VENEZUELA EN TIEMPOS CHAVISTA

Los últimos ocho años, Venezuela vive un proceso histórico inédito. Desde el ascenso de Hugo Chávez al poder en 1998 mucho se ha escrito sobre lo que se ha dado en llamar la Era Chavista. Y es que la idea política dominante, manifiesta en el intento chavista de “refundar la República”, apuntaba desde el principio en el sentido del advenimiento de unos “nuevos tiempos”, si no de un “nuevo régimen” en Venezuela. Desde entonces, los esfuerzos y preocupaciones intelectuales se orientaron decididamente hacia una amplia reflexión sobre lo que de modo convencional pasó a formar parte de una más o menos larga etapa de transición social y política, caracterizada por la presencia de tensiones y conflictos en la vida social, así como encuentros y desencuentros entre los principales actores políticos. En tal sentido, la experiencia venezolana de los últimos ocho años, dentro del contexto de la democratización latinoamericana, bien podría identificarse como un excepcionalismo, con sus avances específicos y marcados retrocesos, tema u objeto de discusiones acaloradas y encendidos debates sobre proceso que ha dado mucho que hablar. De este modo, la Universidad de Estocolmo, a través de su Instituto de Estudios Latinoamericanos, ha lazado una interesante revista electrónica, que en su primer numero está dedicado a Venezuela, bajo el titulo Venezuelan Politics and Society in Times of Chavismo (Política y sociedad venezolana en tiempos de Chavismo). Aunque en versión en inglés, este trabajo científico e histórico es bastante provechoso para estudiantes e investigadores de distintas disciplinas de las ciencias sociales y en fin, fuente de interés de cuantos estudiosos dentro y fuera de Venezuela.

Cabe destacar que la revista de estudios latinoamericanos de Estocolmo disemina opiniones académicas sobre temas contemporáneos de importancia para los pueblos latinoamericanos. Se diferencia de la mayoría de publicaciones convencionales por su alcance interdisciplinario, los cual permite a investigadores, escritores y lectores un acceso más inmediato a un foro latinoamericanista para la reflexión intelectual y crítica. En este número hay un staff de redactores de alto calibre que contribuyen con ensayos originales y bastante coherentes.

ENTIERROS DE MUERTOS VIVOS

POR JOSÉ OBSWALDO PEREZ
ARTURO RODRIGUEZ decía que, cuando niño, se colocaba en las barandas de la Casa Atravesada, para contar los muertos de la peste. Desde allí veía pasar a tempranas horas de la mañana a los difuntos, envueltos en chinchorros. Uno tras otro iban desfilando hacia el cementerio hasta casi tarde de la noche, hora en que los espíritus y las almas en pena salían a retozar con el ganado en el silencio de la soledad. - Yo me ponía a contar a los muertos, desde por la mañana hasta las nueve o diez de la noche, cuando todavía seguía la procesión de moribundos y, entonces, mi mamá me llamaba adentro. Las enfermedades fueron aniquilando la población y, poco a poco, convirtiéndola en una aldea de fantasmas, cuyos rostros exhibían aflicción y tristezas. El aguijón del aedes había cobrado sus víctimas sin respetar edades, sin que valieran las medicinas, los rezos ni los más variados menjunjes para espantar aquella diabólica peste. El pueblo estaba casi deshabitado. Todos habían emigrado. Y eran tantos los moribundos que los muertos los enterraban vivos. Llegaban a la sepultura sin la conformidad de la Ley de Dios. No había tiempo para el toque de las campanas ni menos para preparar el difunto. Eran días del éxodo, decía Doña Evarista, la abuela de Nicanor, moviéndose en la mecedora. Y con ese hablar característico iba dibujando un cuadro desalentador que colmaba la historia del pueblo en un relato necrológico de drama y muerte, miseria y ruina. - La peste vino y dio en toda Venezuela. Pero, aquí fue más terrible porque encontró el terreno abonado. Un pueblo palúdico, con hambre, y en el último estado de abandono como estaba en esa época - señalaba Arturo Rodríguez, bajo la sombra de una mata de mango en el solar de su casa. - Acabo con lo que quedaba - señaló. La mayoría de los pobres eran llevados al cementerio en chinchorro o en la Urna de la Caridad. Un ataúd negro, fabricado para uso público del Concejo Municipal que prestaba sus servicios gratuitamente a las desamparadas víctimas del paludismo, la hematuria, el vomito negro y últimamente a los de la peste española. - A mí me dio dos veces y gracias a Dios que la pase – cuenta Arturo -. En esa época vivíamos en la Casa Crespera que estaba en la Calle del Ganado o Calle del Llano y que ahora llaman la avenida Doctor Roberto Vargas. Una casa que era propiedad del general Joaquín Crespo Torres y por allí, al frente, pasaban los muertos hacia el cementerio. Esa noche de 1910, una dama anciana contaba - entre solloza -, en el salón del velatorio que la niña Columba Paúl, hija del general Juan Antonio Paúl, había fallecido de calentura o de fiebre alta, manteniéndola postrada por siete días en cama, con el desconcertante consuelo de la muerte. - Aquí no entierran otro muerto más - dijo el Jefe Civil -, el cementerio está clausurado. Su cuerpo estaba frío e inerte. El olor a mortina se hacía sentir en el salón apesadumbrado, pero finamente decorado con flores frescas de los jardines de la casa. Pero, el cadáver de Columba no podía descansar religiosamente, junto a las almas del antiguo camposanto, el de los antepasados familiares, que en el pueblo llamaban el Cementerio de Los Españoles. No la enterraron sino a los tres días después, porque el Jefe Civil del municipio, Ismael Capote, no autorizaba aquel entierro ni porque los familiares de la difunta se aferraron a que aquella alma de Dios debía ser sepultada en el cementerio viejo de Ortiz. - El cementerio está clausurada por mandato del general Gimón y no voy a desobedecer sus órdenes y permitir allí otro entierro- sentenció tajantemente Capote, el gerdamen del pueblo. No hubo más reparos.La pobre Columba fue enterrada en el recién inaugurado Cementerio Nuevo o en el « Pate’ vacal», como lo llamaba la gente. De nada valieron los reclamos de la familia. Ni las protestas ni las diligencias, todas quedaron en vano. Todo quedó con el remedio de sepultarla allí. - La pobre se distraía jugando con las mariposas de colores en el jardín- decía la dama anciana entre solloza, rezos y murmullos de lapida. Al otro día, al amanecer, todo continúo igual. Colmenares, el sepulturero de las almas de la peste y el conocedor de todas las penurias del pueblo, mantenía su rutina diaria. Era un hombre corpulento, negro. Y según, quienes lo conocieron, había venido al pueblo del oriente con una buena estrella, porque no se enfermaba ni le había caído ni « coquito». Era un hombre saludable para aquel trabajo, poco recomendado y deseado en una ciudad de Apocalipsis. Una noche se le oyó hablar metido en un chinchorro que los muertos salían en la media noche con el torpe paso de las reses, retumbando en el silencio. El enterrador de muertos – y casi muertos- estaba preso por matar a su esposa. La había matado en el camposanto. Se llamaba Ángela Escobar y la trajeron en un chinchorro quejándose de la muerte. Sin embargo en esos días, como no había nadie quien lo sustituyera del oficio, el jefe civil coronel Ignacio Carreño España resolvió anular la pena y soltarlo. - Es mejor morir, Ángela, que mal está sufriendo. No te voy a llevar a casa; sé que eres mi esposa, pero tendré que hacerlo, no valdrán tus quejidos; todos los muertos de este pueblo se quejan cuando están cerca del hoyo. Pero, es mejor moría Ángela, que mal estar sufriendo – dijo el negro Colmenares, antes de sentenciarle la muerta a su mujer. · ¿Qué cuarto es éste? – preguntó Ángela, en su delirio. Colmenares le hecho la tierra encima y Ángela ese día no volvió a ver la luz. Se marcho esa tarde, dentro de su agonía, olorosa a guarapo de papelón.

El SORGO

Por ARTURO ALVAREZ D´ARMAS(*)

El sorgo también conocido como millo o mijo es un cereal utilizado desde la más remota antigüedad en África para el consumo humano, forraje para el ganado y materia prima de bebidas alcohólicas y fibra. Los sorgos son plantas de porte mediano o alto, panículas abiertas, ramas largas y granos alargados cubiertos en buena parte por glumas oscuras o claras con endosperma córneo, grueso en los lados y delgado en el ápice.

El continente de ébano es el principal centro de distribución de los sorgos cultivados. El investigador Raúl Robles Sánchez (1975) dice que el origen geográfico se determina por investigaciones hechas en todos los lugares factibles, en los cuales se podrían desarrollar, y se determina en qué lugar se encuentra la mayor diversidad de especies, el lugar que posea el mayor número es al que se le considera el sitio de origen de esa planta..

Hoy día se acepta (León: 1987), que el sorgo fue domesticado en más de un lugar, en la faja que se extiende de Senegal a Somalia, entre el Sahara y la selva del Congo. El supone que las razas cultivadas se derivan de la verticilliflorum, del grupo silvestre arundinaceum. El área de origen del cultivar bicolor pudo estar al este del lago Chad y del centro de África. El guinea, en cambio proviene de sitios más húmedos entre Senegal y Chad. El cultivar caudatum es del centro de África, de las sabanas entre Chad y Kenya, el kafir se origina en el sur de África y el durra nace en Etiopía.

De la mano del hombre se extendió al Medio Oriente y Asia. A través del Mar Rojo pasó a la India, luego fue llevado a China por la Ruta de la Seda en el siglo XII, dando lugar a las características distintivas del grupo kaoling cultivado en China oriental y central.

El sorghum vulgare, Pers., es una de las primeras plantas domesticadas por el hombre. En las pirámides de algunos faraones egipcios, pertenecientes a las dinastías más antiguas, se han encontrado granos de este cereal; en las paredes de la tumba de Ameni-Em-Het (Dinastía XII) existen grabados en los que, según diversos autores, pueden apreciarse plantas de sorgo.

De acuerdo con la mitología de los dogon (Toussaint-Samat: 1991) de Mali, se cuenta que el mijo africano fue robado al cielo estrellado por el Gran Ancestro Herrero. Pero los mossi del Alto Volta (hoy Burkina Faso) atribuyen su descubrimiento a una mujer exasperada por el hambre que capturó al pájaro malpoli para cocinarlo. Siguió con vida gracias a los excrementos de mijo que dejaba caer en la jaula.
El sorgo arriba al “Nuevo Mundo” con la infame trata africana de esclavos, entre los siglos XVI y XIX. Al igual que el pasto guinea, el gordura o capim melao, el pará, el ñame, el quinchoncho, la patilla y el melón fueron compañeros de ruta de los negros en la travesía atlántica, primero a las islas del Caribe y después a Tierra Firme. Al bajar a los ilotas de las embarcaciones, simultáneamente arrojaban los restos del cereal a la costa. Posiblemente el sorgo se nacionalizó en tierra venezolana a finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero su cultivo no cobró importancia hasta bien entrado el siglo XX con la variedad del sorgo granífero. Casi el 100% del mismo es utilizado por la agroindustria para la elaboración de alimento para animales.

Fuentes consultadas:
Alvarez D´Armas, Arturo. Gramíneas forrajeras africanas en Venezuela. San Juan de los Morros: Ediciones Cumbe y Tambor, 1999. Mimeo.
León, Jorge. Botánica de los cultivos tropicales. San José, Costa Rica: Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, 1987. 445 p.
Toussaint-Samat, Maguelonne. Historia natural y moral de los alimentos. 2. La carne, los productos lácteos y los cereales. Madrid: Alianza Editorial, 1991. 186 p.
Robles Sánchez, Raúl. Producción de granos y forrajes. México: Editorial Limusa, 1975. 592 p.
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*Para cualquier comentario a este artículo escribir a este dirección: arturoalvarez176@gmail.com
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Retratos de época: José Ramón Núñez

Haciendo un análisis interno de sus cartas, discursos u otros documentos escritos, uno llega a tener la impresión que cada pieza que movía, lo hacía con mucha precisión, estrategia y acierto. Por eso, su paisano Joaquín Crespo Torres, Presidente de la República, lo nombró su alter ego, para mal de los siempre jala bolas de la política.


Por José Obswaldo Pérez

LA POLÍTICA SIEMPRE tiene su sazón; y no siempre su arma es la paciencia. A veces, tiene un poco de viveza, un poquito de estupidez, algo de deslealtad, egoísmo, frenesí, lujuria, envidia y, muchas veces, de basura. De esa que echan por la boca o en el papel los adversarios. No hay diferencias con los políticos del siglo XIX, los XX y los de ahora. Siempre es el mismo retrato. Aunque alguno tratara de sobresalirse de los demás, mostrándose recto o probo. ¿Y dónde encontrar alguien con características así? Es difícil hallarlo por sus cualidades. A no ser este personaje del siglo diecinueve llamado José Ramón Núñez que, por eventos de la historia, fue colocado allí para elogios de algunos y desencantos de otros, en una figura acomodaticia de la Revolución Crespera.


Era tan religioso y familiar. Así como diplomático y caballeroso, ambas cosas combinaba con gran estilo. Tenía mucho de mesurado, cualidad con la cual imprimía un sello personal en el manejo de la política, aunque no se sabe porque don Mariano Picón Salas diría en Los Días de Cipriano Castro que era orondo y desdeñoso de ella. Pues, más bien a nuestro parecer, mucho supo aprovecharla. Tenía olfato y jugaba muy bien el ajedrez político. “Fue un todo para él”, dijo el cronista Manuel Aquino.


Haciendo un análisis interno de sus cartas, discursos u otros documentos escritos, uno llega a tener la impresión que cada pieza que movía, lo hacía con mucha precisión, estrategia y acierto. Por eso, su paisano Joaquín Crespo Torres, Presidente de la República, lo nombró su alter ego, para mal de los siempre jala bolas de la política. Esos que rodean a cualquier gobernante de turno. Se sabía, desde el mismo momento en que el general Crespo Torres decidió crear la Secretaría General de la Presidencia. Cargo que ya tenía nombre. Pensó en él; en su fraternal amigo, en el hombre de las mil batallas. De ese coterráneo curtido, con hoja de servicio público de armas y estratagemas. Ese individuo era José Ramón Núñez Silva. Un hombre proveniente de un pequeño pueblo del llano. Ortiz, que para aquella época brillaba entre las poblaciones guariqueñas por su status comercial y cultural. Era su hombre de entera confianza, colaborador y compañero de armaduras. Un día, José Ramón Núñez Silva se apareció en la Casa Amarilla, antiguo Palacio de Gobierno, con el triunfo de la Revolución. Vestía un traje militar de ceremonia, todavía despidiendo a pólvora. Estaba cubierto de polvo de camino, decía una crónica del periódico festivo e ilustrado llamado El Diablo, una publicación de Caracas. El diario lo representaba en caricatura con aquella vestidura castrense, empuñando su inseparable espada de las mil batallas. Pero no parecía así en aquel viejo retrato grisáceo ( el que ilustra este blog), expuesto a la luz del sol en una vitrina que lo exhibía en el liceo local de Ortiz, bajos los curiosos ojos de coterráneos traídos al pasado. Se trataba de una fotografía familiar, tomada por un famoso fotógrafo del pueblo en un lugar de su residencia en 1874: su paisano el joven Olegario Ramos. Unas de estas fotos habían sido recuperadas de un aguacero que había acabado con algunas de ellas. Pero, más tarde, se extraviaron en manos ajenas, como para que la posteridad nunca supiera de su existencia. Era la mejor imagen que se conocía, como esa otra: la de su hermano don Rafael, junto a su mujer y sus hijas. Hay mucha desmemoria en el pueblo de Ortiz. Hay muy pocos quienes les gusta la historia, a no ser para conocer nimiedades cotidianas. Es que, al parece ser, después de los años 40, nadie quiso recordar el pasado. Ni los políticos ni los educadores locales la enseñan, prefieren los cuentos cortos, con algo de sabor picante. ¿Quién ha oído del general y doctor José Ramón Núñez? Una testigo de su tiempo María Teresa Escorihuela – su sobrina natural -, fue quien antes de morirse heredó por cuenta suya toda la memoria gráfica de Ortiz. La historia descriptiva de un pueblo que se negó a morir. Toda su cultura y sus costumbres capturadas en una lente. Todos, retratos de una época. Allí, en esas fotografías, aparecían los Núñez junto a sus familiares. Las “afanadas lanzas” como los llama José Ramón Velásquez en la Caída del Liberalismo Amarillo. Se trataba de un baúl de fotos que, luego, entregó en manos de ese ilustre heredero de familias que huyeron años después de la hecatombe: epidemia que casi acabo con el pueblo de la denominada Flor de los LLanos. Su nombre fue don Nicanor Rodríguez, la crónica más viviente que tuvo Ortiz en el siglo XX. Y así fue como con otras pertenencias personales. Una vajilla con su firma autografiada se perdió para no dar señas de su memoria. Igualmente, algunos utensilios que estuvieron en manos de la señora Rita Emilia Ovalles Núñez. ¿Cuántas cosas hay que decir de José Ramón Núñez? Militar, político, educador y periodista. Es un hombre de interés historiográfico, una pieza clave para entender esa finalidad o conexión espiritual entre el general Joaquín Crespo, entre su vida y su obra. De esa gran biografía que está aún por escribirse del caudillo del Deber Cumplido. De esa que habría deseado leer Nicanor Rodríguez y que, una vez en vida, reclamó con signos de interrogación: por qué no existe todavía una biografía del general Crespo. Era las palabras de un gran lector y un gran memorialista.
Bibliografìa
AGUILERA, DELFÍN: Memorias de un prócer de la federación boba. Caracas: Ediciones Centauro. BOTELLO, OLDMAN (1991): El Héroe del Deber. Semblanza biográfica del General Joaquín Crespo. DÍAZ GUERRA, ALIRIO (1933). Diez años en Venezuela (1885-1895). Caracas: Editorial Elite DÍAZ SÁNCHEZ, RAMÓN (1969) Guzmán, elipsis de una ambición de poder. Caracas: Edime. FURES (1982): Los liberales amarillos en la caricatura venezolana. Caracas: Imp. Cromotip LAMEDA Y LANDAETA: Historia del General Crespo. Vol. I y Vol. II. Imprenta Bolívar, Caracas, 1897. LECUNA, VICENTE (1991): La Revolución de Queipa (Campaña Electoral de 1896). 2ed. Caracas: Imp. Cromotip. LORETO LORETO, BLAS (1989): Historia del Periodismo en el Estado Guárico. Caracas: Academia Nacional de la Historia. RONDÓN MÁRQUEZ, R.A (1973): Crespo y la Revolución. Caracas.: Ediciones de la Contraloría. TOSTA VIGILIO (1989): Historia de Barinas 1864-1892. Tomo III. Caracas: Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela. Hemerografía BOTELLO, OLDMAN (2003, 14 Mayo): Los Núñez de Ortiz. San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista, p 4 PÉREZ A, JOSÉ O (1993, 30 Diciembre): José Ramón Núñez: El Coracero de la Revolución. San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista Entrevistas Nicanor Rodríguez (+) Arturo Rodríguez (+) Manuel Aquino (+) Fernando Rodríguez Carmelo Escorihuela