Bin Laden y Che Guevara

"El presente texto lo escribí en el 2003 y fue publicado en diversos medios. Hoy lo publico nuevamente. La razón es que hoy es aún más actual que ayer. Hay, en fin, textos que aguardan su momento", dice Fernando Mieres




Por Fernando Mires | 4 de Mayo, 2011
Bin Laden y Che Guevara han sido comparados varias veces por los medios de comunicación hasta el punto de que se ha sugerido insistentemente que Bin Laden es el Che Guevara del mundo islámico. Por supuesto, las izquierdas tercermundistas (o sus restos) se defienden de tan macabra comparación. ¿Cómo comparar a ese asesino terrorista como Bin Laden con ese revolucionario racional, ateo y secular, lleno de idealismo y de amor por los pueblos y la humanidad que era el Che Guevara?
No obstante la comparación es posible si se entiende que comparar es un procedimiento que lleva a establecer listados de semejanzas pero también de diferencias.
El conocimiento es esencialmente comparativo y no podemos acceder al conocimiento de ningún objeto si no establecemos su identidad, la que sólo se puede lograr mediante relaciones de semejanza y diferencia con otros objetos. Por lo tanto, está claro que Bin Laden no es el Che, porque son muchísimas las diferencias que los separan. Sin embargo también hay semejanzas; algunas de ellas son: el marcado carácter antipolítico de ambos, el culto a la violencia que los caracterizaba y el antinorteamericanismo que casi religiosamente profesaban.
Terroristas, guerrilleros, soldados y políticos
La principal diferencia, a mi juicio, reside en la identidad particular de cada uno de ambos combatientes: Bin Laden era un terrorista, Che Guevara un guerrillero, y entre terrorismo y guerrilla hay diferencias.
Para esclarecer de modo más preciso las diferencias es necesario distinguir por lo menos cuatro tipos de combatientes: el terrorista, el guerrillero, el soldado, y el político.
Afinando un poco más todavía la distinción: el terrorista equivale al período salvaje de la humanidad; el de la destrucción por la destrucción, cuando no importan las muertes de los no combatientes; y en el caso más radical, que era el del terrorismo de Bin Laden, donde la propia vida no cuenta. La guerra del terrorista es total; es destrucción y autodestrucción a la vez; es, en breve, el triunfo definitivo del principio de muerte sobre el de vida.
La guerrilla en cambio corresponde históricamente con el período de la barbarie, cuando hordas organizadas designaban destacamentos para compensar mediante la astucia y la sorpresa la superioridad militar de los ejércitos enemigos que residían en las grandes ciudades, centros de poderosos imperios.
El soldado, a su vez, es un combatiente a quien se compensa mediante dinero, o simplemente bienes, por su participación en la defensa y expansión de las naciones; se trata, en consecuencia, de un guerrero instrumental quien para combatir no necesita odiar al enemigo pues combatirlo es su profesión.
El guerrillero, a diferencia del soldado, no habitaba en las ciudades. El fenómeno de las guerrillas urbanas es moderno y tiene que ver fundamentalmente con el intento de llevar la guerra a los recintos urbanos para penetrar o infiltrar las ciudades con el “virus” de la guerra. En ese sentido la guerrilla moderna ha aprendido del terrorismo, que sí ha sido tradicionalmente urbano.
Cuando la guerrilla o el terrorismo urbano no actúan en contra de una dictadura, esto es cuando realizan sus actos en contra de regímenes políticos y democráticos, se produce la des-poli-tización de la polis, hecho que rara vez lleva al triunfo del terrorismo o de la guerrilla y que más bien lleva, ante la ausencia de vida política, al apoderamiento de la ciudad de parte de los demagogos que, como constataba Aristóteles (1962), casi siempre anteceden a los tiranos. El populista y el militar acceden a la política cuando ésta se encuentra en estado de degradación. La historia reciente de los países latinoamericanos está llena de casos que comprueban dicha tesis.
Por último, el político es el combatiente que ha abandonado la guerra pero no su lógica pues un político que no es polémico es un mal político. Como decía Carl Schmitt (1996, p.34) la diferencia entre el soldado y el político no reside en que este último no combate, sino en el hecho de que el político se encuentra permanentemente combatiendo a diferencia del soldado que sólo lo hace de modo ocasional, es decir, en épocas de guerra que, se supone, son las de excepción. La política, en tanto vive del antagonismo, al igual que la guerra, se diferencia de esta última en los medios de combates: las palabras. La política es, dicho en breve: guerra gramaticalizada.
La tipología expuesta no debe ser entendida de modo vertical o como etapas históricas que se suceden y excluyen. De la misma manera, el salvajismo y la barbarie coexisten en medio de la civilización y en muchos casos se sirven de la política. Me atrevería a decir que ni salvajismo ni barbarie son erradicables de la vida social (basta leer los periódicos) aunque sí es posible reducir sus dimensiones, si es que tales expresiones se encuentran bajo la hegemonía de la cultura y de la política. De la misma manera, los límites que separan a un momento del otro son a veces muy difusos.
Suele ocurrir, y este era el caso del Che Guevara (o de Mao) que la actividad guerrillera es concebida como un momento que llevará, en una fase más avanzada de la lucha, a la transformación de la guerrilla en un “ejército popular” cuyo objetivo será restaurar un Estado Político (objetivo que nunca los ejércitos llamados populares han cumplido). En ese sentido “potencialmente” político, el Che se diferencia radicalmente de Bin Laden, quien no se planteó ninguna fase superior en el desarrollo de una lucha armada al mandar destruir las torres gemelas. Más todavía: los terroristas de Bin Laden no dejaron ningún mensaje; algo que jamás haría un guerrillero quien utiliza sus acciones como propaganda. El terrorismo, en cambio, comienza y termina con la muerte; e incluso, con la muerte del terrorista. Suele ocurrir también que los ejércitos más profesionales, al verse envueltos en la lucha, se transforman en hordas bárbaras e incluso salvajes, cuyo único objetivo es la destrucción y el saqueo. Hay muchos films de guerra, principalmente norteamericanos, que dan cuenta de ese proceso regresivo, y de ellas, Apocalipsis Now de Francis Copola continúa siendo un clásico de rango superior.
La antipolítica
Mas, no sólo a partir de las diferencias sino también de las semejanzas es posible establecer una comparación entre Che Guevara y Bin Laden. Como ya ha sido dicho, una de las principales semejanzas reside en el carácter definitivamente antipolítico de ambos combatientes. Esa actitud antipolítica no se deduce sólo de la condición guerrera. También del hecho de que en ambos la guerra se emancipa de toda instancia política hasta el punto de que no dejan ninguna posibilidad para reciclar la violencia militar y convertirla en polémica política, y eso quiere decir que tanto en el terrorismo de Bin Laden como en la guerrilla del Che la guerra adquiere una significación total, aunque, hay que precisar, en Bin Laden desde un comienzo y en Che Guevara como parte de un proceso más bien evolutivo.
De este modo, mientras Bin Laden se propuso destruir todos los espacios que llevan a la política, ya sea en el mundo islámico, ya sea en Occidente, Che Guevara, al declarar la revolución en estado de permanencia y al declararse él mismo como revolucionario permanente, realizó una rotunda negación de cualquier práctica que condujera a la reactualización de la política, factor determinante en la rotunda derrota militar que experimentó Guevara y el guevarismo.
Hay tres momentos que llevan a la negación de la política. El primero es el establecimiento de una dictadura. El segundo es la guerra. El tercero: la revolución. Curiosamente los tres han sido realizados con el supuesto objetivo de restaurar las condiciones políticas, objetivo que raramente ha sido cumplido. Ahora bien, los tres momentos se encontraban perfectamente sincronizados en la ideología que profesaba Guevara y el guevarismo y, hay que decirlo, esa idea era seguida por gran parte de la izquierda no comunista, tanto latinoamericana como europea. De acuerdo a los principales postulados, esa idea se trataba de realizar una guerra revolucionaria que, en un momento determinado de la lucha, debería tomar la forma de una insurrección popular o revolución social, comandada por un ejército de vanguardia cuyo objetivo sería implantar una dictadura revolucionaria para así destruir el capitalismo y construir el socialismo.
El triunfo de la ideología sobre el pensamiento
Siendo negada la política su lugar no puede sino ser ocupado por la ideología, y eso caracteriza tanto al Che Guevara como a Bin Laden.
Naturalmente es posible argumentar que Bin Laden –a diferencia del Che que adscribía a una ideología “científica” el marxismo– adhiere a una religión. No obstante, basta consultar a cualquier entendido en teología islámica para saber que el Islam de Bin Laden tiene que ver tanto con el Corán como el marxismo de Guevara con “El  Capital” de Marx; es decir, nada o casi nada.
Una ideología se alimenta, por decirlo así, de “elementos” aislados extraídos ya sea de una religión o de un conjunto teórico que los organiza en sistemas cerrados de los cuales se deduce la realidad y no al revés. Al interior de una ideología, tanto conceptos como teorías entran en un proceso de petrificación de modo que las personas que ya han sido poseídas por una ideología muestran una falta de flexibilidad cada vez mayor, tanto en su carácter como en sus palabras y actos, lo que les imposibilita comunicarse dinámicamente con otras personas (Mires 2002). Esas son, en general, las características principales de los militares, de los dictadores, de los profetas y santos, y no por último, de los revolucionarios permanentes.
Llegará así un determinado momento –y ocurre cuando la ideología realiza una posesión total sobre la mente–, cuando las personas ideológicamente poseídas entrarán en un radical proceso de descorporización. La similitud de los rostros de Bin Laden y del último Guevara con el de los santos místicos medievales de Occidente, es más que notable, hecho que explica por qué tantos cristianos latinoamericanos se sintieron fascinados por Guevara y el guevarismo, del mismo modo que muchos jóvenes islámicos han creído ver en Bin Laden el iracundo renacimiento del profeta. El reino de los profetas –sean estos religiosos, terroristas o revolucionarios– no es de este mundo. Esa renuncia al mundo la realizan los profetas abandonando sus riquezas, sus profesiones, sus mujeres y sus hijos, llamados por las voces que le indican desde el más allá –un más allá que sólo se encuentra dentro de ellos– las misiones que han de cumplir en esta tierra.
Pero la política sí es de este mundo, y no pertenece a ningún lugar que no sea de este mundo. No hay, efectivamente, nada más mundano que la política, la que para realizarse requiere de la luz pública, donde nos vemos todos, frente a frente los unos con los otros; y los nos-otros con los vos-otros quienes, para resolver nuestros interminables antagonismos, nos partimos en “partidos”.
La política no puede realizarse en selvas o en montañas sino en esas ciudades que nos convierten en ciudadanos, quienes al vivir unos tan cerca de los otros debemos resolver nuestros conflictos de modo no armado pero sí mediante argumentos que vienen de las opiniones que, a su vez, vienen del pensamiento. La política, en fin, es el lugar en donde convertimos nuestras pasiones, o nuestros deseos de amor y odio, en intereses e ideales. Eso explica porque los profetas son personas con una capacidad ilimitada de amor pero también de odio; pero de un odio que lleva no sólo a la destrucción de los demás, sino de sí mismos. Los profetas mueren relativamente jóvenes, ejecutados o asesinados.
Con la excepción de Bin Laden pocos seres han amado y odiado tan intensamente como el Che Guevara. En su carta de despedida a sus hijos, antes de inmolarse de puro amor por los pueblos, escribía el Che:
“Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario” (Guevara, 1970, p.696).
Esa, la del Che, es también la mejor cualidad de un cristiano: asumir el dolor de todo el mundo. Palabras místicas que muestran de qué modo la revolución hace regresar a sus héroes desde el espacio político al pre-político que, por serlo tal, no puede ser sino religioso.
El amor al prójimo convertido en expiación y sacrificio lleva a la creación de un “hombre nuevo”, una especie de “santo armado” al que, por su amor al mundo, le está vedado descender a los amores simples de esta tierra. Son muy conocidas las palabras del Che en su ya mítico El hombre y el socialismo en Cuba:
“Déjenme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor (…) Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita” (p. 382)
Apología del odio
Pero cuanto mayores son los sentimientos de amor a los pueblos mayores deben ser los sentimientos de odio a sus enemigos. El hombre pre-político, en un momento determinado, debe llevar su amor y su odio hacia la destrucción ya no sólo del enemigo sino de sí mismo. Ese mundo despolitizado donde el odio-amor impone su dictadura no deja al final más alternativa que la muerte: una muerte recibida con mística, éxtasis y amor. Sobre las cenizas ardientes de los cadáveres mutilados nacerá la esperanza redentora de un mañana que para que sea posible debe renunciar al “hoy día”. Citando de nuevo al Che Guevara:
“El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal (….). Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve; a su casa, a sus lugares de diversión, hacerla total (….) Eso significa una guerra larga; y lo repetimos una vez más, una guerra cruel” (Ibíd. pp. 596-597)
El ser humano convertido en una efectiva, violenta y fría máquina de matar que lleve la muerte a la casa y a los lugares de diversión del enemigo en el marco de una guerra total de larga duración fue el legado del Che que afortunadamente casi nadie ha querido heredar en América Latina (al fin y al cabo, un continente occidental) pero que, en otros lugares del mundo lo están cumpliendo los terroristas islamistas llevando su mensaje de odio y muerte; sin contemplaciones, sin descanso y sin piedad. Ese mensaje del Che muestra también el proceso de degradación que vivía la izquierda revolucionaria latinoamericana del cual él era su representante más simbólico.
Surgida la guerrilla del Che como una forma de lucha armada con una conducción político-militar, se despidió, en el proceso de lucha, de todos sus contenidos políticos iniciales, permaneciendo sólo los militares los que sin conducción política llevan a transformar la lucha guerrillera en simples actos de terror, como fueron los que encomendó Bin Laden a sus ángeles de la muerte. Mientras la política representa el triunfo colectivo del principio de vida, el terror organizado –lo más contrario a la política– representa el triunfo definitivo del principio de muerte hasta el punto de que los santos del terror se enamoran perdidamente de la muerte, a la que terminan declarando, poéticamente, su amor. Ese fue el destino final del Che Guevara, quien además lo dejó consignado en las siguientes palabras:
“En cualquier lugar donde nos sorprenda la muerte bienvenida sea (las cursivas son mías), siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos, con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria” (Ibid, p. 598).
Con esa intención Guevara ya había firmado su derrota antes de comenzar a luchar. Porque una guerra total, que no tiene término, ni perspectiva, y que deslocaliza radicalmente a sus enemigos, sólo puede llevar a la muerte de quien la proclama, pues si el enemigo está en todas partes también puede estar en uno. Esa proclamación febril sólo puede ser comparable con aquella otra emitida por Bin Laden desde las montañas afganas:
“A América y su gente les digo unas pocas palabras. Juro por Dios que América no vivirá en paz hasta que la paz no reine en Palestina y hasta que todos los ejércitos de los infieles no salgan de la tierra de Mahoma, la paz sea con él. Dios es el más grande y gloria al Islam.”
Che Guevara inició “su” guerra a partir de un análisis político, equivocado o no, pero político. De acuerdo a ese análisis, avalado por ciertas teorías “científicas” de la dependencia, el capitalismo había agotado sus posibilidades en América Latina y sus burguesías estaban ya entregadas al imperialismo. Luego: combatir a esas burguesías no nacionales, significaba, de acuerdo a su evaluación, combatir al imperialismo. Se trataba, por lo tanto, a su juicio, de una guerra justa. Como era justa, al foco guerrillero se irían plegando las muchedumbres de andrajosos, humillados y ofendidos de todo el continente, es decir, Guevara buscaba ordenar detrás de sí a la mayoría popular en el marco de una guerra irregular y prolongada cuyo objetivo era transformar la guerrilla en un ejército popular: nacional primero y continental después. No obstante, esa guerra originariamente política asume en un momento determinado un carácter puramente militar y por lo mismo es despojada de límites y perspectivas. Y sin política, aparecen las pasiones, expresadas en sentimientos salvajes de amor y odio.
El odio al enemigo llega a ser tan grande en el Che, que alcanza el punto en que ordena asesinar al enemigo, no sólo en los campos de batalla sino donde se encuentre, es decir, teóricamente el Che ya no diferenciaba entre soldados y civiles, y esa es la principal característica del terrorismo.
El enemigo, para el terrorismo, es total, con o sin uniforme. Alcanzado ese momento, la guerra del Che perdió incluso su carácter militar y se transformó en puro terror. Al no encontrar límites que lo contuvieran, ese terror se vuelve, tarde o temprano, contra quien lo profesa, hecho que explica porque el Che terminó su campaña dando la bienvenida a la muerte que no era otra sino su propia muerte. Incluso terminó creyendo en la resurrección de los cuerpos, representada en esas miles de manos imaginarias que empuñarán las armas de los caídos. Así, el Che regresó, antes de morir, a la más antipolítica de todas las visiones, a las de la magia, es decir, a la renuncia absoluta de la razón. Quiero afirmar, en fin, que el Che terminó su camino ahí justo donde lo comienza Bin Laden: en el culto al principio de la muerte.
No obstante, quisiera terminar esta comparación reiterando una diferencia: el Che nunca se refugió, como lo hizo Bin Laden, detrás de las espaldas de algún supuesto Dios. Hasta el momento de su destrucción, asumió él mismo la responsabilidad de sus actos y pagó, con su trágico destino, dicha decisión.
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Referencias bibliográficas
Aristóteles, La Política, Espasa Calpe, Madrid 1962
Guevara E. Obras, Casa de las Américas, La Habana 1970
Mires F. Crítica de la Razón Científica, Nueva Sociedad, Caracas 2002
Schmitt C. Der Begriff des Politischens, Duncker § Humblot, Berlin 1996. Trad. esp. El Concepto de lo Político, Alianza Editorial, Madrid 1992

Fuente: Prodavince


miércoles, mayo 04, 2011

Cómo impacta la muerte de Bin Laden en Gaza e Israel

Bin Laden había afirmado siempre su voluntad de destruir Israel. Su eliminación, anunciada el día de Yom Ha Shoah -cuando se conmemora a las víctimas civiles de los campos de exterminio-, tiene fuerza de símbolo. Las autoridades de Israel quieren ver este episodio como el signo de la disolución ineluctable de todos los que obran por la desaparición del Estado de Israel.


Foto AP
por Jacques Benillouche
La muerte de Bin Laden es una gran pérdida para Al-Qaeda en Gaza, pero no hubo triunfalismo en Israel. La organización había logrado implantarse en la franja de Gaza y su presencia allí radicaliza a otros grupos afines ideológicamente aunque competidores en la lucha por la hegemonía, como Hamas.

Bin Laden había afirmado siempre su voluntad de destruir Israel. Su eliminación, anunciada el día de Yom Ha Shoah -cuando se conmemora a las víctimas civiles de los campos de exterminio-, tiene fuerza de símbolo. Las autoridades de Israel quieren ver este episodio como el signo de la disolución ineluctable de todos los que obran por la desaparición del Estado de Israel.

De todos modos, no pueden confiarse porque existen riesgos de represalia, pues son muchos los grupos radicales incontrolables. Esto lleva, por lo tanto, a los israelíes a cierta prudencia. No hubo declaraciones triunfalistas de las autoridades, que saben muy bien que deben vérselas con una hidra de muchas cabezas y que el sucesor de Bin Laden ya está designado.

Las organizaciones árabes, por su parte, no ceden. El gobierno de Hamas en Gaza, a través de su jefe Ismael Haniyeh, condenó la eliminación de Bin Laden: "Este acto se inscribe en la política estadounidense que apunta a oprimir al islam y a derramar sangre árabe". El vocero de los Hermanos Musulmanes, Jamil Abou Bakr, lanzó una advertencia: "Al-Qaeda se verá probablemente afectada por la muerte de su jefe, Osama Bin Laden, pero si la comunidad internacional no cambia su actitud hacia el islam y la cuestión palestina y su apoyo a los tiranos corruptos, otros movimientos similares a Al-Qaeda surgirán".


Tres facciones para un mismo islam

Pese a todo, Hamas no es amigo de Al-Qaeda. Este movimiento fundado en 1987 se implantó en Gaza recientemente, actuando como competidor de Hamas y de la Jihad Islámica. Hamas, cercano a la doctrina de los Hermanos Musulmanes importada de Egipto, representa a un islam tradicional. La Jihad Islámica, surgida de una escisión del Fatah palestino, se puso a las órdenes de Irán por intermedio de los pasradanes porque se consideraba revolucionario y rechaza implicarse en la acción social para concentrarse en la lucha armada. Se trata de un movimiento salafista influenciado por la revolución iraní y por pensadores chiítas e iraníes.

La Al-Qaeda de Osama Bin Laden se mostraba, en cambio, como una organización de inspiración sunita fundamentalista y extendía su red de influencia a través del mundo gracias a su organización en células que mantenían lazos con todos los extremistas sunitas. Saca su fuerza, que en ciertos aspectos puede ser debilidad, de una estructura no jerárquica bajo influencia de Afganistán.

La muerte de Bin Laden es, por supuesto, una gran pérdida para Al-Qaeda en Gaza. La presencia de un núcleo de esa organización es una fuente de daño porque que es la causa de una gran sobreoferta de violencia entre todas las facciones antagónicas en la región (Hamas, la Jihad islámica y Al-Qaeda); a la vez que arrastra automáticamente a los dirigentes palestinos a una cierta reserva, cuando no intransigencia, hacia todo diálogo con Israel.

La competencia se manifestaba en el terreno, puesto que Al-Qaeda trató incluso de desafiar a Hamas en agosto de 2009 proclamando la creación de un emirato islámico en Gaza. Esta declaración fue seguida por enfrentamientos entre ambos grupos, que causaron la muerte de 8 militantes y dejaron unos 80 heridos.

Está también probado que la facción de Osama Bin Laden perpetró -en combinación con Hamas- el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit.

Al-Qaeda también ha reclutado a algunos jihadistas que eran enemigos suyos para crear, con ellos, un nuevo ejército que bautizó "Ejército de los creyentes". Sus miembros afirman no tener "lazos orgánicos con Al-Qaeda", pero sí compartir "su ideología".

Si bien no interviene directamente en ataques contra Israel, el grupo afín a Bin Laden tiene capacidad de daño en la medida en que logra desarrollar, en Gaza, una ideología radical que empuja a Hamas a rechazar todas las treguas acordadas con Israel.

En resumen, Al-Qaeda no ataca directamente al ejército, pero sí, indirectamente, al Estado israelí.


Objectivo Al-Qaeda

Las fuerzas de los Estados Unidos no cesaron de perseguir a los líderes de Al-Qaeda al punto de derribar a algunos de sus jefes que se desplazaban en un auto en Gaza con un tiro de misil lanzado desde una nave de la 6ª Flota estacionada en el Mediterráneo.

Además, existe una estrecha cooperación entre los estadounidenses, israelíes, egipcios y jordanos en la lucha contra el Ejército del Islam, un movimiento cercano a Al-Qaeda que opera en Gaza y en el Sinaí. Los servicios de inteligencia occidentales seguían de muy cerca las implantaciones en la región. Descartado Irak, el grupo terrorista había creado una infraestructura -varias bases- en el este de Siria, muy cerca de la frontera irakí, y desde allí intervenía a la vez en Siria y en otros países de la región para crear perturbaciones.

Un oficial estadounidense había dicho al Longwar Journal que "la preocupación mayor es que Siria empiece a parecerse al noroeste de Pakistán donde Al-Qaeda unió sus fuerzas con los talibanes".

Los israelíes veían con malos ojos el desarrollo en Gaza de grupos de ideología extrema que aplicaban, al pie de la letra, las directivas de su inspirador y que empujaban a Hamas a la intransigencia con Israel. Bin Laden había exigido internacionalizar el combate de los palestinos formando en Afganistán numerosos voluntarios extranjeros, entre ellos, una decena de franceses, que lograron introducirse en Gaza desde Egipto y que radicalizaron los métodos de combate de los palestinos. El grupo más grande de Al-Qaeda en la franja de Gaza, Al-Tahwir Al-Jihad, fue el autor del secuestro y asesinato del militante pacifista italiano Victor Arrigoni, ocurrido el 14 de abril pasado.

La probable caída del presidente sirio Bassar Al-Assad y, en consecuencia, el debilitamiento de la influencia de Irán en Medio Oriente, así como ahora la eliminación del mayor jefe terrorista del mundo, podrían desalentar a los partidarios radicales del combate a ultranza contra Israel. Una pequeña ventana parece abrirse a la espera de la asunción del reemplazante de Bin Laden. Este éxito de los Estados Unidos parece, sin embargo, decepcionar a los sectores israelíes que esperaban la salida de Barack Obama, al que consideran anti-israelí y que se ve fortalecido en su rol de líder del mundo libre. El actual mandatario probó ser más eficaz que George W. Bush y prefirió los actos a las palabras. Su voluntad de perseguir a los terroristas dondequiera que se oculten complace a los partidarios israelíes del método fuerte, que podrían ahora reconocer al presidente estadounidense.

(Traducción de Infobae América)


Fuente: Temps et contretemps




Jacques Benillouche es un periodista francés que reside en Israel. Es corresponsal de la revista Slate.fr y autor del blog Temps et contretemps
martes, mayo 03, 2011

Brasil, una sociedad emergente

Hay un nuevo país, cuyos fundamentos -apertura y modernización económica, privatizaciones, Plan Real, políticas sociales universales y fuerte impulso desde el exterior- fueron criticados por quienes hoy se vanaglorian de sus resultados.

Foto AP
Por Fernando Henrique Cardoso


Hace algunos decenios hubo una discusión sobre la "modernización" de Brasil. Las corrientes más dogmáticas de la izquierda denunciaban a los modernizadores como gente que creía en la posibilidad de transformar al país saltando la revolución socialista.

Con el paso del tiempo, casi todos se olvidaron de las viejas polémicas y pasaron a enorgullecerse de las grandes transformaciones ocurridas.

Ahora incluso pertenecemos al grupo BRIC (integrado por Brasil, Rusia, India y China, países de economía emergente) - una marca creada en 2001 por el banco de inversión Goldman Sachs - y que pasó a ser el orgullo de los dirigentes del Partido de los Trabajadores: ¡Finalmente somos una economía emergente!

Pero la verdad es que Brasil es más que una "economía emergente", es una "sociedad emergente" o, para usar el título de un libro que analiza bien lo sucedido en las últimas décadas, somos un nuevo país (ver O Novo Brasil, de Albert Fishlow, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y del Centro para el Estudio de Brasil de la Universidad Columbia en Nueva York; Saint Paul Editora, 2011). Para entender las dificultades políticas que fueron superadas con el fin de acelerar esas transformaciones basta leer la primera parte de un librito que tiene el incendiario título de Memorias de un soldado de milicias, escrito por el economista brasileño Luiz Alfredo Raposo y publicado este año en São Luís do Maranhão.

Pese a que los libros ya empiezan a registrar lo que es este nuevo Brasil - y hay otros, además de los que mencioné - el sentido común, especialmente entre los militantes y representantes de los partidos políticos y sus ideólogos, todavía no se da cuenta por completo de esas transformaciones y de sus consecuencias.

Los fundamentos de este nuevo país empezaron a constituirse a partir de las huelgas laborales de fines de los años '70 y el comienzo in 1983 del movimiento para elecciones presidenciales directas y en consecuencia de la campaña Directas-Ya en 1984, que conducirían a la Constitución de 1988.

Ese fue el marco inicial del nuevo Brasil: derechos asegurados, diseño de un Estado dirigido a aumentar el bienestar del pueblo, sociedad civil más organizada y exigente y, en fin, libertad y compromiso social.

Había en la Constitución, es cierto, obstáculos que vinculaban el desarrollo económico con los monopolios y las injerencias estatales. Las sucesivas enmiendas constitucionales fueron aligerando esas amarras, sin debilitar la acción estatal sino abriendo espacios a la competencia, la regulación y la diversificación del mundo empresarial.

El segundo gran paso hacia la modernización del país se dio con la apertura de la economía. Contrariando el concepto estrecho de que la "globalización" mataría nuestra industria y nos despojaría de nuestras riquezas, hubo una reducción de aranceles y de los obstáculos al flujo de capitales.

Nuevamente, los dogmáticos (lamento decirlo, con el Partido de los Trabajadores y el presidente Luiz Inacio Lula da Silva a la cabeza) previeron una catástrofe que no ocurrió: "achatarramiento" de la industria, desnacionalización de la economía, desempleo en masa y así sucesivamente.

Pasamos la prueba: el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) actuó correctamente para apoyar la modernización de sectores clave de la economía, las privatizaciones no dieron lugar a los monopolios privados y mantuvieron buena parte del sistema productivo bajo control nacional, ya fuera por el sector privado, por el estado o en conjunto. Hubo una expansión de la oferta y la democratización del acceso a los servicios públicos.

El tercer paso fue el Plan Real (una serie de medidas tomadas para estabilizar la economía brasileña en 1994) y la victoria sobre la inflación, no sin enormes dificultades e incomprensiones políticas.

Junto con la reorganización de las finanzas públicas, con el saneamiento del sistema financiero y con la adopción de reglas para el uso del dinero público y el manejo de la política económica, la estabilización permitió el desarrollo de un mercado de capitales dinámico y bien regulado, así como la creación de bases para la expansión del crédito.

Por último, pero no menos importante, se dio una práctica consecuente a las demandas sociales reflejadas en la Constitución. Se activaron las políticas sociales universales (educación, salud y un seguro social para el trabajador), y las focalizadas: la reforma agraria y los mecanismos de transferencia directa de ingresos, entre éstos las "bolsas".

La primera de éstas fue la Bolsa Escolar (programa de transferencia de dinero a las familias de estudiantes pobres), sustituida por la Bolsa Familiar (transferencia directa de ingresos a las familias pobres). Al mismo tiempo, desde 1994 hubo un significativo aumento real del salario mínimo (44 % durante el gobierno del Partido de la Social Democracia Brasileña y de 48 % en el de Lula).

Los resultados se están viendo ahora: aumento en el consumo de las capas populares, enriquecimiento generalizado, multiplicación de las empresas y las oportunidades de inversión, tanto en las áreas tradicionales como en nuevas áreas. Es innegable que recibimos también un impulso "de afuera", con el auge de la economía internacional de los años 2004-2008 y, sobre todo, con la entrada vigorosa de China en el mercado de productos.

Detrás de ese nuevo Brasil está el "espíritu de empresa". La aceptación del riesgo, de la competitividad, del mérito, de la evaluación de resultados. El esfuerzo individual y colectivo, la convicción de que sin estudios no se avanza y de que es preciso tener reglas que regulen la economía y la vida en sociedad. El respeto a la ley, a los contratos, a las libertades individuales y colectivas es parte de este nuevo Brasil.
El "espíritu de empresa" no se resume en el mercado o en la empresa privada. Abarca otros sectores de la vida y la sociedad. Cuando lo posee una empresa estatal, ésta deja de ser una "dependencia pública" en la que el burocratismo y los privilegios políticos, con el clientelismo y la corrupción, frenan su crecimiento.

Una Organización No Gubernamental puede poseer ese mismo espíritu, así como deberían tenerlo también los partidos. Y no se crea que eso los dispensa del sentimiento de cohesión social y solidaridad. El mundo moderno no acepta el "cada quien para sí y Dios para nadie". El mismo espíritu debe regir los programas y acciones sociales del gobierno en la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.

Fue eso lo que señalé en mi artículo en la revista brasileña Interesse Nacional, que tanto debate suscitó, a veces a partir de lecturas equivocadas o incluso de mala fe.

Es innegable que hay espacio para que las oposiciones subscriban al pie de este nuevo Brasil. Existe entre los sectores populares y medios que escapan al clientelismo estatal, que tienen independencia para criticar lo que hay de viejo en las bases políticas del gobierno y en muchas de sus prácticas. Prácticas como la injerencia política en la selección de los "campeones de la globalización", los privilegios concedidos a los sectores económicos "amigos", la resistencia a la cooperación con el sector privado en las inversiones de infraestructura. Y, además de la eventual tibieza en el control de la inflación, que puede cortar las aspiraciones de consumo en las clases emergentes.

Para ocupar ese espacio, entre tanto, es preciso también que las oposiciones se embeban del nuevo espíritu y sean capaces de representar a ese nuevo Brasil, tan distante del pequeño y a veces mezquino cotidiano de la política del congreso.

(Traducido por Jorge L. Gutierrez)

© 2011 Agencia O Globo

Distribuido por The New York Times Syndicate


Fernando Henrique Cardoso es sociólogo y escritor, fue presidente de Brasil de 1995 a 2003
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