Vargas Llosa y los bárbaros
El cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos critica la frivolidad con la que muchos comunicadores reseñaron el Premio Nobel de literatura a Mario Vargas Llosa
Por Alberto Salcedo Ramos
En cierta ocasión un periodista que no había leído a Jorge Luis Borges tuvo la osadía de abordarlo, micrófono en mano, a la salida de un aeropuerto. Las dos primeras preguntas que hizo dejaron en evidencia su colosal ignorancia. Entonces Borges, perverso como siempre, le dijo: “tranquilo, amigo, que yo tampoco leo mis libros”.
Me acordé de este episodio al oír la retahíla de banalidades con la cual muchos informadores radiales y televisivos registraron la noticia de que Mario Vargas Llosa había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Volvieron a cotorrear abundantemente – cómo no – sobre el puñetazo que, a principios de 1976, el peruano le dio en el ojo a Gabriel García Márquez. Dijeron que era apuesto, que se casó primero con una tía y después con una prima. Un reportero se explayó en el veto que, según él, le fue impuesto a Vargas Llosa por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Otro se preguntó olímpicamente por cuál de todos los libros de Vargas Llosa sería que los académicos suecos decidieron concederle el galardón. En medio de esta sucesión de frivolidades, las referencias a la obra del escritor laureado fueron mínimas e insulsas.
Hace más de 15 años, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, fue ultrajada en Colombia por un entrevistador cuya fobia a la lectura es legendaria. De repente, casi en los albores del diálogo, el tipo planteó un asunto grotesco: ¿qué tal era Borges en la cama? Aquel periodista pretendía encontrar en los coitos del escritor argentino las claves que jamás había buscado en sus libros. Lo hacía por burdo, claro, pero también porque era consciente de que las cobijas que le sirvieron a Borges para resguardar sus relaciones íntimas podían servirle a él para esconder su incultura.
Guardadas las proporciones, fue lo mismo que pasó esta vez con los informadores encargados de transmitir la noticia de Vargas Llosa. Al extenderse en el chismecito fácil sobre la figura del autor, esquivaban su obra. ¿Para qué perder el tiempo siguiéndoles el rastro a los personajes de sus ficciones, a Antonio Conselheiro, el predicador que desencadena una guerra sangrienta en Brasil; a Ricardo Arana, el alumno paralizado por el miedo dentro de un colegio militar, o a Fonchito, el niño lujurioso que fisgonea a su madrastra, si es posible salir del paso recitando los títulos de la bibliografía o comentando una minucia de su vida personal?
La aversión por las letras no es exclusiva de los gacetilleros encargados de escribir sobre frivolidades: está presente, incluso, en muchos de quienes manejan el tema cultural. Algunos de ellos parecieran tomarse a pecho lo que el escritor George Creoly aconsejaba en broma. Y así, cuando tienen que comentar un libro no lo leen, “para no llenarse de prejuicios”. En estos países nuestros – lo dijo el propio Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista – “la literatura no significa gran cosa y sobrevive en los márgenes de la vida social”. Eso, que suena como una calamidad, en realidad es una bendición. El problema no es que estos bárbaros excluyan a la cultura de sus agendas sino que se ocupen de ella como si fuera un aspecto más de la farándula.
Fuente: El Heraldo Colombia.
Foto: Cristóbal Manuel |
En cierta ocasión un periodista que no había leído a Jorge Luis Borges tuvo la osadía de abordarlo, micrófono en mano, a la salida de un aeropuerto. Las dos primeras preguntas que hizo dejaron en evidencia su colosal ignorancia. Entonces Borges, perverso como siempre, le dijo: “tranquilo, amigo, que yo tampoco leo mis libros”.
Me acordé de este episodio al oír la retahíla de banalidades con la cual muchos informadores radiales y televisivos registraron la noticia de que Mario Vargas Llosa había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Volvieron a cotorrear abundantemente – cómo no – sobre el puñetazo que, a principios de 1976, el peruano le dio en el ojo a Gabriel García Márquez. Dijeron que era apuesto, que se casó primero con una tía y después con una prima. Un reportero se explayó en el veto que, según él, le fue impuesto a Vargas Llosa por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Otro se preguntó olímpicamente por cuál de todos los libros de Vargas Llosa sería que los académicos suecos decidieron concederle el galardón. En medio de esta sucesión de frivolidades, las referencias a la obra del escritor laureado fueron mínimas e insulsas.
Hace más de 15 años, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, fue ultrajada en Colombia por un entrevistador cuya fobia a la lectura es legendaria. De repente, casi en los albores del diálogo, el tipo planteó un asunto grotesco: ¿qué tal era Borges en la cama? Aquel periodista pretendía encontrar en los coitos del escritor argentino las claves que jamás había buscado en sus libros. Lo hacía por burdo, claro, pero también porque era consciente de que las cobijas que le sirvieron a Borges para resguardar sus relaciones íntimas podían servirle a él para esconder su incultura.
Guardadas las proporciones, fue lo mismo que pasó esta vez con los informadores encargados de transmitir la noticia de Vargas Llosa. Al extenderse en el chismecito fácil sobre la figura del autor, esquivaban su obra. ¿Para qué perder el tiempo siguiéndoles el rastro a los personajes de sus ficciones, a Antonio Conselheiro, el predicador que desencadena una guerra sangrienta en Brasil; a Ricardo Arana, el alumno paralizado por el miedo dentro de un colegio militar, o a Fonchito, el niño lujurioso que fisgonea a su madrastra, si es posible salir del paso recitando los títulos de la bibliografía o comentando una minucia de su vida personal?
La aversión por las letras no es exclusiva de los gacetilleros encargados de escribir sobre frivolidades: está presente, incluso, en muchos de quienes manejan el tema cultural. Algunos de ellos parecieran tomarse a pecho lo que el escritor George Creoly aconsejaba en broma. Y así, cuando tienen que comentar un libro no lo leen, “para no llenarse de prejuicios”. En estos países nuestros – lo dijo el propio Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista – “la literatura no significa gran cosa y sobrevive en los márgenes de la vida social”. Eso, que suena como una calamidad, en realidad es una bendición. El problema no es que estos bárbaros excluyan a la cultura de sus agendas sino que se ocupen de ella como si fuera un aspecto más de la farándula.
Fuente: El Heraldo Colombia.