Hatos y toponimia: Un caso de apropiación de lugar en Valle del Tiznados. Siglo XVII

Marc Bloch (1978) señala que los nombres de los hatos sirven para recorrer la línea de los tiempos en sentido inverso. Sus topónimos –nombres propios de lugar– reflejan la flora, la fauna, las topografías e hidrografías de la antigüedad; trazan contornos borrosos de viejos hatos y haciendas; proyectan patrones de colonización y de explotación de la tierra; reafirman diluidas herencias y persistencias indígenas; y exhuman remotos colonizadores para develarnos su hablar, sus costumbres, sus imperativos, sus devociones, y por qué no, sus mentalidades.
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por José Obswaldo Pérez


Los hatos ganaderos son el legado presente de algunas de las más antiguas divisiones territoriales del actual estado Guárico. Fueron demarcaciones esenciales para organizar el entorno colonizado y reflejaron el interés y la ansiedad del Estado Español de hacerse presente en la vida cotidiana de los moradores del Alto Llano. Pero además, los nombres de los hatos son un importante documento para explorar la poco documentada historia rural de nuestros llanos guariqueños de los Siglos XVI, XVII y XVIII.

En nuestro estudio ubicamos los hatos ganaderos de Tiznados en el Partido San Antonio o Valle de San Antonio, jurisdicción de San Sebastián de los Reyes y eje del poblamiento europeo en la zona, la cual ocupaba un gran espacio geográfico aproximadamente de más 40.000 hectáreas, limitado por la parte oriente con Parapara, camino hacia los hatos de Paya; con el poniente con el río Tiznados; por el norte con la Serranía Alta de San Juan y por el sur con el Galera de Mapire, cerca del río de San Antonio. Estas tierras fueron concedidas “en deposito” por el Gobernador y Capitán de la Provincia de Caracas, Don Pedro de Porras y Toledo al Capitán Don Juan de Grezala y Oñate, en el año de 1660[1].

Sin embargo, las tierras pasaran de manos en manos a través de procedimientos de venta, herencias y donaciones. Una tercia parte de ellas las compró por 250 pesos el Capitán Don Domingo Pérez de Ávila y Zapata a Don Juan de Grezala y Aguirre, hijo del Capitán Don Juan de Grezala y Oñate en el año 1713. Su hijo el Alférez Juan Antonio Pérez de Ávila y Brea de Mendoza heredó de su padre las tierras con un lindero norte a sur desde la Serranía Alta de San Juan hasta las Galeras de Mapire[2]. Dentro de ellas, años después, serían erigidas las parroquias de San Francisco y de San José de Tiznados, que pertenecerían a las jurisdicciones de San Sebastián de los Reyes y de la Villa de San Luis de Cura[3].

Desde finales del siglo XVI se comprueba la presencia de dueños de tierras en el Valle de San Antonio de La Platilla, se trata de los primeros y principales terratenientes de estos lares liderizados por Capitán Don Juan de Grezala y Oñate, quien nada menos era Juez privativo de los Llanos de San Sebastián de los Reyes. Las familias o clanes económicos como los Bolívar, Ponte, Tovar y Mijares de Solórzano, entre otros, representan el mejor ejemplo de los que se posesionaron y se convirtieron en los Dueños del Suelo Tiznaeño; la declaración de tierras que poseían o decían poseer, manifiesta la magnitud extensiva de dichas posesiones heredadas por “estrategias matrimoniales” que permitían la estabilidad de la estructura de propiedad, mediante unos vínculos de parentesco (Langue, 2005). La ocupación, mantenimiento y reproducción de estas grandes propiedades se logró a lo largo de dos siglos, destacándose entre estas familias la formación de un gran grupo endogámico, a través de dichas alianzas como forma de protección del capital para no disgregar o desmembrar la riqueza lograda por sus antepasados. Estas alianzas matrimoniales constituían, en fin, alianzas territoriales que en consecuencia originaban la formación y constitución del latifundio familiar; por otra parte, también se aprovecharon de los altos cargos que ocuparon en el Cabildo de Caracas para así aplicar estrategias que le permitieron la apropiación y garantización de sus posesiones.

En el caso de Tiznados y su jurisdicción, la hacienda ganadera, denominada en los documentos como “sitio de hato” o “hato de ganado”, constituía una unidad productiva sustentada en el binomio ganadería-usufructo de la tierra donde se genera una relación de peonaje entre un terrateniente, dueño de los medios fundamentales de producción y un trabajador, parcialmente separado de esos medios y con posibilidades de usufructuar la tierra a quien denominamos peón[4]. Su producción estaba destinada a un mercado intermediario, ya que no se descarta su participación- de una u otra forma- en el mercado exterior, sino que se orientaba hacia el mercado interno, “esencialmente en lo que se refiere al suministro de carne, queso, sebo y ganado mular y caballar para ciertas ciudades y pueblos del área costera donde estos no se daba” (Ortega, 19: 54). Esta unidad de producción no sólo originaba acumulación de bienes, sino que garantizaba las ambiciones sociales de sus dueños. Además estas formas de tendencias de propiedad van a predominar a finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII, sufriendo ciertas modificaciones producto de la evolución interna de dichas organizaciones.

El sistema de apropiación en Tiznados y demás sitios del Alto Llano se inicia a partir del pie de monte perteneciente al paisaje cordillerano del interior, el cual está constituido por dos zonas montañosas de relieve orográfico distinto: la serranía de la costa al norte y la serranía del interior al sur con la formación de pueblos y encomiendas, donde los nativos tenían que trabajar las tierras en beneficio exclusivo de los encomenderos. Vila (1978:16) explica que cuando los hatos eran varios en un determinado ambiente, daba lugar a que en un sitio en condiciones óptimas para las comunicaciones, surgiera un pueblo que fungía de polo económico de un extenso territorio de economía ganadera. Este es el caso de los pueblos de San Francisco y San José de Tiznados.

Marc Bloch (1978) señala que los nombres de los hatos sirven para recorrer la línea de los tiempos en sentido inverso[5]. Sus topónimos –nombres propios de lugar– reflejan la flora, la fauna, las topografías e hidrografías de la antigüedad; trazan contornos borrosos de viejos hatos y haciendas; proyectan patrones de colonización y de explotación de la tierra; reafirman diluidas herencias y persistencias indígenas; y exhuman remotos colonizadores para develarnos su hablar, sus costumbres, sus imperativos, sus devociones, y por qué no, sus mentalidades.

La aparición de los hatos está vinculada con los comienzos de la propiedad territorial en los Llanos de la provincia de Caracas y los mismos están asociados con la persecución de indígenas, presuntamente caribes y su esclavización a través de las encomiendas como lo señala Adolfo Rodríguez[6]. Pero, a partir de la primera mitad del siglo XVII es cuando verdaderamente se sistematiza la estructuración de pueblos en el ambiente geográfico venezolano, cambiando el paisaje y ampliando el territorio hacia un espacio regional. Desde ese momento, las instituciones de la Iglesia y del Estado español crearon, de forma mancomunada, una nueva fisonomía histórico-geográfica del paisaje venezolano.

De este modo, la función formal inicial de los hatos fue representativa, como unidades económicas, las cuales tienen sus raíces en distintos procesos colonizadores y su aprehensión de la población nativa a través de la dinámica de apropiación socio-espacial del territorio. La organización de los espacios de las tierras de la comarca Tiznadeña quedan integradas por cantidades de sitios y hatos dominando el área del Valle de Tiznados, pero el hato es el que le da sentido de imposición territorial, ya sea como unidad de producción o como unidad geográfica de ocupación, sea en ambos casos y en base al ganado, se procedía a ocupar la tierra para componer y confirmar, proceso repetitivo y estratégico para así apoderarse de las tierras. Este proceso de ejecutaba en un determinado lugar, se fundaba casas y corrales, lo demás era llano abierto, sabanas y montes donde el ganado de todos pastaba libremente. El hierro o señal en la oreja que se les afincaba a las reses, “iba marcando la propiedad del ganado que en definitiva era el hato” [7]

Para finales del siglo XVIII se puede apreciar cómo quedó ocupada la comarca de San Francisco y San José de Tiznados, principalmente este ultimo que fue reducido a pueblo en la jurisdicción territorial del Curato de Tiznados, por el Obispo Mariano Martí en visita oficial realizada en 1780 y que, posteriormente, Don Bartolomé Pérez de Ávila, en abril de 1787, cedió al pueblo una parte de sus terrenos que poseía en la Barranca de los Pérez, para fomentar sus vecindarios y así contribuir con la fabricación de la Iglesia, la cual estaba en construcción. En el cuadro siguiente, el cual se elaboró a raíz de una matricula parroquial levantada en 1762, se aprecia con claridad la gran cantidad de hatos con su número de reses, además de la calidad de sus propietarios y mayordomos.

Antes del siglo XIX, en documentos y fuente estudiadas, la referencia usual era a “sitios” y no a hatos. Por ejemplo, en el Siglo XVII se informaba que en el Partido de Tiznados, antecedente del pueblo de San Francisco de Tiznados, existía una antigua capilla que estaba ubicada en el llamado sitio o Hato Tiznados, propiedad del latifundista Agustín Ceballos. La misma funcionaba como “la matriz y la principal”, junto a siete oratorios más distribuidos en el propio Tiznados. Esta ermita había funcionado hasta 1728, y había sido una vicefeligresía hasta que, en 1720 o 1722, fue elevado el sitio a parroquia, por disposición de las autoridades eclesiásticas. El sitio no era un poblado ni una aldea, era meramente un lugar que, por alguna razón, había desarrollado un carácter propio -ya no genérico– y por tanto mereció un topónimo o nombre de lugar particular. Por ejemplo, Tiznados y San José, a secas.

Los hatos prevalecen bajo el absolutismo como parte de un imperativo tributario: eran útiles para la captación de tributos. Los hatos se censaban en el Siglo XVIII para fijar la obligación a la pesa o el abasto forzoso –un tributo principalmente en reses, proporcional a su extensión y riqueza– para sostener a la poblaciones como Valencia y Caracas. Aunque hemos documentado como los hatos evolucionaron y se formalizaron en el Siglo XIX, sus nombres y parte de sus perímetros son mucho más antiguos. Postulamos que los antecedentes geográficos y toponímicos de buena parte de los caseríos y comunidades rurales del Valle de Tiznados son los hatos y los criadores ganaderos. Por tanto, los hatos son una fuente crucial para inferir y reconstruir los rasgos geográficos de los primeros siglos de la colonización.

Nuestra tesis es que la configuración inicial de los actuales caseríos y comunidades rurales del Valle de Tiznados guarda estrecha relación con la situación de hatos entre 1660 y 1762. En otras palabras, que la unidad geográfica inmediatamente precedente a una cantidad considerable de caseríos y comunidades rurales fue el hato, cuyo nombre y perímetro sirvió para configurar y denominar las comunidades rurales. Aclaramos que no todos los hatos evolucionaron en caseríos y comunidades rurales y que algunos antiguos topónimos de hatos han desaparecido o fueron sustituidos.

Los datos sobre hatos en la parte final del Siglo XVIII abonan a su vínculo actual con los caseríos y comunidades rurales de la región de Tiznados. Una de los rastros más contundentes de este vínculo territorial entre el hato, los caseríos y las comunidades rurales de Tiznados es la toponimia. Mediante los nombres de estos lugares, hemos podido documentar que al menos 30 por ciento de todos los nombres de hatos del Valle de Tiznados son atribuibles a antiguos hatos, usualmente anteriores al Siglo XIX. Por ejemplo, en San Francisco, San José y San Lorenzo de Tiznados, los nombres de los hatos de La Lajas, Platilla, El Totumo, El Limón, Casanga, Cacheo, son los legados de antiguos sitios de hatos. En la mayoría de los casos, estos hatos ya existían y estaban denominados mucho antes de que se constituyeran en caseríos donde hoy están ubicados.

La toponimia nos ofrece muchas más pistas: Un treinta por ciento de todos los hatos rurales del Valle de Tiznados tienen nombres de origen indígena. Más aún, el 70 por ciento de todos los sitios del Valle de Tiznados tienen al menos un lugar de topónimo indígena. En curato de Tiznados predominan: Hato Chirgua, Chirguita, Jagüey, entre otros. A pesar de extinguirse, los indígenas aseguraron una presencia toponímica permanente en nuestra vida cotidiana. Por otra parte, muchos hatos en el Valle de Tiznados han sido denominados con nombres propios de personas, por lo que sus topónimos se definen como antropónimos. Algunos de estos nombres corresponden a los colonizadores. Entre ellos cabe destacar los antropónimos de los hatos Barranca de los Pérez, Barrancas de Arana, Hato Estévez, Félix, entre muchos otros. Otros antropónimos hacen referencia a los nombres de caciques, pobladores iniciales, antiguos moradores, dueños de hatos, terratenientes, misioneros religiosos y figuras históricas de todo tipo. Aparte de estas categorías, los topónimos de los caseríos y comunidades rurales del Valle de Tiznados también nos ayudan a reconstruir la flora y la fauna de la antigüedad, su representan el 27 y el 8 por ciento, respectivamente de los topónimos. Algunos topónimos congelaron en el tiempo imágenes de antiguas cosechas, como en los hatos El Limón , Bucaral, Cocuizal, entre otros. Las especies de nuestra fauna también están presentes en topónimos como Las Palomas.

Del mismo modo, mediante los descriptores geográficos tanto topográficos como hidrográficos podemos captar algunas de las nociones y mentalidades de los primeros colonizadores al denominar lo que les rodeaba. En ocasiones, estos nombres tienen un gran poder de evocación, creando imágenes visuales que reproducen el contexto físico del lugar, como en el caso del Hato Las Animas. En algunas razones, estas imágenes han dejado de reflejar la actual realidad físico-topográfica del lugar –como en el cado del Hato La Montuosa --constituyéndose un rastro histórico de su entorno físico original. Algunos topónimos de hatos de vínculo topográfico-geológico genérico no son evidentes a menos que se indague más a fondo el español medieval, las lenguas indígenas y los usos populares. Por ejemplo, un topónimo como La Plantilla, pudiera generar diferentes interpretaciones. Muchos topónimos no sólo preservaron las imágenes visuales que encontraron los colonizadores, sino también su forma de hablar y de describirlas.

En conclusión, la importancia continua de los hatos reside en su historia, que poco a poco comenzamos a definir. Los hatos son un vital puente entre el Siglo XIX y los siglos “en oro” de nuestra región (siglos XVI, XVII y XVIII), de los que sólo se conocen las incidencias de un pequeño grupo de comunidades incipientes. Los topónimos de los hatos, como herencia de los antiguos hatos y “sitios”, son un espejo del ánimo del colonizador ante la gran empresa a la que se enfrentaba. Son su interpretación del carácter de la comarca, de los ríos, de los montes, de la flora y de la fauna, que personalizaba y animaba la soledad de su aislamiento. Reflejan su esperanza y su individualidad. Nos ayudan a reconstruir la soslayada historia rural, esa menos conocida, menos documentada pero más autóctona, por ser en la ruralidad donde emergió la identidad local y regional.

NOTAS
[1] AGN, Sección Tierras, Tomo 2, 1745, Letra P, Nº 1, f. orig. 1-8
[2] Caracas, Registro Público, Testamentarías, Escribanías Hugo Cróquer, 1743.
[3] Testamento del Capitán Juan Antonio Pérez de Ávila y Brea, 1718
[4] CARBALLO, GASTÓN (1985). El Hato Venezolano 1900 – 1980, Caracas: Edit. Tropikos, p 14
[5] BLOCH, MARC (1978): La Historia Rural Francesa. Barcelona: pp. 32, 34 y 78.
[6]RODRÍGUEZ ADOLFO (1994). El Estado Guarico: Orígenes Mundo y Gente. San Juan de los Morros: Ediciones de la Comisión regional Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundo, pp. 42 - 46
[7]CASTILLO LARA (1984). San Sebastián de los Reyes. La ciudad Trashumante. Tomo I Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.; p. 218



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