BAJO LAS SOMBRAS DE UN VERANO

La voz de la anciana, en una especie de flash back, se transmutaba en el tiempo y sus palabras se detenían en el discurso de un coterráneo, hombre de cierta cultura y orador predilecto de efemérides en la Plaza Bolívar de Ortiz. Se trataba del general Juan Marrón Cabrera[2], un personaje histórico, interesante en la historia local

Por José Obswaldo Pérez
PARECIERA QUE aún persiste en el ciudadano común el recuerdo lejano de una tal batalla que no terminó definir a un vencedor. Desde la perspectiva geográfica de la historiografía nacional se la ha denominado como la Batalla de la Cuesta o Batalla de Ortiz. Otros, en cambio, basándose en la psicología social la bautizaron como La Indecisa, para casi ridiculizar a sus actores en una tragicomedia llena de heroísmo y ferocidad sangrienta. Pero, todavía, en esos recuerdos lejanos y perdidos en la memoria del olvido, doña Evarista Moreno Vilera[1] hablaba mucho del Libertador en la casa La Loretera. Sus hazañas heroicas por los pueblos de Venezuela, incluyendo al pueblo de Ortiz, recorrían los corredores de esa casona orticeña. Doña Evarista no podía esconder su admiración por el general Simón Bolívar, el Padre de la Patria y el libertador de cinco naciones. Su memoria se trasladaba a 1818, entre las pisadas de los cascos de los caballos, el grito de los jinetes y la pólvora incandescente que quemaba la piel de los valerosos soldados patriotas.

La voz de la anciana, en una especie de flash back, se transmutaba en el tiempo y sus palabras se detenían en el discurso de un coterráneo, hombre de cierta cultura y orador predilecto de efemérides en la Plaza Bolívar de Ortiz. Se trataba del general Juan Marrón Cabrera[2], un personaje histórico, interesante en la historia local; hombre político, maestro, periodista y corresponsal del periódico gomecista el Nuevo Diario. Orador, ejecutante del violín y estudioso de la historia patria. En una vibrante alocución de 19 de diciembre de 1915, Juan Marrón Cabrera hacía pasaje sobre la gesta heroica del Ortiz de 1818, en ocasión de la inauguración de un retrato del Benemérito Juan Vicente Gómez en el Concejo Municipal; discurso que luego circularía impreso en hoja suelta por la localidad[3].

Marrón Cabrera era la memoria del pueblo. En su cúmulo de relatos, todos venían de los rezagos recuerdos que le había dejado su abuelo don Leonardo Marrón[4], testigo de esta gesta republicana, orticeño militar que peleo al lado del general José Antonio Páez, en el valeroso ejército de los llaneros.

Días previos de aquella batalla, el pueblo de Ortiz era un laberinto de terror ante el Apocalipsis del hambre, el fuego, la muerte y la destrucción. Era el rigor de los representantes del Rey para mantener el orden y aprisionar a todo aquel que pareciera patriota o independentista. Pero, muchos huyeron ante el saqueo y las humillaciones. Era, en otras palabras, una pátina de tragedia. Los habitantes del pueblo debían pagar por su señalado patriotismo y su amor a la libertad.

En una carta suscrita en La Victoria por un señor llamado Rafael Delgado, el 11 de marzo de 1814, se describe el horror que padecían los orticeños:

Por aquí he encontrado mucha gente de Ortiz, de Flores, etc, que por el horror que tienen a Boves se han venido hacia acá huyéndole. Por allá como tengo dicho, no se ve a nadie: cuando más estarán escondidos, pues los primeros que he visto hasta niñitos y mujeres, ha sido por aquí. Mentarles a Boves es mentarles el diablo.”[5]

La fama y el terror de los realistas se habían apoderado del asolado pueblo de Ortiz. Luego de haber sido quemado por los jefes españoles Domingo de Monteverde y Eusebio Antoñanzas, en 1812, la pequeña village permaneció en un permanente vaivén de angustia y miedo entre las entradas y salidas de los ejércitos realistas. En ese año 1818, fue fusilado el oficial patriota José Antonio Lecuna, herido y prisionero en la Batalla de Semen.

También, una información de La Gaceta de Caracas da cuenta de esta situación:

Todos los habitantes de Ortíz, Parapara y sus inmediaciones andan errantes por los montes, huyendo de las vejaciones, robos, asesinatos y violencias que cometen los rebeldes, quienes no respetan edad, sexo ni circunstancias: estos pueblos han quedado enteramente asolados, pues no han perdonado ni aun el mueble más inútil en su saqueo, único móvil que los anima para hacer la guerra.”[6]

En febrero de 1818, Simón Bolívar había escogido la ciudad de Ortiz como un sitio estratégico para su ejército. Su percepción era que aquella población contaba con “abundantes víveres y pastos”[7], a parte de las ventajas que brindaba el territorio para la conformación de su cuartel general.

El Desfiladero de la Muerte

Era 26 de marzo de 1818, un día denso cargado de calina vaporosa y ardiente sol. Hoy es una efeméride avivada a recordar un luminoso tejido de nuestra gesta histórica: próxima a conmemorar dos siglos de Independencia hispanoamericana. Quizás la única fecha cuando el Libertador Simón Bolívar permaneció más tiempo en Ortiz, cerca del sitio de La Cuesta, y se enfrentó con su ejército en una infausta batalla, en la cual haría correr mucha sangre en un combate indeciso de ganarlo.

Marzo, el mes guerrero, era una canícula de malos presagios.

Desde la perspectiva del espacio geográfico, el pueblo de Ortiz, donde el realista Miguel de Latorre se había establecido, era de figura casi cuadrada; de casas cerradas, ojos asustados, árboles mustios, pastizales pardos, silencio de espera. Una espera segura de muerte a lanzazos, machetazos, sables, fusiles y cañonazos. Ocupaba una pequeña planicie, en la margen izquierda del río Paya que cruzaba una llanura, situada entre pequeños cerros y el camino real de Calabozo a Caracas[8]. Allí, en el suelo tostado y caluroso, estaba la violencia hostil del general Latorre. Había tomado a la localidad en reemplazo de Pablo Morillo, general pacificador quien permanecía en franca recuperación de una herida recibida en la Batalla de Semen o La Puerta, en las inmediaciones de Villa de Cura y San Juan de Los Morros. El general Latorre parecía una serpiente moviéndose por aquella sabana.

Era 20 de marzo, cuando en el camino se unió su compañero Rafael López en el Paso del Caimán, cerca del caserío Tigüigüe, quien había salido del Tiznados con cerca de mil hombres de caballería para córtales los pasos a los patriotas. Desde allí marcharon juntos hasta los Bancos del Rastro, cerca de Calabozo, encontrándose con un aliando que les informó las acciones de los independentistas. El general Latorre olfateaba el peligro. Su intuición le hacía saber que sus adversarios estaban cerca de aquella andadura de persecuciones. Por eso, el sanguinario Latorre decidió retroceder a Ortiz, con sus mil 500 infantes armados.

Bolívar y José Antonio Páez se reunían en el Rastro, cerca de Calabozo. Ambos discutían la estrategia militar a implementar. Gracias a una afanosa marcha nocturna, Bolívar tuvo la fortuna de encontrarse con Sedeño en Guardatinajas, en la madrugada del 21 de marzo. Venía de regreso del Apure, adonde había animado al general José Antonio Páez a venir en auxilio del Libertador, logrado este sano propósito avanzaron tras los pasos de las tropas realistas. Páez suponía que el general Latorre andaba cerca y, rápido, emprendió camino en una persecución a paso redoblado. Pero, también, el ejército realista hizo lo mismo: redoblo su marcha hacia la Villa de Ortiz, sin hacer alto en el camino.

Al día siguiente, el 24 de marzo, el general Latorre llegó en horas de la tarde a Ortiz, tras un viaje de catorce leguas; creyó que los patriotas, aún impresionados con los últimos reveses, no se atreverían a abandonar la llanura por el momento. Juzgó que su columna era suficiente para defender la entrada de Ortiz de los rebeldes independentistas, destacó á López hacia el Pao para que resguardara el camino de Valencia, y le envió al general Pablo Morillo el parte militar del caso. En la Villa de Ortiz, el jefe realista corrió con sus batallones y tomó posiciones en las alturas de una galera, pedregosa y escarpada, “ocupando un punto bastante militar en las alturas que denominan el desfiladero de una cuesta antes de llegar a la población[9].

Sobre el remate de la cuesta quedaron los batallones de la Unión con la caballería, y los otros dos, con fuerza de 950 plazas, ocuparon las cimas y flancos de las dos colinas, por entre las cuales asciende el camino. A las once y media se presentaron las tropas patriotas y principió en el acto el fuego de guerrillas, sostenido en lo más tendido del terreno por los jinetes, lográndose hacer retroceder á los enemigos avanzados hasta la posición principal. La situación del general Latorre era la más apurada: su infantería llegaba escasamente a 1.500 hombres y su caballería consistía en un escuadrón de milicias: su retirada se había hecho impracticable; y para evitar su ruina no se le ofreció más opción que tomar posición de aquellos cerros inmediatos al pueblo de Ortiz[10], que les facilitaba la defensa. No era posible atacarlos de frente.

A las once y media de la mañana del 26 de marzo, se presentó Bolívar delante de la posición de los españoles con 2.660 combatientes, quienes seguían su marcha por la cuchilla de la colina bordeando el camino real, en las inmediaciones del río Paya. El ejército patriótico encontró el enemigo situado en las alturas de esos pequeños cerros. Los cañones comenzaron a tronar, interrumpidamente, en ambos bandos. En el frente se oyó el choque de la caballería, el caballo contra el caballo; hombres contra hombres, sables contra sables, todos juntos al redoblar de una danza de bayonetas ensangrentadas.

La caballería del general Páez demostraba su carga titánica sobre el enemigo, bajo un caluroso sol del mediodía y en medio de un torrente de voces lejanas, desvaídas en el viento. En el campo de batalla, el regimiento de infantería patriota trataba de subir el escarpado y pedregoso cerro, en el que a veces se veían obligados a volver abajo, rechazando a las aprovechadas fuerzas realistas. El triunfo de los patriotas parecía seguro, pero no fue así.

La desesperación y el heroísmo se conjugaban en el cerro de La Cuesta, entre los pasos de centinelas y las voces de alerta. Páez, Bolívar, Cedeño, Vázquez, Iribarren, Anzoátegui, Plaza, Zaraza, Soublette y Monagas se sostenían en pie de combate, a espadas limpias y a cañonazos, luchando por los sueños de la libertad y para que los orticeños pudieran vengar afrentas y saciar su ira. Mientras de lado de las tropas monárquicas se hallan al frente los jefes Miguel de la Torre y Pando, los tenientes coroneles Manuel Bausá, Tomás García y el Comandante José Pereira. Estos venían de Villa de Cura y Bolívar y su gente de Calabozo.

Bolívar recorría el terreno a la derecha buscando la manera de atacarlos de flanco. Pero Páez desdeñoso y altivo, como hasta entonces se había mostrado, fastidiado de estar aguantando fuego, según sus propias palabras, y por la inacción del general Bolívar, quien no daba orden de atacar a la infantería, dispuso que dos columnas de carabineros y lanceros atacasen pie a tierra por el camino real[11], en un intento por penetrar por el río Paya y el flanco derecho de las fuerzas realistas. El resultado era de esperarse: los patriotas no pudieron tomar la Cuesta de Ortiz, debido a lo desventajoso del terreno quebrado y pedregoso para su famosa caballería de llaneros.

Los muertos caían. Las esperanzas iban desvaneciéndose, como la tarde en crepúsculo al despedir el día. La sed y el cansancio comenzaban a sentirse, mientras los ojos asustados del pueblo eran testigos de aquel tronar de cascos de caballos y gritos de hombres que se mantenían librando una batalla indecisa. La acción había sido sangrienta: en el campo quedaron 37 muertos de los realistas y se llevaron 50 heridos graves, entre ellos el coronel José Pereira; y los patriotas perdieron 12 hombres muertos y 30 heridos, según el parte oficial, pero sus pérdidas fueron mayores. Entre los fallecidos se encontraba uno de los oficiales más valerosos, Genaro Vásquez, quien perdió la vida en el empeño, sin lograr ninguna ventaja y ahogándose de la sed.

- Ya el sol estaba al ponerse – explica el Centauro del Llano en su Autobiografía- y como teníamos una sed irresistible y no había agua para apagarla, dispuso Bolívar que nos retiráramos al punto donde la había...

El Libertador ordenó la retirada al Hato San Pablo, en el sitio de San Juan de Paya, mediaciones del pueblo de Ortiz. Era casi las seis de la tarde. La orden fue ejecutada por el general José Antonio Páez, en medio de dos cargas para salvar la artillería. En la última el centauro fue victima de un ataque epiléptico y cayó al suelo echando espuma por la boca. El coronel James English[12] se aproximo a él y le roció la cara con agua y le hizo tragar algunas gotas, lo que lo restableció inmediatamente.

Desde el Hato San Pablo el Libertador repensó su estrategia militar contra sus enemigos, abriendo nuevamente su campaña sobre los llanos de Cojedes.

Efectos de la derrota.
En el libro del historiador y militar colombiano Francisco Javier Vergara y Velasco 1818 Guerra de Independencia, señala que la Batalla de Ortiz era consecuencia de un error estratégico, “fue mal empeñada y mal dirigida” y que por la ofensiva y el contraataque de los realistas trajo, posteriormente, consecuencias fatales para el ejercito independentista[13].

A esa misma conclusión llegaba el historiador y escritor José Manuel Restrepo en su Historia de la Revolución de la República de Colombia quien dice que aquel combate no tuvo más objetivo que sacrificar tantos valientes soldados, atacados con una caballería desde unas alturas bien defendidas por la infantería veterana[14]. Por su parte, el historiador Oldman Botello señala que escritor Vicente Lecuna, como de costumbre, le echa la culpa a Páez de lo pésimamente concebido que estuvo el hecho de armas y trata de salvar la responsabilidad de Bolívar, que era el comandante en jefe. Sin embargo, Bolívar mostró mucha terquedad y arrogancia.

El ejército patriota venía de una mala racha. Casi todo lo que se había ganado en el centro del país en los primeros meses del año, se perdió en la jornada de La Puerta, a pesar de la grave herida recibida por el general Pablo Morillo de un lanzazo a través de su cuerpo cuyas consecuencias no fueron fatales. Pero, grasso error de los patriotas en la Cuesta de Ortiz. Morillo dice más adelante que ésta fue una “brillante jornada”. Pero lo cierto es que estuvo indecisa. Muertos de ambos lados y ambos grupos se retiraron.

En resumen, la Batalla de Ortiz se caracterizó por su encarnizamiento[15]. Desde punto de vista estratégico, la disciplina y el saber militar triunfaron a lado del ejecito realista frente al valor valeroso y temerario del ejército patriota. Para éstos y para sus jefes las lecciones de la experiencia fueron terribles; pero estas enseñanzas permitieron que no se perdiera las próximas estratagemas de la guerra independentista que terminarán en el Campo de Carabobo.

En el pueblo de Ortiz, aún existe una leyenda conocida a través de Nicanor Rodríguez - memoria viviente que acompañó el devenir histórico contemporáneo de la población, quien por cierto este año celebramos su centenario de su nacimiento -, la cual se refiere a la aparición de la virgen de Santa Rosa de Lima en la Batalla de La Cuesta. Dentro de imaginario colectivo y religioso, la magnitud de la guerra fue sangrienta. Hubo muchos muertos y heridos. Los lesionados fueron llevados al templo. Muchos heridos advirtieron la presencia de la Santa Americana. Luego, testimoniarían haberla visto en su Altar con su vestido adherido de arestín y menudas hojas, como si ella se hubiese bajado del sagrario para socorre el dolor de los heridos soldados en el campo de batalla.

Hace más de 60 años después, se cumplía aquel pedido del general Juan Marrón Cabrera del 9 de Septiembre de 1917, quien había propuesto erigir en aquel sitio de batalla un “suntuoso monumento” para recordar la fecha gloriosa. Aunque no fue así, una columna recordatoria, hoy visiblemente rememora a un costado de la carretera nacional muy cerca del peaje de Dos Caminos, uno de prolegómenos de nuestra gesta independentista.
NOTAS

[1] Doña Evarista Moreno Vilera ejerció una gran influencia matriacal en los hermanos Nicanor y Arturo Rodríguez. Fue hija de Antonio Moreno Sierra y Rita Vilera Moreno. Nieta del famoso militar Roso Vilera, joven orticeño, quien se alistó en el ejército del general José Antonio Páez, en el Apure de 1818, y que continuó en campaña hasta el año 21, cuando llegó a Carabobo.
[2] Había nacido en Ortiz el 24 de Diciembre de 1864. Hijo de don Anastasio Marrón Matute y doña Apolinaria Cabrera Belisario.

[3] El Universal. “Por Telégrafo y por correo”, Caracas, 25 de enero de 1916.
[4] Nació, aproximadamente, en 1803 y casó en el 1828 con la orticeña Magdalena Matute (nacida en 1807).
[5] Gaceta de Caracas, numero 3, 14 de marzo de 1814, p.196
[6] Ídem
[7] Oficio del Libertador para el general José Antonio Páez. El Sombrero, 19 febrero de 1818. Gaceta de Caracas. No. 185, miércoles 29 de abril de 1818, pp. 1433-1434.
[8]VERGARA Y VELASCO FRANCISCO JAVIER (1960).1818 Guerra de Independencia. Bogota: Editorial Nelly, p 173.
[9] PÁEZ, JOSÉ ANTONIO. Autobiografía. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, tomo I, p.
[10]TORRENTE, MARIANO (1830). Historia de la Revolución Hispano-americana. Impr. de L. Amarita, p 286.
[11] PÁEZ, JOSÉ ANTONIO. Ob. cit
[12] Nació cerca de Dublín, Inglaterra, el 22 de Febrero de 1782. El General English, luchó junto a Bolívar en la Batalla de Ortiz, el 26 de Marzo de 1818, distinguiéndose por su valentía y arrojo, siendo promovido al rango de Coronel y segundo comandante de la Guardia de Honor, dirigida por James Rooke, una unidad completamente conformada por británicos. En 1818 Simón Bolívar gratamente impresionado por el desenvolvimiento militar de los británicos, encomendó al entonces Coronel English la tarea de reclutar una fuerza británica, lo cual cumplió a cabalidad. El 25 de Febrero de 1819, por su valentía demostrada en combate, fue ascendido al rango de General de Brigada. Ver la bitácora de Aurelia Fernández "English: Un Procer Olvidado". En línea: http://juangriego.wordpress.com/2008/02/12/english-un-procer-olvidado/.
[13] VERGARA Y VELASCO FRANCISCO JAVIER (1960). Ob. Cit., p 173
[14] Ídem, p 252
[15] REYES VITELIO (1957). Páez, venezolano integral: Biografía: el hombre, el Héroe, el magistrado. Caracas: Impr. Nacional , p 214


BIBLIOGRAFIA


BOTELLO, OLDMAN (1994) Para la Historia de Ortiz. Villa de Cura: Publicaciones de la Alcaldía del municipio Ortiz.
HERNÁNDEZ, RAMÓN (2007). José Antonio Páez. Caracas: Biblioteca Biográfica Venezolana
LANGUE, FRÉDÉRIQUE (2005, 12 noviembre). « Las elites venezolanas y la revolución de Independencia: », Nuevo Mundo Mundos Nuevos, BAC, mis en ligne le 12 noviembre 2005, référence del 19 de Junio de 2007, disponible en: http://nuevomundo.revues.org/document1181.html.
MATUTE, Evandro (1971): Ortiz. S/L
PÁEZ, JOSÉ ANTONIO. Autobiografía. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, tomo I, p.
PEREZ A, JOSÉ OBSWALDO (2000): Orígenes Históricos del pueblo de Ortiz. Ortiz: Ediciones de la Cámara de Comercio de Ortiz
RESTREPO, JOSÉ MANUEL (1942). Historia de la revolución de la república de Colombia, Tomo I, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Talleres Gráficos Luz.

REALIZAN COLOQUIO DE HISTORIA EN HOMENAJE A IRMA MENDOZA

La Editorial Viento del Sur y la Asociación Editorial Guárico están organizando en la ciudad de San Juan de los Morros, Venezuela, el primer Coloquio de Historia de Venezuela en Homenaje a la doctora Irma Mendoza (en la gráfica, ), destacada docente e investigadora de la Universidad Rómulo Gallegos.

El coloquio se realizará el próximo viernes 11 de julio de 2008, en el Teatro de Bolsillo de la Casa Artesanal, frente al Mercado Viejo, Calle Roscio, con la participación de distinguidos historiadores e investigadores nacionales.

Las palabras inaugurales estarán a cargo del Doctor José Marcial Ramos Guédez, catedrático Historiador venezolano, doctor en historia por la Universidad Santa Maria (USM) y profesor universitario. Ha publicado El Negro en Venezuela: aporte bibliográfico, El Negro en la novela venezolana, De la Révolution Française aux révolutions créoles et négres (coautor) y Simón Bolívar y la abolición de la esclavitud en Venezuela, 1810-1830, entre otros libros.

El evento estará dividido en dos ciclos. El primer ciclo de ponencias contará con la presencia de los historiadores Oldman Botello, Felipe Hernández, Arturo Álvarez D´ Armas y José Obswaldo Pérez y el segundo ciclo tendrá la participación de los investigadores, historiadores y ensayistas como Adolfo Rodríguez, Oneyda Martínez, Ubaldo Ruíz, Jeroh Juan Montilla, Edgardo Malaspina y Fabiola Bolívar.

Dentro ambos ciclos de ponencias habrá un espacio de preguntas y respuestas por parte del publico asistente y una velada musical con la presentación de los grupos Quinteto Los 5 amigos y Tenor Ramón Garay. Finalmente, el coloquio culminará con las palabras de la profesora Irma Mendoza.

microbiografías/OLEGARIO RAMOS POLANCO

Por José Obswaldo Pérez

Intelectual. Fotógrafo. Funcionario Público. Nativo de Ortiz. Caso con María Antonia Franceshini, hermana del padre Juan Bautista Franceshini. Fundó en 1884, el primer taller fotográfico en la población de Ortiz. Según el periodista Ricardo Núñez Gómez, era “un joven de excelentes prendas y artista de talento[1]. Apenas, con un año de labor, el joven Olegario Ramos Polanco se aplicaba generosamente en la profesión. Ganó fama en la región y se le llegó a comparar discípulo de Navarro y Ponottini, consumados maestros de la fotografía mundial.

Decía Núñez Gómez que tenía conquistada “una reputación que le enaltece y promete ser, no muy tarde, digno alumno de aquellos inteligentes profesionales[2]. Por otra parte, el joven Ramos Polanco fue un inquieto escritor y poeta local. Su obra– aunque escasamente recabada- está plasmada en las páginas de El Telescopio de Ortiz. Un periódico fundado el 1 marzo de 1895, que salió en momentos de la celebración del Centenario de Antonio José de Sucre, bajo la divisa de ser un “órgano de intereses de los distritos Roscio y Bruzual[3].

También, Ramos Polanco obtuvo el respeto de hombre público. Fue dos veces prefecto de municipio San José de Tiznados, en diciembre de 1890-91 y en el año 1892. Sin embargo, el periódico El Verbo Liberal de Villa de Cura recoge una parte oscura de su vida, en una pequeña crónica noticiosa, en la que se le vincula con un escándalo pueblerino. Escribe el corresponsal del periódico, bajo el titulo “Zalagardas”, que en Ortiz los domingos parecen ser algo turbillosos, pues a decir de El Telescopio, hubo algo inmoral entre el cura y el señor Olegario Ramos, “que principio, dice el colega en la parte llama da La Plazoleta, siguió hasta a esquina del León y aún dura! En el mismo día, J.V. Acosta corrió por la calle de El Comercio detrás de una dama armado de un chaparro, y Rafael Pérez en un rapto de celos, cortó los cabellos a una mujer llamada Celsa González. ¡Buen modo tienen los habitantes de Ortiz, de satisfacer el domingo, pues hasta el cura bebe caldo!”

Estos hechos fueron publicados por El Telescopio en la edición de septiembre de 1886. Olegario Ramos Polanco murió el 9 de agosto de 1910, en San Juan de los Morros, y según noticias del diario El Universal se había desempeñado por 13 años como operario de la Oficina de Telegráfica de Ortiz.

NOTAS
[1] El Progreso de Calabozo
[2] Ídem
[3] PEREZ A, JOSÉ O (2002, 03 Septiembre): El Telescopio y el primer taller fotográfico de Ortiz. San Juan de los Morros: Diario La Antena, p 4.

Ildefonso Leal: una intensa experticia por la Venezuela ilustrada

viernes, junio 13, 2008
Por Adolfo Rodríguez*
Una labor sin precedentes ha cumplido Ildefonso Leal (IL) en el desmantelamiento de las sombras que pesaban sobre una de las más deslumbrantes manifestaciones del pasado colonial venezolana. Logra así un despeje de unos espacios donde bullían inquietudes inimaginables hacia el conocimiento bajo una circunstancia en la que sólo parecía ondear la espada y el incensario. Un tesonero rastreo que le permite poner, al alcance de los lectores de su país, ese vasto inventario de libros y bibliotecas coloniales como la impronta representada por la Universidad Central en la gestión de un liderazgo sin precedentes en la forja de una conciencia nacional. Una de las tantas capas de oscuridad que se habían aposentado sobre un país vanagloriado sólo por hechos de sangre. El pasado que Leal contribuye a exhumar es éste que desemboca de modo fulgurante en los sucesos de 1810 y 1811, con una resonancia tal como para mantener aún expectantes a los venezolanos en torno a las etapas fundacionales de la actual república.

Esa proeza indagadora ha de desempeñarla IL durante los más frescos años de su vida. Nace en Lagunillas (Estado Zulia), en 1932, hace licenciatura y doctorado en Historia en la Universidad Central de Venezuela, postgrado de Historia de las Américas en la Universidad de Sevilla, ejerce la docencia en la UCV hasta que se jubila como profesor titular, es Director del Archivo Histórico y Cronista de esa máxima casa de estudios y Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia, donde asiste asiduamente en ese ejercicio amoroso de dar con los hechos que conforman de manera irrecusable una noción de patria más reconfortante y luminosa.Los títulos de sus obras son indicativos de esa orientación que signa sus principal producción intelectual: Historia de la Universidad Central de Venezuela (diversos aspectos y facetas), la cultura venezolana en el siglo XVIII, Libros y bibliotecas en Venezuela colonial, El Correo de Trinidad Española el primer periódico publicado en Venezuela, Crónicas de historia de Venezuela, Documentos para la Historia de la Educación en Venezuela (época colonial).

Ildefonso es un habitante señero de la ciudad de Los Teques, donde cursa segunda enseñanza en el Liceo Francisco de Miranda y establece su residencia permanente, su ámbito familiar y privilegiados contertulios. Fu comisionado en 1979 para fundar el Ateneo de Los Teques, dirige la prestigiosa Biblioteca de Autores y Temas Mirandinos, es Cronista de la ciudad y autor de El Libro Parroquial Más Antiguo de Los Teques, Nacimiento del Régimen Municipal de Los Teques (Actas del cantón Guaicaipuro), Los Teques: testimonios para su historia y columnista del diario Última Noticias para dar cuenta allí de lo que nos enorgullece y lo que conviene enderezar.
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*Licenciado en Letras. Historiador. Doctor en Ciencias Sociales.

EL BENDITO AMANECER DE UN 23 DE ABRIL

"Francamente no me imagino al eslabón perdido o a Adán y Eva empecinados en la ingrata tarea de cagarse sobre el medio ambiente para arrebatárselo a las futuras generaciones." ........................................................................................................................................
Por Daniel R Scott
El amanecer de este 23 de abril, tiritando de frío, se nos vino encima con el bramido de muchas aguas. Es el primer aguacero del año. Enhorabuena. Días atrás el techo y el metal de puertas y ventanas alcanzaron su punto de ebullición bajo los calores casi líquidos del mes de marzo. Porque dentro de la casa todo parecía hervir como el contenido de una olla sobre la hornilla encendida. La mesa, las sillas, la biblioteca, la cama y otros bienes muebles (y vaya con la jerga jurídica) parecían burbujear y exhalar sus vapores. Pero la tierra y los árboles, hasta ayer sedientos y quemados por las iras del sol tropical, parecen musitar en lenguaje mineral y vegetal una oración de gratitud a los cielos preñados del agua vital. Mi esposa (mi amada Fell, la ex productora y ex conductora de "La Hora del Amor") que ama las primeras lluvias de cada amanecer por asociarlas en su corazón con nuestros más caros y gratos recuerdos de nuestro noviazgo y matrimonio, entró a la habitación con mi taza de café en la mano derecha y un canto de alegría en sus labios juveniles. Y yo, como de costumbre, en el ritual de recitar, en palabras que se empeñan en ser versos, todo mi amor a las primeras lluvias del año. Sabe Dios cuántas veces lo hago desde que estoy adornado con la facultad de escribir. Es que uno se siente renovado y vivificado cada vez que llueve en abril o mayo. Es como la terapia antiestrés del período pluvioso por los lados de la línea del Ecuador.
Pero no todo es poesía ni odas: casi nos inundamos, y tuve que salir muy de mañana después de la taza de café, el canto de Fell y todo el material de utilería arriba escrito, bajo el frío aguacero para destapar cañerías, limpiar de hojas secas canales de desagües y subirme al techo para ver por donde cuernos se filtra el agua que moja peligrosamente el cableado eléctrico de la casa-capilla. Lo último que quiero es saltar por los aires con todos mis enseres por culpa de algún cortocircuito. Una vez arriba, cientos de gotas me salpican el rostro, dejándome un sabor a espesos nubarrones en el paladar. Me siento distinto, libre feliz. Elevo la mirada al cielo, el cual se me antoja unas húmedas cenizas de algún descomunal fogón apagado desde el Paleolítico. El río, hasta ayer un hilo de agua reposada cubierta por una especie de nata verde e inmóvil donde los sapos no se cansaban de croar y croar en los pesados días de sequía, hoy es un anchuroso y turbio caudal que arrastra veloz todo tipo de inmundicias y desechos industriales que echan dentro de la fría atmósfera matutina de abril un desagradable olor a basura y a desinfectante vencido. "Esta creciente lleva más basura que agua" dice mi esposa asomándose temerosa por la ventana oxidada que da hacia las orillas del río, mientras yo, con el agua de la lluvia en la médula, inevitablemente pienso lo que cuesta creer hoy que algún poeta de antaño que no recuerdo se haya referido al río Guaire como "el espejo de los luceros de la noche". Pero claro, eso fue en algún pasado bienaventurado y remoto.
Este río San Juan fue el límpido balneario de muchos sanjuaneros, ya estoy candado de decirlo y mucho más de escribirlo. Días atrás tomé un taxi que me llevara a la casa-capilla. El conductor, hombre hiperactivo y parlanchín de unos ¿60? años dijo: "¿Ah sí? Conozco el lugar. Cuando niño acostumbraba escapar de la escuela y bañarme por esos lados del río. ¡Qué limpio era!" Como siempre que se me habla de estos temas, suspiré hondo, con resignación y desencanto, y no dije nada al conductor. Y me dio por filosofar. Y por pensar en lo que me dijo que sucedió un día de 1970 o 1971 mi buen amigo el profesor Rafael Pérez. El río San Juan había amanecido, bajo los primeros rayos del sol, con hermosos destellos plateados Una superficie con destellos de plata, pero... se trataba de una capa de peces muertos que flotaban sobre las aguas del caudal. Al fin las cloacas y otras sustancias se habían encargado de aniquilar su fauna acuática. Dice Rafael que el hedor a peces muertos era insoportable. Eso dice.
Con nuestro pensamiento y las herramientas que nos ha dado la evolución de nuestra raza hemos creado una civilización que lleva muy dentro de sí el germen de su propia destrucción. Ya sabéis a lo que me refiero: polución, calentamiento global y demás sandeces por el estilo. Quiero añadir quizás a manera de mal chiste que si acaso queremos salvarnos de la extinción como raza debemos emprender un éxodo utópico a la Prehistoria y volver a vivir de la caza, la pesca y la recolección de frutas. Volver a algún tipo de "Año Cero" como proclamaba el "Khmer Rojo" en ¿Camboya? Aunque no estoy del todo seguro si los primitivos habitantes del Paleolítico y del Neolítico contaminaban o no su medio ambiente. Quizá todo comenzó en lo que algunos peritos llaman la "Revolución Neolítica", cuando comienzan a surgir las primeras aldeas, percusoras de nuestras actuales urbes.Finalmente ¡que triste papel nos toca vivir hoy a los que nos queda algún vestigio de fibra sensible! Hurgar como mendigos entre los desechos de la postmodernidad, levantar capa tras capa de basura a ver si dejamos al descubierto la superficie primigenia y poética que poseía la creación justo al día siguiente de haber evolucionado o haber sido creado. Francamente no me imagino al eslabón perdido o a Adán y Eva empecinados en la ingrata tarea de cagarse sobre el medio ambiente para arrebatárselo a las futuras generaciones.
20 de Mayo de 2008

LA MICROHISTORIA COMO TRANSFERENCIA DE SABERES

Todo hombre es un ser con historia. Historia compartida -social- e historia personal, en una sola urdimbre, que es el producto de un pasado rico en experiencias. Como ser humano, el individuo sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Ello hace posible, que la sociedad se exprese a través de las acciones de las personas localizadas en un espacio y en un tiempo determinado, sin restarles su autonomía y sus ámbitos de libertad.
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Felipe Hernández G(*)

Una de las conquistas que han alcanzado los historiadores y otros científicos sociales en los últimos tiempos, es la posibilidad de interpretar y abordar la vida del hombre en sociedad desde diferentes perspectivas, esto significa entre otras cosas, la alternativa de conjugar para la reconstrucción histórica, de una diversidad de escenarios, donde los cambios de paradigma han abierto una amplia gama de reflexiones sobre el ser humano y su relación en y con el mundo, lo cual supone una nueva manera de enfocar los hechos históricos en su devenir, que ha determinado un nuevo modo de saber que responde a nuevas formas de construir y reconstruir el conocimiento.


Todo hombre es un ser con historia. Historia compartida -social- e historia personal, en una sola urdimbre, que es el producto de un pasado rico en experiencias. Como ser humano, el individuo sintetiza y retraduce el movimiento de la totalidad social. Ello hace posible, que la sociedad se exprese a través de las acciones de las personas localizadas en un espacio y en un tiempo determinado, sin restarles su autonomía y sus ámbitos de libertad. En consecuencia, la historia como ciencia de los hombres en el tiempo, que trata sobre lo humano y para lo humano, no sólo debe tener como objetivo el pasado y el presente, sino también el futuro, por lo menos como reto, y como posibilidad abierta.


Debe entenderse, que el conocimiento es una construcción simbólica subjetiva del mundo social y cultural, que deviene de la integración vivencial que se logra a través de la experiencia de vida de lo social, y que conduce a la comprensión de procesos, fenómenos o contextos desde su propia realidad. Esa realidad se construye a partir de las interrelaciones entre los seres humanos, donde el interés se circunscribe a la aprehensión del significado de lo vivido. En ese sentido, se caracteriza por ofrecer una comprensión minuciosa de los acontecimientos ocurridos en contextos especiales; sobre el particular expone Montero (citado por González, 1992), lo siguiente: “Consiste en descripciones detalladas de situaciones, eventos, personas, interacciones y comportamientos que son observables. Además, incorpora lo que los participantes dicen desde sus experiencias, actitudes, creencias y pensamientos tal y como son expresados por ellos”.


La microhistoria viene a ser la disertación exhaustiva de la vida y el devenir de una colectividad; en la que, generalmente se presentan los hechos y personajes más significativos. Un aspecto característico a considerar, es que se estudian los hechos cotidianos, aunque no sean reveladores, y las personas comunes y corrientes.


En otras palabras, constituye la posibilidad de escribir una historia, dándole prioridad a todo lo que sin ser, ni constituir un gran acontecimiento, ha instituido el quehacer usual de los habitantes de una comunidad. Es la vida de los hombres de carne y hueso: el que ríe, sufre, piensa, padece, llora y canta, donde la memoria -con sus sueños, quimeras y fantasías-, recorre aquel tiempo en el que los hombres y mujeres localizados en un espacio y en un tiempo, disfrutaban con placer de los rigores y la belleza de la vida. Es lo pequeño de una época, que en quien la ha vivido, constituye un momento trascendente en el trabajo, los valores, el juego, los amores y las querencias que animan al ser para construir un destino en un medio ambiente determinado. En palabras del gran pensador español, don Miguel de Unamuno: “¡Oh, Dios es el hombre, el de carne y hueso, el que camina entre las veredas, el objeto de la filosofía!”. Así nació la intrahistoria y la microhistoria; es decir lo pequeño como esencia de lo cotidiano, que es tan importante como la historia universal misma, porque de lo que se trata es, que cada quien cuente su historia.


En atención a los razonamientos expuestos, puede afirmarse que se trata de un proceso, que tiene como horizonte la búsqueda del saber desde el encuentro del ser con su ser, del hombre consigo mismo; es decir el entendimiento de las transformaciones y cambios sociales desde sus propios significados, donde se reivindica al hombre como actor principal del saber individual, e inexorablemente, del saber colectivo.



Se trata de reconocer que todo ser humano tiene una historia de vida, que está constituida por los hechos que han acaecido en su devenir, ello supone una narración que busca develar, a través de la historia personal, un tiempo histórico con sus determinaciones sociales y culturales, que atienden al significado de una experiencia de vida, sobre el particular, Villarroel (1999) expone que “…permite un acceso privilegiado a lo social vivido en tanto proceso mediado por acontecimientos históricos”. En otras palabras, permite tender una comunicación que actúa como puente, entre el conocimiento de lo particular, en término de lo vivido, relatado por el actor social, y el conocimiento de lo general, es decir, las características, condiciones y eventos del contexto social e histórico en el cual transcurre o transcurrió la vida del que narra su historia.


En concordancia con los criterios expuestos, expone González (1992), lo siguiente: “De la microhistoria contada o cantada por “viejitos” se suele pasar a la microhistoria escrita por los muchos aficionados o “todistas” pueblerinos...”. Sin embargo, es preciso hacer una evaluación crítica de las fuentes que testimonian el devenir de las gentes humildes y su vida cotidiana. Al respecto González es bien explícito, cuando afirma que: “La gente encopetada y los hechos de fuste, asunto de las macrohistorias tradicionales, ha dejado muchos testimonios de su existencia. No así la gente humilde y la vida cotidiana, objetos de la microhistoria.[...] que se agarra de las luces proporcionadas por las cicatrices terrestres de origen humano; por los utensilios y las construcciones que estudian los arqueólogos y por la tradición oral…hecha mano también de papeles de familia, registros eclesiásticos..., entre otros elementos que garantizan esa transmisión de saberes de una generación a otra y de estos a la posteridad.


El estudio y la preservación de los saberes de las gentes sencillas y menudas, se justifican desde la perspectiva de la microhistoria, porque abarca la vida integralmente, ya que recobra a nivel local la familia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el derecho, el poder, el folklore, es decir, todos los aspectos de la vida humana, en un espacio, un tiempo, una sociedad y un conjunto de vicisitudes que les pertenecen.


Un rasgo importante de este tipo de historia, es que se nutre fundamentalmente de fuentes de tipo oral, generalmente provenientes de las comunidades, lo cual le confiere un contenido afectivo de gran valor, porque constituye la experiencia subjetiva de sus habitantes.


En concordancia con lo expuesto, se puede decir que la historia que constituye el día a día de la gente en su lenguaje y en su actuar, es el conjunto de huellas cotidianas que deja el hombre en su paso por el tiempo y que son recordadas, constituyéndose en representaciones de la memoria colectiva de las comunidades. Memoria de un valorado pasado que es parte de los pueblos y que moldea su identidad, la cual se materializa de forma escrita u oral, en los mitos, leyendas, anécdotas, poemas, cantos, que se pueden conocer en las crónicas costumbristas de los periódicos, en las memorias que algún particular escribió en textos para la posteridad.


De ahí, que sea necesario intentar la reconstrucción de los hechos sociales, desde la perspectiva de una historia global, una historia que pueda orientar y encaminar el diálogo entre las culturas, entre los saberes, entre las historias. Esta debe ser la conciencia histórica del siglo XXI. La salida debe estar, en encontrar la riqueza en que ahora nos comunicamos.
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(*)Historiador guariqueño, con doctorado en Educación de la Universidad de Carabobo. Actualmente es Profesor Titular de la UNESR Núcleo Valle de la Pascua.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BERRÍOS BERRÍOS, Alexi. (s/f), Lo Pequeño como Alternativa. Memorias. Caracas: Fondo Editorial Tropykos. Cátedra de Historia Regional y Local “Mario Briceño Iragorry” – UNESR-Valera.
FERRAROTTI, Franco. (1991), La Historia y lo Cotidiano. España: Ediciones Península.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Luís. (1973), Invitación a la Microhistoria. México: Secretaría de Educación Pública.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Luís y otros. (1992), Historia Regional. Caracas: Editorial Tropykos.
HERNÁNDEZ G. Felipe. (2007), Aproximación a un enfoque sobre la Enseñanza de Historia Regional y Local. Valle de la Pascua: material mimeografiado s/p.
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SANTOS M. Betty. (s/f), Microhistoria Desarrollo Dialógico de Saberes. En: Lo Pequeño como Alternativa. Caracas: Fondo Editorial tropykos. Cátedra de Historia Regional y Local “Mario Briceño Iragorry” – UNESR-Valera.
VILLARROEL, Gladis. (1999), Las Vidas y sus Historias. Como Hacer y Analizar Historias de Vida. Caracas: Editorial Psicoprisma.

Valle de la Pascua, 31 de mayo de 2008

SAN SEBASTIAN DE LOS REYES:PUERTO DE TIERRA HACIA EL LLANO.

El ir y venir de los primeros pobladores de San Sebastián de los Reyes, permitió la diseminación hacia los contornos de los sitios originales, irrumpiendo en los suelos fértiles del Orituco, donde existían haciendas cacaoteras con predominio socio-económico no sólo en los sitios aledaños sino con repercusión hacia otras fronteras.
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Felipe Hernández G(*)

Consideraciones sobre la fundación de
San Sebastián de los Reyes


En los escritos del Padre Rafael Chacín Soto cuando analiza el proceso de expansión de Caracas hacia el sur, informa que el gobernador Luis de Rojas intentó la colonización de Caracas por la necesidad de comunicarse con Cumaná, ese era su objetivo, mientras que por la mente de Sebastián Díaz de Alfaro como capitán poblador sólo existía la idea de descubrir y explotar minas auríferas ([1]), lo que permite afirmar que el objetivo fundamental de la expedición colonizadora que éste adelantó estaba fundamentada en el afán de lucro, convirtiéndose la misma en una empresa económica. Para ello se basaba en el hecho siguiente: Cuando Francisco Fajardo se adentró en suelos de quiriquires y tomusas, en su recorrido encontró minas de las cuales le comentó su existencia. Estas noticias las guardó celosamente el capitán poblador, con la esperanza de poder llegar a esas minas y explotarlas. No sólo las noticias de Fajardo tenia presente Sebastián Díaz, sino las del mismo gobernador Pimentel quien en años anteriores a 1576, había expresado lo siguiente:

Que es aquella tierra rica y muy llena de veneros , que por sacarse más oro en la provincia de Caracas que en toda aquella Gobernación... y haber muy de ordinario fundación convenía que uno de los oficiales reales residiese en la ciudad. ([2]).

Aunado a los descubrimientos de minas que hacen Fajardo y Garci González de Silva en tierras de quiriquires y tomusas avivan en Sebastián Díaz de Alfaro la codicia de obtener oro. La esperanza que había mantenido se hace realidad cuando el gobernador lo llama y lo envía a poblar la zona sur de Caracas. Aunque la empresa expedicionaria era difícil por la belicosidad de los indígenas, el capitán mostró regocijo y satisfacción, tanto así, que de su peculio gastó más de tres mil pesos de oro fino, en la compra de ganado vacuno en Santo Domingo, para abastecer a los hombres que le acompañaban y dar inicio a la cría en los asentamientos fundados. En los escritos dejados por Garci González de Silva sobre la expedición de Díaz de Alfaro, revisados por Lucas Guillermo Castillo Lara, dice lo siguiente:

Y así mismo entró en las provincias y cordilleras de sierras que estaban por descubrir... y en ellas se descubrió mucha cantidad de naturales con quienes tuvo muchos reencuentros por haberle defendido la entrada mediante el dicho descubrimiento por la noticia que de él se tuvo, el capitán Sebastián Díaz fue a poblar un pueblo y lo pobló y después acá se han descubierto en las dichas cordilleras muchas minas de oro muy ricas. Se abrió camino para que luego el capitán Sebastián Díaz pidiese la dicha conquista al cual se la dio y fue a la dicha conquista. ([3])

Con esto quiso informar Garci González de Silva, de las anteriores expediciones, incluyendo las capitaneadas por él, y del éxito de la empresa de Díaz en la pacificación de los cumanagotos.
Expone Monseñor Chacín Soto, que la razón por la que varias veces Díaz de Alfaro cambió de objetivos, fue porque era una empresa básicamente económica, y ante la dificultad que presentaban los indios, los cuales hacían continuos ataques, que no permitía hacer una inspección detallada a los expedicionarios, obligándolos a abandonar la búsqueda minera, y observar con interés la calidad de la tierra, la abundancia de agua y la posibilidad de obtener encomiendas, que garantizarían mano de obra gratuita para el trabajo agrícola y para el servicio doméstico y personal. ([4])

El ir y venir de los primeros pobladores de San Sebastián de los Reyes, permitió la diseminación hacia los contornos de los sitios originales, irrumpiendo en los suelos fértiles del Orituco, donde existían haciendas cacaoteras con predominio socio-económico no sólo en los sitios aledaños sino con repercusión hacia otras fronteras.

Conocida la calidad de la tierra, apta para el ejercicio agrícola, la ilusión de riqueza fácil a través de oro fue descartada, y el entusiasmo se orientó hacia la explotación de las tierras, ese horizonte inmenso donde se pierde la mirada, en la majestuosidad del llano, les permitió descubrir los beneficios que podía brindarles si había intención de trabajarla, de ahí que se pueda decir, que el hombre captó la propuesta. Es el momento del cacao en tierras orituqueñas, y de estas hacia el sur; este y oeste. La elección se orientó hacia la explotación ganadera, convirtiéndose de éste modo, esta actividad en la principal fuente de producción.

A San Sebastián de los Reyes le van a seguir las comunidades de Orituco, Calabozo en 1695 y Chaguaramas en 1728, las cuales sirvieron de base para prosperar y formar a los demás pueblos del altollano guariqueño, producto del surgimiento de los hatos como células pobladoras. Hasta comienzos del siglo XVIII los hatos eran vastas propiedades de tierras, cuyos dueños vivían en Caracas o San Sebastián de los Reyes y jamás las visitaban, sino que eran atendidas por sus mayordomos y esclavos. Es el caso de los hatos Santa Juana de la Cruz, núcleo matriz poblador de la hoy ciudad de Valle de la Pascua, del hato Belén de Mata Linda, Chaguaramas, y otros.
En ese sentido, para 1697 la jurisdicción del hoy estado Guárico, estaba dividida en extensas porciones de territorio que se llamaban partidos, entre ellos: Paya, Aricapano, La Cruz, Guayas, Caicara y las Palmas, integrados por “sitios” y fundaciones correspondientes al asentamiento de los hatos en ellos enclavados. El llamado partido de Las Palmas comprendía una extensión de territorio que iba desde El Sombrero hasta las costas del río Unare aproximadamente.
Así tenemos, que en jurisdicción del partido de Las Palmas se encontraban enclavados los siguientes sitios: Chaguaramas, Las Palmas, La Villa, Cañaveral, Valle de la Pascua, San Ignacio, Quebrada Honda, San Pedro de Carángano, Santa Bárbara, El Socorro, San Félix, Santa Juana, La Candelaria de la Hogaza, La Piragua, Santa Clara, Mocapra, Belén, Manapire, Barrosa, Espino, San José de las Guasguas, Las Guabinas, Platanales, Paso del Arbolito; además de los asientos de: Laguna Alta, Sanjonote, Pan de Azúcar, Morichito y Vivoral. Por lo que se puede afirmar que de esos sitios nacen los pueblos del altollano guariqueño. El hato será generador de alimentos para el autoabastecimiento, llevando implícito el enriquecimiento individual. La res crea el hato y éstos dan origen a la jurisdicción denominada Partido de Las Palmas.

El ganado en los Llanos de la Provincia de Caracas.

La empresa expedicionaria del capitán Sebastián Díaz de Alfaro llevaba ganado que repartió posteriormente a sus acompañantes, así lo dice en 1603 Mateo de Laya:

Proveyó a los vecinos de las dichas ciudades que pobló de abastecimiento, armas y municiones, y cantidad de ganados vacunos, los cuales llevó a las dichas ciudades por su persona, y con mucho riesgo de ella por los indios de guerra que había en el camino y era forzoso pasar por medio de ellos como pasó muchas veces, todo el cual ganado metió a su costa y repartiéndolos entre sus soldados. ([5])

Para fines de 1608, Hernán Gómez Román cuenta que el capitán fundador había ayudado con armas y municiones y metiendo ganado, de que hoy hay veinte y cinco mil cabezas arriba ([6]). El esposo de una nieta del capitán Díaz de Alfaro, Alonso Ruiz Santos, expresa en 1614 que su abuelo después del hecho fundacional, “para que fuese en aumento metió muchos ganados vacunos y yeguas, y fue dando a los soldados y vecinos para su crianza, de manera que por ser tierra tan buena se ha acrecentado” ([7]).

El capitán Díaz de Alfaro tenía un hato en Tapatapa y otro en el Valle de Tocopio de donde salía y llevaba ganado hacia tierras de San Sebastián; especialmente del ganado que el capitán Vicente Díaz Pereira llevó de la Isla de Margarita a zonas caraqueñas, otra porción procedía de Valencia y Borburata. En 1609 Refiere Juan Rodríguez Espejo, yerno de Vicente Díaz Pereira, que su suegro había sido uno de los primeros conquistadores vecinos de Borburata, desde 1551, y luego de Valencia, que se pobló del hato que allí fundara cuando fue gobernador Alfonso Arias de Villacinda; que además Díaz Pereira había vivido en Coro y Margarita, sitio a donde llegó proveniente de España. Juan de Angulo quien había sido vecino, fundador y alférez real de San Sebastián y antes vecino de Borburata y Valencia refería:

Con la multiplicación de ese ganado, el capitán Vicente Díaz lo sacó de Borburata y llevo a donde después se fundo Valencia. Los vecinos de Borburata entre los cuales estaba Angulo, se fueron pasando a vivir junto al hato de Díaz y con ellos se fundó y pobló la ciudad de Valencia. Con el ganado que allí creció se ha multiplicado el que hoy en esta gobernación y con el se han sustentado los vecinos porque el dicho capitán Vicente Díaz a algunos de ellos les dio ganado para que criasen, como también les dio a este testigo seis vacas y un toro. ([8])

La mayor cantidad de ganado que llegó a Caracas procedía de Borburata, pero en la expedición fundadora de Diego de Losada la cual partió de El Tocuyo llevó un lote de ganado a Caracas, de allí pasó a San Sebastián extendiéndose a los Llanos centrales. No sólo Sebastián Díaz de Alfaro introdujo reses a tierras de San Sebastián, también los hizo el capitán Diego de Henares Lezama quien contribuyó a la conquista y pacificación de Caracas y prestó servicio ad-honoren, trazando, nivelando, y señalando la plaza, las calles y solares de Santiago de León de Caracas.

Establecida San Sebastián de los Reyes, Diego de Henares fue su teniente gobernador, “y fue el primero que puso y pobló hato de vacas en las faldas de los llanos, en el Valle de Cura” ([9]). Antes que poblara el valle Diego de Henares, continuamente venían al sitio indios caribes salteadores que mataban todos los años gran cantidad de los indígenas de paz de San Sebastián, sin poderlo evitar sus vecinos. Con todos esos riesgos estableció en el sitio su hato de ganado, corriendo muchos peligros en los primeros años. Con la asistencia de su persona y el buen orden, pudo evitar que los caribes hiciesen sus correrías y matasen naturales en esa parte.

De allí en adelante fueron los vecinos de la dicha ciudad de San Sebastián asentando sus hatos de ganado en los llanos, donde hay (1608) más de veinte mil reses vacunas e otros muchos ganados, de lo cual se ha aumentado y aumentará la República. ([10])

Desde el momento que se introdujo ganado en jurisdicción de San Sebastián, después de haber transcurrido unos veinte años, abundó por doquier la explotación ganadera, consolidándose de esta manera los hatos existentes en el partido de las Palmas. Esto obligó a los obispos a prestar servicios religiosos a las personas que formaban parte de los hatos, determinándose que la solución a este problema estaba en ampliar los límites y el trabajo a los curas doctrineros del Orituco. La determinación fue tomada por el obispo Fray Gonzalo de Angulo quien seleccionó al licenciado Juan Rodríguez Espejo a quien le otorgó el 12 de agosto de 1627 el titulo de doctrinero con el siguiente contenido:

E porque tenemos noticia que seis o siete leguas de la dha. provza, de Orituco en el sitio que llaman de las Palmas en hatos poblados de ganados de Vezos, de la dha. ciudad de San Sebastián de los Reyes a que ese beneficio acuden indios de sus encomiendas negros y mulatos os mandamos bays a los dhos hattos y a la gente de servicio que en ellas ubiere le administreis los santos sacramentos.... les enseñareis la doctrina cristiana y doctrinareis en los misterios de nra. santa fee... ([11])

En las postrimerías del siglo XVII el cura doctrinero era el Sacerdote Nicolás de Ávila Bravo, quien firmaba los documentos como “cura de Orituco Bajo, Guaya y las Palmas”. Del hato derivaron muchos asentamientos poblacionales; sus moradores eran criadores, agregados, familiares de los dueños, personas de servicios, libres y esclavos. Ese conglomerado requería de atención religiosa por lo menos esporádicamente, pidiendo al obispo licencia de erección de oratorios en las casas de los propietarios de hatos, ... en las sabanas del extenso municipio de Chaguaramas había en ese tiempo muchas capillas y oratorios, y la historia conserva los nombres de Santa Juana de la Cruz, capilla que en el año de 1718 había ya desaparecido, en 1719 fue construida en el hato del Señor Alberto Zones de Fuente la de Nuestra Señora de Belén, había otra en la Piragua, hato de Don Juan Samora y otra en Cibata hato de Don Diego Ledezma. ([12])

La construcción de la ermita o capilla se hacía en terrenos cedidos por el dueño de hato, tratando de ubicarla en el mejor punto de confluencia; con trescientas personas cercanas a un área común se decretaba el curato, que luego se convertiría en pueblo.

Es el proceso de formación espontánea, por hacinamiento, característica de los pueblos de vecinos en contraposición a la fundación que se hacia a las villas y ciudades y a la misión o reducción de indios realizados de propósito con fines de evangelización. Como toques finales, las actas y autos de reconocimiento, prorrateo de ventas, aprobación por parte de vice-patrono real, erección de curato y designación del cura. Todo un proceso civil y eclesiástico de minuciosa tramitación ajustado a las leyes. Así nacieron: Chaguaramas, El Sombrero, Santa Maria de Ipire, lo que ahora es Zaraza, Espino y otras más. ([13])

Así vio la luz Valle de la Pascua, termina el comentario del Padre Chacín Soto, manifestando profunda alegría y agradecimiento de un pueblo que lo cobijó de cariño y afecto.

Muchos hatos se fundaron en los límites de San Sebastián de los Reyes, pero la naturaleza del llano y su extensión dificultaba su total poblamiento. El relieve, las largas sequías e inundaciones, producto de las tormentosas lluvias, la escasez de bosques determinaban el deambular de un sitio a otro de quienes trajinaron suelo guariqueño en la búsqueda de establecimiento fijo. Para ese momento solo los bordes de las montañas orituqueñas y las orillas del río Orinoco se consideraban áreas de asentamientos poblacionales de desarrollo productivo. La naturaleza contribuía a ello y las incursiones de pillaje, asalto y venganza indígena se minimizaron gradualmente debido a las encomiendas, y encomiendas-repartimientos, surgiendo en la zona por el trabajo religioso y de cristianización.

Otra causa de la poca habitabilidad estable en los llanos es la belicosidad del indio que desde los Valles del Tuy hasta el Unare, resguardado en las zonas inhóspitas seguía sigilosamente los pasos del colonizador esperando cualquier descuido para saquearlo. La desconfianza indígena se convirtió en hostilidad, dando origen a focos de violencia continua entre Caracas y Cumaná, con respuesta inmediata del español al producirse la disposición real que autorizó la reducción a esclavitud de los indios caribes, para castigar fechorías, traiciones y atrocidades.

La sabia política inicial del trato humano a los naturales cambió notablemente. Los brazos de indios tomusas, palenques, píritus y cumanagotos realizaban el trabajo gratuito en las minas de servicio personal. El apodo de caribes, comedores de carne humana, matadores de indios ladinos y otros cristianos se le dio a todos los indios que se querían exterminar y esclavizar. Ningún indígena quedó libre de ser reducido a la esclavitud por considerarse que todos eran “indios y naciones aliados” de los caribes. Las tierras del hoy estado Guárico sirvieron de asiento a los caribes y otros indios rebeldes por más de un siglo.

La población incorporada compulsivamente a las misiones y pueblos de doctrina puede considerarse como una contribución singular al desarrollo cualitativo de un modo de producción en el que coexistían relaciones de esclavitud y relaciones de enfeudamiento. Esta formulación la consideramos exacta no solamente por el carácter de economía cerrada que se observa en las misiones y por el tipo de sujeción a que estaban sometidos los indígenas en el seno de las misiones, sino también por el régimen de explotación económica impuesta a los aborígenes rebeldes y apostatas, régimen…que puede considerarse como una aplicación modificada a las antiguas disposiciones sobre la esclavitud de los indios capturados en guerra.([14]).

Los misioneros establecieron en los llanos un tipo de economía cerrada, y un régimen de explotación al que estaban sometidos los aborígenes rebeldes y apostatas, basado en el derecho que tenían los misioneros de hacer sus entradas escoltados por cuerpos de mercenarios armados, para reclutarlos. En este sentido los religiosos solicitaban voluntarios con el compromiso de que estos podrían llevárselos para explotar su fuerza de trabajo, “algunas de las piezas de los indios que cogiesen...” como se puede ver, se habla de piezas, que es el mismo término que se utilizaba en la época que la esclavitud indígena estaba legalmente reconocida por la corona española.

Las misiones solicitaban y obtenían licencias para repartir los indios capturados en las entradas, entre los vecinos y hacendados de los valles centrales y comarcas llaneras: “...a quienes pueden servir por tiempo diez años tres días en la semana...” ([15]).

En general los indios capturados en las entradas, organizadas y financiadas por los amos del suelo, la iglesia y el Estado, quedaban sometidos a un régimen de esclavitud disimulada y de real enfeudamiento, que funcionaba en los términos siguientes: 1) Los amos del suelo recibían los indígenas en depósito por un período de diez años para explotar su fuerza de trabajo de cada semana, de manera gratuita, porque no había retribución salarial; 2) En los cinco primeros años, vestido y medicinas; 3) En los cinco años siguientes los indígenas percibirían un jornal en especie por cada uno de los tres días que hubieran trabajado; 4) Los aborígenes que se redujeran voluntariamente “...no debían ser sometidos a servidumbre alguna”, y 5) Transcurridos los diez años, los indígenas que no hubieran muerto, serían encomendados en las mismas condiciones a las del resto del territorio conquistado. ([16]).

En la práctica, estas normas institucionalizaron el derecho de esclavizar y explotar a los naturales en términos esclavistas. Esto es lo que se desprende de las denuncias de los propios misioneros contra las violaciones de las disposiciones del Estado Metropolitano orientadas a atenuar estas nuevas formas de esclavitud que surgían en las provincias llaneras cuando en otras partes del territorio venezolano se decretaba la abolición de los servicios personales. Valdría la pena preguntarse: ¿hubiesen podido los españoles conquistar y colonizar nuestro país sin el aporte y el concurso de nuestros antepasados amerindios? Describamos algunas respuestas. Los asentamientos humanos iniciales de los españoles se hicieron en aquellos lugares donde previamente habitaban naturales. ¿Cómo hubiesen podido durante tres días sobrevivir y triunfar los españoles en un hábitat totalmente desconocido, inhóspito y virgen para ellos? Debieron contar y contaron con precursores quienes ya habían limpiado y preparado el terreno para la edificación de viviendas y la realización de cultivos y huertos, sabían cuales eran los caminos seguros para transitar, los vegetales venenosos, los comestibles y los medicinales, los animales alimenticios y como cazarlos y capturarlos con trampas.

Es decir, que la infraestructura y lógica inicial que utilizaron los españoles al llegar a Venezuela fue proporcionada por los indígenas, quienes así demostraron que vivían en sociedades que habían alcanzado desarrollar patrones de asentamiento, conocimiento y dominio de recursos naturales tales como: fuentes alimenticias vegetales y animales, medicinales, vías comunicacionales y técnicas guerreras.

A la contribución indígena inicial se le suma el doloroso aporte hecho durante la colonización. La idea de crear establecimientos urbanos o semi-urbanos por parte de los españoles, aunado al operativo de producir riqueza inmediata mediante la extracción de perlas y metales preciosos o por extensión mediante cultivos y ganadería; obligó a los europeos a tratar de conformar grupos demográficamente densos para intensificar el uso de la mano de obra y ampliar la escala productiva.

Como las migraciones ibéricas siempre fueron insuficientes apelaron a la creación de reducciones indígenas, que además de ser empresas acumuladoras compulsivas, se transformaron también en actividades genocidas. Por lo anterior, puede afirmarse que al menos hasta el siglo XVII las principales ciudades y pueblos del país deben su aparición a la fuerza de la mano de obra indígena y a su crecimiento demográfico, que estuvo basado en el mestizaje español-indígena, el cual va conformando el grupo criollo popular que estará en la base más profunda del mestizaje producto de la mezcla tanto somática como cultural.

En mayo de 1621, el partido de las palmas, que dio origen a tantos pueblos, ahora ciudades, es una gota de agua que abrirá el cauce del río, es un rayo de luz fulgurante que alumbrará el camino que allanaron nuestros antepasados para establecer el pueblo de Chaguaramas, y posteriormente el de Valle de la Pascua.

Es el Partido de las Palmas la incipiente, pero pujante zona de poblamiento que cuenta con indios entre sus habitantes. Este partido se orientó con sus hatos hacia el establecimiento de riqueza basada en la cría de ganado como soporte económico de sus moradores hasta nuestros días. Estos puntos de hatos en la sabana fueron los que determinaron los límites jurisdiccionales de las nuevas poblaciones, cuyos habitantes provenían en su gran mayoría de las encomiendas de Orituco y Mocapra

[1] Cf. Rafael Chacín Soto. Orígenes de Valle de la Pascua. pp. 12, 13.
[2] Relación Geográfica y Descripción de la Provincia de Caracas y Gobernación de Venezuela
Año 1578. En: Antología Documental de Venezuela, de Santos Rodolfo Cortés. pp. 51. 52
[3] Lucas G. Castillo Lara. Ob. cit., p. 22
[4] Cf. Rafael Chacín Soto. Ob. cit., pp. 11.12
[5] Lucas G. Castillo Lara. Ob. cit., p. 188
[6] Ibidem. p. 191
[7] Ibidem. p. 190
[8] Ibidem. p. 191
[9] Ibídem. p. 191
[10] Ibídem. p. 192
[11] Archivo Arquidiocesano de Caracas. Sección Episcopales. Fray Gonzalo de Angulo
[12] Las Poblaciones del Alto Llano. Algo de Historia sobre su Origen. h/s.
[13] Rafael Chacín Soto. Ob. cit., p. 15

[14] Federico Brito Figueroa. Ob. cit., p. 1102
[15] Ibidem., p. 1103
[16] Cf. Ibíd., p. 1103

REFERENCIAS DOCUMENTALES Y BIBLIOGRÁFICAS

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(*) Historiador guariqueño, con doctorado en Educación de la Universidad de Carabobo. Actualmente es Profesor Titular de la UNESR Núcleo Valle de la Pascua