Daniel R Scott

Despertar a la Realidad

Por Daniel R Scott

"Ahora sabemos que somos mortales"( Paul Valéry )

Escasamente un siglo atrás el hombre se divinizó a sí mismo en grado sumo. ¿Por qué? Porque en virtud de sus grandes e indiscutibles logros, le pareció haber subyugado y sometido a su dominio los poderes de la naturaleza y de la materia, proclamándose amo y señor de todo. Por su puesto siempre y desde un principio hubo dolorosas evidencias de que tal pretensión era del todo errada, que era un disparate creerlo. Por ejemplo: Un Titanic al que "Dios no podía hundir", terminó en definitiva hundiéndose en su primera travesía, y no precisamente por Dios, sino por obra y gracia de algo tan inanimado, helado y a la deriva como un gran tempano de hielo. Esto debió haber bastado para echar por tierra las pretensiones humanas de divinización. Pero este acontecimiento, ocurrido en los umbrales del siglo XX casi nuevo y sin abusar, parece que no le dio ninguna lección al género humano. El hombre siguió en su empeño de creerse superior ante la creación. Se siguió considerando la corona de la creación. Un Dios. Si nos tocara definir con breves palabras la arrogante actitud del hombre de los siglos XIX y XX ( en el orden político, social, filosófico, científico y tecnológico, entre varias más que deseo omitir ) se utilizarían las de aquel texto bíblico que dice: "Vosotros sois dioses." Parecían existir, para bien o para mal, motivos mil para tal conducta. El superhombre proclamada por Nietzche, el risible pero peligroso "Reich de mil años" de Hitler, el culto a la personalidad de un Stalin o un Mao, el primer hombre orbitando la tierra dentro de su sofisticado aparato espacial y el histórico y televisado alunizaje de 1969 parecieron, entre otras metas alcanzadas por el hombre, confirmar la tesis de que, ciertamente, el hombre era un Dios. Pero llegado el siglo XXI tal creencia se desvaneció como una neblina ante el sol del mediodía.

Hoy todo ha cambiado. Celebramos con alegría y esperanza el advenimiento del siglo XXI para descubrir muy pronto que no existían globalmente hablando motivos para tal alegría o esperanza. O al menos eso parece. Han sucedido cosas y hechos entre el hormiguero humano que nos han demostrado cuan equivocados estábamos. No somos más resistentes que una telaraña. Abrimos nuestro entendimiento ante nuestra propia finitud. Somos vulnerables como animalitos sin concha ante el soplo de una creación atormentada. Sucesos y fenómenos noticiosos tales como el atentado a las Torres Gemelas, el fundamentalismo islámico, los nacionalismos exacerbados, guerras locales, pequeños genocidios, epidemias sin nombres, terremotos y sunamis nos han abierto los ojos, dejándonos atónitos y obligándonos a reformular los conceptos que nos forjamos respecto a nosotros mismo y al papel que realmente jugamos en este mundo. A lo sumo somos dioses de la mortalidad.

Todo se complica además por lo avanzados de nuestros medios de comunicación. Alguien dijo muy acertadamente que el mundo era una "aldea global." Al respecto Billy Grahan escribió: "Se puede llegar físicamente a cualquier parte en un vuelo de pocas horas, y en pocos segundos por las ondas inalámbricas." Hoy, en esta gloriosa Era de la informática y el internet y otros medios hijos del ingenio humano, esa aldea global se ha reducido a una simple casa llamada "planeta tierra" donde todos parecemos habitar muy juntos y apretados. ¡Es tanto lo que se ha acortado el tiempo y el espacio! En escasos segundos lo que sucede en cualquier parte del planeta se difunde a la velocidad del rayo en las pantallas de nuestro televisores y computadoras. Vencimos las barreras del tiempo y del espacio. Somos algo omnipresentes. Con razón pues el hombre se cree un Dios. Esto es bueno solo en cierta medida porque no solo se difunden las hechos y acontecimientos sino también las tensiones y preocupaciones que ellos encierran. Sigue diciendo Billy Graham: "Esta accesibilidad aumenta la difusión de las tensiones y disensiones." Preocupación, tensión, paranoia. ¿Quién no experimenta un temor paralizante al contemplar las imágenes de un terremoto en un país tan avanzado y de cultura tan milenaria como el Japón o de un océano que se lleva todo lo que encuentra a su paso tierra adentro? ¿Quién no se conmueve ante la guerra fratricida que tiñe de rojo a Libia? Más aun, y que es el tema que vengo desarrollando: ante esas noticias nos invade el temor y tomamos conciencia de nuestra pequeñez, de nuestra insignificancia, de nuestra propia fragilidad y mortalidad. No somos dioses. De nada vale haber construido tan grande civilización, todo es un gran edificio de naipes que cae al menor soplo. Pienso que ese es el sentimiento predominante entre los hombres hoy. No soy pesimista: solo observo.

Sí, "El siglo XXI ha comenzado con la agotadora comprensión de que no hay lugar seguro sobre la tierra."(John Piper ). Esto no es del todo malo. Es buena esa agotadora comprensión si nos ayuda a dar un paso adelante, obligándonos a hacer un minucioso examen de conciencia que nos lleve a saber cuál es nuestro rango real en este mundo. Quizá solo así estaremos capacitados para seguir la máxima del apóstol Pablo: "Digo a todos ustedes que ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Cada uno piense de sí con moderación." Debemos pensar con cordura cual es el papel real que debemos representar y cuál es el límite de nuestras posibilidades y talentos.

Solo así podremos retomar nuestra verdadera grandeza.
21 Marzo 2011
domingo, febrero 26, 2012

Por qué hablo poco de política

Por Daniel R Scott

Días atrás alguien me preguntó extrañado: "¿Por qué no escribes sobre la política y su acontecer nacional? ¿Por qué no ponderas a este o aquel candidato?". Sucede que los temas y contenidos aparecidos en el "Nacionalista", a excepción de dos o tres que me han sido ineludibles, hablan de cualquier cosa menos del activismo político o candidatos a la presidencia. Siendo hijo del fundador de un partido otrora relevante en el país (papá fue co-fundador del partido Socialcristiano en 1946) y pariente de personas que se han destacados en la política nacional y regional, la pregunta es válida. No se equivoquen. Podría escribir sobre lo que me preguntan. Tengo mi opinión, por ejemplo, sobre asuntos tales como las de un confuso Elías Jaua pregonando que la propiedad privada es antinatural y un "invento de occidente", o del contradictorio "Capitalismo Popular" de Corina Machado, o de las publicitadas y bulliciosas propagandas de las elecciones primarias de la Oposición, o de si el socialismo es o no es cristiano, o de si Cristo fue o no el primer comunista o, para no alargar la lista (cosa que detesto), del concepto que tengo de la validez o no de la norma jurídica dentro del contexto político, económico y social nacional, pero deliberadamente, al menos por los momentos, me abstengo de hacerlo. Pero repito: no se equivoquen. Creo de vital importancia que el ciudadano esté muy bien informado de todas estas cosas enumeradas arriba, de todo aquello de lo cual depende el destino de la patria, mucho más cuando tenemos en puertas un proceso electoral delicado que configurará el panorama político, social y económico del país. Sí, hay que estar atento a ello, participar de ello, y cuidarnos de no cometer errores. Revestirnos de formación cívica y sentido común para decidir bien y mejor. Desde ya, mis parabienes a ambos bandos.

Pero también creo que ese mismo ciudadano está desde hace tiempo saturando de lo político o, mejor dicho, de la diatriba política Está harto.. El quehacer político, entendido sencillamente y sin adornos como la forma racional de la sociedad para alcanzar las metas e intereses que beneficien a los diversos sectores de la vida nacional, no es malo y es muy loable. No hay otro camino. Pero el ataque, el insulto y la ofensa es cosa extenuante. Es una guerra civil sin armas ni bajas.
Los medios de comunicación nos bombardean a diario y a quemarropa con la noticia de la diatriba política: enciendo la TV. y me acalora el verbo incendiario del diputado tal, y si abro el prensa nacional veo alcaldes y gobernadores descalificándose mutuamente. Esto cansa. Como dijo Spurgeon: "La mente se cansa si se fija en una sola cosa". O como me dijo un humilde taxista: "Repugna".

Por eso yo escojo hablar de otras materias olvidadas o relegadas a un segundo o último plano. No puede ser que la ignorancia sea tal, que un buen amigo mío vea una foto de Gandhi colgada en la pared de mi estudio y la confunda con una foto de mi papá, u otro amigo crea que Martín Luther King recibió en 1964 un Óscar y no el premio Nobel de la Paz. No lo sabemos todo, es cierto, pero tampoco podemos ignorarlo todo.. Estoy cansado de la fina oratoria de las vidas que carecen de virtud. La fatal ausencia de los valores más elementales me preocupan más que un Hugo Chávez o un Leopoldo López porque dicha ausencia entraña un peligro para el país y por eso cuando escribo hago un llamado a retomar esos valores. Hablo de hombres imperfectos pero buenos que lucharon por dignificar a toda costa al prójimo. Hablo de Dios, del amor al hombre, de la fe que humaniza. De un Antonio Pérez Esclarín que dice: "No permitamos que nos dominen el desaliento y la desesperanza. Desoigamos los gritos que nos invitan a la intolerancia, el odio y la violencia". Hablo de seres de carne y hueso que sacrificaron sus vidas en el altar del amor a sus semejantes. Porque es un craso error creer que todos nuestros problemas son esencialmente políticos. No lo son.

No se me entienda mal. No soy un utópico indocto. Creo en la Nación, en el Territorio, en el Estado y los Poderes que lo conforman. Doy gracias al Creador por no pertenecer a algún grupo étnico carente de territorio. También doy gracias por nuestra independencia y los próceres que la hicieron posible. Creo en esos principios de la Ilustración (¿Otro invento de occidente que hay que abolir?) que dieron origen a nuestras repúblicas e instituciones republicanas. Prefiero la División de Poderes de Locke al sistema de castas de la India. Pero cuando estamos presenciando la desintegración de occidente, debemos hacer un alto y retomar aquellos elementos o factores éticos y espirituales que le dieron su verdadera grandeza y desarrollo a la humanidad.
7 Noviembre 2011
jueves, diciembre 22, 2011

El Quejido

Imagen de  Flor de Acantilado

Por Daniel R Scott


"Percibimos allá en el fondo el quejido y las protestas por lo que tenemos 
y por lo que ocurre en el día a día".
(André Lima)

Suena en el bar de los suburbios de la populosa capital del país una vieja canción de amor y de despechos. Frente a la barra desconchada, simétricamente ordenados, hay ocho taburetes de madera gastada por mil culos de mil borrachos anónimos que han desfilado cada uno en su momento y día por estos recintos de opaca luz. Unos viven aún, otros ya han muerto. Muchos sin un hijo o una esposa que le cerraran los ojos, como aquel señor ya mayor de abdomen inflamado por la cirrosis hepática que leía revistas y periódicos: pasó vaya usted a saber cuántos días en la morgue antes de que su hijo al fin se presentara para identificarlo. No se sabe que es peor: si ser hijo o padre.

Uno de los taburetes está ocupado por un hombre de mediana edad de gafas maltrechas y gastadas. Escribe algunos garabatos de amor sobre un papel arrugado que tomó del suelo. Su amor, una mujer de cerro arriba, lo leerá y quizá ni lo entenderá. Cerca de su mano derecha, como musa, dos cervezas vacías y una tercera a medio terminar. Pronto ira por la cuarta. Dos chiripas diminutas y cobrizas aparecen de la nada y exploran cautelosas el codo derecho del poeta que escribe su ridícula esquela de amor. Justo atrás de él, en una de las dos mesas de formica, el dueño del bar se sienta en pétreo y fastidiado silencio, esperando que alguien diga el ya gastado "Me das otra" o se arme alguna reyerta. Se ha sentado junto al sempiterno bebedor tocado de sombrero rojo que noche tras noches se bebe y fuma la misma cantidad de cervezas y cigarros.

Un gato negro camina sobre la barra, ahuyenta a las chiripas, salta al piso de granito y se detiene hierático ante la reja oxidada que protege al negocio del hampa incontrolada que azota la zona, observando con proverbial impavidez gatuna a los transeúntes y al tráfico automotor copioso a esas primeras horas de la noche. La entrada del negocio está flanqueada por dos arbustos marchitos que la contaminación ambiental no ha dejado crecer.

Suena otra canción. Esta vez el cantante informa que "Villa está sepultado en los suelos de Chiguaguas". Pero a nadie le interesa. Más tarde entran a la taberna unos dos o tres parroquianos con sus rostros de nacimiento cansados no de las sanas labores del día a día sino de los duros e inmisericordes avatares de los años amontonados. Este es un lugar de evasión donde se intenta suprimir la desilusión, el dolor y los desengaños. Cada botella vacía encierra una historia, un suceso, un pesar.
El poeta deja de escribir y fija su mirada en una pared empotrada con viejas botellas de licor cubiertas con el rocío del polvo sin limpiar. El hombre de sombrero rojo sale del local dando tumbos y traspié, total y definitivamente ebrio. Todos se han preguntado cómo hará este buen hombre para que sus pasos tambaleantes lo hagan llegar a su casa sin que lo asalten por el camino.

Cesó la música. Se produce un breve y hondo silencio. Entonces, y solo en ese instante, una garganta suelta un inconfundible y pesaroso quejido etílico que encierra en su brevedad todo el cansancio y todo el hastío de todos los hombres que han existido sobre la faz de la tierra. Se trata del quejido de un hombre apesadumbrado y su sueño roto. Un hombre que en su juventud, aun no invadida de arrugas y canas, soñaba despierto con un futuro que no se cumplió y que jamás le ofreció un "plan B".

Dejé de escribir, hice pedazos la nota de amor y abandoné el lugar

Abril de 2009
jueves, noviembre 03, 2011

El Salmo del Astrónomo

Somos objeto de la amorosa solicitud de ese Dios que nos protege y bendice. Alrededor del mundo son muchos los que dan testimonio de una intervención milagrosa de la Deidad en sus vidas. Habrá sus excepciones pero la excepción no anula la regla. Misterios ante los que debemos guardar silencio.

Por Daniel R Scott

Sigo leyendo el comentario bíblico de William McDonald, y creo que seguiré con él por un largo tiempo. Esta obra de más de mil páginas es erudita, sencilla, devocional y muy práctica, si es que acaso es posible combinar esos cuatro elementos en una obra teológica de naturaleza protestante. Con esta herramienta, y con mi nueva traducción de la Biblia "vida Abundante" estudio largamente, con meditación y reverencia (Dios lo sabe) el Salmo 8, conocido por algunos como el "Salmo del astrónomo" ¿La razón? Más que evidente. Sus versión más representativos, hermosos y llamativos se leen de la siguiente manera: "Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos-la luna, y las estrellas que pusiste en su lugar-me pregunto: ¿Qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que de ellos te ocupes?" Es el asombro del hombre cuando contrasta la enormidad del universo con su propia pequeñez. Lamentablemente la mayoría de los hombres se quedan con tan solo "¿Que son los simples mortales?" y se vuelven hacia el ateísmo. Millares de estrellas y distancias inmensurables no les permiten pensar en un Dios personal.

Dice MacDonald en su comentario del salmo: "Cuando consideramos los innumerables millones de estrellas, las enormes distancias en el universo, y el poder que mantiene a los planetas en órbita con precisión matemática, la mente siente algo como una sobrecarga de circuitos y nuestro asombro no tiene límites." Y nuestro amigo tiene razón. Para muestra un botón: Se dice que para llegar a la estrella más cercana a la tierra (Próxima Centauro) en un viaje de diez años, ¡habría que viajar a la velocidad de la luz! ¡Un viaje de ida y vuelta a la velocidad de la luz llevaría veinte años! Sin mencionar las complicaciones que traería la Teoría de la Relatividad formulada por Albert Einstein: al llegar estos viajeros a la tierra luego de su viaje de veinte años se encontrarían que en el planeta han transcurrido doscientos años. Un viaje a la velocidad de la luz. Es decir, a 299.816 kilómetros por segundo. La enormidad de las estrellas y las distancias del espacio dejan al hombre más culto pasmado. Con sobrada razón el salmista exclamó lleno de asombro: "¿Qué son los simples mortales?"

Sin embargo la exclamación del dulce salmista de Israel nos quedó incompleta. Su lectura completa es: "¿Qué son los simples mortales para que pienses en ellos, los seres humanos para que te ocupes de ellos?" El punto principal de la oración es que tenemos un Dios personal que piensa y se ocupa de nosotros. Sí, es cierto: somos un punto imperceptible dentro del vasto universo. "¡Sin embargo, Dios tiene interés en cada individuo! ¡Se preocupa personalmente e íntimamente por cada ser humano!" (MacDonald) ¿Y por qué? El salmo da la respuesta: "Los hiciste poco menor que Dios." Es decir, como tradicionalmente decimos, fuimos creados "a imagen y semejanza de Dios." Ajá, hay galaxias y estrellas diseminadas por los espacios infinitos, pero por mucho que esto nos sorprenda, allí no está la imagen de Dios. Es la obra de Dios pero no su imagen. Lo realmente único, sorprendente, digno de admiración, es que en nosotros repose la semejanza del Dios creador del universo. "El hombre comparte con Dios algunas facultades que no son compartidas en ninguna otra parte de la creación" continua diciendo el comentarista bíblico. No debemos sentirnos como huérfanos del universo. La "soledad cósmica" de la que habla el filósofo queda descartada. Somos objeto de la amorosa solicitud de ese Dios que nos protege y bendice. Alrededor del mundo son muchos los que dan testimonio de una intervención milagrosa de la Deidad en sus vidas. Habrá sus excepciones pero la excepción no anula la regla. Misterios ante los que debemos guardar silencio.

Querido lector: termino abruptamente este artículo preguntando: ¿Vives a la altura de esas facultades que compartes con Dios? ¿Has hecho algún esfuerzo para tener comunión con el Dios del cosmos?

1 Agosto 2011
domingo, agosto 07, 2011

Inquietud Materna

Apenas tendría unos cuatro o cinco años y de lo único que me ocupaba antes de entrar oficialmente a la educación formal era corretear por el patio de la casa o subirme a las matas de mangos, guayaba y ciruelas, imaginándolas refugios o castillos. Y soñaba viendo ese trozo de naturaleza cercado de alambres.


Por Daniel R Scott

En alguna oportunidad creo haber dicho enfáticamente y con orgullo en tinta y papel que mi madre, al igual que mi cuñada, siempre estuvo atenta a mis inquietudes intelectuales, en una etapa temprana de mi vida cuando no estaba dotado de una edad que me permitiera tener algún tipo de inquietud intelectual. Pero eso a mamá no le importaba. Quizá, en su sabiduría y bondad, buscaba más bien crear o propiciar las condiciones en las que se despertasen dichas inquietudes. Y si bien se ve, lo logro. Trabajaba como secretaria en el MOP (luego MTC y posteriormente MINFRA ) y en las tardes, antes de llegar a casa, se detenía en el "Baratillito" para comprarme unos pequeños y breves fascículos de una colección infantil titulada: "Mini Enciclopedia Escolar." Apenas llegaba a casa, lo primero que hacía era entregármelos. Estos folletos no pasaban de veinte páginas. Traían un grabado en la página izquierda y su explicación escrita en la página derecha. ¡Pero yo no sabía leer! Apenas tendría unos cuatro o cinco años y de lo único que me ocupaba antes de entrar oficialmente a la educación formal era corretear por el patio de la casa o subirme a las matas de mangos, guayaba y ciruelas, imaginándolas refugios o castillos. Y soñaba viendo ese trozo de naturaleza cercado de alambres. ¿Sería errado decir que esas fueron mis primeras lecturas? ¿Leer los árboles, el trinar de los pájaros, las gotas de lluvia, los gallos de lidia de papá? Quien no aprende a leer el lenguaje oculto de la naturaleza jamás tendrá alma para leer un buen libro. El caso es que no me conformaba con ver los dibujos, sufría intentando descifrar el significado de aquellos complicados signos atrapados en crípticos bloques de párrafos. Con el tiempo y a pesar de mi pereza aprendí a leer y a escribir y se abrieron a mi mente las maravillas de aquellas primeras páginas. ¡Oh la aventura de leer! ¿Cómo se expandía la mente y mi mundo!

Luego mis lecturas se tornaron un poco más serias, demasiado para mi edad. Leí los cuentos de Oscar Wilde, Las aventuras de Simón Bolívar de Vinicio Romero Martínez, que despertó mi amor por el Libertador Simón Bolívar, y un libro que me horrorizó de veras titulado "El Expediente Negro" de José Vicente Rangel y que me hizo tenerle miedo a una extraña palabra que se escribía y sonaba a "Digepol." Las fotos de un torturado Alberto Lovera me sobrecogieron hasta el horror. Entendí entonces con alegría, asombro y estupor que existía un mundo amplio y complicado más allá de mi hogar y del patio de mi casa. El paraíso de mi niñez se fue haciendo barrio, ciudad, estado, país, continente, mundo, universo infinito de los libros de astronomía y de alguna manera que no alcanzo a explicar extravié en algún lugar secreto la naturaleza edénica que disfruté en el patio arbolado de mi casa.

Unos años más tarde mamá me hizo incursionar en literatura aún más seria y sustanciosa, acorde a mi edad y evolución intelectual, y fue así como mi modesta biblioteca en ciernes se fue ampliando con títulos tales como "María Antonieta de Francia," "La Prehistoria," "Historia Natural," "Excavaciones Arqueológicas" y clásicos juveniles como "La Isla del Tesoro," "La Cabaña del Tío Tom," "Moby Dick," "La Hija del Capitán" y, finalmente, con los flamantes tomos vinotinto de la "Enciclopedia Salvat del Estudiante", la primera que tuve y aún conservo como reliquia y tesoro.

Mamá estuvo muy, pero muy pendiente también de lo que "no" podía leer y a continuación pasó a explicar por qué en la siguiente anécdota que hoy me hace reír: En las tardes de 1976, al salir del "Grupo Escolar República del Brasil" no me iba como era de suponer con mis compañeros a jugar trompo, metras o baseball. Mis pasos me llevaban en expectante línea recta y sin vacilación unas cuatro cuadras más allá, a la "Libreria Escolar" ubicada en la "Calle Salías" donde está ubicada actualmente la "Comercial Artigas." El dueño, bondadoso conocedor de mis aptitudes lectoras, me dejaba entrar y deambular a mis anchas entre ese paraíso de libros folletos y revistas de portadas llamativas. ¡Revisaba el más mínimo rincón sin que nadie me molestara o llamara la atención. Una joven empleada de la librería siempre creyó que yo acudía allí porque estaba enamorado de ella, pero nada más lejos de la verdad. Lo mío era ver uno a uno la existencia bibliográfica de las estanterías. Ese era mi amor. ¡Jamás había sido tan feliz como en esos días! Me decidía por cualquier libro mientras esperaba a mamá. Por meses ese fue un ritual entre madre e hijo. Una tarde escogí inocentemente un libro titulado "La Revolución Rusa." Por qué me fijé en él no lo sé. Quizá me llamó la atención la imponente escultura "El Obrero y la Koljosiana" de la escultora soviética Vera Mujica que adornaba la portada. No sabía que la escultura para el Occidente capitalista y cristiano era un símbolo ignominioso. Al fin mamá llegó, tocó la bocina y yo salí del local, abordando el Opel para irnos rumbo a casa. A mitad de camino me preguntó como siempre: "¿Qué libro compraste hijo?" a lo que yo respondí enarbolándolo con orgullo: "La Revolución Rusa mamá." Ella lo vio. Abrió los labios como para decir algo pero los volvió a cerrar. Guardo silencio. Titubeó. No comentó nada como otras veces. Por un momento siguió atenta al volante y al camino. Finalmente respondió/balbuceó, aparentando toda la naturalidad del mundo: "Hijo ese libro no es bueno para ti, no lo entenderás... No debiste comprarlo... Mira, ¿qué te parece si regresamos a la librería y lo cambias por otro?" Y yo acepte sin acertar la razón de su preocupación. Poco después lo supe: en plena Guerra Fría y con el cercano antecedente de un tío y una prima comprometidos hasta la médula en la guerrilla urbana de los años sesenta, mamá temía que su hijo de alguna manera simpatizara y siguiera los mismos pasos y doctrina de mis parientes. Sin contar que mi padre, proamericano irreductible y anticomunista visceral solía vociferar: "Comunista bueno es el que está enterrado dos metros bajo tierra" o "En la primavera de Praga los cañones de los tanques soviéticos no dispararon flores y rosas precisamente." Así pues en la altura de "El Nacionalista" el carro dio marcha atrás y cambié el libro por un título que para colmo nunca leí y olvidé por completo.

Querida década de los setenta: ¡Como quisiera visitar en el viejo Opel con mamá al volante tus libros, cuentos y dibujos infantiles!

7 Abril 2011


El Soldado de la Primera Guerra Mundial

Hoy habrá jaleo, es lo que piensa todo el mundo. El lo sabe. Lo ha visto otras veces. Lo ha vivido. No se engaña. Atisba las líneas alemanas desde su trinchera infestada de ratas y piojos. A su lado, el amigo de la armónica y noches de juerga se nota preocupado. Le tiembla el cigarrillo en los labios.


Por Daniel R Scott



"La Primera Guerra Mundial fue una guerra que nadie quería y una catástrofe que nadie 
pudo haberse imaginado." (Henry Kissinger)


Fue soldado en los aciagos días de la Primera Guerra Mundial o "Gran Guerra." Un francés de uniforme azul apostado en el "frente belga" junto a muchos compatriotas más, haciéndole frente al ejército alemán. Sin poseer la edad reglamentaria se alistó en el ejército, en el 38 regimiento de infantería. En el cuello de su uniforme se observa el numero 23. Era muy joven para lo que vio y le tocó vivir entre 1914 y 1918. Su rostro, mozo, de rasgos finos, estaba hecho para gozar de las cosas buenas que la vida suele ofrecer a la juventud. Pero el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Sarajevo en manos de un radical servio precipitó a Europa en un verdadero baño de sangre. "Europa no es cristiana." diría Gandhi.

Hoy habrá jaleo, es lo que piensa todo el mundo. El lo sabe. Lo ha visto otras veces. Lo ha vivido. No se engaña. Atisba las líneas alemanas desde su trinchera infestada de ratas y piojos. A su lado, el amigo de la armónica y noches de juerga se nota preocupado. Le tiembla el cigarrillo en los labios. Es que no vale la pena derramar el don de la juventud en los campos de batalla, donde hombres y caballos terminan descomponiéndose bajo el sol y la lluvia, según sea la estación del año. Por fin el grito destemplado de la oficialidad da la orden de asalto. Los hombres, como hormigas, salen bulliciosos de las trincheras corriendo en línea recta hacia el enemigo. Deben cruzar alambradas, terrenos descubiertos sin ningún tipo de protección, cubiertos de cadáveres, la llamada tierra de nadie. Jadeo, sudor, miedo. Balas que pasan de largo o dan en el blanco. Se esta en manos del azar, de lo que suceda, cualquier cosa. A su lado cae de espaldas el amigo, aquel de la armónica y las noches de juerga y camaradería. Se detiene e intenta levantarlo. "¿Donde te hirieron? ¡Levántate!" Lo alza para dejarlo caer de nuevo. Es inútil: quedo reducido a una maltrecha masa sanguinolenta. El que alegraba nuestras noches de permiso. Se observa brazos y manos: están manchados de sangre. Sigue adelante, impulsado por la impotencia y la ira. Detiene su marcha frente a un soldado alemán hundido hasta el cuello dentro de un pantano. Es que la explosión de las bombas, las lluvias continuas y la tierra removida crean estas arenas movedizas artificiales. ¿Ayudarlo? No es un rostro. Ni aun un ser humano. Es el uniforme enemigo, el que despedazó con un obús al de la armónica, el de las noches de juerga, el del cigarrillo en la boca. Con el tacón de la bota le golpea la cabeza hasta hundirlo varios centímetros bajo el barro. Se trata de otra victima anónima devorada por los campos de batalla. Sigue su marcha y al fin llega a unas pobres ruinas defendidas por los alemanes. Escombros bombardeados y quemados. ¿Que sentido tiene defenderlos? Ahora si viene el combate cuerpo a cuerpo. La lucha se torna feroz, sin tregua, impropia de una Europa civilizada, impropia de los que han leído a los novelistas franceses o estudiado a los filósofos alemanes. Aquí Balzac y Kant no tienen cabida y de nada sirven las manos del violinista o la pluma del escritor. Un verso no es escudo que defiende de la muerte. ¿De que le sirve a nuestro soldado haber leído las obras de Verne? Con su bayoneta atraviesa a su oponente y lo deja clavado del muro calcinado. Intenta sacarla pero resulta infructuoso, se atoró en el cuerpo y del muro. Desiste y toma del suelo el fusil de un soldado caído para continuar la refriega. No hay tiempo que perder. Matas o te matan. De eso se trata la guerra.
Se da la orden de volver a las trincheras. A mitad de camino le sorprende el estallido de una granada. El soldado se cubre en tierra pero unas esquirlas le alcanzan una comisura de la boca. Años más tarde, ya viejo y en otras tierras, en las fotos que se tomó de perfil, podía verse las secuelas de esa explosión. Eso decía su esposa. Se levanta y sigue adelante hasta llegar al refugio de su trinchera sano y salvo. Poco a poco se tranquiliza. Piensa en el del armónica, dejado atrás para siempre, abonando la tierra de nadie. Lamenta su muerte. Los demás también. Repasa mentalmente las muchas veces que la muerte le rozó como una bala enemiga. Respiró un poco de gas mostaza y sobrevivió. Un obús casi lo hace volar en pedazos la noche que montaba una guardia. "Me acababan de relevar," explica, "cuando oí a mis espaldas un gran estruendo. Regresé y sólo encontré trozos de carne y huesos."
Noviembre de 1918. Acabó la guerra. Alto al fuego. El 11 de noviembre se firma un armisticio muy desfavorable para el orgullo alemán. "Los traidores de noviembre" diría años más tarde un nazismo amenazante. Han muerto diez millones de soldados. Andrés Richier, el soldado de nuestro relato, fue condecorado: siempre se ofrecía de voluntario para misiones peligrosas, como buscando más la muerte que la gloria. Fue desmovilizado el 28 de septiembre de 1919 y, al igual que muchos jóvenes de su condición, le dio por recorrer calles silenciosas, noches solitarias y bulliciosos cabarets, buscando reordenar su vida...

Barbacoas, noviembre de 1929. Andrés Richier le obsequia a su prometida una foto con la siguiente dedicatoria: "Mirtala: conserva este recuerdo como yo conservo en mi corazón tu amor." En la foto esta vestido de uniforme. Casi un adolescente. Le contaría a su prometida episodios de la guerra tal cual están descritos arriba. Y yo quise preservarlos en tinta y papel. Contraen matrimonio en 1930 y el 16 de mayo de 1931 les nace su primogénita, María Antonieta Richier Sánchez, una niña con una cara de muñequita que le valió de por vida el apodo de "la nena." .Mi madre.

28 Abril 2011
jueves, abril 28, 2011

El Tercer Día de la Creación

Por Daniel R Scott

Como dije en mi libro que aún no termina de salir de la imprenta (apúrese poeta) mis padres y parte de la familia abandonaron sus respectivos empleos y emigraron al campo, allí donde abunda el mastranto, la palmera, el caño, y el cují, con el alma henchida de nobles proyectos, convencidos que dominarían a la perfección el arte y la técnica de la siembra y la cría de ganado para así levantar el fundo o emporio que sería la reina y envidia de toda la región. Y ¿por qué no? nuestras reses y productos envasados llegarían a abastecer a todo el país y al mundo entero de ser posible. Es que los sueños desenfrenan la cordura. "Y si fracasamos lo volveremos a intentar" afirmaba mi hermano Luis Eduardo desafiante y con convicción. Y yo pensaba "la cosa va en serio."

La familia pues se estableció en una casa rodeada de árboles, vacas, caños, lagunas y una quesera. En los meses de marzo y abril el apamate se adornaba con flor de oro y lo dejaba caer como manto real sobre el suelo llanero. Mamá, amante de la fertilidad de la tierra y del misterioso poder vital oculto en las entrañas de la semilla se ocupó con celo misionero de edificar sobre el amarillento suelo duro como el pedernal un huerto verde, fresco, colorido y jugoso semejante a una maqueta del paraíso perdido del que nos habla la página bíblica, si lo tal es posible, que no hacía juego con la árida geografía circundante. Allí cultivó que yo recuerde pimentón, ají, tomate, zanahoria, cebollín y algunas cosas más. Sus manos, al manipular la tierra, las plantas y las simientes, repetían a pequeña escala el tercer día bíblico de la creación: "que produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto. " Esta pequeña réplica de Dios que fue mamá demostró la existencia del creador probando científicamente el tercer acto creativo. Como predijo el profeta antiguo, hizo "reverdecer" el desierto. El fuego oculto de estas artes según sé, las heredó de otro enamorado del surco, la semilla regada y la planta de fruto maduro: su padre,  un francés quien también ponía a producir esta tierra azotada por el aliento candente del trópico. Pero su padre merece un capítulo aparte...

Era una tarde lluviosa de julio o agosto de 1975. No logro precisar el mes pero eso no importa. Carece de importancia. Era una llovizna menuda y delicada empeñada en imitar a las neblinas. Mamá, inclinada sobre el huerto, escardilla en mano, abre surcos para la semilla. En su mente y corazón ya ve la planta crecida y el fruto maduro. Desde los corredores de la casa la veo. ¡Que incansable! Parece el cuadro de algún artista famoso. Podría ser inmortalizada por el pincel y el lienzo que cuelga en el museo. ¡Cuántas ricas escenas cotidianas se escapan al ojo del artista! Pero esta vez mamá abusó. Que terca. El frío de la lluvia del llano le caló hasta los huesos. Deja sus labores y entra a la casa temblando de frío. Es un páramo o algo así. Papá la abrigan, la hacen entrar a las cálidas sombras de la habitación y le da un sorbo de su sacrosanto brandy "Capa Negra", haciéndola entrar en calor. Ahí los veo juntos en la cama mientras retumba el trueno sobre el llano y los techos de cinc. Años más tarde, no se la razón, mamá le recordó a mi padre ese episodio en una carta. Sin duda para ella, pura alma sensible, ese gesto significó mucho y la marcó positivamente. Sabe Dios qué valor le dio ella en su corazón. Se lo llevó al sepulcro y al cielo. Por eso, 36 años después, lo escribo para que nadie lo olvide.

25 abril 2011

miércoles, abril 27, 2011
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