Acerca de la cuestión agroalimentaria venezolana (cinco)

Autor: fotokostic | Crédito: Getty Images

En Venezuela existen diversos agroecosistemas productivos, que son a su vez consecuencia de la heterogeneidad de sus pisos climáticos. Esto resulta beneficioso porque garantiza la posibilidad de una oferta diversificada de alimentos, lo cual sin lugar a dudas contribuirá con la presentación de un abanico de alternativas, para suplir la demanda calórica, reguladora y proteica de la población


Por Jesús Cepeda Villavicencio.


Cuando el ejercicio de la política, se expresa sistemáticamente a través de la práctica del cinismo, se convierte en uno de los actos más degradantes y viles, de la socialización humana.

JCV

En los capítulos o entregas anteriores, hemos insistido en la impostergable necesidad de ordenar el SAV, a través del “Plan Nacional Agroalimentario de Largo Plazo”, se ha tocado lo relativo a la formulación de una legislación orgánica que pueda sustituir las anacrónicas y vetustas leyes agrícolas actuales, basándonos en los mandatos constitucionales que nos ordenan los artículos (305, 306, 307 y 321 de la CRBV), que lo consolide y le de sustentabilidad, así como también se ha hecho referencia a los siete subsistemas que lo conforman. Todo ello en el marco de dos conceptos correlativos (seguridad y soberanía agroalimentaria), que conforman el eje teórico que nos ha permitido atrevernos a proponer un consenso nacional, sobre tres objetivos básicos; el plano nutricional de los venezolanos (extremadamente crítico bajo las actuales circunstancias), el plano productivo (en las peores condiciones de su historia) y la balanza comercial agroalimentaria (históricamente deficitaria). De manera que lo que se persigue, lo situamos, mucho más allá de las respectivas y correspondientes críticas, lo contextualizamos en la apremiante obligación de revertir una lamentable y persistente realidad, que agobia al 90% de nuestra población , asfixiando la estabilidad social y económica, de regiones enteras en el país. Es imprescindible que la plataforma de políticas dirigidas al SAV, se actualice en función de los nuevos escenarios, que emergen como manantiales indetenibles, en la geopolítica, la geoeconomia y los acelerados cambios en las TICs, y en los innovadores conceptos de la ruralidad, que han venido sucediendo como consecuencia, no solo de lo anterior, sino de los impactos del cambio climático. (Eventos que están ocurriendo de manera simultánea a escala global). Incorporarnos a esta locomotora de cambios, exige una serie de consideraciones, que a continuación proponemos, como aportes para un debate pertinente, necesario e inaplazable.


En Venezuela existen diversos agroecosistemas productivos, que son a su vez consecuencia de la heterogeneidad de sus pisos climáticos. Esto resulta beneficioso porque garantiza la posibilidad de una oferta diversificada de alimentos, lo cual sin lugar a dudas contribuirá con la presentación de un abanico de alternativas, para suplir la demanda calórica, reguladora y proteica de la población, así como también esta diversidad constituye una atractiva via, para la producción de bienes agrícolas no alimentarios, que pueden tributar con la demanda de materias primas, en la industria de la construcción, del vestido, del calzado y del papel. Visto desde esta perspectiva, la planificación del SAV, se convierte en un elemento estratégico del desarrollo regional, y de la diversificación de la economía nacional.


En relación a este último aspecto es conveniente destacar, que para que esto pueda ser posible, se necesita una visión acorde con un modelo productivo que se ajuste, no sólo a nuestra factibilidad y potencialidad agroecológica, que como país tropical poseemos, sino que guarde a su vez, estrecha correlación con parámetros económicos fundamentales, tales como:

  1. El SAV debe ser visto como un encadenamiento de procesos, que dinamizan y activan un conjunto de subsectores dentro del mismo sistema (por ejemplo; la produccion cerealera; arroz, maiz blanco y amarillo, sorgo, y las importaciones de trigo, dinamizan los circuitos agroindustriales, pastas, harinas de maíz, arroz blanco de mesa y la industria de los alimentos balanceados, la que a su vez impacta los circuitos cárnicos), pero también activa otros sectores económicos como el comercio y redes de servicios hoteleros, entre otros. Es por esta razón que se debe romper con el tradicional esquema de considerar el PIB agrícola, como la referencia clásica para medir el aporte del sector agrícola al PIB de la nación. Consideramos que este enfoque subestima el verdadero valor y aporte del SAV a la economía en su conjunto, y con ello se minimizan las consideraciones macropolíticas hacia el sector, lo cual se suma  al impacto histórico, que sobre la agricultura ha tenido el desarrollo petrolero y la cultura rentística que se instaló con el. En este sentido planteamos la necesidad de que el aporte proporcional del SAV al PIB país, sea medido a través del producto interno bruto agrícola ampliado (PIBAA); asunto sobre el que volveremos en futuras entregas.
  2. Una de las principales características de las economías rentísticas, lo constituye su tendencia, casi permanente, a la sobrevaluación de su tasa de cambio (TCN). Este fenomeno caracteristico de nuestra economía, ha significado uno de los más grandes desafíos, a los que históricamente se ha enfrentado el SAV, en sus aspiraciones de convertirse en un eslabón que contribuya con las exportaciones de bienes no petroleros, y cuando esto ha sido posible, por circunstancialidades que las han favorecido, los volúmenes exportables han sido insignificantes. Uno de los objetivos que se han trazado, tiene que ver con la disminución del déficit crónico en la balanza comercial agroalimentaria, ello implica exportar y generar divisas. Hemos sido incisivos en la necesidad de que el país exporte en aquellos rubros, donde tenemos ventajas comparativas y posibilidades de ser competitivos, para disminuir las asimetrías que han impedido el desarrollo agroexportador, el cual puede y debe sostenerse, sobre cultivos alimentarios o no, tales como;  café, cacao, algodón, sisal, caña de azúcar, frutas tropicales y exóticas, leguminosas, oleaginosas, actividades cárnicas, pescados y mariscos, entre otros. Todo depende de cómo dibujamos el mapa, en el “Plan Nacional Agroalimentario de Largo Plazo”. Esto puede ser posible, si y sólo si, la tasa de cambio real (TCR) permanece equilibrada, es decir, estable en un nivel que evite la la sobrevaloración de nuestro signo monetario, con respecto y fundamentalmente al dólar, porque es la única manera, desde el punto de vista de los intercambios comerciales internacionales, que nuestra producción nacional, sea receptora de ventajas. El reto está en entender que el modelo rentístico se agotó y mantener la TCR apreciada, no permitirá el desarrollo competitivo diversificado. Algunos todavía sueñan, con que el país podrá sustentarse muchos años más, apalancado en la industria petrolera, esto desde nuestra perspectiva es una quimera, por las razones que hemos expuesto en entregas anteriores, sin embargo compartimos la opinión de que su tarea fundamental, una vez logrado el cambio político, debe ser la de coadyuvar, para que la economía venezolana se diversifique ( la eterna discusión de la siembra del petróleo), lo que pasa es que ahora si, de verdad, nos estamos acercando al crepúsculo de la existencia del petróleo como base y soporte indiscutible, del desarrollo de la civilización.
  3. Es imprescindible un marco macroeconómico estable, lo cual significa inflaciones de un dígito, tasa de cambio única, convertible y en equilibrio, tasas de interés de un dígito, bajos niveles de desempleo rural, y en definitiva un PIBAA en franco y sostenido crecimiento.
  4. Grandes inversiones públicas y privadas en toda la infraestructura de apoyo a la producción primaria o agrosoporte físico, tanto en lo externo a las unidades de producción, como al interior de ellas; fundamentalmente en el espacio territorial donde tenga asiento la actividad productiva. Nos estamos refiriendo básicamente a drenajes y saneamientos de tierra, vialidades agrícolas, electrificación, riego y nivelaciones de terreno, actividades que sin duda ayudarán a mejorar productividades y competitividades, así como también contribuirán con el mejoramiento de la calidad de vida rural.
  5. El plan debe contener un capítulo, que permita el manejo oportuno y sistemático, de un tema clave de salud pública, para el tratamiento de los aspectos fito y zoosanitarios, del SAV.
  6. Definición de programas específicos, circunscritos a un grupo determinado de rubros con fines de lograr importantes producciones para la exportación, obviamente, como ya hemos insistido, adaptados a nuestra condición tropical y a la diversidad de pisos climáticos, que podrían favorecer la competencia con frutas exóticas. Estos programas van a necesitar la implementación de estímulos que conduzcan a las reconversiones tecnológicas (lo cual nos lleva a un reto sin precedentes en materia de ciencia y tecnología, habida cuenta que esta es una de las ramas más castigadas por la irresponsabilidad de este régimen), financiamientos y beneficios fiscales, así como planes especiales de formación gerencial, a los productores y servicios de información de mercados, a través de las distintas embajadas y consulados.
  7. Toda la programación debe adecuarse  sin ambigüedades de ninguna naturaleza, a todos los acuerdos y compromisos ambientales, que se definan dentro de la sustentabilidad. Cualquier índice de crecimiento de la actividad agroalimentaria, debe estar orientado a una genuina conservación de los agroecosistemas, porque las alteraciones que signifiquen atentados degradantes contra el ambiente, no pueden considerarse como desarrollo de nuestro SAV, y allí hay dos palabras claves; SUELOS Y AGUAS  (mayúsculas exprofeso).

Por el rescate de la DEMOCRACIA y del SAV. Continuaremos.


Jesús Cepeda Villavicencio es ingeniero agrónomo, MsSc en Desarrollo Rural, doctor en Ciencia de la Educación, profesor universitario jubilado, ensayista y político.

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