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LUNES CIVICO CON PORFILIO MELO

POR DANIEL SCOTT

No está nada bien que un pueblo olvide a sus hijos más ilustres o ignore a ese ciudadano anónimo y productivo cuyas labores diarias contribuyen al engrandecimiento de esa tierra que le infundió el ser. Por desgracia esa parece ser la mayor debilidad y desventaja de nuestra indiosincracia: olvidar a los benefactores de nuestra sociedad. Un Pueblo que incurra en esa falta carece de vida, personalidad y memoria. Es lo mismo que andar por las calles o entre el hormiguero humano sin un rostro que nos distinga y sin portar documentos de identidad. No existimos, nada somos, nadie nos reconoce. Y he allí una de las razones del subdesarrollo de muchos países, por no hablar del nuestro. A los pueblos jóvenes o en vías de desarrollo les resulta más sencillo criticar a los Imperios que dominan al mundo que convertirse ellos mismos en un Imperio. Y para convertirnos en el Imperio que soñamos ser, debemos echar fuera la xenofobia, andar por los caminos de la Ilustración y comenzar por justipreciar a los héroes que ha engendrado nuestra patria. En nuestro caso es necesario recordar que el petróleo nos trae riqueza pero no imparte virtud. La virtud se busca por otros lados. Hoy quisiera honrar y recordar a Don Porfirio Melo, y le recordaré no precisamente en uno de sus mejores momentos, porque él, como todo aquel que se atreve escalar las elevadas cumbres del ideal y del amor a una causa noble, padeció la soledad y la incomprensión.

Sucedió una mañana de mayo de 1992 en un conocido liceo de la ciudad cuyo nombre no daré. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer: lo anoté en uno de esos diarios míos que se salvaron de la hoguera o del basurero. Se celebraba "la semana de la conservación", motivo por el cual se invitó al conocido ecologista a un "Lunes Cívico" para disertar sobre el tema a los estudiantes de la institución educativa. El patio era un hervidero de estudiantes bulliciosos y fastidiados formados en filas maltrechas. Se entonaron "las gloriosas notas del Himno Nacional" y finalmente, luego de una fría presentación por parte de las autoridades del plantel, tomó la palabra Don Porfirio Melo, con la gallarda actitud de un Quijote que cabalga sobre un Rocinante. No encontré mejor y más exacta definición para él ese día. Micrófono en mano y con un manojo de notas bajo el brazo, dió inicio a una charla magistral sobre el conservacionismo y habló también de sus amores con el cerro Platillón. Era un perito en lo suyo, pero eso no pareció bastar: los adolescentes no prestaban atención al más mínimo verbo o predicado del discurso. Apenas comenzó a hablar, el "Lunes Cívico" dejó escapar por alguna rendija lo de "Cívico". Los muchachos reían, se empujaban, bostezaban y hasta se burlaban de los ademanes del conferencista. Y los que intentaba oir (una minoría aplicada y silenciosa) no podían hacerlo a causa del barullo. Nadie pudo enterarse de si, efectivamente, el cerro Platillón estaba o no ubicado al norte del Guárico o al oeste de San Juan de los Morros. Fue un momento muy desagradable porque nadie hizo nada por remediar esta situación. A un hombre de este calibre había que oirsele o, al menos, respetarsele. Porfirio Melo, notando que su auditorio hacía cualquier cosa menos prestarle atención, montó en cólera y comenzó a reconvenir a los rebeldes de azul. "¡Esos que no oyen son vuestros enemigos!", exclamó a voz en cuello esa húmeda mañana de mayo. "¡Enemigos del ambiente y de la Patria!". Yo sentía indignación y pena ajena. Recuerdo que a mis espaldas varios profesionales de la docencia, sin darse por enterados de la situación, parloteaban animadamente acerca de cósmeticos y de la asonada militar encabezada tres meses antes por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, actual presidente de la República. "Si a estos docentes no les interesa el tema, ¿qué se puede esperar del alumnado?", razonaba yo, invadido por una mezcla de malestar y fastidio. Finalmente, tras agitarse, gritar, gesticular y señalar a todos con dedo indignado, Porfirio Melo dió por concluida su intervención con una expresión en el rostro de "he arado en el mar". Y es que si Bolívar es el "Padre de la Patria", también es el Padre de todos los que en este país Aran en la Mar, y esto es algo que se les olvida a nuestros actuales ideólogos. Quizá exagero pero ese día me parecio oir algo asi como el crujir de un quiebre moral. Pero no de la moral puritana de una Inglaterra Victoriana sino aquella moral que hace posible la convivencia ciudadana y que es la savia y la raíz de una nación. Algo andaba mal en la familia, en la sociedad, en las instituciones o en nuestro propio corazón. Y mas temprano que tarde cosecharíamos los frutos de tal quiebre moral.

Han transcurrido quince años desde aquel día. Porfirio Melo ya no está en medio nuestro. ¿Qué habrá sido de aquellos revoltosos adolescentes y qué de sus maestros? ¿Donde fue a parar el manojo de notas del discurso de Porfirio Melo? Cuando observamos como el medio ambiente se va degradando a la condición de un orate vestido de harapos malolientes, la imagen y el verbo de un Porfirio Melo se hacen infinitos en las mentes y en los corazones de quienes le conocieron.

¿O no?

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