José Obswaldo Pérez

El petróleo en Casas Muertas

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX.



Por José Obswaldo Pérez

En 1920, la noción del petróleo era solamente una idea abstracta y la expresión de una esperanza profunda. Su significado abarcaba sentimientos encontrados, desde la incertidumbre respecto al futuro hasta las certezas que traería consigo. Este contexto tensa las palabras que describen el desenlace de uno de los capítulos de Casas Muertas, novela que fue publicada por primera vez por la Editorial Losada, en el año 1955 y que catapultó al escritor venezolano Miguel Otero Silva (1908-1985).

Detrás de estas palabras no sólo se hallaban la felicidad y la ilusión; también se entrelazaban la avaricia y la lujuria, sentimientos que la riqueza del oro negro desenterraba como una maldición. La imagen nostálgica de la “Rosa de los Llanos”, evocada a través de las reminiscencias de doña Hermelinda y el señor Cartaya, simboliza la Venezuela rural y floreciente de finales del siglo XIX. Este esplendor, que reflejaba una nación próspera, exportadora de café y cacao, se desvaneció con el tiempo, ahogado por múltiples factores, incluida la negligencia del gobierno central. Mientras el país se sumergía en el caos, alimentado por la incipiente fiebre del petróleo, sus repercusiones ya se vislumbraban en las páginas finales de la referida novela. Así, la gloriosa historia de Ortiz nos llega a través de la memoria de estos dos personajes narrativos de esos días dorados; pero, al mismo tiempo es el eje de un proceso de cambio hacia la modernidad. Hermelinda, ama de llaves de la casa parroquial, y el librepensador masónico Cartaya ofrecen perspectivas contrastantes sobre el pasado que han vivido y las incógnitas de un futuro que está por llegar.

Al culminar Casas Muertas, comienza a despuntar la “otra” Venezuela, la de las “casas malnacidas” que se define por el aroma del petróleo, un tema que Otero Silva explora en su obra posterior, Oficina No 1. La joven Carmen Rosa Villenas comparte con Olegario ciertos rumores de ese futuro: “Dicen que hay petróleo en Oriente, que al lado del petróleo nacen caseríos” y que “en otros lugares están fundando pueblos". Estas nuevas localizaciones utópicas parecen situarse en un espacio remoto y difícil de definir: “Más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo...”.

En las últimas páginas de la novela, Carmen Rosa, doña Carmelita y Olegario comienzan su viaje hacia lo desconocido, deteniéndose —ya en Oficina No 1— en el punto donde un distintivo olor a petróleo entrelaza la vida con la “fabulación sobre lo fabuloso”. Para Carmen Rosa, ese trayecto hacia el oriente venezolano se convierte en una lucha entre la esperanza y la necesidad. Ya en el corazón de la sabana petrolera, se da cuenta de que esa vida es “miserable y oscura”, pero prefiere enfrentarse a ella en lugar de sufrir “la mansa espera de la muerte entre los caserones derrumbados de un pueblo palúdico”. Así, se enfrenta valientemente a la creación de un nuevo lugar para la utopía de la vida.
—¿Queda muy lejos el petróleo, Olegario? —preguntó Carmen Rosa Villenas.
—Yo no sé, niña. Es más allá de Valle de la Pascua, más allá de Tucupido, más allá de Zaraza. En Anzoátegui, en Monagas, qué sé yo…

En este diálogo inicial de Carmen Rosa, la protagonista principal de *Casas Muertas*, nos ofrece una clave para explorar la novelística del petróleo. Su historia y la de Ortiz se sitúan en un contexto temporal marcado por el final de la dictadura de Juan Vicente Gómez. En este período político, el pueblo llanero vive diversas formas de represión y justicia injusta, encarnadas en la figura del coronel Cubillos, el jefe civil de la localidad. Además, Otero Silva incluye referencias históricas, como el paso de los estudiantes rebeldes de 1928 hacia los campos de concentración de Palenque y El Coco durante la dictadura de Gómez.

Sin embargo, para los “llagosos” y enfermizos orticeños, la conciencia sobre estos cambios políticos, económicos y sociales que afectaban al país era prácticamente inexistente. Se vivía el derrumbe de la Venezuela rural y tradicional, al mismo tiempo que se gestaba el surgimiento de la Venezuela moderna, urbana y petrolera. Entre las décadas de 1920 y 1940, la explotación y consolidación de la industria petrolera coincidió con la muerte del general Gómez, lo que dio paso a una gradual apertura política durante los gobiernos de López Contreras y Medina Angarita. Todo este proceso de transición del siglo XX queda plasmado en el vínculo narrativo de Casas Muertas y Oficina No 1. La primera obra narra la etapa inicial del proceso transformador; es el relato del ocaso, la decadencia y la agonía de un período significativo de la sociedad venezolana.

martes, marzo 25, 2025

Arturo, o el bayu que llevamos por dentro

Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa.


Por José Obswaldo Perez

texto

Durante muchos años, he sentido una deuda con Arturo Álvarez D' Armas, una conexión que se remonta a finales de la década de los ochenta del siglo veinte. Desde entonces, hemos compartido la amistad y un compromiso por la palabra militante, a pesar de nuestras posturas y nuestras diferencias ideológicas. Recuerdo el día en que lo conocí en la Biblioteca Nacional de Caracas, mientras yo iniciaba mis estudios de Comunicación Social en la UCV, tras haber realizado una pasantía de un año en la Universidad Rómulo Gallegos, como estudiante de agronomía. Desde ese momento, fuí descubriendo sus artículos en la prensa, donde abordaba temas que abarcan la rica cultura afroamericana y otras áreas del conocimiento.

Natural de La Pastora, Caracas, Arturo Álvarez se ha establecido como uno de los pocos investigadores dedicados al estudio de la cultura africana, una pasión que brota de sus propias raíces mestizas. Su vasto conocimiento sobre diversos temas es fascinante; es un lector ávido, que habitualmente recorta y archiva todo lo que le interesa. Este impulso por la lectura nace de su infancia, donde se sumergía en los cómics y artículos de revistas y publicaciones de editoriales mexicanas, materiales que moldearon más tarde su identidad intelectual.

Ese primer contacto con la palabra lo llevó a abrazar el periodismo cultural, convirtiéndose en la esencia de su lucha y su ser. A través de publicaciones como Bongo en el Diario La Prensa en San Juan de los Morros, y Cumbe y Tambor en la Prensa del Tuy; así como en El Suplemento Cultural de Últimas Noticias, El Nacional, la Revista Elite y El Nacionalista, su trabajo ha buscado llenar vacíos y abrir espacios para la reflexión escrita. Posteriormente, su actividad investigativa se consolidó con obras como Apuntes sobre el Estudio de la Toponimia Africana en Venezuela, Bibliografía del Folklore Afroamericano, y Medicina Tradicional y Plantas Medicinales: África y Afroamérica, entre otras publicaciones que mantienen inéditas.

Sin embargo, a lo largo de su vida, Arturo ha transformado su esencia y hoy es un poeta consumado. Sus últimas obras, Plantado en Tierra Llana y Yo pecador, así como Poemas de Lesbos y Vástago de Lesbos, publicados bajo el sello propio de Ediciones Cumbe y Tambor, son un testimonio de su maestría en el lenguaje, las imágenes y los símbolos poéticos. Con estos textos, el amigo Arturo se introduce en un género considerado “duro”, aportando a la poesía un papel que comprende como fundamental para la comprensión del mundo.

En sus poemas, se entrelazan el erotismo y vívidas imágenes sensoriales, que coexisten con la poderosa influencia de los dioses griegos y africanos. La experiencia del amor, el autoconocimiento y el encuentro consigo mismo hacen de la poética de Arturo Álvarez D'Armas una representación del bayu, una palabra americana que resume, en poco léxico, esa energía creativa que todos llevamos por dentro: una explosión de alegría, una fiesta del alma.

jueves, febrero 20, 2025

Lucila Herrera Rachadell, una actriz de raíces sanjosedeñas

Simón Díaz, Lucila y Aquiles L. Guerrero, en el famoso programa cómico de TV La Quinta de Simón(1960).

Lucila comenzó su actividad artística en la década de los años 40, cuando se inició en la radio, cantando tangos y haciendo radio novelas, época inolvidable que dio como resultado el florecimiento de muchas figuras, cuenta don Domingo Silo Rodríguez.


Por José Obswaldo Pérez

A nivel de los medios de comunicación impresos, la muerte de la actriz Lucila Herrera Rachadell no transcendió a los lectores; pese a su trayectoria actoral pionera de la televisión venezolana (y supongo que de la radio), ya que ésta gran mujer trabajó muchísimos años en Venevisión hasta su retiro a comienzos de la década de los 80 del siglo XX. Sin embargo, su obra fue reconocida por artistas y seguidores de su talento.

Lucila Herrera Rachadell nació en Camatagua, estado Aragua, el 23 de agosto del 1913, hija de José Ramón Herrera Medina y de Rosa Rachadell Polanco, ambos naturales de San José de Tiznados y vinculados con familias de Calabozo, Villa de Cura y Ortiz. En este último lugar, su padre, José Ramón, fue farmacéutico y maestro de escuela. Vivió en la casa donde actualmente reside la familia Rodríguez Trujillo, en el cuadrilátero de la Plaza Bolívar, donde estuvo su farmacia. “Mi padre se la compro después “, me cuenta Domingo Silo Rodríguez, en un chat por Messenger.

Lucila Herrera, en la década de los 40, en una fotografía autografiada para su hermana América Herrera

A los 48 años de edad, Lucila casó en la Iglesia Parroquial la Aparición de Nuestra Señora de la Coromoto de la Arquidiócesis de Caracas, el 21 de octubre de 1961, con el actor Aquiles L. Guerrero, de 61 años de edad, oriundo de Santa Bárbara del Zulia, hijo de Éramos Guerrero y Teresa de Jesús Flores. Sin embargo, la pareja no dejo descendencia.

Cuenta su primo Domingo Silo Rodríguez que Lucila comenzó su actividad artística en la década de los años 40, cuando se inició en la radio, cantando tangos y haciendo radio novelas, época inolvidable que dio como resultado el florecimiento de muchas figuras que aunque se iniciaron como locutoras y locutores, luego despuntaron como excelentes actrices y actores. Tal es el caso de nuestra Lucila que trabajo en el teatro y luego pasa a formar parte del mundo televisivo, dónde realizó una labor bastante amplia. Más tarde, su interés se extendió a la labor gremial, un área en plena efervescencia durante aquellos años de la transición a la democracia y la dictadura. Así, participó en el Sindicato Profesional de Trabajadores de la Radio y Televisión del Distrito Federal y Estado Miranda (SPTRTVDFM). Figuró como secretario de Cultura y Propaganda en la Junta Directiva durante el periodo 1954-1955, con Luis Germán Meza como(Arcila Salvatierra, 2010).

A finales de los 50, Lucila debutó en la pantalla chica con la serie televisa Destinos cruzados (1959). Igualmente, formó parte del elenco de Radio Caracas Televisión (RCTV), participando en la obra Tiempo para la Angustia, protagonizada por Zoe Ducos y el galán argentino Enzo Bellomo, además de Tencha Bauzá, Alonso de Los Ríos, Renée de Pallás y Pedro Hurtado. La dirección artística estaba a cargo de Zoe Ducos y la dirección técnica la hacía José Fariñas. El coordinador era Miguel Toro. Entre otros papeles, interpretó a Mercedes, en la versión de Lucecita, protagonizada por Adita Riera y Humberto García. E igualmente participo en las series televisivas Soledad (1969), Esmeralda (1970), en el rol de Hortensia; Una muchacha llamada Milagros (1973), como Clemencia; Peregrina (1973), en el papel de Elvira; Rosángela (1979), María Fernanda (1981), como Mami; Andreína (1981), Ligia Elena (1982), Diana Carolina (1984), Sueño contigo (1987) y Amor de Abril (1988).

En su filmografía podemos destacar su participación en las películas venezolanas: Venezuela también canta (1952), Tambores en la colina (1956), donde participa con Enrique Faillace; Cuentos para mayores (1963), El raspado (1964), El pequeño milagro (1964), Bodas de papel(1979), donde protagonizó como la madre de Esther junto a Marina Baura. E igualmente, en la película No es nada, mamá, sólo un juego (1979).

Teatro Ford (Montserrat) César Castillo López, Lucila Herrera, Maria Escalona Jorge Reyes y José Poveda

LUCHADORA POR LA DEMOCRACIA

Quizás es poco conocido el rol político de esta venezolana en la lucha por la democracia. Fue simpatizante de AD, ayudando a sus dirigentes a resguardarse de la dictadura y de las garras de los esbirros de la Seguridad Nacional (SN). Refiere Domingo Silo que Lucila escondió en Caracas a su primo el villacurano Francisco [Pancho] Arteaga Pérez, quien era dirigente de Acción Democracia en Villa de Cura. “Cuando le pregunté sobre este episodio, ella me contestó que hasta lo disfrazo de vendedor de perro calientes”, nos recuerda Domingo Silo.

Al respecto, sobre Francisco José Arteaga (conocido también como Pancho), señala Oldman Botello que nació en San Luis de Villa de Cura, el 27 de septiembre de 1912 y murió en Maracay, en 1976; fue hijo de Francisco G. Arteaga y de la sanjosedeña Elvira Jacinta Pérez Rachadell. Contrajo matrimonio en Ortiz, en 1937, con Segunda Antonia Delgado Delgado, natural de La Unión, en Barinas, hija de Agapito Delgado y de María Eugenia Delgado. Falleció en Maracay, en 1976. También, Domingo Silo nos dice que Pancho fue el padre del reconocido transportista Evelio Ramos - a quien conocimos fraternalmente cuando ejercía la profesión de chófer de buseta por puesto-, producto de una relación con María Bendiga Ramos, hermana de la maestra Nelvia Ramos de Donaire (Botello, 2004;p.33; Rodríguez Trujillo, 2022). El niño Juan Evelio había nacido el 24 de junio de 1934 y fue bautizado en la Iglesia Parroquial de Santa Rosa de Lima de Ortiz, el 19 de marzo de 1935, siendo sus padrinos sacramentales Jorge Elías Nedder y doña Rosa de Berroterán.

Este Arteaga Pérez, me contó Arturo Rodríguez -entonces memorialista de Ortiz y padre de don Domingo Silo - fue el mismo que en los años 30 escribía en el periódico El Pampero, con el seudónimo de “Pancho el Gatea”. Esta publicación fue fundada por el bachiller Luis Acosta Rodríguez y el citado don Arturo, un septiembre de 1932. Eran aún días de la dictadura de Juan Vicente Gómez y la población vivía los últimos coletazos de la «fiebre española», una de las epidemias que remató a muerte, junto con el paludismo, aquella localidad llanera del estado Guárico. El periódico tuvo dos etapas. En la segunda, la dirección y la administración pasaron a manos de Vicente Loreto y de Pancho. También, destacaba Arturo que, en la primera etapa, salieron ocho o diez números y, en la segunda, se publicaron tan sólo dos ediciones.

El progenitor del niño Evelio Ramos vivió en esa década de los treinta en Ortiz, cuando el gobernador del Guárico era el general Juan Alberto Ramírez. En eso días había revuelo por el cambio de la capitalidad a Ortiz; y, según, el mandatario regional le había confesado a Nicanor, a Arturo y a Luís Acosta Rodríguez sus intenciones de mudar la capital de Calabozo a este pueblo.

Otros de las anécdotas de Lucila, me lo contó en vida don Chipilo Velásquez, en una larga conversación que sostuvimos mucho antes de la aparición de la pandemia del Covid 19 y que está última se lo llevó para no volver.” La última vez que la vi fue el 2006. Tenía creo que unos 90 años, en una reunión que tuvimos en Ciudad Alianza en la casa de nuestro primo Héctor Villasana Donaire”, rememora Domingo Silo.

Doña Lucila murió el 24 de enero del 2008, en el Estado Carabobo, a la edad de 94 años.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ARCILA SALVATIERRA, DAVID (2010). Panorama cinematográfico a través de las Juntas Directivas del Sindicato Profesional de Trabajadores de Radio-Teatro-Cine-Televisión y afines del Distrito Federal y el estado miranda (1943-1980). Tesis presentada como requisito para optar al Grado de Licenciado en Artes. Mención Cine. Caracas: Universidad Central de Venezuela.

AGUIRRE, JESUS M Y BISBAL MARCELINO (1980). El nuevo cine venezolano. Caracas: Editorial Ateneo de Caracas.

BOTELLO, OLDMAN (2004). El linaje Fuentes Ceballos de Landazuri de Villa de Cura y sus entronques. Trabajo de incorporación como Miembro de Número del Instituto Venezolano de Genealogía. Serie Cuadernos de Genealogía.

RCTV(S/F). 25 años. Bodas de Plata de Radio años Caracas Televisión. Anuario. Edición publicada en Caracas por la planta televisiva.

RODRÍGUEZ, DOMINGO SILO (2024). Comunicación vía Messenger.

domingo, noviembre 24, 2024

La última estirpe de los Loreto Paul

—Así fue que conocí a Antonio Loreto, uno de los hombres ganaderos entre los más ricos de la zona— me dijo Pantoja,  quien era natural de Cojedes, pero vecino de San Francisco de Tiznados.


La foto corresponde a Doña Agueda Paúl Navarrete y su esposo don Antonio Jacinto Loreto. La misma quizás fue tomada en Villa de Cura, donde tenían propiedades, según nos cuenta doña Ligia Rodríguez Loreto de Baloa, nieta de la pareja.

Por José Obswaldo Pérez

Una tarde, como cualquiera, escuchamos la historia familiar de don Antonio Jacinto Loreto Arana, mientras yo bebía cerveza, sentado bajo la fronda de un viejo mamón en Las Delicias de San Antonio. Oíamos a don Félix Pantoja, quien nos sorprendió con su relato memorioso. El anciano, encorvado y con un cuchillo terciado a la cintura,  me dijo el día en que llegó a Cumboto, una  fundación de  los Paúl, donde la vista se perdía en la inmensidad verde tierno en el bajío de Tiznados.
—Aunque no estoy solicitado a nadie, aquí siempre hay trabajo—,  le dijo Antonio Loreto a Félix Pantoja,  el joven muchacho que buscaba empleo hacia la segunda década del siglo veinte, en los hatos vecinos de San Francisco de Tiznados.
En aquella inmensa extensión de llanura despejada, tendida desde el naciente hasta el sur, entre la Mata de Paradero, en línea recta a las juntas del caño Juan González o El báquiro, lindando por el norte y el poniente con el río Tiznados, estaba la posesión Cumboto, que era una legua de tierra más o menos. Allí vivieron los Loreto Paul. Pareja descendiente de prosapios linajes orticeños y tiznaeños que se extienden entre los siglos diecisiete y dieciocho (XVIII y XIX).  Todas dedicadas a la actividad económicas, especialmente, a la cría y venta de ganado.
—Así fue que conocí a Antonio Loreto, uno de los hombres ganaderos entre los más ricos de la zona— me dijo Pantoja,  quien era natural de Cojedes, pero vecino de San Francisco de Tiznados.

Don Antonio Jacinto Loreto Arana era un hombre blanco, de ojos negros con un marco de cejas negras y delgadas como dos caminos que se bifurcan en sus confines. La cara larga y los rasgos duros y rectos dibujaban su carácter y su fisonomía autoritaria. Era un buen jinete en su caballo de viento en el galope del alba que se perdía en la lontananza.

—Yo llegue a ser su capataz y manejar las siete estaciones de aquella inmensidad de tierras. Digo, aquella inmensa fortuna que, después, vi desvanecerse como el agua en manos de sus descendientes.

Por un rato, todos oíamos a don Pantoja, en silencio, con respeto y atentos a su relato, el cual contó con voz pausada, sonora, clara e hinchada de orgullo en los pasajes más resaltantes del aquel personaje que había conocido en Cumboto.

Don Jacinto había nacido en Santa Rosa de Lima de Ortiz, en 1866 y falleció a los 78 años de edad en la misma parroquia, donde fue sepultado el 25 de abril de 1944. Fue hijo de  don Carmelo Sinforoso Loreto Ramos  y de Ana Juliana Arana Bolívar. Sus abuelos paternos fueron don Antonio Loreto y Osorio y doña María Isaac Ramos y los maternos: don Asunción Arana y doña Felipa Bolívar.

Mientras, su esposa Águeda Epifanía fue hija de don Felipe Fermín Paúl Navarrete y de doña Trinidad Navarrete Gómez. Nació en Ortiz, en 1883; recibió educación primaria en la Escuela de Señoritas que regentó el párroco doctor Juan Bautista Franceschini, un sacerdote francés originario de la Isla de Córcega, Francia,  designado párroco de nuestra Iglesia Parroquial Santa Rosa de Lima, en noviembre de 1877.

Los abuelos paternos de doña Águeda fueron don Juan Antonio Paúl Almeida y doña María Eusebia de la Concepción Navarrete y Pereira. Mientras los maternos: don Juan Feliciano Navarrete y doña María Eusebia Silvestra Gómez.

 


Una boda familiar

El matrimonio civil de los esposos Loreto Paúl se celebró en Ortiz, el 30 de septiembre de 1901. El acto se realizó en  el Salón de Sesiones del Concejo Municipal del Distrito Roscio, en una ceremonia nocturna presidida por el presidente del Ayuntamiento, el general Nicanor Arturo Rodríguez Moreno, y el secretario de la Cámara Municipal,  el presbítero Moreno Matute. Fueron testigos de la boda las señoras Teolinda Paúl de Rodríguez y Dolores  de Rodríguez y los señores Pedro Pablo Rodríguez y Antonio María Rodríguez, ambos hermanos y comerciantes. El último estaba residenciado en Valencia. Igualmente, los apoderados de la boda los esposos Andrés Antonio Hurtado y Trinidad Loreto de Hurtado. Del casorio Loreto Paúl, al menos, hubo seis hijos, cuatro hembras y dos varones que no llegaron a la adultez:

La primera fue Cristina, quien nació el 11 de enero de 1905 y falleció en 1981. Casó con el sanjosdeño don Ernesto Rodríguez Medina, hijo del intelectual José Ángel Rodríguez Trujillo, natural de Ortiz y de doña Virginia Medina, sanjosedeña. De este matrimonio nacieron: Carmen Josefina, Teresa de Jesús, José Avelino, Margot Lourdes, Mercedes Josefina, Ernesto José, Cristina Ramona y Ligia Josefina Rodríguez Loreto— la única que sobrevive de esta familia—. Esta última viuda de Vicente Baloa Báez y madre de nuestro amigo y compadre, el primogénito Ernesto Baloa Rodríguez.

La segunda, Carmen Dolores. Nació el 1 de julio de 1906 y se esposó en la Iglesia Parroquial de Ortiz,  el 30 de octubre de 1925, con Cristóbal María Gómez Pérez, hijo legítimo de Francisco Antonio Gómez y de Joaquina Pérez, natural y vecino de San Luis de Villa de Cura. Con descendencia.

La tercera, Francisca Antonia, quien nació el 16 de enero de 1909 y contrajo matrimonio en la Iglesia Parroquial de Ortiz, el 30 de octubre de 1925, con Marcos Tobías Polanco, reconocido transportista de Ortiz. De esta unión fue Elba Lourdes Polanco Loreto, nacida el 13 de abril de 1935.

El cuarto, Felipe Antonio Loreto, vino al mundo  el 27 de agosto de 1911 y fue bautizado el agosto de 1912. Fueron sus padrinos Carmelo Loreto y Teodolinda Navarrete. No llegó a la adultez.

El quinto, Francisco Antonio Loreto, nacido en San José de Tiznados, el 4 de octubre de 1913. Y el sexto, Nicolasa Beatriz Loreto Paúl. Nació el 6 de diciembre de 1914. Fueron sus padrinos Carmelo Loreto y Beatriz Rodríguez de Rodríguez. Casó en la Iglesia Parroquial de Ortiz,  con Antonio Pulido. De este matrimonio fue Ramón Antonio Pulido Loreto, quien nació el 24 de enero de 1936.


Los bienes de doña Águeda

Doña Águeda fue propietaria de la Posesión Cumbote, en San José de Tiznados, la cual le perteneció a su padre por compra que hizo, según documento registrado en el Registro del Distrito Roscio, el 29 de abril de 1912 y que heredó por partición de herencia. Igualmente, con la muerte de su esposo adquirió varias propiedades y derechos de tierras en la parroquia tiznaeña como parte de la sucesión matrimonial, el 26 de octubre de 1944. Entre estos bienes se encontraban: Barrancas Pereñas (cinco leguas y media) que compró don Antonio Loreto el 14 de marzo de 1929; una legua de tierra en la Posesión Barrancas Arañeras que su marido obtuvo el 10 de octubre de 1932; cuatro derechos de tierra en la posesión Paja Brava y así mismo cinco derechos en el sitio denominado Corral Viejo.

Por otra parte, el 29 de abril de 1945, doña Águeda Paul de Loreto había comprado a su hija Francisca Loreto Paul de Polanco,  todos los bienes, derechos, acciones y bienhechurías de la Posesión Las Palomas, que le fueron adjudicados por herencia como hija legitima de Antonio Jacinto Loreto. Esta posesión estaba compuesta por una legua y tres cuarto de otra. E igualmente, otra porción de tierra en la Posesión El Zamuro, sitio El Amparo, también en la parroquia San José de Tiznados.

En 1953, doña Águeda Paul vende todas estas propiedades a los señores Faussaint Marozzani y Fernando Rojas Marroqui por la cantidad de 150 mil bolívares.

 

Fuentes consultadas

CONCEJO MUNICIPAL DISTRITO ROSCIO (1901).Matrimonios. Folio 68.
RODRÍGUEZ MIRABAL, FERNANDO (). El matrimonio Rodríguez Loreto (Ortiz, 1920). San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista, p.4
VISO GONZALEZ (2022),Luis Eduardo. Algunas Familias de la Villa de Todos Los Santos de Calabozo. En: Geanet.com.

miércoles, noviembre 06, 2024

La Casa de Alto de La Plazoleta

La Casa de Alto de La Plazoleta, como se le conoció en gran parte del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, también se le nombraba hasta el día de hoy como La Romereña. Sin embargo, en el presente, el viejo inmueble, en ruina, forma parte de la Casa La Espuela de Plata


La imagen que acompaña este texto es una fotocopia de la Casa de Alto de La Plazoleta (en el fondo), tomada por el investigador e historiador Alfredo Boulton y aprece originalmente en libro Tierra Venezolana de don Arturo Uslar Pietri

Por José Obswaldo Pérez


A finales del siglo diecinueve (XIX), esta vieja Casa de Alto— hoy en ruinas— fue propiedad de don Ramón Romero, un rico ganadero de la zona. A juicio del historiador Oldman Botello (2016) se considera este inmueble ubicado en el Sector Las Mercedes, como el más importante del casco urbano por su arquitectura y su antigüedad. Así mismo el investigador destaca otros aspectos históricos de esta vivienda dieciochesca en los siguientes términos:
“La tradición señala que allí estuvo por corto tiempo la sede de la Gobernación del Guárico cuando el general Joaquín Crespo la trasladó provisionalmente mientras él se iba a la guerra. Es una casa de tapia y rafas, muros de ladrillos, con piso superior al cual se accede por escalera de madera. La sección de planta superior tiene el techo a cuatro aguas y la contigua a dos aguas. La superior cuenta con dos balcones con antepechos. Las columnas del corredor interior son de madera. Las tres ventanas de la casa contigua tienen repisa y quitapolvo. La planta en forma de “L” es característica en este tipo de inmueble en Venezuela.”
Según datos protocolares del Registro Principal de San Juan de los Morros (1923) esta actual casa estaba delimitada por el naciente con casa de Domingo Rodríguez; por el poniente con el solar que fue de los sucesores de Medrano; por el norte con la casa de Domingo Rodríguez, que fue anteriormente de la sucesión del general Joaquín Crespo y por el sur, calle por medio, con la casa que fue de Agapito Ruido.
Posteriormente, el inmueble fue comprado por don Carmelo Loreto Arana, también ganadero y descendiente de prosapias familias orticeñas. En 1923, su esposa Amelia Gamarra de Loreto reclamaba como herencia para su hija Mercedes Eduviges Romero esta propiedad.
La Casa de Alto de La Plazoleta, como se le conoció en gran parte del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, también se le nombraba hasta el día de hoy como La Romereña. Sin embargo, en el presente, el viejo inmueble, en ruina, forma parte de la Casa La Espuela de Plata, propiedad del empresario Oscar Bruzzo, quien ha hecho intentos por recuperarla.
Fuentes consultadas
Registro Principal de San Juan de los Morros. Protocolo. No3 folio 4-11. Año 1923. Distrito Roscio.
BOTELLO, OLDMAN (2016).El patrimonio de Ortiz en sus viejas casas. Revista Fuego Cotidiano. En línea.
RODRÍGUEZ, FERNANDO (2010, 29 de octubre). Censo, población y vivienda. Ortiz, 1945-1955. San Juan de los Morros: Diario El Nacionalista, p.5

 

martes, junio 11, 2024

Cinematografía e insipiencia actoral orticeña

—Eso fue en 1967. No sé si fue en marzo o abril. Yo vivía en la casa donde hoy funciona el Colegio Roberto Vargas y, por su puesto, fui testigo de aquel acontecimiento—, refiere don Domingo Silo Rodríguez, memorialista orticeño.


Archivo de Imagen de Caracas de Jacobo Borges, cortesía del grupo Dromedario

Por José Obswaldo Pérez


ERA POR ALLÁ, a finales de la década de los años 60— un período político agitado y subversivo—, cuando la ciudad de Santiago de León de Caracas se prestaba para celebrar su cuatro centenario de fundada. Entre sus homenajes se presentaron actividades cinematográficas y documentales. Uno de ellas fue Imagen de Caracas (1968), una película no culminada, pero de gran valor fílmico patrocinada por el Concejo Municipal de esa ciudad. Fue dirigida por el reconocido artista plástico Jacobo Borges y Mario Robles (Aguirre y Bisbal, 1980, pp.31-32).


Sus locaciones y grabaciones se realizaron en varias partes de Venezuela. Ortiz—que vivía el boom literario de Casas Muertas (1955) — fue uno de esos escenarios escogido para esa filmación documental. Un equipo fílmico se instaló en Plaza Vieja, también, hoy conocida como Plaza de Las Mercedes, atrayendo la curiosidad de sus habitantes. Carpas y baños portátiles se montaron en el lugar para albergar el personal técnico de la obra, quizás, en vista de la carencia de un hotel para el momento.


Osman Pérez, exprefecto municipal de Ortiz y testigo de aquel acontecimiento, me contaba recientemente que una de las locaciones utilizada fue una vieja casona de teja y bajareque en ruina perteneciente a la señora Ernestina Tovar,  exactamente,  donde hoy funciona el Bodegón El Rey. Allí, en esa antigua casa de escombros, se firmó la escena de un derrumbe del terremoto de Caracas de 1812, segmento fílmico que formaba parte del periodo que iba de la Fundación de Caracas (1587) a la Batalla de Carabobo (1921) (Gamba, 2017).


Actores de Comunteatro Ortiz, bajo la dirección de la profesora Hortensia Rodríguez

La grabación se realizó al oscurecer entre cámaras, luces, ventiladores  y un gran tournapull para simular el sismo. Pérez señala que, entre los actores de reparto, aparecen orticeños comunes que accedieron a colaborar en la obra, entre ellos, su madre doña Catalina Pérez. Personas encadenadas surgen entre el polvo, entre paredes y ruinas que se vienen abajo. Gritos de dolor y muerte.

—Eso fue en 1967. No sé si fue en marzo o abril. Yo vivía en la casa donde hoy funciona el Colegio Roberto Vargas y, por su puesto, fui testigo de aquel acontecimiento. Aunque  supe poco de quiénes participaron de aquella grabación, pero sí sé que habían colaborado varios extras de Ortiz— me refiere don Domingo Silo Rodríguez, memorialista orticeño.

A respecto, Cheo Hurtado se acuerda que entre aquellos actores incipientes se hallaba el negrito Roque Lara, hermano de Felipe Lara, en una escena de un entierro. Igualmente aparece Ernesto Urdaneta—natural de Cagua —, vestido de general. También, José Sojo, entre los actores extras.

Por su parte, Roger Quintero memoriza que, entre aquellos incipientes protagonistas de Imagen de Caracas, se encuentran Nilo Carmona y Miguel La Vaca. Este último, montado a caballo y con lanza en la mano hacía el papel de un llanero patriota, cuya escenificación se grabó a las afueras del camposanto de los españoles. “Miguel iba montado en un caballo con su lanza, y de golpe, cayó al piso al chocar con la puerta del cementerio”, me refiere Quintero, entre una chanza de risa.

Imagen de Caracas pudiera ser un antecedente de esta experiencia que han tenido un grupo de actores de casa, proveniente de Comunteatro Ortiz, bajo la dirección de la profesora Hortensia Rodríguez, con su producción experimental Casa Muerta, la película (2023). Una obra que recrea el trabajo literario cumbre del escritor Miguel Otero Silva

Fuentes consultadas
AGUIRRE, JESUS M Y BISBAL MARCELINO (1980). El nuevo cine venezolano. Caracas: Editorial Ateneo de Caracas.
GAMBA, PABLO (2017).Imagen de Caracas (1968): Vanguardia y Política en Democracia. En: Desistfilm. com
GAMBA, PABLO (2019).Cine experimental y de vanguardia en Venezuela (1968-2015). Estrategias de subversión y Estado mecenas en una democracia petrolera. En: La Fuga, 22. [Fecha de consulta: 2024-03-08] Disponible en:
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MUÑOZ, BORIS (2018).Imagen de Caracas. El espectáculo de un país efímero. En: Trafico Visual. [Fecha de consulta: 2024-03-08].

viernes, abril 19, 2024

Ganaderos de Parapara y Ortiz en la campaña fundacional de Calabozo

De Parapara y Ortiz se iniciaba con firmeza la conquista y el poblamiento de los llanos centrales, denominados Llanos de Caracas, cuenta José Obswaldo Pérez, quien describe cómo vecinos de estas localidades se aposentan en la nueva Villa de Calabozo, atraídos por las ofertas de los religiosos capuchinos que ofrecían solares y tierras para fundar casas y hatos.


Con la llegada de los vecinos de Parapara y Ortiz, se fragua un proceso de  movilización de familias ganaderas que contribuyen a la consolidación y definición de la propiedad territorial a principios del siglo dieciocho.

Por José Obswaldo Pérez

UNA TRAMA DE EXPANSIÓN GANADERA


Hacia finales del siglo diecisiete (XVII), con la presencia de dos hermanos don Francisco y don José Nicolás de Vera y Mújica— provenientes de San Sebastián de los Reyes—, quienes figuraban entre los 31 hacendados establecidos en el Paya Abajo y Paya Arriba, en cuyos terrenos se originarían los Partidos de Ortiz y Parapara, con sus respectivas iglesias y territorios, se iniciaba con firmeza la conquista y el poblamiento de los llanos centrales, denominados Llanos de Caracas (Rodríguez Mirabal, 1987; Castillo Lara, 1984). Eran hijos del conquistador, explorador y terrateniente del llano, don Diego de Vera y Mújica y de doña Luisa Landaeta (Botello, 2002; p.34; Viso, 2011). El primero de los hermanos Francisco fue alférez y había sido electo Alcalde de la Santa Hermandad de San Sebastián de los Reyes, en 1683. Una vez elegido en el cargo, Vera y Mújica se estableció por dos años en el Partido de Paya, donde puso horca y cuchillo, símbolo de autoridad y control para asistir a los pobladores del lugar; así como otras comunidades aledañas,  y atender sus necesidades vecinales. Pero, sobre todo, para frenar la violencia indígena que ocurría entre tribus locales. Aunque,  más allá de vigilar, penetrar y dominar los nuevos espacios conquistados había la necesidad de auspiciar una red urbana a partir de este foco demográfico  que servirían de iterinario o cabeza de playa para el proceso de ocupación del sur (Castillo Lara, 1984, p.303; Rodríguez Mirabal, 1987; Rodríguez, 2008, p.23).


Vera y Mújica era criador y progenitor de una familia en la región, casado con Antonia de Jesús. Fue benefactor y fundador de Parapara, junto con su hermano el Capitán José Nicolás [de Vera] Mújica y Landaeta, dueño de hato y esclavos en la jurisdicción (Botello, 2007; p.84). Más tarde, José Nicolás vivió en el Sitio de Ortiz, en un caserío llamado Cañafístula- al norte del pueblo-, viejo vecindario local en la toponimia colonial de esa época. Caso en varias ocasiones en Parapara. El primer matrimonio ocurrió hacia 1720 con doña Josefa Margarita Hurtado. Tuvieron una hija llamada Margarita Josefa Mujica Hurtado que esposó en 1730 con Manuel Fernando Bermúdez de Luna, yerno que lo acompañó en la fundación de Calabozo, junto con otro hermano llamado Juan Nicolás de Vera y Mujica (Castillo Lara, 1996, p.68). Este Juan Nicolás esposó con doña Luisa Candelaria Pérez de Oropeza y Bermudo o Bermúdez (Viso, 2011).


Además, el Capitán Vera y Mujica Landaeta fue el padre de José Nicolás [de Vera] Mújica Loreto, progenitor de los cinco próceres de la Independencia que dieron sus vidas por la libertad de Venezuela. Ellos fueron: José, Andrés Domingo, Juan José Santiago, Antolín y Hermenegildo Mujica Ramos. Todos procreados en el matrimonio con la orticeña doña Leonor de la Cruz Ramos Camacho, hija de Tomás Valeriano Ramos y Camacho y de María Gerónima González y Loreto. En esta unión hubo siete hijos; dos hembras y cinco varones (Alfonzo Vaz,1982; Viso, ídem).


Cuando los hermanos  Vera y Mújica toman el control militar de esta parte del territorio para apoyar la fundación de Villas de Españoles y prestar auxilio a los misioneros, el Paya era un centro de movimiento social producto del “flujo colonizador”, marcado por “corrientes migratorias de signo lucrativas” (Chacín Soto, 1971; pp.35-36). De este lugar se marcha a un proceso de avanzada y de cerco militar-religioso, casi aluvial, debido a la naturaleza expansiva de la ganadería y el establecimiento de los hatos. Es así como el partido Paya sirve como heartland o eje principal de la economía en la Provincia de Caracas o como lo ha denominado el historiador Adolfo Rodríguez: el dorado ganadero de los caraqueños (2008; p.28).


A la par del transcurso de este movimiento social operan las misiones capuchinas  pertenecientes a las llamadas por magnificencia Misión de los Llanos de Caracas, con el fin de evangelizar a los indios y someterlos por la fuerza a pueblos. Pero, temiendo el fracaso—y en vista de que los indígenas huían y mantenía una actitud altanera y amenazante —, los religiosos diseñan un plan para minimizar la fuga de los naturales  y su pacificación. De modo que algunos ganaderos  y vecinos del sitio Santa Catalina de Sena de Parapara y otros de Santa Rosa de Lima de Ortiz — atraídos por la campaña publicitaria de los religiosos capuchinos—tendrán una decisiva contribución en el proceso fundacional de Calabozo.  Hombres, junto a sus familiares—sujetos históricos o agentes de un nuevo cambio social—,  proveerán armas y bastimentos y participaran como escoltas en numerosas entradas y, en muchos casos, se trasladarán con parientes y ganados a la nueva Villa de Resguardo en consonancia con sus expectativas e intereses personales.


LA CAMPAÑA DE LOS CAPUCHINOS


El historiador Lucas Guillermo Castillo Lara, en su libro Villa de Todos los Santos de Calabozo. El derecho de existir bajo el sol (1996) explica los pormenores de la campaña publicitaria que impulsaron los religiosos Fray Salvador de Cádiz, Fray Bartolomé de San Miguel y Fray Marcelino de San Vicente, para atraer nuevos pobladores al incipiente pueblo. Esta cruzada de los religiosos la podemos resumir a consideración en tres puntos: 1) la urgencia de fundar un pueblo de españoles en Calabozo, cerca de las Misiones  Nuestra Señora de los Ángeles y  La Santísima Trinidad como apoyo de resguardo a los indios y centro urbano estratégico, entre las márgenes del río Orinoco y el pie de la Cordillera de la Costa; 2) convencer a las autoridades civiles y eclesiásticas de las razones lógicas y de conciencia de este proyecto fundacional, ya que de lo contrario,  pondrían entredicho la responsabilidad de las autoridades la pérdida de las poblaciones misioneras  y 3) prometer un nuevo porvenir a los nuevos colonos a través de un procedimiento ordenado y jurídico para la repartición de tierras y solares a cordel y cuerda.


Este proceso de fundación de la Villa de Calabozo ocurre entre 1723 y 1734, donde podemos constatar algunas familias idóneas, “de mejor índole y calidad”, provenientes de varias partes del país y de poblaciones cercanas como de Parapara y Ortiz, que se entusiasmaron en establecerse en este lugar como vecinos del nuevo poblado. Así los testimonian algunos documentos primarios como una matrícula de población de 1740, donde se  señala a Silvestre Loreto de Silva y Velásquez, hijo de Luis Loreto de Silva y Pérez, fundador del pueblo de Ortiz y benefactor de su iglesia (Loreto, 1990). Había nacido en La Victoria, en los Valles de Aragua,  en 1706.  Casado alrededor de 1728, en la misma ciudad,  con Juliana Josefa Ortega Gómez, quien falleció el 30 de junio de 1765. Silvestre fue alférez y uno de los vecinos defensores que solicitó la composición de las tierras de Ortiz, en 1714.


Dice el historiador calaboceño Jesús Loreto (1990; p.89) que Silvestre fue un hombre adinerado y de reconocida solvencia social. En la declaración testifical de 1740, Juan Silvestre señalaba lo siguiente: “El declarante fue de los que el reverendo padre Fray Marcelino solicitó permitiéndole más conveniencias que la que el dicho declarante tenía, por cuio motivo se mudó el año 1728 próximo pasado del sitio de Prebo, jurisdicción de la Villa de San Luis a esta nueva fundación de Calabozo”. Más adelante indica Loreto que por razón de los litigios que surgieron en Calabozo, se mudó en el año 35 a San Sebastián de los Reyes (Castillo Lara, 1984, p.71-72). Sin embargo, refiere Loreto que Silvestre se estableció luego en El Sombrero, donde fundo el Hato Carrizalito o Carrizal y fallece en 1760. En el Acta de Entierro se puede leer textualmente: "Oi lunes 11 de diciembre de 1760, yo Don Jaime Francisco Galindo Cura propietario de este pueblo de la Concepción del Sombrero di sepultura Eclesiástica con entierro mayor en el último tramo a Silvestre Loreto casado con Juliana Ortega recibió todos los sacramentos hizo por ante mí Memoria testamentaria. De todo certificó. (Fdo.) Jaime Francisco Galindo" (Loreto Ugarte, 2023;p.26).


De Ortiz, también, fue su pariente el Capitán Francisco Miguel de Silva y Loreto, hijo de Gaspar de Silva y Sarmiento y de Antonia Loreto de Silva Velázquez, casado con Luisa María Álvarez. Miguel Francisco fallece el 12 de junio de 1753, mientras su esposa sobrevive hasta el 27 de octubre de 1760(Loreto Ugarte, 2023, p. 221). Un hijo de la pareja, Francisco Antonio de Silva y Álvarez, nacido en Ortiz, contrae matrimonio con María Antonia Mujica y Loreto, hija de Nicolás Vera y Mujica y Landaeta.


Otro de los avanzados fue el Capitán Juan Borges Méndez, Regidor en San Carlos de Austria, casado con María Martínez de Castro, había emigrado a Parapara— y algunos de sus miembros al sitio de Ortiz—. Desde aquí pasó a Calabozo, con su yerno el Capitán Juan [González] de Araña y Orta, simplemente, conocido como Juan Araña [o Arana]. Era natural de Turmero, bautizado el 8 de julio de 1697, hijo del Capitán José Antonio González de Araña y de doña Teresa de Orta Palenzuela y Fajardo. Este, posiblemente,  había esposado en la Iglesia Parroquial de Santa Catalina de Sena de Parapara, hacia 1720,  con doña Juana Casilda Borges y Martínez (Botello, 2011; p.71).  Fueron propietarios de  hatos en el Tiznados (ídem). En la ciudad villatodasantina llegó a ser regidor y estuvo involucrado en pleitos de tierras, siendo después un enérgico opositor de la fundación de la ciudad.


De Parapara era Antonio Miguel Moreno, español,  casado con Teresa Requena. En 1733 declaraba que era natural de los Reinos de España y estaba establecido en esta jurisdicción desde hacía algún tiempo con su mujer, hijos y con hacienda en el lugar que llamaban El Rincón y Paso de los Píritus. Del matrimonio Moreno Requena procederá la estirpe de los Moreno del oriente del Guárico (Viso, 2024).  De igual manera  lo fue el Capitán Juan Eugenio Díaz de Gamarra, ganadero, también considerado fundador del pueblo de Parapara y benefactor de su Iglesia, fue uno de los vecinos de esta localidad que se residencia en Calabozo en 1733. Era blanco, mientras su esposa María Canela era de color quebrado o mestiza. Una hija, María Díaz de Gamarra, casó con Pedro de Fiedra, avecindado en la Villa de Todos los Santos de Calabozo; pero, también, lo fue en los Tiznados y Parapara, en esta última localidad ejerció como Cura Capellán desde 1715 hasta 1733.  Fue hermano de Gerónimo de Fiedra, también residente en Calabozo. El 28 de marzo de 1751 fue enterrado en la Iglesia de Parapara. Testó a su albacea, su esposa María de Gamarra y a su cuñado Lucas Gamarra. De esta parentela fue Cándida Díaz de Gamarra, quien aparece entre los vecinos del nuevo pueblo como pardos y gente de color quebrado, casada con el Teniente de Capitán José Tiburcio García (Castillo Lara, 1996; p.85), quien fue también Alcalde de Segunda Elección.


Asimismo, vendrá Pedro de Aquino Aponte, natural de Caracas, hijo legítimo de Tomás de Aquino y Ponte y doña María Jacinta de Rivas y Silva. Fue ganadero del Partido Santa Catalina de Sena de Parapara; hombre adinerado y profundamente católico.  Tuvo extensas posesiones, no solo en el Valle de Caracas, sino en toda la zona central, incluidos los llanos del Guárico. En 1723 era uno de los productores agrícolas que se querellaban contra el presbítero Domingo Palacio, propietario en la Posesión Güesipo, entre Parapara y Ortiz, en la jurisdicción de San Sebastián de los Reyes de la Provincia de Caracas, donde sacaba pesas de ganado sin necesidad de realizar las tradicionales vaquerías junto a otros criadores de la zona (Rodríguez, 2008; p.34).  Además, Aquino y Ponte fue el fundador  del hato El Calvario, el cual a sus expensas surgirá el pueblo  San Pedro de El Calvario; y fue mecenas y protector de la Villa de Todos los Santos de Calabozo. Un pariente suyo, un tal Pedro Aquino fue enterrado en la Iglesia Parroquial de Parapara, el 2 de octubre de 1740 (Arch. Calabozo, Parroquia de Parapara, Libro de Defunciones, 1740). No sabemos si se trata del hacendado Pedro Juan de Aquino Ponte y Jaspe de Montenegro.


Martín Juan Joseph Sánchez [Borrego y Mujica] era propietario de un hato en la Posesión de La Platilla, en el Partido de Parapara, se trasladó con su esposa Mariana Bolívar Pérez de Ávila (hija de Ignacio Bolívar y Pérez de Valenzuela y María Antonia Paula Pérez de Ávila),  junto con sus esclavos y ganados a la nueva Villa de Calabozo. Allí compro tierras, entre ellas el sitio denominado “Mata de Torrealba”, a don Pedro Aquino y Ponte, donde fabricó casas y corrales. Un hijo de esta pareja, Gregorio Ignacio Sánchez Borrego y Bolívar, contrajo matrimonio  en San Luis del Rey de Villa de Cura, con María Prudencia Rodríguez Bejarano, hija del Capitán Diego [José Martín] Rodríguez Velásquez y de doña María Anna o Mariana Bejarano Velásquez (Castillo Lara, 1996 p.234; Viso, 2011).


Entre otros llegados a Calabozo está el Capitán José Gómez de Acevedo procedente del Pueblo de Ortiz, donde el 14 de julio de 1736, vendía al Capitán Francisco Alfonso del Carpio, “una posesión de tierras” en el sitio de La Cañada, jurisdicción de San Sebastián de los Reyes, donde tenía tres sitio de hatos “y la acción y derecho que en ellos poseo…” Según el documento de venta, esta propiedad lindaba por el oriente con la juntas de Guarumen y Guesipo, por el poniente con la Quebrada de Báquira;  y por el norte  con la Galera de Ortiz.


Señala Gómez de Acevedo que estos terrenos los había adquirido mediante compra a doña Antonia Palencia, vecina de Caracas. La protocolización fue hecha ante don Juan de Mansaneda, Corregidor y Justicia Mayor del Pueblo de Turmero y sus anexos, el 27 de agosto de 1726. En el citado documento, el comprador expone los pormenores de la venta en los siguientes términos: “(...) me vendió dicha posesión de tierra con  un ganado, yeguas y caballos en cantidad de dos mil pesos para que los reconociese a censo y tributo a favor al Convento y religiosas de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora de esta ciudad…”


Al respecto,  el Capitán Francisco Alfonso del Carpio indica, más tarde,  que compró cada uno de estos tres sitios de hatos a un precio de 720 pesos de ocho reales cada uno. Ese año de 1736,  un hijo del Capitán Alfonso del Carpio, el doctor don Diego Nicolás [Alfonzo] del Carpio, Clérigo Presbítero domiciliario del Obispado de Caracas, solicitaba data y composición de los tres  referidos sitios de hatos.


En un testimonio de su yerno, el Capitán don Juan de Acosta Espinoza de los Monteros— quien había casado con Rosa María Acevedo y Reyes; y quien, también, fue Teniente Justicia Mayor por seis años y medio de la ciudad—, relata: "que el Capitán Don Joseph Gómez de Acevedo suegro del deducente le contó muchas veces que en esta ciudad de San Sebastián, Villa de San Luis de Cura, Valles de Aragua, Pueblo de Parapara y otros, habían andado los Padres Fray Salvador de Cádiz, Fray Marcelino de San Vicente y Fray Bartolomé de San Miguel, publicando unos despachos y convocando vecinos para fundar una Villa en la Mesa de Calabozo, a las riberas del río Guárico, ofreciendo a los que vinieron poblar, solar en el pueblo para sus casa, tierras de labor en los montes del río y sitios de pasto para cría de animales y que el dicho suegro aunque tenía hato de ganado en el sitio de La Cañada, se pasó con su familia por la comodidad de la mesa a avecindarse en esta Villa y le dieron en repartimiento el sitio del Morichal (...)"(Castillo Lara, 1996; p.55).


Por otra parte, el Capitán Gómez de Acevedo participó activamente en los prolegómenos del litis con el Capitán Domínguez de Rojas al adquirir sus derechos en la cuestionada posesión de San Diego a una de las hijastras del segundo Marqués del Valle y señor principal de Caracas, Miguel de Berroterán. El 23 de julio de 1738 el Capitán Gómez de Acevedo vende su parte (la mitad de San Diego), a los hermanos José Antonio y Francisco Verois Obel-Mejía, por 8.000 pesos. Igualmente, en la transacción entraban en la venta 830cabezas de ganado y 5 esclavos. Y, así mismo, compró, en Calabozo, el Hato Torrealba y fundó los hatos de Sabana Larga, en 1732 y Las Cocuizas, al otro lado del Río Orituco.


Por último, también, debió venir de Ortiz, don Eugenio Mejías, casado con María de los Santos Rodríguez, y otros miembros de su familia; pero, después regresaron debido a los conflictos sucedidos entre los terratenientes y los curas capuchinos, relacionados con la propiedad de la tierra ocupada por lo que sería la Villa de Todos los Santos de Calabozo.


LAZOS INTERMUNICIPALES


Con la llegada de los vecinos de Parapara y Ortiz, se fragua un proceso de  movilización de familias ganaderas que contribuyen a la consolidación y definición de la propiedad territorial a principios del siglo dieciocho. Dos razones se arguyen de la importancia de la fundación de Calabozo: el ser un punto de comunicación estratégica, especie de encrucijada, entre ríos y caminos que conducían al sur y el desarrollo de un dinámico mercado comercial ganadero. Así lo comparte el historiador Marcos Aurelio Vila, en los siguientes términos:


“Dos realidades incidieron para que Calabozo se estableciera a principios del siglo XVIII: las cercanas sabanas cruzadas por los ríos Guárico, Orituco y Tiznados y el ocupar un lugar en la mitad de la vía de forzado recorrido, entre los llanos de Apure—donde cundían los hatos y los nuevos centros poblados— y el mercado adquisitivo de la franja centro-norte de la actual Venezuela” (Vila, 1978; p.49).


Sin embargo, el proceso de fundación de Calabozo se da en medio de un conflicto entre latifundista y moradores (Rodríguez, p.34), fenómeno socio-político que consolidará una aristocracia municipal que, en muchos casos, estará definida por vinculaciones de diversas índoles, en la que se actuaba como colectivo, mediante relaciones afectivas y simbólicas. Por ello, los lazos de parentesco se hallan presente en el proceso de conquista y colonización que llevaron a cabo los hacendados ganaderos de Parapara y Ortiz, en la naciente Villa de Calabozo. Sin embargo, este entramado filial se agudizará con el desarrollo de contradicciones, entre los amos del suelo y los misioneros.


Fuentes consultadas


ALFONZO VAZ, CARLOS (1982). Los Muxica Guariqueños de la Independencia. San Juan de los Morros: Editorial Los Llanos.
BOTELLO, OLDMAN (2011). La Candelaria. Hato pionero de Apure. Historia y Leyenda. Caracas: Fundación Casa de las Letras Andrés Bello.
BOTELLO, OLDMAN (2011). San Pedro de El Calvario. Centro de Venezuela. San Juan de los Morros: Fundación Editorial El Perro y La Rana.
CARRASQUEL, FERNANDO (1943). Historia de algunos pueblos del Guárico. Caracas: Imprenta Nacional.
CASTILLO LARA, LUCAS GUILLERMO (1982).Villa de Todos Los Santos de Calabozo. Calabozo: Ediciones Fundación Carlos Del Pozo.
CASTILLO LARA, LUCAS GUILLERMO (1984). San Sebastián de los Reyes. La ciudad Trashumante. Tomo I. Maracay: Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Aragua.
CHACÍN SOTO, RAFAEL (1973).Guárico Provincia. Escalada de Plenitud. Estado Guárico
CHACIN SOTO, Rafael (1971). Orígenes de Valle de la Pascua. Caracas: Servicios Venezolanos de Publicidad.
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, MANUEL (Enero-Abril, 2022).La fundación de Calabozo y la consolidación de la migración canaria en los llanos centrales. Ortiz: Revista Fuego Cotidiano. Año.II No.1, pp.10-11.
LORETO UGARTE, CARLOS MIGUEL (2023). Los Loreto en el Guárico, ayer, hoy y siempre. Valencia: Edición del autor.
RODRÍGUEZ ADOLFO (2008). Mural de los Pueblos Guariqueños. San Juan de los Morros: Editorial Guárico.
RODRÍGUEZ MIRABAL, ADELINA (1987) La formación del Latifundio Ganadero en los llanos de Apure: 1750-1800. Caracas: Biblioteca de la Academia de la Historia.

RUIZ, UBALDO (Agosto 20, 2011).Tres héroes orticeños enraizados en Calabozo. Ortiz: VII Encuentro de Historiadores, Cronistas e Investigadores

SISO, CARLOS (1953).La formación del pueblo venezolano. Estudios Sociológicos. Tomo I. Madrid: Editorial García
Enciso.
VILA, MARCOS AURELIO (1978). Antecedentes Coloniales de Centros Poblados de Venezuela. Caracas: UCV.
VISO GONZALEZ, Luis Eduardo (2011). Algunas Familias de La Villa de Todos Los Santos de Calabozo. En línea: www.geneanet.com

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