José Buenaventura Rondón Alayón, hombre de empresas y de pueblo

José Buenaventura Rondón Alayón




Por Misael Flores
Nacido en Altagracia de Orituco en el año 1.938. Hijo de una familia de humildes agricultores, José Buenaventura Rondón Alayón vino al mundo cargado de ilusiones y con metas precisas por alcanzar. La primaria y los primeros tres años de la secundaria la hizo en su pueblo natal, cuando toda la región del Orituco contaba con un clima de ensueños, al igual que San Juan de los Morros, donde la neblina padroteaba al sol y había que transparentarla con la mirada para poder posesionarse del húmedo paisaje que rodeaba a la ya capital del estado Guárico.

Ya de pantalones largos, en el año 1.953, se viene a San Juan de los Morros en busca de una beca para continuar sus estudios. Su solicitud fue negada y no le quedó otra alternativa que ponerse a trabajar, logrando ubicación en la ya existente Casa del BEBÉ, en la cual laboró durante 17 año Al retirarse cobró la cantidad de 12 mil 800 bolívares por concepto de prestaciones sociales, los cuales guardó con miras a iniciarse en cualquier negocio por su cuenta.

La Casa del Bebé fue puesta en venta y se presentaron tres compradores interesados en el negocio. Todos ellos estuvieron de acuerdo en hacer la operación. Y todos tocaron las puertas de José Buenaventura Rondón, requiriendo sus servicios para que se encargara de la parte operativa del establecimiento comercial. A los tres toques dijo que no. Quería trabajar por su cuenta, sin tener todavía nada claro sobre el particular. Los pretendientes desistieron. A la señora Eva Manuitt, propietaria de la Casa del Bebé, se le ocurrió ofrecérsela  en venta a Rondón, quien respondió que lo que tenía eran los 12 mil 800 bolívares que le acababan de liquidar por sus prestaciones y una casita que tenía en la calle Infante. El resto del compromiso lo cumplió satisfactoriamente. Y como él mismo dice: se puso a echarle pierna para salir adelante, venciendo todos los obstáculos.

José Buenaventura Rondón Alayón, Ya también con los pantalones largos como comerciante, compra la edificación en la avenida Bolívar, donde funciona su Casa del Bebé todavía. Y no se queda estancado allí. Ya le había terminado de pagar a la señora Manuítt y siguió creciendo como empresario con la propiedad de Kalita uno, donde puso a una sobrina a regentarla.

Este gracitano, de baja estatura física, pero de elevado perfil empresarial, en el año 1.990 adquiere la Casa Imperial. Lo hizo sin querer queriendo, porque no conocía este ramo de negocio. Pero el dueño de entonces se empeñó en que fuera él el comprador y le facilitó todas las condiciones para que así ocurriera, dándole todas las orientaciones necesarias para que saliera adelante. Así fue y lo antes que pudo le canceló toda la parte que le dio a crédito, quedándole eternamente agradecido. Y lo mejor del caso es que se enamoró de este tipo de negocios.

Este es un hombre sencillo y humilde en su forma de ser. Cristiano de verdadera vocación. Pertenece a la Sociedad Eucarística, al movimiento de cursillos de cristiandad y a la Sociedad Anti Cancerosa.

Siente satisfacción por el saludo cariñoso que mucha gente en la calle le tributa. No olvida que es un trabajador más, que atiende a su negocio en el mostrador, codeándose a diario con su numerosa clientela. Y también se siente orgulloso y feliz de sus hijos y nietos, siempre apegado a su esposa y con el recuerdo de su familia de origen: Su papá, Juan Rondón. Su mamá, María Alayón de Rondón. Sus Hermanos: Lorenzo, Adrián, Delfín, Basilio, Ángela, Juan, Saturnina y Benigna Rondón Alayón.

 José Buenaventura Rondón Alayón conoció a una joven, de nombre Sara, de la cual se enomó y a con quien contrajo matrimonio aquí en San Juan de los Morros, donde ella cursaba estudios, pero es nativa de Guripa. Es quien regenta la Casa del Bebé. El lazo nupcial fue en el año 1.977. Tienen tres hijos, dos hembras y un varón: Julio Manuel Rondón, Ing. Electrónico egresado de la Universidad Simón Bolívar. Maribelia, licenciada en Administración de la UCV y María Angélica,  licenciada en Administración, también egresada de la UCV.

Ubicamos a José Buenaventura en la realidad actual como comerciante, y sin titubeos nos dijo que estos momentos son muy complejos para los negocios, porque no se consiguen los artículos que se necesitan para atender las demandas de la clientela. Antes se hacían los pedidos y de inmediato eran despachados en su totalidad. Inclusive, los vendedores fastidiaban para dejar mercancías y ofrecían créditos. Ahora uno pide y, de cien artículos, mandan cuatro o cinco y en pequeñas cantidades y costos sumamente elevados. Es enfático al informar que la escasez en el ramo que su negocio atiende es del 75 por ciento. Revela que los mayoristas despachan poquito de cada artículo solicitado, para a la semana entrante suministrar otra pequeña cantidad con nuevos precios. Y se repite sin cesar la misma dosis, semana a semana.

Recuerda con nostalgia aquellos tiempos del año 53 cuando él llego a San Juan de los Morros. Había una seguridad y tranquilidad que se podía andar por las calles tranquilamente a cualquier hora, lo cual hoy en día es todo lo todo lo contrario. “Los muchachos íbamos a las fiestas hasta las dos o tres de la  mañana y en nuestras casas nos esperaban tranquilos. ¡Que tiempos aquéllos!. Siempre gran parte del pueblo con neblina. Y no había peleas entre nosotros. Una juventud sana que solo pensaba en el futuro, sonriéndole al presente.”

Concluyó sus declaraciones el señor José Buenaventura, expresando que ha trabajado por este pueblo porque él lo aceptó y le dio todas las ventajas de convivir con todo el mundo. Cuando anda por la calle todo el mundo se dirige a él: “Negro, Negro.” Y lo hacen por aprecio.

Cuando llegó a San Juan de Altagracia de Orituco, pagaba un bolívar con un real por dormir cada noche. Todos los días iba a la Gobernación a preguntar por la beca de 50 bolívares que había solicitado para estudiar. Siempre le decían: venga mañana, fulano no está, perencejo no lo puede atender porque está ocupado. Y así sucesivamente. Los reales se le acabaron y no pudo seguir pagando el hotel. La última vez salió de la gobernación llorando. Andando por la calle de tierra, como eran todas en aquella época, se encontró con don Arturo Manuítt, quien le preguntó que le pasaba y él le respondió enterándolo de su situación. Don Arturo le puso la mano en el hombro y le dijo: Vengase conmigo, y lo llevó hasta doña Eva de Manuítt que era la propietaria de la Casa del Bebé. Allí comenzó a trabajar, labrándose camino en la vida.  

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