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Mirada al Arauca apureño

Por José Obswaldo Pérez

¿Hacia dónde viajan los límites de un paisaje? ¿Qué palabra ondula frente al ojo que intenta describirlo, hacerlo sentido a partir de la reanudación de la memoria? El Llano tiene la ventaja de perderse en su extensión: alisa la mirada y la perturba. Siempre retorna polvoriento al mismo sitio.
El paisaje emigrante. Alberto Hernández/crónicas del Olvido, en Ciudad Letralia.

Brazo del río Arauca. . Sabana de la Candelaria. Edo. Apure
Foto Arturo Álvarez D´Armas. 
 Arturo Álvarez D´Armas ha tomado, entre sus saberes, el arte de la fotografía como otras de sus pasiones. Arrebiatándose su mochila y su cámara compañera, se ha rumbado auscultar el llano apureño, lleno de maravillas y sorpresas. Se ha hecho etnólogo de la imagen, captando percepciones de las vivencias del paisaje, de su cotidianidad circundante y su menuda naturaleza: las aves, la fauna, la chalana, el hombre. Quizás, atraído por indagar la poesía de la vida, sea el resumen de una colección de graficas digitales; la cuales, con su modestia, nos la hace llegar a sus amigos para muestra de arte de su afición.

Lancha en el río Arauca. . Paso Arauca. Edo. Apure.
Foto Arturo Álvarez D´Armas 

Vía correo electrónico, el poeta Arturo Álvarez D´Armas no ha enviado estas imágenes en un día rumbo al Arauca apureno, en las tierras místicas de los Yaruro, en la de la copla de Ángel Custodio Loyola y en la escritura de Julio César Sánchez Olivo. O en de las líneas narrativas de Rómulo Gallegos, por allí cerca de La Candelaria, donde aún se oyen las voces de los espantos y las higaldías de las maricelas.
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Del vapor a la linotipia

viernes, agosto 27, 2010
Aparentemente se vivía una especie de euforia de Revolución Industrial. Los sucesos históricos habían adelantado el camino por el que se dirigían Odoardo León Ponte e Ismael Pereira Álvarez.
El Ferrocarril Caracas - La Guaira símbolo de modernidad
NUNCA ANTES SE HABÍA PENSADO que en un país, sumergido en guerras y en conflictos armados, hubiese tenido un empresario arriesgado para invertir en el negocio periodístico. La aparente estabilidad política y las audaces ideas de Odoardo León Ponte contribuyó a que se haya impuesto una incipiente modernización en nuestros periódicos.

La transformación comenzó a vivirla El Pregonero. El diario había mudado sus oficinas a un nuevo local en la avenida Este, de Torres a Madrices, número cuatro, "... a fin de corresponder como es debido a la distancia de su clientela..."

El local era cómodo y ambientado. Lucía a la entrada el nombre del periódico en letras doradas y sobre un fondo negro de vidrio. La sala de redacción y el despacho del director estaban decorados al gusto de León Ponte. El salón de redacción tenía una hermosa galería de cuadros al óleo y de pastel, en la que figuran preciosas marinas y plácidos paisajes de artistas nacionales y españoles.

Al extremo norte estaba el taller tipográfico, donde se halla la prensa de vapor, la cual funciona a la vista del público. El establecimiento estaba alumbrado por gas y luz eléctrica; asimismo disponía de dos números telefónico: el viejo y uno reciente. El número del teléfono viejo era el 770.

A la puerta de taller se aglomeraba el grupo de vendedores a pregón, la mayoría muchachos, que recogían el periódico a la cinco de la mañana y salían a la Plaza Bolívar y al Congreso Nacional vociferando la noticia más importante del día. La mayoría de la veces un suceso internacional.

Era distinto al de los periódicos tradicionales, principalmente, en su contenido. "Los artículos, no tan frecuentes como en la otrora prensa, se reparten las páginas con las noticias", escribe R.D Uzcátegui Silva, en su libro Enciclopedia Larense.

Las noticias estaban escritas más concisamente. Tenía mucho menos lenguaje florido y vaguedad de opinión, aunque las informaciones poco se parecían a las redactadas en nuestros días. Ahora, se caracterizaba por varias innovaciones y su impresión dependía de la maquina de vapor y de la fuerza eléctrica.

Dentro de sus páginas, El Pregonero ofrecía a sus lectores las primeras entrevistas y las primeras encuestas. También su editor pensaba introducir cambios en el taller tipográfico con una nueva prensa capaz de satisfacer y revolucionar el incipiente mercado periodístico venezolano.

Aparentemente se vivía una especie de euforia de Revolución Industrial. Los sucesos históricos habían adelantado el camino por el que se dirigían Odoardo León Ponte e Ismael Pereira Álvarez. Uno de ellos, consistió en montarse en el tren que los llevaría a los adelantos técnicos de la litografía; y el otro, al que correspondía a cambios en el concepto de producción y consumo que imponían las empresas periodísticas independientes de Estados Unidos y Europa.

De este modo, en mayo de 1895, Odoardo León Ponte, dispuesto a los retos, realiza un viaje de negocios a los Estados Unidos y Europa para comprar una maquina moderna de impresión. Pereira Álvarez se queda encargado de la dirección del diario, y durante esos días desarrolla todos los preparativos para la creación de la Asociación de Prensa (AVP).

Más tarde, El Pregonero anunciaba que dentro de breves días quedaría instalada la nueva imprenta, la cual sería colocada por un ingeniero americano, “venido al efecto, a nuestras oficinas”. Señala que la nueva imprenta era de “ un estilo más avanzada y procedente de la acreditada fabrica de Goss de Chicago".

Los trabajadores del taller se habían llenado de expectativas. Los periódicos reseñan el asunto. “... abrigamos - decía El Pregonero, bajo el titulo Progreso Patrio - la esperanza de que los periodistas y tipógrafos de la capital no dejarán pasar inadvertidos una reforma radical en el sistema de impresión..."

“¡Es un hecho muy importante!” comentan algunos periodistas, en reuniones sociales. El periódico será considerado el pionero de la prensa moderna en Venezuela. La introducción de cambios en su imprenta como la estereotipia y el linotipo afianzará el negocio del periodismo. De este modo, León Ponte cumple sus propias palabra, hacer un medio "altivo, independiente y justiciero".

Más tarde, El Pregonero editorializará este avance del diarismo local. "Favorecidos con creces de tiempo atrás por la opinión pública, que nos ha dispensado una confianza demasiado grande para nuestras aspiraciones, hemos querido compensarla iniciando en el país verdaderas medidas de progreso industrial, que habrán de hacer mucho bien en Venezuela al arte de imprimir, facilitando la rápida comunicación del pensamiento y ensanchando la expansión civilizadora de las ideas en todo el ámbito de la república".
La máquina había costado seis mil dólares y tenía una velocidad de tiro de 8 mil ejemplares por hora. Era semejante al mecanismo utilizado por el Herald de New York. Fue montada por un mecánico estadounidense de nombre Williams y el señor Ricardo Ronffet, maquinista de la empresa de hielo de Caracas.

Era la primera rotativa moderna que se utilizaba en Venezuela, - con medios económicos y maquinarias técnicas -, significaba un intento de popularización del periodismo de masa. Cosa que no se logrará, sino después de la muerte del general Juan Vicente Gómez.

De igual modo, el periódico intentará poner una línea editorial separada de lo mercantil y de lo político. Eso hace su propietario, quien no se eleva en adulaciones algunas, incienso que constituía su fuente comercial como lo expresa más tarde El Pregonero, en la edición del 13 de agosto de 1895: "... atento al crecimiento del favor que ha alcanzado dentro y fuera de la capital y la república, no desperdiciará cualquiera ocasión que se le presente para servir, sin exclusiones ni banderías, en las formas más avanzadas, los intereses generales del público confiados a la lealtad en su proceder, a la seriedad de la conducta y la imparcialidad serena de todas las acciones".

La nueva imprenta fue inaugurada oficialmente por el Arzobispo de Caracas y de Venezuela, monseñor Críspulo Uzcátegui, el 1 5 de agosto de 1895. A eso de las diez de la noche se realizó una gran fiesta en la amplia sala de redacción de El Pregonero. A esta reunión asistió el Jefe del Estado y distinguidas personalidades del ambiente cultural, político y militar del país.


Dos Años de Éxito

Llegaba al número 608. Era el 2 de octubre y el diario celebraba su segundo aniversario de fundado. Aquel día, el periódico traía un editorial que señalaba que para fundar y sostener una empresa periodística era necesarios tres bases de carácter fundamental: 1) el plan y el capital con que afrontar los primeros peligros; 2) valor y fe para combatir e innovar; y 3) lograr la confianza y el favor del público.

Estas premisas venían a resumir, en teoría, las pautas que debía tener cualquier periódico moderno. Y así se proponía El Pregonero en cumplir, a pesar de las precarias condiciones de desarrollo de la sociedad venezolana. La visión del empresario y su honestidad en el negocio se fusionaron como clave del éxito.
Bajo el titulo " El primer Triunfo ", El Pregonero decía que " una industria que no avanza corre el peligro de estacionarse como consecuencia natural de los hechos; y ya se sabe que el que se estaciona retrocede, por la evidente razón de que... una industria se paraliza" .

Por eso, la celebración de aquel aniversario periodístico se traducía en un real significado en el periódico venezolano. Ciertamente, se había convertido en un diario popular por primera vez. Como instrumento noticioso había ya superado en eficiencia a la propaganda política y el pueblo había empezado a depender de él, en forma distinta, al de los viejos días del federalismo revolucionario de Antonio Leocadio Guzmán Blanco.

El periódico es una página histórica para los tiempos. La guerra de la independencia estimulo siempre el uso de las comunicaciones y la Revolución Federal no fue la excepción a la regla. Los periódicos fueron las armas durante la lucha y, en cierto modo, levantaron un espíritu ideológico y patriótico, en calidad de sostenedores de la moral y medio propagandístico. No pueden subestimarse de lo que hicieron por la unidad nacional, en un país fragmentado, donde las luchas intestinas y fratricidas sólo unían la república.

El Pregonero anuncia, en breve, un acontecimiento, el cambio de la técnica. Señala que no se bastaba, por el poco espacio, para dar cabida a los avisos, los comunicados y los materiales referentes a la crónica diaria, y que por cuanto hubo que ampliar sus páginas " a fin de que el público resulte completamente satisfecho”

Dieciocho años después de aquel proyecto que se llamó El Pregonero, todos ignoraban la dirección que tomaría la prensa. Durante este lapso, el mecanismo que popularizo el diario de Torres a Madrices encontró, infortunadamente, el golpe de la dictadura y su cierre. Juan Vicente Gómez sería, más tarde, la sombra negra de la libertad de expresión.


Ver:

Miguel Gomes: “Cuando uno empieza a madurar deja de ser inmortal”

Miguel Gomes  | Fotografía: Sandra Bracho
Por Gabriel Payares | 25 de Agosto, 2010


No ha sido un mal año para Miguel Gomes, uno de los nombres siempre presentes en la narrativa venezolana de las últimas décadas. Después de publicar tres compendios de relatos breves en el país, de formar parte del Jurado del I Premio Internacional Arturo Úslar Pietri, ahora se erige ganador del Concurso de Cuentos del Diario El Nacional en su 65va edición. La voz de Miguel, cercana y a la vez distante, aborda nuestro imaginario cotidiano y personalísimo, superando las distancias que alejan al autor de la realidad misma que describe, ya que reside en los Estados Unidos de Norteamérica desde finales de los ochenta. De escritura ágil dada al humor y al erotismo, Gomes cuenta con siete compendios de relatos publicados, así como diversos tomos de ensayo y de crítica literaria.

Miguel, ganas el premio de El Nacional tras un período de muchísima presencia en el medio literario venezolano, con la publicación de tus más recientes libros de cuentos: Viviana y otras historias del cuerpo (con Random House Mondadori), Viudos, sirenas y libertinos (con Equinoccio) y El hijo y la zorra (de nuevo con Mondadori). ¿Cómo se conecta tu cuento premiado, “Lorena llora a las tres”, con el imaginario abordado en estos tres libros previos?

Curiosamente, ese relato está muy desvinculado de lo que había venido haciendo en los volúmenes que mencionas. Aunque no todos, sí muchos de los cuentos y novelas breves que están reunidos en ellos tienen un aire de familia, con personajes o situaciones que reaparecen en más de un texto. “Lorena llora a las tres” se distancia de ese ciclo narrativo tanto argumental como tonalmente. No recuerdo haber escrito nada tan expresionista, ni haber abordado directamente el tema del dolor. El primer borrador me salió de un tirón un día de mayo de 2009. Apenas lo corregí un poco durante esa semana, y lo puse a reposar. Solamente en abril de 2010 lo volví a releer y a retocar. Para mí es un texto emocionalmente muy difícil, que casi no reconozco como “mío”. Varios amigos han coincidido en que por el estilo no lo parece. El jurado del concurso también me ha referido su sorpresa cuando se abrió la plica. Supongo que los cuentos, como la poesía, pero a diferencia de la novela o el ensayo, deben minimizar la intervención de la conciencia del autor y, por lo tanto, de sus preferencias, ideas o experiencias propias. Tal vez por eso hay cuentos que uno siente como venidos de muy lejos, de un inconsciente que no es necesariamente personal.

¿Significa eso que el cuento es, en comparación, un género narrativo más independiente de las vivencias y la subjetividad del autor? ¿A qué otros factores obedece su construcción, si así fuese?

Exactamente: hay mayor independencia. La brevedad se explica por la intensidad y la intensidad por la falta de dominio de la conciencia sobre los materiales narrativos. La “unidad de efecto” a la que Poe se refería se logra ni más ni menos así. Un buen cuento puede desarrollar una o más de una anécdota, tener uno o muchos personajes, el protagonista puede estar más o menos elaborado psicológicamente, pero lo que sí me resulta imprescindible es el impulso ciego hacia un solo propósito, generalmente el clímax del final. Esa tensión epigramática lo distingue en términos absolutos de la novela, construida con acumulaciones y digresiones que actúan como catálisis, aunque no lo distingue tanto del poema. La experiencia de intensidad de la lírica y la del cuento son similares, y los hermana, pese a que sus formas difieran.

Sin embargo, tus cuentos –y se nota en este último– parecen estar ambientados en condiciones bastante ordinarias de la vida: la decepción de la sexualidad, las frustraciones diarias, las malas decisiones tomadas… Pareces indagar a través del humor en la cotidianidad de personajes que a menudo han sido catalogados como “derrotados” o “vencidos”. ¿Cuál es la fórmula para hallar la intensidad del cuento en lo aparentemente cotidiano? ¿Acaso el humor, la capacidad de reírse de la propia dolencia?

Todas las personas psicológicamente adultas han sido vencidas por alguien o por algo. Cuando uno empieza a madurar deja de ser inmortal, deja de ser invencible; la muerte y la caducidad se incorporan en nuestros horizontes mentales. Una literatura es realista cuando admite como vivencia esencial de sus personajes ese aterrizaje. Pero nuestra pequeñez también puede estar llena de grandezas sigilosas, casi siempre discretas; revelaciones de la percepción, la intuición o la emoción. Persistimos pese a nuestras limitaciones y lo hacemos de vez en cuando con el humor, hermano mayor del arte y, como él, máscara de la libido. Tengo la impresión de que el cuento es el género perfecto para esas paradojas de nuestra experiencia, porque su ambición es sugerir en muy pocas páginas, mediante sinécdoques u otras omisiones, el presentimiento de la totalidad.

Mencionas una literatura “realista”, imagino que oponiéndola a los relatos de índole fantástica o especulativa, como la ciencia ficción o los relatos de magia y aventuras, que se caracterizan por plantear su propia enciclopedia de mundo y sus propias reglas para operar en él. No sé si quiera eso decir que apuestas, como creador, por dar cuenta de la realidad a través de la palabra, en lugar de proponer alternativas imaginarias al mundo real. ¿Has alguna vez incursionado en géneros que pudiésemos considerar “no-realistas”?

Tu definición permite considerar como realistas ciertos relatos donde ocurren eventos sobrenaturales; siguiéndola, creo que, a excepción de Visión memorable, mi primer libro de narrativa (y en su caso, incluso, tengo dudas), suelo inclinarme al realismo. En el cuento “Um fantasma portugués, com certeza”, que da título a un volumen posterior, se refieren hechos sobrenaturales, pero me parece que el sentimiento que lo mueve es fiel a los principios de lo real. En estos momentos diría lo siguiente: si un texto es psicológicamente verosímil, es realista. Tengo la impresión de que, sean naturales o no, factibles o no las anécdotas, desde hace muchas décadas he tratado de lograr verosimilitud psicológica en cualquiera de los géneros narrativos que he practicado (el microrrelato, el cuento y la nouvelle). Tal vez eso se deba al tipo de autores que me han interesado más desde poco antes de venirme a vivir a los Estados Unidos.

¿Como cuáles? ¿Te consideras cercano al “realismo sucio” norteamericano?

El llamado “realismo sucio” rara vez me ha interesado. Carver y Bukowski son escritores de indudables méritos, pero tiendo a preferir narradores con un repertorio de asuntos y técnicas más rico: Joyce Carol Oates y Rusell Banks, entre los estadounidenses; Margaret Atwood y Robertson Davies, entre los canadienses. En mis relatos he rendido homenaje a algunos escritores norteamericanos para mí imprescindibles. En “Berlín 2001” de El hijo y la zorra, por ejemplo, sentí la necesidad de convertir a Tobias Wolff (equívocamente asociado al realismo sucio por algún crítico) en personaje de una de mis historias y la anécdota de uno de sus cuentos se ha convertido en parte de la vida de uno de mis personajes. Es decir, acabé fantaseando sobre cómo sería el resto de la vida de un personaje que en algún momento inspiró ficticiamente un cuento de Wolff. En ese mismo cuento se me metió, por decirlo de alguna manera, otro narrador norteamericano espléndido, André Dubus, y acabé transformándolo en personaje, aunque lo puse a vender autos y no a escribir. Así que sospecho que esas lecturas son ya parte de mis vivencias y de mi imaginación.

Óscar Marcano ha afirmado en más de una ocasión que la narrativa europea ha perdido la batalla ante los autores norteamericanos, por lo que nos conviene, a quienes deseamos escribir, centrar nuestra atención en lo que produce ese país. ¿Eres de la misma opinión? ¿Consideras que las generaciones de narradores venezolanos en gestación harían bien en fijarse más en los narradores norteamericanos que en los europeos?

No soy un romántico, no voy a descartar la utilidad de los modelos. Concuerdo absolutamente con Óscar en que uno no aprende a hacer literatura viviendo en general, sino específicamente leyendo. En su caso, el estímulo norteamericano ha rendido frutos maravillosos, y que lo digan los cuentos de Sólo quiero que amanezca, en los que hay varias obras maestras. Eso sí, tengo la impresión de que lo que funciona para un escritor no siempre funciona para otros. Cada individuo tiene que aprender a conocerse a sí mismo primero. Personalmente, no consigo prescindir de ciertos norteamericanos ni de ciertos europeos, y mucho menos de ciertos latinoamericanos. Para concentrarme en los europeos, David Lodge, António Lobo Antunes, Ian McEwan, Antonio Tabucchi y Olga Gonçalves me parecen narradores extraordinarios. También hay que considerar las ambigüedades nacionales: la que probablemente sea la mayor novela estadounidense del siglo XX, Lolita, fue escrita por alguien que a la vez era ruso. Y para diversos escritores pueden existir asimismo variantes en lo que respecta al género que los estimula a crear. Por ejemplo, aunque no me abstengo de leer narrativa, lo que más leo es poesía. Hay años en que no me animo a leer a un solo narrador, pero devoro sin parar poetas de las lenguas en que puedo leerlos directamente. Creo que la poesía resulta muy saludable para un narrador, porque nos recuerda que un escrito que se agota en la anécdota no es necesariamente literario. Lo literario comienza y acaba en la vitalidad del lenguaje, en los retos que éste le plantea a la imaginación y la experiencia más allá del imperativo de información; en el caso de la narrativa, lo literario pasa sin duda por la construcción cuidadosa de la anécdota, pero sería un error pensar que allí está el secreto de todo. La anécdota no es el núcleo del cuento o la novela, porque entonces no podríamos distinguir esos géneros del periodismo, el cine narrativo o, incluso, el chisme o el chiste.

Volviendo al tema de lo real, recuerdo haber leído de Juan Liscano que nuestra literatura nunca pudo desprenderse de una suerte de hiperreferencialidad, de afán por dar cuenta de las realidades políticas y sociales del país, y que en ello consistía su más grande limitación. Imagino que debes tener una postura contraria a esta consideración.

Esa es una consecuencia de nuestra historia literaria poscolonial: el campo literario venezolano moderno se estructuró en un momento en que la “construcción” de la nación guiaba la distribución de poder simbólico en nuestra sociedad. Ese sello no desaparece de un día para otro. Pero no lo veo como limitación, sino como rasgo más o menos neutro. Si un narrador no “cae” en esa tendencia general, ese elemento sirve para valorarlo. Y si “cae”, pero lo hace de una manera inédita, que logra emocionar a sus lectores, ello igualmente puede hablar a su favor. Lo importante es que esa condición “genética” no nos confine.

Por último, me gustaría saber qué nuevos proyectos te ocupan en la actualidad, y sobre todo si te interesa abordar otros géneros, como la novela o la poesía. ¿No te ha convocado esa especie de obligación que existe entre los narradores venezolanos de abordar la construcción de una novela?

Planifico cuidadosamente lo que escribo como investigador literario, en mi papel de profesor, pero nunca planifico lo que haré como narrador. Son dos modalidades contrarias de escritura. Cuando hago crítica literaria, en particular monografías, cada paso está calculado; es como preparar una clase. En mis ratos libres, en mis “domingos de profesor”, como los llamaba Anderson Imbert, simplemente dejo divagar la imaginación o me detengo en conversaciones con la familia, los amigos o en sugerencias que surgen de lecturas o de la música que escucho: si las imágenes espontáneas empiezan a encadenarse, si “oigo” la voz de un personaje que comienza a hablar de sí o de otros, me doy cuenta de que está apareciendo una narración. En ese momento nunca sé si se trata de un cuento, una nouvelle o una novela. Escribo todo lo que puedo de un tirón, sin reflexionar ni tratar de entender el significado de la historia. Al concluir el primer borrador sí capto qué tipo de material tengo entre manos. Prefiero trabajar así, sin comprender desde el principio el significado de lo que escribo ni el por qué de la forma narrativa que inconscientemente ha ido cobrando ese material. Creo que le hace un gran daño al escritor de ficción o al poeta planificar: se vuelve pedagogo, propagandista, da sermones, acaba haciendo con sus historias lo que sería más efectivo hacer con un tratado o un artículo de opinión. Y pierde la hondura psicológica, que es siempre ambigua y no se rige por las convenciones de lo que denominamos razón. En la literatura latinoamericana abunda ese problema, pero no es privativo de ella: que lo diga el patético bajón de calidad de Saramago luego de haber escrito dos obras maestras como Memorial do Convento y O Ano da Morte de Ricardo Reis. No sé si algún día me saldrá una novela pero, si me sale por puras necesidades inconscientes, trataré de seguir el impulso. Por lo pronto, no estoy dispuesto a ceder a presiones sociales, generalmente provenientes de políticas editoriales y a cierto priapismo psicológico que domina en nuestra sociedad capitalista, donde lo que más acumula se asocia a lo “importante”, “preferible” o “poderoso”. Me parece fatal que en arte terminemos compartiendo esos hábitos que hacen creer a algunos que cuanto más dinero (o páginas), mejor o más respetable será la persona (o el libro).


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Un hombre de la prensa

Fuego cotidiano continua con una serie de artículos que forma parte del ensayo titulado Historia en un periódico, que narra la vida y obra del periodista guariqueño Ismael Pereira Álvarez, finales del siglo XIX.

Por José Obswaldo Pérez

Ismael Pereira Álvarez/foto JOP
CORRÍAN CASI TRES AÑOS de la revolución que llevó al poder, por segunda vez, al general Joaquín Crespo Torres. Eran días en que la crisis económica y financiera del país hacía crujir las bases del gobierno. La vida económica venezolana estaba muy difícil, casi de bancarrota. Crespo, quien no ocultaba esta realidad, hacía esfuerzos para aliviar la situación a través del desarrollo de nuevas obras públicas hasta donde lo permitían los limitados recursos de la época, al tiempo que cambiaba ministros de Hacienda.

En aquellos días de crisis se produce un cambio en la redacción de El Pregonero, uno de los diarios más importante de Caracas que encabezó una especie de transito a la modernidad como empresa periodística. Un periodista liberal, el general Ismael Pereira Álvarez, asume la jefatura de aquella publicación el 2 de julio de 1894.

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Las ruinas de un país

El siguiente texto del editor de Fuego Cotidiano forma parte de un ensayo titulado Historia en un periódico, que narra la vida y obra del periodista guariqueño Ismael Pereira Álvarez, finales del siglo XIX. En un adelanto, Fuego Cotidiano publicará en serie cada uno de los capítulos desarrollados por el autor.



Joaquín Crespo Torres, dos veces presidente de Venezuela.
Por José Obswaldo Pérez

DESDE SU ESCRITORIO de la redacción, Pereira Álvarez corregía, analizaba y observaba los comunicados pagados por los opositores del régimen, que llegaban al periódico para su publicación. Artículos injuriosos y mordaces que, además de atacar al jefe de Estado, se dirigían sobre todo al ministro de Hacienda, artífice de la gestión administrativa de Crespo.
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Pedro Díaz Seijas: Guáriqueño de siempre

profesor Pedro Díaz Seijas
Por: FELIPE HERNÁNDEZ GUNESR

Hace apenas un mes, el pasado 30 de junio del corriente año falleció en Caracas, el profesor Pedro Díaz Seijas. Ilustre hijo de Valle de la Pascua, nacido el 24 de diciembre de 1921 en el caserío Santo Domingo Requenero, del municipio Leonardo Infante. Escritor, académico, ensayista, crítico literario, educador y miembro de importantes instituciones culturales nacionales y extranjeras. Profesor del Pedagógico de Caracas y director-fundador del Instituto Pedagógico de Barquisimeto y por ende, promotor e iniciador de nuevas ideas pedagógicas, reconocido nacional e internacionalmente. Fue director de la Academia Venezolana de la Lengua, y Director de Cultura de la Universidad Nacional Experimental "Simón Rodríguez" y Miembro del CONAC (Consejo Nacional de la Cultura). Cursó estudios en el Instituto Pedagógico de Caracas y en la Universidad Central de Venezuela, graduándose de profesor en castellano y Literatura y Magíster en Literatura Venezolana e Hispanoamericana.