NICANOR, EL MEMORIOSO
Por José Obswaldo Pérez
LA OTRA TARDE CUANDO VINE, él se mecía al compás de un ruido leve producido por su viejo sillón de acapro; allí reposaba la siesta y, simultáneamente, aquel balanceo marcaba el tiempo transcurrido. Sus manos parecían surcos de años. Ellas, tímidamente, acariciaban el lomo grueso y amarillento de un libro de Alejandro Dumas: el de Los tres mosqueteros, su predilecto. Mientras el sueño pesado, cansancios de lecturas, lo dominaba sobre el mueble en el cual se balanceaba todas las tardes. Casi se dormía, si no hubiese sido despertado súbitamente por unos de sus clientes rutinarios.
- ¿Tiene carreto de hilo blanco, don Nica..?, se oye en mostrador.
Su nombre, el de bautismo, era largo como una tradición de los Rodríguez del siglo XIX: Nicanor Segundo Ricardo Antonio de Jesús. Había nacido el 3 de abril de 1908, según constan los registros de la jefatura civil. Pertenecía a una familia de abolengo tradicional, descendiente de la aristocracia local de Aragua y la más antigua de la ciudad. Una foto, ubicada en una vieja vitrina, donde mostraba su mercancía de bodeguero del pueblo, aludía un aire parecido con el rostro físico del expresidente general Eleazar López Contreras.
Había sido juez, concejal, secretario, político, síndico procurador, memorialista, cronista, títulos que llenaban su hoja de vida; pero, sobre todo, personaje vinculado con toda la historia del pueblo.
Cuando Nicanor nació, todavía la fiebre amarilla sacudía la zona. Ortiz aparecía una aldea fantasmal. No sólo por la peste, sus viejas casas vacías - muchas en ruinas- sino por sus historias y leyendas. Era un pueblo sin gente, sumergido en el olvido y en las peores condiciones sanitarias, cuyo abandono los habitantes culpaban a medias al general Juan Vicente Gómez, el dictador que gobernó por 35 años el país.
- Ese Ortiz que yo conocí - subrayaba para los demás acompañantes de la tertulia-, cuando comencé a tener uso de razón, era (a pesar de haber sufrido tanto con el paludismo, la fiebre amarilla, la hematuria y últimamente con la peste española) un pueblo que, sobre todo, todavía tenía prestigio de gran ciudad.
Sus ojos. Aún ojos llenos de brillo volvían hacia sus nostalgias memorialistas. Anécdotas, cuentos y leyendas surgían de su mente, durante horas de conversación y tertulias, cuando el sol de media tarde parecía incendiar las calles solitarias de la ciudad fénix que, luego, se llamó Casas Muertas en las manos del escritor venezolano Miguel Otero Silva, ese que ahora se pasea hurgando y entrevistando gente del pueblo.
- Todavía estaba aquí la capital del Distrito Roscio y se celebraban, desde luego, las fiestas tradicionales.
De aquel Nicanor Memorioso se debía a la influencia matriarcal de la familia. Especialmente, la de su abuela doña Evarista Moreno Vilera, la nieta del famoso militar Roso Vilera. Joven orticeño quien se alistó en el ejército del general José Antonio Páez, en el Apure de 1818, y que continuó en campaña hasta el año 21, cuando llegó a Carabobo. Vilera se caso en Ortiz con Juliana Moreno Hurtado, el 17 de septiembre 1823. Hija de Dámaso Moreno Mendoza y Rosa Hurtado. De allí que, doña Evarista podía contarle historias a su nieto, que eran memorias del olvido.
Por su puesto, la influencia de su madre doña Beatriz Benigna Rodríguez Sierra de Rodríguez fue importante, pero no tanto como la abuela. Una mujer férrea que gobernaba la casa, una casa que, después, Nicanor conoció como el lugar de su nacimiento. La Loretera, la de los Loreto, aquella en la que doña Evarista se esmeraba hablar de cuentos y leyendas como aquel inventado de que El Libertador Simón Bolívar había bailado en Ortiz.
- Aquella noche - le decía la abuela al niño Nicanor - saqué mi mejor atuendo y me puse tan bella que hasta adorné mis cabellos con una peineta de oro, porque quería bailar con El Libertador.
De allí que, entre la abuela y su nieto de ocho años, se seguía reviviendo los episodios dramáticos de Ortiz. Así se creó una amistad singular entre ambos y, además, doña Evaristo se hizo el personaje más importante de la casa. Por eso, Nicanor siempre la tuvo en el recuerdo. Nunca la olvidó, ni después de muerta.
- ¿Tiene carreto de hilo blanco, don Nica..?, se oye en mostrador.
Su nombre, el de bautismo, era largo como una tradición de los Rodríguez del siglo XIX: Nicanor Segundo Ricardo Antonio de Jesús. Había nacido el 3 de abril de 1908, según constan los registros de la jefatura civil. Pertenecía a una familia de abolengo tradicional, descendiente de la aristocracia local de Aragua y la más antigua de la ciudad. Una foto, ubicada en una vieja vitrina, donde mostraba su mercancía de bodeguero del pueblo, aludía un aire parecido con el rostro físico del expresidente general Eleazar López Contreras.
Había sido juez, concejal, secretario, político, síndico procurador, memorialista, cronista, títulos que llenaban su hoja de vida; pero, sobre todo, personaje vinculado con toda la historia del pueblo.
Cuando Nicanor nació, todavía la fiebre amarilla sacudía la zona. Ortiz aparecía una aldea fantasmal. No sólo por la peste, sus viejas casas vacías - muchas en ruinas- sino por sus historias y leyendas. Era un pueblo sin gente, sumergido en el olvido y en las peores condiciones sanitarias, cuyo abandono los habitantes culpaban a medias al general Juan Vicente Gómez, el dictador que gobernó por 35 años el país.
- Ese Ortiz que yo conocí - subrayaba para los demás acompañantes de la tertulia-, cuando comencé a tener uso de razón, era (a pesar de haber sufrido tanto con el paludismo, la fiebre amarilla, la hematuria y últimamente con la peste española) un pueblo que, sobre todo, todavía tenía prestigio de gran ciudad.
Sus ojos. Aún ojos llenos de brillo volvían hacia sus nostalgias memorialistas. Anécdotas, cuentos y leyendas surgían de su mente, durante horas de conversación y tertulias, cuando el sol de media tarde parecía incendiar las calles solitarias de la ciudad fénix que, luego, se llamó Casas Muertas en las manos del escritor venezolano Miguel Otero Silva, ese que ahora se pasea hurgando y entrevistando gente del pueblo.
- Todavía estaba aquí la capital del Distrito Roscio y se celebraban, desde luego, las fiestas tradicionales.
De aquel Nicanor Memorioso se debía a la influencia matriarcal de la familia. Especialmente, la de su abuela doña Evarista Moreno Vilera, la nieta del famoso militar Roso Vilera. Joven orticeño quien se alistó en el ejército del general José Antonio Páez, en el Apure de 1818, y que continuó en campaña hasta el año 21, cuando llegó a Carabobo. Vilera se caso en Ortiz con Juliana Moreno Hurtado, el 17 de septiembre 1823. Hija de Dámaso Moreno Mendoza y Rosa Hurtado. De allí que, doña Evarista podía contarle historias a su nieto, que eran memorias del olvido.
Por su puesto, la influencia de su madre doña Beatriz Benigna Rodríguez Sierra de Rodríguez fue importante, pero no tanto como la abuela. Una mujer férrea que gobernaba la casa, una casa que, después, Nicanor conoció como el lugar de su nacimiento. La Loretera, la de los Loreto, aquella en la que doña Evarista se esmeraba hablar de cuentos y leyendas como aquel inventado de que El Libertador Simón Bolívar había bailado en Ortiz.
- Aquella noche - le decía la abuela al niño Nicanor - saqué mi mejor atuendo y me puse tan bella que hasta adorné mis cabellos con una peineta de oro, porque quería bailar con El Libertador.
De allí que, entre la abuela y su nieto de ocho años, se seguía reviviendo los episodios dramáticos de Ortiz. Así se creó una amistad singular entre ambos y, además, doña Evaristo se hizo el personaje más importante de la casa. Por eso, Nicanor siempre la tuvo en el recuerdo. Nunca la olvidó, ni después de muerta.