El petróleo en Casas Muertas

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX.



Por José Obswaldo Pérez

En 1920, la noción del petróleo era solamente una idea abstracta y la expresión de una esperanza profunda. Su significado abarcaba sentimientos encontrados, desde la incertidumbre respecto al futuro hasta las certezas que traería consigo. Este contexto tensa las palabras que describen el desenlace de uno de los capítulos de Casas Muertas, novela que fue publicada por primera vez por la Editorial Losada, en el año 1955 y que catapultó al escritor venezolano Miguel Otero Silva (1908-1985).

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX. Este esplendor, que reflejaba una nación próspera, exportadora de café y cacao, se desvaneció con el tiempo, ahogado por múltiples factores, incluida la negligencia del gobierno central. Mientras el país se sumergía en el caos, alimentado por la incipiente fiebre del petróleo, sus repercusiones ya se vislumbraban en las páginas finales de la referida novela. Así, la gloriosa historia de Ortiz nos llega a través de la memoria de estos dos personajes narrativos de esos días dorados; pero, al mismo tiempo es el eje de un proceso de cambio hacia la modernidad. Hermelinda, ama de llaves de la casa parroquial, y el librepensador masónico Cartaya ofrecen perspectivas contrastantes sobre el pasado que han vivido y las incógnitas de un futuro que está por llegar.

Al culminar Casas Muertas, comienza a despuntar la “otra” Venezuela, la de las “casas malnacidas” que se define por el aroma del petróleo, un tema que Otero Silva explora en su obra posterior, Oficina No 1. La joven Carmen Rosa Villenas comparte con Olegario ciertos rumores de ese futuro: “Dicen que hay petróleo en Oriente, que al lado del petróleo nacen caseríos” y que “en otros lugares están fundando pueblos". Estas nuevas localizaciones utópicas parecen situarse en un espacio remoto y difícil de definir: “Más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo...”.

En las últimas páginas de la novela, Carmen Rosa, doña Carmelita y Olegario comienzan su viaje hacia lo desconocido, deteniéndose —ya en Oficina No 1— en el punto donde un distintivo olor a petróleo entrelaza la vida con la “fabulación sobre lo fabuloso”. Para Carmen Rosa, ese trayecto hacia el oriente venezolano se convierte en una lucha entre la esperanza y la necesidad. Ya en el corazón de la sabana petrolera, se da cuenta de que esa vida es “miserable y oscura”, pero prefiere enfrentarse a ella en lugar de sufrir “la mansa espera de la muerte entre los caserones derrumbados de un pueblo palúdico”. Así, se enfrenta valientemente a la creación de un nuevo lugar para la utopía de la vida.
—¿Queda muy lejos el petróleo, Olegario? —preguntó Carmen Rosa Villenas.
—Yo no sé, niña. Es más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo…

En este diálogo inicial de Carmen Rosa, la protagonista principal de *Casas Muertas*, nos ofrece una clave para explorar la novelística del petróleo. Su historia y la de Ortiz se sitúan en un contexto temporal marcado por el final de la dictadura de Juan Vicente Gómez. En este período político, el pueblo llanero vive diversas formas de represión y justicia injusta, encarnadas en la figura del coronel Cubillos, el jefe civil de la localidad. Además, Otero Silva incluye referencias históricas, como el paso de los estudiantes rebeldes de 1928 hacia los campos de concentración de Palenque y El Coco durante la dictadura de Gómez.

Sin embargo, para los “llagosos” y enfermizos orticeños, la conciencia sobre estos cambios políticos, económicos y sociales que afectaban al país era prácticamente inexistente. Se vivía el derrumbe de la Venezuela rural y tradicional, al mismo tiempo que se gestaba el surgimiento de la Venezuela moderna, urbana y petrolera. Entre las décadas de 1920 y 1940, la explotación y consolidación de la industria petrolera coincidió con la muerte del general Gómez, lo que dio paso a una gradual apertura política durante los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. Todo este proceso de transición del siglo XX queda plasmado en el vínculo narrativo de Casas Muertas y Oficina No 1. La primera obra narra la etapa inicial del proceso transformador; es el relato del ocaso, la decadencia y la agonía de un período significativo de la sociedad venezolana.

Arturo, o el bayu que llevamos por dentro

Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa.


Por José Obswaldo Perez

texto

Durante muchos años, he sentido una deuda con Arturo Álvarez D' Armas, una conexión que se remonta a finales de la década de los ochenta del siglo veinte. Desde entonces, hemos compartido la amistad y un compromiso por la palabra militante, a pesar de nuestras posturas y nuestras diferencias ideológicas. Recuerdo el día en que lo conocí en la Biblioteca Nacional de Caracas, mientras yo iniciaba mis estudios de Comunicación Social en la UCV, tras haber realizado una pasantía de un año en la Universidad Rómulo Gallegos, como estudiante de agronomía. Desde ese momento, fuí descubriendo sus artículos en la prensa, donde abordaba temas que abarcan la rica cultura afroamericana y otras áreas del conocimiento.

Natural de La Pastora, Caracas, Arturo Álvarez se ha establecido como uno de los pocos investigadores dedicados al estudio de la cultura africana, una pasión que brota de sus propias raíces mestizas. Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa. Este impulso por la lectura nace de su infancia, donde se sumergía en los cómics y artículos de revistas y publicaciones de editoriales mexicanas, materiales que moldearon más tarde su identidad intelectual.

Ese primer contacto con la palabra lo llevó a abrazar el periodismo cultural, convirtiéndose en la esencia de su lucha y su ser. A través de publicaciones como Bongo en el Diario La Prensa en San Juan de los Morros, y Cumbe y Tambor en la Prensa del Tuy; así como en El Suplemento Cultural de Últimas Noticias, El Nacional, la Revista Elite y El Nacionalista, su trabajo ha buscado llenar vacíos y abrir espacios para la reflexión escrita. Posteriormente, su actividad investigativa se consolidó con obras como Apuntes sobre el Estudio de la Toponimia Africana en Venezuela, Bibliografía del Folklore Afroamericano, y Medicina Tradicional y Plantas Medicinales: África y Afroamérica, entre otras publicaciones que mantienen inéditas.

Sin embargo, a lo largo de su vida, Arturo ha transformado su esencia y hoy es un poeta consumado. Sus últimas obras, Plantado en Tierra Llana y Yo pecador, así como Poemas de Lesbos y Vástago de Lesbos, publicados bajo el sello propio de Ediciones Cumbe y Tambor, son un testimonio de su maestría en el lenguaje, las imágenes y los símbolos poéticos. Con estos textos, el amigo Arturo se introduce en un género considerado “duro”, aportando a la poesía un papel que comprende como fundamental para la comprensión del mundo.

En sus poemas, se entrelazan el erotismo y vívidas imágenes sensoriales, que coexisten con la poderosa influencia de los dioses griegos y africanos. La experiencia del amor, el autoconocimiento y el encuentro consigo mismo hacen de la poética de Arturo Álvarez D'Armas una representación del bayu, una palabra americana que resume, en poco léxico, esa energía creativa que todos llevamos por dentro: una explosión de alegría, una fiesta del alma.

Trump en un mundo peligroso

Este agresivo trato con países aliados y amigos daña la imagen internacional de los EE. UU. Con Trump y su “America First”, regresa el aislacionismo anterior a 1941


El presidente de EEUU, Donald Trump, se dirige a los medios en una comparecencia en el Despacho Oval. JIM LO SCALZO / EFE

Por Sadio Garavini Di Turno

 

 

El presidente Trump regresa al gobierno en un nuevo sistema internacional. El orden mundial liberal basado en reglas, que se inició parcialmente en 1945, pero que pareció implantarse definitivamente (nunca perfecto) en 1991, con el final de la Guerra Fría y sustentado, en buena parte, en el poder del momento unipolar de los EE. UU., se acabó. Rusia, una potencia nuclear, país fundador de la ONU y uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, utiliza la fuerza militar para ocupar un vecino, violando burdamente la Carta de las Naciones Unidas, la integridad territorial y la soberanía de un país reconocido internacionalmente. El agresivo revisionismo geopolítico de Rusia en Europa y en África, de China en Asia y de Irán en el Medio Oriente, conjuntamente con el belicismo irresponsable de la satrapía hereditaria comunista de Kim Yong-un, están creando un mundo muy peligroso. Se terminaron “las vacaciones” de la Historia y vivimos el retorno de la geopolítica y de las esferas de influencia. “Might is Wright”, el derecho lo define el poder.

Con Trump y su “America First”, regresa el aislacionismo anterior a 1941. Trump correctamente entiende que, en este mundo peligroso, los EE. UU. deben fortalecer su poderío económico y militar. Pero quizás no aprecia suficientemente que una de las principales fortalezas de los EE. UU. son sus aliados. Contar con Japón, Australia, N. Zelanda y Sur Corea en Asia y con la Otán, en Europa, reforzada por el ingreso de Suecia y Finlandia, son activos muy relevantes en este nuevo mundo. Tiene también razón en exigir a sus aliados un aumento importante en el gasto militar. En cambio, parece no entender lo que entendía Theodore Roosevelt, su admirado presidente republicano, cuando decía: “speak softly and carry a big stick”. Habla suavemente y carga un gran garrote.

Trump no habla suavemente. Comprar Groenlandia tiene mucho sentido geopolítico, militar y económico. Los escasos 57000 habitantes de Groenlandia podrían perfectamente estar de acuerdo con aceptar una relación especial con los EE. UU., una especie de Estado Libre Asociado como Puerto Rico, por ejemplo, a cambio de ganancias económicas. Para Dinamarca, Groenlandia es básicamente un peso económico y un dolor de cabeza. Todo sería más fácil si se manejara el tema diplomáticamente, sin amenazas innecesarias. Con Panamá, Trump tiene también razón en preocuparse que sea una compañía china la que maneja administrativamente el canal y en general que China esté teniendo una creciente influencia en el sistema político y económico de Panamá. Pero aquí también mucho se podría lograr diplomáticamente, sin amenazar en público a un país amigo.

Bromear con la incorporación de Canadá a los EE. UU., también constituye un innecesario insulto para los canadienses. Buena parte de los canadienses son descendientes de los colonos norteamericanos, leales a la Corona Británica y contrarios a la independencia de los EE. UU., y en cuanto a los franco-canadienses es fácil imaginar qué piensan de una incorporación a los EE. UU. Cambiarle el nombre al Golfo de México y en general las amenazas públicas al gobierno mexicano con el aumento de los aranceles (violando por cierto el tratado de libre comercio firmado por el mismo Trump), si México no reduce la inmigración ilegal y el ingreso de drogas a EE. UU., demuestran una grave falta de sensibilidad política. También con México, Trump podría lograr más fácilmente sus objetivos, con una inteligente y discreta acción diplomática. Además, este agresivo trato con países aliados y amigos daña la imagen internacional de los EE. UU., afectando su “poder blando” y fortalece la imagen del “ugly american” imperialista, haciéndole el juego a la propaganda de la izquierda no democrática.


Ojalá hombres capaces, como Rubio, Waltz y Landau, logren que la política exterior de los EE. UU. recupere su calidad diplomática.