Entrevista a doña María Tovar, “La guerrillera”.

Por casi 40 años, junto con sus hijos ha conducido los destinos de su Cauchera “El Roble”, en la avenida Las Industrias de Valle de la Pascua, en la salida hacia El Socorro, como dice ella “un poquito más adelantico del hotel San Marco, cerca de donde estuvo un bar que llamaban El Guásimo…”.


FELIPE HERNÁNDEZ G.*



Foto José Antonio Hernández H.

 

Con más de 80 años largos, nació a principio del segundo lustro de los años treinta, a diario la vemos por esas calles de Dios, su atezada figura y menudo tamaño contrasta con su enérgico caminar, siempre apuradita, nunca pasa desapercibida, trajeada con estampadas prendas de vivaces colores y su eterno sombrerito la destacan en cualquier lugar. ¡Ahí va doña María “La Guerrillera” o simplemente “Esa es La Guerrillera”, dicen con respeto y a sotto vocce. Graciosa y jovial, con una eterna sonrisa a flor de labios y la respuesta oportuna y relancina ante cualquier situación, dista mucho del mote que la distingue, porque no concuerda con la mujer respetuosa, noble, afable y dócil que es doña María.

Por casi 40 años, junto con sus hijos ha conducido los destinos de su Cauchera “El Roble”, en la avenida Las Industrias de Valle de la Pascua, en la salida hacia El Socorro, como dice ella “un poquito más adelantico del hotel San Marco, cerca de donde estuvo un bar que llamaban El Guásimo…”. Sus paredes pintadas en dos llamativos tonos de pintura en aceite, en la parte inferior azul oscuro brillante, y en la superior amarillo Caterpillar, ambos muy chillones, para que no pase desapercibida, "y todo el mundo la vea".

Pero esa cauchera es mucho más vieja, la prestación del servicio de reemplazo de válvulas y gusanillos, colocación de parches, servicio de rotación de cauchos, presión de aire de los neumáticos, etc., la estableció su esposo, Esteban Seijas, a principio de los años sesenta cuando se residenciaron en la Princesa del Llano, procedentes de El Socorro. Pero como ella dice, “el mal siempre está al acecho”, y cuenta, que el 28 de agosto de 1982 el establecimiento fue visitado por delincuentes y en el atraco, su propietario, Esteban Seijas fue vilmente asesinado, doña María quedó viuda, y con sus hijos tomó las riendas del modesto negocio. Desde entonces ahí se mantiene, trabajando y atendiendo los clientes que demandan servicio.

Nacida en el pueblo de El Socorro, estado Guárico, a mediado de los años 30 del siglo XX, de la unión matrimonial de José Antonio Tovar y Josefa Cordero de Tovar, campesinos, vivían a la entrada del pueblo, en un descampado que llamaban Colombia (hoy barrio Colombia), sector Barrialote de esa población, dice que su padre era agricultor, labrador, cortador de caña y en las inmediaciones tenía un conuco donde sembraba “de todo”: caña, maíz, topocho, arroz, frijol, caraota, quinchoncho, yuca, auyama, berenjena, ajonjolí…

Creció trabajando, siendo aún una niña, pilaba maíz y arroz, cocinaba, planchaba, tostaba y molía café, cortaba y picaba leña, cargaba agua en burro de las lagunas El Milagro y Mata Verde, a modo de anécdota cuenta que, “para pegar los barriles al sillón del burro, le ponía una horqueta por un lado y lo maneaba para que el animal se mantuviera quieto y no tumbara la carga”… En las noches, en el patio de su casa, alrededor de unas topias encendía una hoguera para que los zorros y rabipelados se alejaran y no se comieran las gallinas. “Yo hacía de todo”.

Aprendió a leer y a escribir en El Socorro, con las misioneras norteamericanas de nombre Perla y Mebor, a quienes recuerda con especial cariño por el afecto que le prodigaban y el interés que ponían en enseñarla; cuenta que las misioneras se residenciaban en las casas de los evangélicos del pueblo.

A los 14 años se enamoró de un “gandolero”, y quedó embarazada, el hombre resultó casado, por lo que la relación se terminó, de él tuvo su primer hijo, Melvin Tovar, quien nació en El Socorro, el 14 de febrero de 1954. Luego se casó con Esteban Seijas, natural del caserío Santo Domingo Requenero, quien trabajaba con el señor Juan Moisés Padra, haciendo el oficio de caletero y peón en su finca “La Guasimita” (carretera nacional El Socorro-Valle de la Pascua), se vienen a vivir a Valle de la Pascua y con mucho esfuerzo construyen una vivienda en la actual Av. Circunvalación de Guamachal, donde todavía vive con algunos de sus hijos; del matrimonio nacen sus hijos: Esteban, Gregorio, Guillermo, Jorge Gustavo y Carlos que es el menor, ya cuenta con 52 años.

Foto José Antonio Hernández H.

Eso era a finales de los años cincuenta, recuerda que Guamachal era un campo, un cujial (muchos árboles de cují) donde además de guamachos, robles y guásimos, abundaban los arbustos de celedonia y algodón de España. En el sector solo tenían viviendas levantadas, Isidora Álvarez, doña María Flores y su hijo Pedro Flores, don Simón Correa y La Quinta de don Manuel Vicente Álvarez, “pero esas quedaban mucho más allá”. No había calles, en época de lluvias “eso eran unos barriales de grea amarilla que imposibilitaban salir”. No contábamos con ningún servicio, “eso fue mucho después, en los sesenta cuando colocaron un tanque donde llegaba el agua, estaba en la calle Guamachal, donde comienza la calle El Peñón, y una pluma debajo de un roble que estaba donde ahora está el parquecito, de ahí la cargábamos en tobos y en carretas hasta nuestros hogares”. Recuerda que el roble lo derribó un rayo un día que cayó un gran aguacero.

 ¿Por qué La Guerrillera? La leyenda y la fantasía unidas al tiempo que vivía Venezuela en los años sesenta del siglo pasado se esconden detrás del apodo, eran años de guerrilla urbana y rural, y, por ende, a todo aquel que recién llegaba a un lugar con un temperamento arisco y avispado le calaba el remoquete, así es doña María, de ahí, que algunos vecinos mayores refieran: “Cuando el Inos puso el tanque para surtir de agua al vecindario, ella llegaba muy temprano, a veces de madrugada, con sus hijos pequeños y muchos envases, hasta que ella no los llenaba todos, no permitía que nadie llenara su envase”, eso generaba permanentes conflictos, discusiones y el adoso del sobrenombre. Ella misma narra el desencuentro con una familia del sector, porque “un hijo [de aquella] le echó tierra en los ojos a uno de sus hijos cuando estaba buscando agua…”.

 En su opinión, el apodo se lo puso una vecina, quien se enamoró de su esposo, y comenzó a molestarla, y amenazarla con hacerle “trabajos de brujería para que la abandonara”, para asustarla “tiraba al techo de mi casa y en el patio, limones cortados en cruz y sustancias, yo la enfrenté y la denuncié en la policía, eso fue un pleito feo… todo por envidia y porque mi esposo era un hombre muy trabajador,… ella se encargó de decirle a todo el mundo que yo era una guerrillera… al final ella se tuvo que mudar…”. Confiesa que no le molesta que la gente le diga así.

Católica practicante, amante de los ritos católicos y de las tradiciones de semana santa, durante muchos años con otros vecinos organizó la quema de Judas en el sector, hacía el monigote, y en un gran roble que estaba al borde de la calle, al lado de su casa lo colocaba, el domingo de resurrección convocaba a las familias, leían el testamento y lo quemaban…

 Con su peculiar sombrerito rojo, amarillo, verde o azul, “siempre los he usado, desde muchacha”, su particular estampa, pintoresca y folclórica, de pronunciados rasgos mestizos, su piel morena oscura la cobija con coloridos collares de semillas y fantasía, vestidos estampados con flores y figuras de vivos colores, zapatos adornados, con abundante colorete y carmín cubre su tez cobriza, “yo me visto y soy así porque me gusta, así era mi mamá”, ¡auténtica! Confiesa que ahora no usa zarcillos, sortijas ni pulseras porque a ella le gustan de oro, pero “cómo siempre ando sola, me las quitaban los malandros”.

 Así es doña María Tovar, “La Guerrillera”, humilde, trabajadora, sencilla, comprometida, altiva y pizpireta. Mujer de pueblo, mujer de fe, dice: “En esta vida yo lo que he hecho es trabajar bastante, y todo se lo encomiendo a Dios para que lo guie, le dé fuerza y se haga realidad”. Quien la quiera conocer, vaya a la cauchera “El Roble”, o en su diario ir y venir desde su casa en la Av. Circunvalación hasta la cauchera en la carretera nacional (Av. Las Industrias), aunque es común mirarla haciendo compras en los establecimientos de Guamachal y por la Av. Libertador de Valle de la Pascua… Un peculiar personaje de mi pueblo.


* UNESR // Cronista del Municipio Leonardo Infante // fhernandezg457@gmail.com


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