Esta fotografía no es solo un registro visual de aquellos años setenta: es un fragmento vivo de la sociabilidad llanera, de esas reuniones donde se entrelazaban la autoridad, la amistad, el humor y la tradición.
Por José Obswaldo Pérez
Esta fotografía llegó a nuestras manos gracias al doctor Chicho Donaire Ramos, guardián espontáneo de esas estampas que, sin proponérselo, terminan convirtiéndose en patrimonio afectivo de nuestro querido pueblo de Ortiz. En ella aparecen —como solía decir Domingo Silo— “puros cuartos bates de la parranda”: hombres de carácter y camaradería, reunidos en torno a la carne asada, al infaltable whisky Viejo Parra, a los cohetes de celebración y a aquella huella de venao que marcaba las fiestas llaneras de antaño.
Chicho nos aclara que la foto pertenece a la década de los setenta: “Debe haber sido tomada entre 1970 y 1972. La imagen fue capturada en la Finca Los Pegones —para ese entonces propiedad de nuestro vecino Francisco Petruccelli—, ubicada en el sector Las Colonias, en Ortiz”, recuerda.
Más tarde, aquella finca pasó a manos de Alberto Zapata, padre de Albertico Zapata.
De izquierda a derecha se distingue primero a su padre, Ángel David, el recordado Gordo Donaire, comerciante y político; luego su socio Francesco Petruccelli; y a continuación el comisario de la antigua PTJ, Becerra Colmenares, jefe de la delegación de la Policía Técnica Judicial en San Juan de los Morros. “Era muy amigo de Petruccelli y de mi papá, y en sus días libres solía venir a Ortiz para reunirse con ellos, compartir un buen escocés y disfrutar de carne asada. Él era oriundo de Barquisimeto”, relata Chicho.
Le sigue Juan Ramón Rondón Seijas, “capitán de aviación” o Coronel según su propia leyenda personal, codueño del Hato Morrocoyes, vieja unidad productiva que —como señala el escritor e historiador Adolfo Rodríguez— fue “un sitio fronterizo fundamental” desde el siglo XVIII. Allí vivieron parientes del escritor Daniel Mendoza, a quien considera haber nacido acá circunstancialmente. “Le decían Coronel Rondón porque le gustaba tomar cerveza y se instalaba en el botiquín de Baltazar. Cuando un avión o un helicóptero pasaba sobre Ortiz, decía en voz alta: ‘Me voy a la finca porque ya vinieron a buscarme en ese avión. Tengo una reunión muy importante en Caracas, me esperan allá’. Con el tiempo, aquella ocurrencia lo hizo muy popular”, recuerda Donaire.
Más adelante aparece Don Silverio Velázquez, jefe de telégrafos de Ortiz y padre de Chipilo, Marcial, Gertrudis de Sinacori, Arnaldo, Carlito, Mercedes y María Antonia. Finalmente, Rafael Vicente Baloa Báez —secretario de la prefectura civil de Ortiz—, conocido entre sus amigos como el Teniente Baloa o simplemente Mandinga.
Esta fotografía no es solo un registro visual de aquellos años setenta: es un fragmento vivo de la sociabilidad llanera, de esas reuniones donde se entrelazaban la autoridad, la amistad, el humor y la tradición. Es, en esencia, un testimonio de cómo se tejía comunidad en Ortiz y sus alrededores durante aquella época.

