Retratos de época: José Ramón Núñez
Haciendo un análisis interno de sus cartas, discursos u otros documentos escritos, uno llega a tener la impresión que cada pieza que movía, lo hacía con mucha precisión, estrategia y acierto. Por eso, su paisano Joaquín Crespo Torres, Presidente de la República, lo nombró su alter ego, para mal de los siempre jala bolas de la política.
Por José Obswaldo Pérez
LA POLÍTICA SIEMPRE tiene su sazón; y no siempre su arma es la paciencia. A veces, tiene un poco de viveza, un poquito de estupidez, algo de deslealtad, egoísmo, frenesí, lujuria, envidia y, muchas veces, de basura. De esa que echan por la boca o en el papel los adversarios. No hay diferencias con los políticos del siglo XIX, los XX y los de ahora. Siempre es el mismo retrato. Aunque alguno tratara de sobresalirse de los demás, mostrándose recto o probo. ¿Y dónde encontrar alguien con características así? Es difícil hallarlo por sus cualidades. A no ser este personaje del siglo diecinueve llamado José Ramón Núñez que, por eventos de la historia, fue colocado allí para elogios de algunos y desencantos de otros, en una figura acomodaticia de la Revolución Crespera.
Era tan religioso y familiar. Así como diplomático y caballeroso, ambas cosas combinaba con gran estilo. Tenía mucho de mesurado, cualidad con la cual imprimía un sello personal en el manejo de la política, aunque no se sabe porque don Mariano Picón Salas diría en Los Días de Cipriano Castro que era orondo y desdeñoso de ella. Pues, más bien a nuestro parecer, mucho supo aprovecharla. Tenía olfato y jugaba muy bien el ajedrez político. “Fue un todo para él”, dijo el cronista Manuel Aquino.
Haciendo un análisis interno de sus cartas, discursos u otros documentos escritos, uno llega a tener la impresión que cada pieza que movía, lo hacía con mucha precisión, estrategia y acierto. Por eso, su paisano Joaquín Crespo Torres, Presidente de la República, lo nombró su alter ego, para mal de los siempre jala bolas de la política. Esos que rodean a cualquier gobernante de turno. Se sabía, desde el mismo momento en que el general Crespo Torres decidió crear la Secretaría General de la Presidencia. Cargo que ya tenía nombre. Pensó en él; en su fraternal amigo, en el hombre de las mil batallas. De ese coterráneo curtido, con hoja de servicio público de armas y estratagemas. Ese individuo era José Ramón Núñez Silva. Un hombre proveniente de un pequeño pueblo del llano. Ortiz, que para aquella época brillaba entre las poblaciones guariqueñas por su status comercial y cultural. Era su hombre de entera confianza, colaborador y compañero de armaduras. Un día, José Ramón Núñez Silva se apareció en la Casa Amarilla, antiguo Palacio de Gobierno, con el triunfo de la Revolución. Vestía un traje militar de ceremonia, todavía despidiendo a pólvora. Estaba cubierto de polvo de camino, decía una crónica del periódico festivo e ilustrado llamado El Diablo, una publicación de Caracas. El diario lo representaba en caricatura con aquella vestidura castrense, empuñando su inseparable espada de las mil batallas. Pero no parecía así en aquel viejo retrato grisáceo ( el que ilustra este blog), expuesto a la luz del sol en una vitrina que lo exhibía en el liceo local de Ortiz, bajos los curiosos ojos de coterráneos traídos al pasado. Se trataba de una fotografía familiar, tomada por un famoso fotógrafo del pueblo en un lugar de su residencia en 1874: su paisano el joven Olegario Ramos. Unas de estas fotos habían sido recuperadas de un aguacero que había acabado con algunas de ellas. Pero, más tarde, se extraviaron en manos ajenas, como para que la posteridad nunca supiera de su existencia. Era la mejor imagen que se conocía, como esa otra: la de su hermano don Rafael, junto a su mujer y sus hijas. Hay mucha desmemoria en el pueblo de Ortiz. Hay muy pocos quienes les gusta la historia, a no ser para conocer nimiedades cotidianas. Es que, al parece ser, después de los años 40, nadie quiso recordar el pasado. Ni los políticos ni los educadores locales la enseñan, prefieren los cuentos cortos, con algo de sabor picante. ¿Quién ha oído del general y doctor José Ramón Núñez? Una testigo de su tiempo María Teresa Escorihuela – su sobrina natural -, fue quien antes de morirse heredó por cuenta suya toda la memoria gráfica de Ortiz. La historia descriptiva de un pueblo que se negó a morir. Toda su cultura y sus costumbres capturadas en una lente. Todos, retratos de una época. Allí, en esas fotografías, aparecían los Núñez junto a sus familiares. Las “afanadas lanzas” como los llama José Ramón Velásquez en la Caída del Liberalismo Amarillo. Se trataba de un baúl de fotos que, luego, entregó en manos de ese ilustre heredero de familias que huyeron años después de la hecatombe: epidemia que casi acabo con el pueblo de la denominada Flor de los LLanos. Su nombre fue don Nicanor Rodríguez, la crónica más viviente que tuvo Ortiz en el siglo XX. Y así fue como con otras pertenencias personales. Una vajilla con su firma autografiada se perdió para no dar señas de su memoria. Igualmente, algunos utensilios que estuvieron en manos de la señora Rita Emilia Ovalles Núñez. ¿Cuántas cosas hay que decir de José Ramón Núñez? Militar, político, educador y periodista. Es un hombre de interés historiográfico, una pieza clave para entender esa finalidad o conexión espiritual entre el general Joaquín Crespo, entre su vida y su obra. De esa gran biografía que está aún por escribirse del caudillo del Deber Cumplido. De esa que habría deseado leer Nicanor Rodríguez y que, una vez en vida, reclamó con signos de interrogación: por qué no existe todavía una biografía del general Crespo. Era las palabras de un gran lector y un gran memorialista.