su libertad por esta legislación: un grupo de 58 esclavos valorados en 16.230,58 pesos y otro clasificado entre 29 esclavos y 42 manumisos valorados en 12.775,50 pesos[16].

En un análisis de matriculas eclesiásticas e informes parroquiales nos permite determinar el número de negros, entre los años 1780-1813 habiendo censados unos 2.744 negros y esclavos, en una población total de 19.201 habitantes, equivalente a un 14,2%. La mayoría de los esclavos estaban concentrados en las áreas de influencia o zona rural, cuyas cifras verdaderas eran mucho más altas, como una característica del patrón rural disperso.

En conclusión, la huella de África en los llanos de Guárico y Apure es un factor principal y casi único en la construcción de nuestra cultura llanera. La recolección de estos datos estadísticos y las investigaciones recientes permiten dibujar los aportes culturales de los subsaharianos. Por ejemplo, el trabajo de los negros, zambos y mulatos tuvo importancia para la expansión de la economía colonial, el crecimiento del mantuaje y la expansión de la propiedad territorial.

El número total de esclavos de origen africano que entró con la trata esclavista al Alto Llano dictamina un papel considerable que contribuyó grandemente al desarrollo y el enriquecimiento de la cultura llanera, como médula importante en la etnogénesis de la cultura afrovenezolana, hoy integrada y diluida en la población venezolana como raíz principal de nuestro mestizaje.

NOTAS
[1] POLLAK ELTZ, ANGELINA (1972). Procedencia de los esclavos negros traídos a Venezuela. En: Vestigios africanos en la cultura del pueblo Venezolano. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello, Instituto de investigaciones Históricas, p. 23 - 32. Véase también JOYNER, BRIAN D. (2003). African Reflections on the American Landscape Identifying And Interpreting Africanisms. Washington: National Park Service. U.S. Department of the Interior National Center for Cultural Resources. También en línea: http://www.nps.gov/history/crdi/publications/African%20Reflections.htm.
[2] Ídem.
[3] CARTATAY, RAFAEL (2005). Aportes de los inmigrantes a la conformación del régimen alimentario venezolano en el siglo XX. En: Agroalimentaria. Nº 20. Enero- Junio 2005 (43-55)
[4] El término “trata” es un eufemismo que busca eliminar la dimensión ética del concepto implícito en “la trata de esclavos”. Un término mucho más apropiado es el de “comercio negrero”, pues la palabra “negrero” ha conservado la carga de infamia que implica rebajar al ser humano a la categoría de mercancía. Véase a CASTELAR, EMILIO “Dimensión gráfica de la trata de esclavos”, en su Ensayo de la Abolición de la Esclavitud. En línea: http://www.ensayistas.org/antologia/XIXE/castelar/esclavitud/trata2.htm.
[5] BRITO FIGUEROA, FEDERICO (1985). El problema tierra y esclavos en la historia de Venezuela, UCV, Ediciones de la Biblioteca (Colección Historia, XIV), Caracas, p 155.
[6] JARAMILLO, MARCOS ANDRADE (1999). De la trata a la Esclavitud. Venezuela siglo XVIII. Caracas: Fondo Editorial ISPAME; p 78
[7] Véase la monografía de la profesora Ermila Troconis de Veracoechea: “El Trabajo Esclavo en la Economía Colonial” En: Boletín NC 345 (Enero-Marzo de 2004). Sesquicentenario de la abolición de la esclavitud en Venezuela (1854-2004)
[8] RODRIGUEZ, ADOLFO (1992) “Definición de la Neoétnia Llanera Colombo-Venezolana como utopía realizada” en: Romero Moreno, María Eugenia (1992): Café, Caballo y Hamaca. Visión Histórica del Llano. Coedición: Quito, Ecuador, Talleres Abya-Yala y Orinoquia Siglo XXI, Santafé de Bogotá, Colombia.
[9] Véase MENDOZA, IRMA (2005) “Presencia de la mano de obra esclava de origen africano en el Guárico Colonial. Siglo XVIII” En: Resonancias de la Africanidad. Caracas: Fondo Editorial Ipasme.
[10] RODRÍGUEZ, ADOLFO (2006, 29 Mayo): La Cultura Afrollanera en la formación de los llaneros. Conversatorio sobre influencia Árabe y Africana en Venezuela. Caracas: Universidad Bolivariana de Venezuela.
[11] PEREZ A, JOSÉ OBSWALDO (2007). Hatos y Toponimia. Un caso de apropiación de lugar en Valle de Tiznados. Siglo XVII. Valle de la Pascua: XI Encuentro de Historiadores y Cronista del Estado Guárico, 29,30 y 31 de Marzo 2007
[12] ARMAS CHITTY, JOSE ANTONIO (1981): “Zambos y pardos en un censo de población del siglo XVII” En: Semblanzas, Testimonio y Apólogos. Caracas: Academia Nacional de la Historia
[13] BRITO FIGUEROA, FEDERICO (2002). Historia Económica y Social de Venezuela. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, p, 1199
[14] ORTEGA, MIGUEL ANGEL (1992): La Esclavitud en el contexto agropecuario colonial. Siglo XVIII. Caracas: Editorial APICUM, colección Otro Discurso Nº 2, p 56.
[15] BRITO FIGUEROA, FEDERICO (2002). Ob.cit.
[16] MEMORIA DEL MINISTERIO DEL INTERIOR Y JUSTICIA. Censo General de los Esclavos que han quedado libre en virtud de la Ley de 24 de Marzo de 1854.

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*Periodista e Historiador. Profesor universitario
sábado, enero 05, 2008

DESMEMORIA MUNICIPAL

La casa donde funciona la alcaldía de Ortiz es un patrimonio histórico local. Quienes la han visitado saben del valioso inmueble. Ese espacio fue recuperado en la década de los ochenta de la centuria pasada para casa de gobierno. Antes lo había sido como junta comunal y muchos años atrás, funcionó como dependencia gubernamental en tiempos del general Joaquín Crespo.
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Por José Obswaldo Pérez
fuegocotidiano@gmail.com

Quizás Elias Nedeer, Alcalde del Municipio de Ortiz, desconozca de historia local. Pero peor aún quienes aparentan ser sus asesores. La destrucción de un patrimonio histórico como la casa donde funciona la alcaldía del municipio es algo imperdonable. Una gran ignorancia que cuelga en su magistratura. La casa donde funciona la alcaldía de Ortiz es un patrimonio histórico local. Quienes la han visitado saben del valioso inmueble. Ese espacio fue recuperado en la década de los ochenta de la centuria pasada para casa de gobierno. Antes lo había sido como junta comunal y muchos años atrás, funcionó como dependencia gubernamental en tiempos del general Joaquín Crespo.

Una imagen clara, nítida y de prestancia fue el salón de secciones del Concejo Municipal. Quien allá estado allí debe recordar las innumerables sesiones del ayuntamiento, los debates y los discursos de orden donde la pluralidad política tenía cabida sin mezquindad y sin oportunismos obscenos. Por allí pasaron militares, religiosos, políticos, estudiantes, intelectuales, académicos, maestros, y cuenten ustedes. Desde aquel salón, las palabras de los oradores eran voz de resonancia y oído del pueblo llano que les asistía. Pero, en contraste y en el presente, hoy es un laberinto de paredes transformadas en cubículos que desforman toda una estructura y una realidad histórica.

El burocratismo de la alcaldía de Ortiz, sin consulta y con un estilo de mal gusto, transfiguró sus espacios internos para atender la demanda de cargos y la nueva estructura de la revolución bolivariana. Desde la atalaya de la conciencia del pueblo es una casa que, para sus habitantes, simboliza el asiento del poder local; pero, que más allá de eso, es una casa antigua, valiosa, recuerdo de las asoladas casas muertas rememorables del pasado angustiosos de los orticeños. Lamento que el burgomaestre tenga una falta de memoria y que, por errores administrativos, se destruyan bienes históricos. De nada vale promover la historia cuando uno no actúa con lo que hace.
viernes, enero 04, 2008

Beatriz, la maestra

Allí, en aquella vieja casona, iban los muchachos, hembras y varones, a recibir las primeras letras de manos de doña Beatriz de Rodríguez. Eran jóvenes pálidos, macilentos por los rastros de la pobreza, el paludismo y la fiebre española.


Por José Obswaldo Pérez

LA ESCUELA era un caserón, ubicado en el viejo camino del ganado. La llamaban la Casa Atravesada porque sobresalía en el medio del camino hacia el llano. Había sido propiedad del General Joaquín Crespo Torres y ahora la habitaban los Rodríguez. Allí, en la Casa Atravesada, realiza una ardua labor, casi altruista, en medio de un pueblo de miserias, abandonado y decadente.

Allí, en aquella vieja casona, iban los muchachos, hembras y varones, a recibir las primeras letras de manos de doña Beatriz de Rodríguez. Eran jóvenes pálidos, macilentos por los rastros de la pobreza, el paludismo y la fiebre española. La maestra Beatriz de Rodríguez se mantenía solemne en medio de un salón improvisado, en una habitación de aquella casa. Con voz pausada, enseñaba las letras del abecedario; la aritmética elemental, las buenas costumbres y un poco de historia. Esa que conocía muy bien por sus ancestros familiares.

Su nombre de pila era tan largo que cada onomástico era el recuerdo de un familiar cercano: Beatriz Benigna Ramona de las Mercedes Rodríguez Sierra. Había nacido el 21 de Junio de 1883, bajo un ambiente de innegables costumbres. Hija del general Pedro Pablo Rodríguez y doña María Dolores Sierra García. Ambos fueron personas respetables y publicas. Se llamaba Beatriz en honor a su bisabuela Beatriz Rodríguez, casada con Don Enrique Sierra
[1]. Pero también Benigna y Ramona por sus tatarabuelos.

De este matrimonio son también: Consuelo, Froilán Ramón Tiburcio de Las Mercedes y Petra Antonia Rodríguez Sierra.

Su formación escolar estuvo bajo la tutela del prebístero Doctor Juan Bautista Fransichini[2], venerable prelado de la Iglesia Católica, quien se residenció aquí con su familia. Además, entre sus maestros cuentan a José Ramón Núñez, Josefina Del Villar, Ricardo Núñez Gómez, entre otros.

Contrajo nupcias en el año de 1907 con el general Don Nicanor Arturo Rodríguez Moreno[3], hijo de Don Fernando Rodríguez Vargas y Doña Evarista Moreno Vilera. Del matrimonio nacieron cuatro hijos. Una niña que falleció a nacer; Fernando Antonio, que murió a los pocos días con gripe. Nicanor y Arturo Rodríguez, quienes lograron sobrevivir de las enfermedades palúdicas. Dos figuras importantes del quehacer cultural del pueblo orticeño.

En 1911, Doña Beatriz de Rodríguez fue designada maestra de la Escuela Federal para niñas y en 1913, fungía como su directora. En el mes de marzo de ese año, se habían rendido exámenes preparatorios por parte de la junta examinadora conformada por los señores Domingo Meléndez Roscio y Juan Marrón Cabrera. “Las alumnas dieron pruebas de aprovechamiento”, reseña una edición de la fecha de El Nuevo Diario de Caracas.

Doña Beatriz fue una buena lectora. Le gustaba el canto y la poesía. De puño y letra tenía un cuadernito con varias canciones de la época. Evandro Matute Aguirre, juez y escritor orticeño, la describe de la siguiente manera:

“(…) Orticeña siempre. Erguida en la penuria de esta tierra.
Y empecinada. Tercamente afanada en construir
Ella vivió el ayer de las sólidas casas. Y después, la yerme soledad de Ortiz. Mientras muchos huían.
Ella percibió el desgarrador mensaje da las casas muertas. Y Aquí formó su hogar. Aquí tuvo sus hijos.
Y con la hidalguía de noble matrona nos legó a todos una lección cívica de fortaleza, dignidad y sencillez.
Porque aquí también fue maestra y en se a muchos niños. Iluminando en sus conciencias la historia de Ortiz y de la Patria.

Ella es maternal símbolo. Como agua copiosa para tierra seca.
Esposa y madre ejemplar.
Maestra generosa.
Mujer perseverante y heroica.
Todo un símbolo de Ortiz. De aquel que ha sido grande en la obra y el esfuerzo
.”[4]

También, don Miguel Otero Silva la retrata en ella, el personaje de la señorita Berenice en su celebre novela Casas Muertas de la siguiente manera:

Era una mujer pálida, de una pulcritud impresionante. Siempre olorosa a jabón y a agua de río. Siempre recién bañada y vestida de blanco…”

Aunque en una cédula que le expidió el Ministerio de Educación la reseñaba como una mujer “blanca, de ojos verdes y cabello rubio”.

Fue una dama virtuosa y religiosa. El primer liceo del municipio Ortiz lleva su nombre, por su abnegación magistral en pro su pueblo y sus dotes de altruismos. Falleció el 1 de Agosto 1961. Aún algunos orticeños, muchos de sus alumnos, la recuerdan.
NOTAS
[1] De este matrimonio es Críspulo Enrique Sierra Rodríguez, quien casó en Ortiz el 25 de Agosto de 1856, con Natalia García Moreno, hija legítima de Juan José García y Bárbara Moreno. De este matrimonio procrean a: Rita, María Dolores y Antonio Sierra García.
[2] PEREZ A, JOSE OBSWALDO (2005, 02 marzo). El Padre Juan Bautista Franceshini. San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista, p 5.
[3] Había sido comerciante, político y distinguido personaje de la aristocracia burocrática de Ortiz. Llegó a ser concejal y presidente del Concejo Municipal, en el año uno. Asimismo, participó en diversas funciones y actividades públicas. Fue Jefe Civil de San Juan de los Morros (en aquel tiempo perteneciente a la Jurisdicción de Aragua) y luego del pueblo del Señor San José de Tiznados, donde falleció a causa de una fiebre palúdica.
[4] MATUTE, EVANDRO (1971). Ortiz. , p 11
sábado, diciembre 15, 2007
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