El Diario de Loly

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El Diario de Loly


"Cuando una llama se apaga no se extingue totalmente porque queda el calor que ella produjo en nuestro ser" (Loly)

Por Daniel R Scott

ESTUDIÓ EN EL COLEGIO "La Consolación-Caracas" así que me animé a averiguar el número telefónico de la institución para saber un poco más sobre su persona. Al otro lado de la línea atendió una mujer mayor de un rancio acento español con sabor a conventos católicos del siglo XVI. Para mi desconcierto, se mostró poco comunicativa y un tanto evasiva por no decir descortés. Supongo que los últimos choques del gobierno con el clero la tiene en guardia y a la defensiva. Pero se me dijo que Loly había sido "una santa" y que sus padres vivían en San Bernardino. Colgué el teléfono algo desencantado: quería saber algo más que esos datos. Solo sé que se llama Loly. O Mary Loly. Nada más. Nada sé de sus apellidos, o de sus hermanos, o de sus padres. Me es pues, una "Melquisedec" bíblica que bendijo a la vida con el pan y el vino de su devoción y juventud, una creyente "sin padre, sin madre, sin genealogía" (La Biblia).


Sucede que estoy leyendo desde hace ya varios días un libro bastante sencillo pero muy hermoso titulado El Diario de Loly. Loly nació un 1965 pero lamentablemente murió en un accidente de transito en 1983, en plena flor de la vida. Una verdadera pérdida porque no pudo dar la abundancia que su corazón encerraba y estaba dispuesta a ofrecer sin mezquindades. Fue mi contemporánea, de mis mismos días, de mi misma época, y será eso lo que me motiva a averiguar y a escribir sobre ella. Bella chica, una santa con porte occidental, una monja en blue jeans, zarcillos y zapatos deportivos. Tal como debería ser. Una chica muy católica que antes de morir tuvo la intuición y precaución de legarnos un diario intimo. Luego de su muerte, los manuscritos fueron hallados y publicados bajo el título que ya dije, "el Diario de Loly". Este material es algo como "Las Confesiones" de un San Agustín femenino y juvenil que dialoga sus dudas y alegrías con Dios. Aquí no hallaras el fruto maduro de una vida pensada y vuelta a pensar o trillada y vuelta a trillar en la experiencia que dan los muchos años vividos, sino el hermoso capullo de un pensamiento que no llegó a ser flor por culpa de la fatalidad de una muerte prematura. Y sin embargo, cada palabra o frase evidencian un espíritu maduro que se adelanta considerablemente a su edad biológica. No es una religiosa de esas que encienden una vela o se santiguan por pura superstición; su religiosidad brota, en palabras de Ignacio Burk, "de la experiencia universal de las naderías del mundo; de esta vivencia surge una evidencia aplastante: hay un ser eterno y absoluto que sostiene lo pasajero y contingente; que permite que haya algo, en vez de nada". Dios, más que un dogma, es algo que se vive, es el "deber ser" de toda alma pensante, una práctica, la mejor de todas las vivencias. Por eso Loly escribe: "Eres Tú el TODO de mi nada, el sentido de mi absurdo, la inmensidad de la vida. Eres Tú el fondo de mi abismo, la mano salvadora, la sonrisa oportuna o la lágrima del momento".

En el Diario de Loly se pueden leer suaves perlas como éstas: "¿Vives, querido amigo, con los ojos abiertos para todo lo que es hermoso? ¿Eres capaz de admirar una flor? ¿Apreciar una puesta de sol? ¿Contemplar las estrellas o llenarte los ojos con la belleza del firmamento azul?" Saltando aquí y allá algunos riachuelos del a veces severo dogma católico, uno puede enamorarse y aprender de ésta alma encantadora. Sigue diciendo Loly: "Saber valorar pequeños gestos -una flor que se ofrece- embellece la vida y le da plenitud". "Los que interpretan en su verdadero sentido la vida, aman todo lo que Dios creó". El 8 de diciembre de 1982 escribe la jovencita: "¡Llegó la navidad! ¡Qué tiempo tan hermoso! todo es alegría, amor, recuerdos de viajes, cosas, todo en unión". Pareciera que ella soy yo: quien lea mis diarios por esta época del año sabrá lo que digo. "Felices aquellos que son presencia. Aquellos que son aguardados. Cuyo nombre se pronuncia con alegría".

Es posible que el 30 de marzo de 1982, cuando escribió "No me gusta la gente que para probar que tiene razón, necesita perderla en la violencia", pensara tal vez en alguna guerra en Oriente, o tal vez sólo estaba disgustada con sus padres o con cualquier otro. Sabe Dios que pensamientos cruzaban por su mente. Pero esas palabras, vistas en retrospectiva, están saturadas de un juvenil tono profético que parece hallar su fiel cumplimiento en este siglo XXI que apenas comienza: Marchas en contra o a favor del gobierno, el emblemático atentado a las "Torres Gemélas", terrorismo, integrismo islámico, bombas humanas en Palestina, guerra en Afganistán y cosas por ese estilo donde todos esgrimen a su favor la verdad y la razón pero manchadas de sangre y egoísmo. A ella, en cambio Dios le enseñó que "la vida es la vida y no ese suicidio lento, esa muerte que crearon los hombres".

Y, a semejanza del San Francisco de Asís de un Ignacio Larrañaga, Loly atravesó su "noche oscura del espíritu". Escribió: "Señor: ¡soy una calamidad! No sirvo. Me siento mal, y tú necesitas gente que se sienta bien. Estoy triste, Tú necesitas gente alegre, que sepa trasmitir esa alegría y ese dinamismo. ¡Hoy no lo puedo hacer! No puedo ser así. No quiero ser así. Me rebelo contra todo y Tú lo permites. " Pero al día siguiente, un poco más reconciliada consigo misma, anota: "Pero... ¿existe esa oscuridad? ¿O es que acaso no hemos podido descubrir esa luz que hay en esas tinieblas? Solo aquellos que tienen el corazón limpio de egoismo, los ojos abiertos a todo, los oídos preparados para escuchar, en cualquier momento una palabra, no importa cual; los que tienen una sonrisa en los labios a pesar de todo; los que luchan por el amor, los que están dispuestos a dar la vida, si es necesario, por un ideal... los que admiran la belleza de la creación. Solo aquellos han sabido alcanzar la grandeza de otra luz".

De no haber muerto Loly tan joven -apenas contaba con 19 años de edad- no cabe duda que habría sido una escritora talentosa y su fe habría evolucionado en direcciones insospechadas y no tan ortodoxas. Para ella Jesús es "luz en los ojos de un amigo" "palabra que causa aliento" "árbol que mueve el viento" "estrella en el firmamento" "el amanecer". En estas expresiones se asoma tímidamente lo que yo creo es un panteísmo en ciernes que no es precisamente el dogma de los movimientos confesionales de la tradición cristiana. O tal vez sea tan solo poesía.

"Aun procuro ver cualidades en los que no tienen interés en demostrarlas; aun pierdo batallas con una sonrisa en los labios, aun escucho con risa paciente" (Mary Loly)


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