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Falleció don Elisur Lares, Cronista de Achaguas

guasFue profesor ordinario de la Universidad Nacional Abierta de San Fernando de Apure; destacado intelectual e investigador.


Elisur Emilio Lares
Por José Obswaldo Pérez
Este domingo el mundo cultural del estado Apure y más allá de sus fronteras ha sentido la pérdida a uno de sus más activos intelectuales y docentes universitarios. Elisur Emilio Lares Bolívar, quien en su larga trayectoria de docente, escritor, poeta, profesor universitario, cronista de Achguas, brindó grandes aportes a la región apureña falleció tras padecer de una complicada diabetes.
Lares Bolívar fue cronista de Achaguas su pueblo natal, en el estado Apure. Allí nació el 08 de Febrero de 1956. Licenciado en Educación, egresado de la Universidad Católica “Andrés Bello”. Se desempeñó como docente en el C.B.C. “Dr. Saverio Barbarito” de Apurito y en el C.C. “Diego Eugenio Chacón” de Achaguas en el Estado Apure.

Se inició en el campo de las letras como colaborador al componer numerosos artículos históricos y literarios en diferentes periódicos y revistas apureñas, a saber El Llanero, La Idea, Letras, Pueblo (órgano informativo de la Fundación Cultural Rómulo Gallegos) y Correo del Apure. Su dinámica actividad educativa, cultural y de investigación lo ha hecho merecedor de múltiples reconocimientos.

A lo largo de su existencia dejo una gran cantidad de trabajos inéditos tanto geográficos, históricos y literarios como poéticos. Entre ellos se mencionan Dr. Saverio Barbarito Echenique, vida y obra, 1982; Reseña de la Batalla de las Queseras del Medio, 1983; Semblanza del Dr. Eduardo Hernández Carstens, 1983; Arichunenses notables, pequeñas biografías, 1984;Cuentos Apureños Nº 1 —coautor 1984—; Breve Historia de Achaguas, 1986; Cronología Vital de Julio César Sánchez Olivo, 1987; Algunos sanfernandinos notables, 1988; Cuentos apureños Nº 2 —coautor 1988—;La mujer y la cultura en Apure, 1991 y Geografía descriptiva apureña, 2003.
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Militares y orden público

En las últimas dos décadas, desde que se completó la transición a la democracia de la mayoría de países latinoamericanos, un objetivo crucial ha sido mantener a las fuerzas armadas por fuera de la misión de proteger a la ciudadanía.

Foto: Reuters

Por Marcela Sánchez

El 28 de noviembre, miembros de una fuerza militar y policial conjunta izaron una bandera brasileña en la cima de una colina en Río de Janeiro. Habían llegado como conquistadores, 2.600 en total, autorizados por los Gobiernos de la ciudad y el país para asumir el control de uno de los vecindarios más pobres y abandonados de Río, que estaba en manos de violentas pandillas criminales.

El operativo, celebrado a lo largo de Brasil, significó un cierto alivio para los 400.000 residentes del Complexo do Alemão, un conjunto de favelas que se había convertido en una guarida para los bandidos y en un infierno en vida para los demás. La ofensiva fue la acción más reciente y atrevida en el ambicioso plan del Gobierno de Río para reducir la actividad criminal en zonas peligrosas, en anticipación al Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

Otras ciudades en la región han intentado tácticas similares. A comienzos de 2007, poco después de su toma de posesión, el presidente de México, Felipe Calderón, lanzó una ofensiva militar y policial contra pandillas de drogas de la ciudad fronteriza de Tijuana. En 2002, el mandatario colombiano, Álvaro Uribe, envió a 3.000 militares y policías a las comunas de Medellín como parte de la Operación Orión. En pocos años, esta ciudad se convirtió en ejemplo de éxito y, de hecho, ha servido de inspiración para Brasil.

Ahora es Río el modelo en boga. Sus logros, incluso, han llevado a reconsiderar la renuencia en la región de emplear fuerzas armadas en asuntos policiales.

Expertos regionales en seguridad, reunidos en la Organización de Estados Americanos (OEA) en la última semana, están ciertamente más abiertos a la idea. El secretario de Seguridad Multidimensional de la OEA, Adam Blackwell, se refirió a la acción militar como un desarrollo "positivo" y agregó que para combatir criminales despiadados muy bien organizados, los Gobiernos en la región debieran usar todas las fuerzas a su disposición, incluidas las militares.

"Lo que percibo es una nueva disposición de, por lo menos, discutir el rol militar siempre y cuando ocurra bajo supervisión civil", aseguro Blackwell en una entrevista. "Este no es un tema de la izquierda o la derecha, del norte o del sur, del este o el oeste. La gente ... no quiere ser abatida a tiros en las calles".

En las últimas dos décadas, desde que se completó la transición a la democracia de la mayoría de países latinoamericanos, un objetivo crucial ha sido mantener a las fuerzas armadas por fuera de la misión de proteger a la ciudadanía. La mayoría de las naciones, como parte de su consolidación democrática, tienen ahora ministros de defensa civiles, fuerzas policiales civiles y una clara separación entre las misiones de la policía y los militares.

Pero los esfuerzos por sacar de las calles a los militares han sido vacilantes e incompletos. Grupos de derechos humanos están particularmente preocupados por una posible expansión de la misión militar por parte de fuerzas que todavía no han superado plenamente su legado de represión.

Adam Isacson, experto en seguridad regional de la Oficina para Asuntos Latinoamericanos de Washington, reconoció que circunstancias excepcionales, como cuando la policía es superada por criminales mejor armados, amerita una acción militar de protección y disuasión, pero dicha participación debe durar poco.

La presencia militar a lo largo de, al menos, siete meses en la favela Complexo do Alemão que proponen los funcionarios brasileños es un lapso demasiado largo, lo que podría sentar "un precedente terrible", dijo Isacson en una entrevista. La pregunta ahora es ''¿cómo van a mantener estos vecindarios?, y esa no es una interrogante de carácter militar''.

Afortunadamente el plan de seguridad del Gobierno de Río es multifacético. Después de la ofensiva inicial, la policía comunitaria, organizada en "unidades policiales de pacificación", debe empezar a establecer una presencia a largo plazo, al tiempo que se implementan otros programas e inversiones gubernamentales.

Es muy difícil saber, claro, si la estrategia tendrá éxito. Sergio Fajardo, el ex alcalde de Medellín a quien se le atribuyen buena parte de los logros en reducción de criminalidad en esa ciudad, reconoció en una entrevista que es limitado lo que puede hacer un líder local para derrotar crimen financiado por un negocio internacional. "Mientras haya narcotráfico, hay violencia", dijo. Aún así, agregó, el enfoque debe estar en crear nuevas oportunidades en aquellas áreas donde por mucho tiempo la criminalidad ha sido la alternativa más atractiva para una ganancia financiera.

Lo que es indiscutible es que temas de seguridad serán prioridad para los Gobiernos en la región ahora y en años venideros. Noventa por ciento de los latinoamericanos teme ser víctima de crimen en algún momento en su vida. Uno de cada dos habitantes de la región quiere mayor presencia policial en las calles, según el último informe de Latinobarómetro. Esto "podría interpretarse como una solicitud autoritaria", según Marta Lagos, directora ejecutiva de Latinobarómetro; pero es una petición "civilizada" cuando uno no puede salir y sentirse seguro.

La historia justifica la preocupación ante el creciente rol de los militares de la región. Pero a menos que los Gobiernos latinoamericanos puedan reducir la criminalidad, los delincuentes seguirán representando una amenaza desestabilizadora para las democracias de la región, mayor que cualquier otra.


FUENTE: The New York Times Syndicate


Marcela Sánchez ejerce el periodismo en Washington desde comienzos de los noventa. Esta es su columna semanal
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Manuel Caballero: la reinvención de la política

Gracias a la periodista Maye Primera y a la Editorial Alfa publicamos una de las últimas entrevistas -si no la última- concedidas por el historiador Manuel Caballero y que aparece publicada en el recientemente bautizado libro La República alucinada: conversaciones sobre nuestra independencia. (Editorial Alfa)

Manuel Caballero, historiador y periodista
Por Maye Primera | 13 de Diciembre, 2010
Si bien la República venezolana nació en el siglo XIX, la política y la paz que permitieron que Venezuela se consolidara como nación no se «inventaron» sino en el siglo XX. En el calendario de Manuel Caballero, la Batalla de Ciudad Bolívar, de 1903, selló la culminación de un proceso guerrero que comenzó en la segunda década del XIX con el conflicto de Independencia y que él ha llamado el de «las guerras de Independencia». A partir de entonces se instauró la paz, y por ella los venezolanos pagaron el precio del autoritarismo. Sin embargo, también ocurrió durante el siglo XX la «invención» de la política: gracias a ella, los adversarios políticos dejaron de ser considerados enemigos mortales, como ocurría en el siglo XIX. ¿Pero acaso esos caminos aprendidos de la política comenzamos a desandarlos en el siglo XXI?

¿Por qué se establece el 19 de abril de 1810 como la fecha en que nació la Independencia, cuando lo que ocurrió ese día fue la reacción de Caracas contra las fuerzas napoleónicas que estaban en España? ¿Por qué la historiografía oficial escogió esa fecha y no otra?

El 19 de abril es un acontecimiento bastante confuso. Tanto así que Arístides Rojas, por ejemplo, lo calificó de día español por excelencia. Si en esa lucha que se inició el 19 de abril hubiese triunfado la monarquía en lugar de triunfar la República, ese sería celebrado como el día inicial de la monarquía. Porque lo que se hizo fue constituir una Junta Conservadora de los derechos del rey Fernando VII. Curiosamente, se trataba de los derechos de un rey que no había reinado nunca, un rey que no existía. La celeridad con que se producen los sucesos que llevarán al 5 de julio de 1811, el cambio de visión y de actitud de los sectores dirigentes del 19 de abril de 1810, que los lleva a declarar no solamente la Independencia sino la República en 1811, puede indicar que la fidelidad a la Corona no era tan firme como se pensaba. Por lo tanto, entre quienes protagonizan el 19 de abril había mucha gente que no era partidaria de Fernando VII sino todo lo contrario, pero que aprovecha la coyuntura para acelerar el proceso de acuerdo con el plan republicano que tenían. Sin embargo, el mote que se le dio a Fernando VII era «El deseado». Había esperanzas, sobre todo porque podía resultar el símbolo de la unidad de España frente al invasor extranjero, y cuando hablo de España no me estoy refiriendo solamente a la península. Ese no es un proceso extraño en la historia. El papa Pío Nono, por ejemplo, fue tomado como bandera por los liberales italianos y como símbolo de la unidad de Italia en un momento determinado, y en toda crisis se dan esos momentos de confusión. Hay otro elemento muy importante y es la opinión del Libertador. Simón Bolívar dijo que el 19 de abril nació Colombia, y su opinión se tomó siempre como palabra de evangelio: si el Libertador lo dijo, tenía que ser así, aunque en aquel momento hubiera sido un disparate que ese fuese el arranque de la Independencia frente a la monarquía española; ni siquiera de Colombia, que sólo estaba en los sueños de Francisco de Miranda. Otra de las cosas que todo este proceso muestra, y que va a rematar el 5 de julio, es que no se trata solamente de la Independencia de España, sino que lo fundamental es el rechazo de la monarquía y la preferencia por el régimen republicano.

¿Qué tanto hay de mito o de realidad en la idea de que, entre las provincias de América, Venezuela era «un cuartel» y nada más?

Hay un movimiento de ideas de primera importancia en toda América Latina, y en ese contexto Venezuela surge con mucho brillo. Juan Germán Roscio, por ejemplo, se adelanta mucho a pensamientos posteriores, como el de Tocqueville, al darle basamento al liberalismo en la religión cristiana; combinar esas dos cosas que aparentemente aparecen como enemigas mortales es un rasgo de sutileza y de inteligencia de primera categoría. Durante un tiempo se tuvo la idea de que Venezuela era el país o la colonia más atrasada y pobre de España en América Latina. Eso partía de la base siguiente: la fuente que utilizaban los historiadores eran los archivos de Indias. Y efectivamente, el comercio de Venezuela con España era muy pequeño y muy pobre, en relación con lo que podían ser los grandes virreinatos de Nueva España y de Perú. Pero resulta que a partir de cierto momento queda claro que la principal ruta de comercio exterior de la colonia venezolana era México, no España; y en realidad Venezuela era la tercera potencia de América Latina, detrás de México y Perú. Eso asombra, pero es así. Esa élite económica se acompaña de un desarrollo y una preocupación intelectual. Por otra parte, por la cercanía con Europa, la Ilustración llega a Venezuela en los barcos españoles. Hay un libro famoso de Ramón de Basterra que se llama Los navíos de la Ilustración donde se cuenta esto. Otros autores también decían que los venezolanos eran «los franceses» de América Latina, porque eran los que más relación tenían con las ideas francesas. La gente más pudiente podía adquirir esas ideas. Incluso se sabe que muchas de esas corrientes subversivas, de ese pensamiento, vino a través de los jesuitas, que habían sido execrados; ellos se convirtieron, curiosa y paradójicamente, en agentes de las ideas nuevas. Pese a todas las barreras, esas ideas se introducían en la sociedad, en el habla venezolana y en los sectores intermedios, que son los que van a estar en contacto más directo con la base. El historiador que se ocupó de este problema con mayor profundidad fue Luis Castro Leiva. Él elaboró un locucionario con las palabras más empleadas y sus diferentes significaciones durante el proceso que va entre 1790 y 1810, que es el proceso de fraguado de la crisis. Castro Leiva constató que en el habla corriente usada por curas, boticarios, médicos, funcionarios, habían permeado, de una forma muy sutil pero muy evidente, toda una serie de ideas reprimidas y prohibidas. Es decir, en el lenguaje corriente se expresaban ideas que en principio no eran permitidas porque eran subversivas, y que sin embargo ya habían entrado en el lenguaje común. Hay un ejemplo de esto que a mí me llama la atención, que es la evolución de la palabra «Constitución» entre 1790 y 1810. En 1790 esta palabra se refería al cuerpo, a lo físico, a la constitución de una persona. Eso va evolucionando y ya en 1810 «Constitución» tiene el significado político que le damos todavía.

A pesar de que en el siglo XIX Venezuela nació como República, es durante el siglo XX cuando al fin se consolida el ejercicio republicano y la conciencia nacional de los venezolanos. ¿Cómo fue el proceso para llegar esto?

Porque se forma, primero, el Estado y después, la nación, que comienza a existir cuando es reconocida por todo el mundo. A partir del momento en que el Estado deja de ser un conjunto de organizaciones gubernativas y comienza a ser visto como una cosa donde puede y debe participar todo el pueblo, ya ese es el comienzo de la nación. A partir del 14 de febrero de 1936, cuando nace la democracia, se comienza a percibir que existe un país llamado Venezuela del que somos todos miembros; todavía no ciudadanos, porque lo seremos a partir del 18 de octubre de 1945. Los problemas entonces dejan de ser sólo de Estado para convertirse en problemas nacionales. La prueba es que esta es la primera vez, después de la muerte de Gómez, que se comienzan a plantear con tanta acritud los problemas de fronteras. Se va formando el concepto de nación a través de la democracia, primero, porque los problemas se plantean en un ámbito mayor y puede y quiere opinar todo el mundo. Yo digo que a partir de 1936 Venezuela comienza a ser democrática y nunca ha dejado de serlo. Y entonces me preguntarán: «¿y Pérez Jiménez fue democrático?». No, yo no estoy hablando de gobiernos democráticos sino de una sociedad democrática. Que eso sea así es muy bueno, pero no en todos los casos: yo no soy de esos que creen que el pueblo nunca se equivoca; es decir, la democracia ha sido positiva y también tiene sus aspectos negativos. Fue la democracia la que llevó a Chávez al poder, por ejemplo. No es verdad que la democracia se derrumbó con Chávez; lo que pasa es que mostró su peor cara, que es la tendencia a convertir la democracia en la dictadura de la mayoría. La política está por encima de eso. Para mí la democracia no es la sucesión de gobiernos democráticos, sino la toma de conciencia popular, masiva, de calle, de su propia fuerza, capaz de hacer cambiar de rumbo a un gobierno por diferentes vías: la manifestación popular, la insurrección popular o el voto.

¿Y la unificación nacional cómo se logra?
A partir de la unificación territorial, de la conformación del Estado gomecista, que es la concentración del poder. Gómez intentó aplicar dos consignas del siglo XIX: población y caminos; fracasó en lo que tuvo que ver con la población del territorio, pero tuvo gran éxito en la construcción de caminos.

Usted ha preferido hablar siempre de «las» guerras de Independencia y no de «la» Guerra de Independencia. ¿A qué se refiere con esto?

Sí, lo que he dicho es que existe un continuo que va desde1810-1811 hasta 1903; por eso hablo en plural de «las guerras» de Independencia. En realidad es José Gil Fortoul el primero que habla de «las guerras federales», que van desde 1859 hasta el final del siglo. Yo, sencillamente, alargo ese período hacia atrás porque es un solo proceso guerrero el que arranca el 19 de abril de 1810 y termina el 23 de julio de 1903, con la Batalla de Ciudad Bolívar. Ese tiempo conoce muy pocos momentos de tregua, y prácticamente se pelea entre la misma gente; lo que pasa, claro, es que nadie puede vivir un siglo. Pero por lo menos desde la Guerra de Independencia hasta la Revolución Federal actúa la misma gente, y luego empuñan las armas los descendientes de aquellos. La prueba es que en la Revolución Libertadora el estratega militar que muere es Domingo Monagas. Ese proceso se cierra en 1903 en Ciudad Bolívar, en la batalla que comanda precisamente Juan Vicente Gómez y que pone fin a la última de las guerras civiles, de las guerras de a caballo que hasta ese momento había vivido el país. Por eso es que suelo decir también que en ese año Venezuela «se baja del caballo». Así es como se cierra un ciclo de cuatro siglos de historia venezolana, donde el caballo era el arma principal de la guerra.

Y durante el siglo XIX la guerra era la forma de hacer política, según también ha dicho usted.

Durante todo el siglo XIX no se concebía otra cosa, a pesar de que la política y la guerra son dos cosas absolutamente contradictorias. Es la idea que trato de desarrollar en mi libro Historia de los venezolanos en el siglo XX. No comparto la máxima aquella de Clausewitz, que dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La política y la guerra son incompatibles. Esa manera de hacer política ha dado lugar a una tensión, tanto colectiva como individual, no sólo en Venezuela. A mí suelen preguntarme siempre, al final de mis conferencias, por qué los venezolanos tenemos esa tendencia al autoritarismo. Y yo respondo que ese no es un problema de los venezolanos particularmente; en todas partes del mundo ocurre eso. ¿Acaso Jean Marie Le Pen no estuvo a punto de ser Presidente de Francia? ¿El pueblo más filosófico de Europa no tuvo a Hitler? ¿El pueblo del Renacimiento no tuvo a Benito Mussolini? ¿La democracia latina más avanzada no tenía un Perón que arruinó a Argentina? La lucha entre la política y la fuerza es permanente, en todas partes del mundo. Eso nunca cesa, a Dios gracias, porque si no viviríamos en una sociedad muy aburrida. Es lo que Maquiavelo ha llamado el vivere politico que él contraponía a la sociedad absoluta.

Simón Bolívar dijo alguna vez: «Hemos conquistado la Independencia, pero no la libertad». ¿Cómo alcanzaron los venezolanos esa libertad durante el siglo XX?

No me gusta invocar el argumento de autoridad, pero creo que en este caso Bolívar tiene razón. Ha habido un largo proceso desde la Independencia hasta ahora por conquistar esa libertad. Hay quienes piensan, Carrera Damas entre ellos, que se trata de un combate simultáneo por la libertad y por la igualdad. Sin descartar eso, que es cierto, yo lo veo de otra manera. Hay dos maneras de buscar la libertad. Una es la que consumió todo el siglo XIX, que es por medio de las armas, detrás de un caudillo carismático; la característica de esa lucha por la libertad era que se excluía a la multitud y se la sustituía por el caudillo. Eso no ocurre solamente durante el siglo XIX, después de la Independencia: eso ocurre también durante la Independencia. Los fulanos patriotas, los llaneros, en realidad a quien seguían era a José Antonio Páez, como antes habían seguido a José Tomás Boves. ¿Cuál es la consecuencia de esto? Ninguna: sangre, desorden, ruina y la desaparición muy cierta de Venezuela como nación. Eso se vio en 1902: con el bloqueo a las costas venezolanas, Venezuela estuvo a punto de desaparecer y de convertirse en un protectorado de las naciones europeas. El país logró salir de eso, no por el patriotismo de los venezolanos, sino por la intervención de los Estados Unidos. Hay otra característica: que es que se atraviesa un período que se puede hacer arrancar desde la Batalla de Ciudad de Bolívar, en 1903 hasta la creación de la Academia Militar, en 1910. ¿Cuál era la libertad de la que se gozaba en el siglo XIX? La libertad de alzarse. Cuando se crea el Ejército profesional como realidad fáctica a partir del 5 de julio de 1910, como parte de las celebraciones del centenario, se crea una organización que va a asegurar la paz en Venezuela. Entonces, es mentira eso que está como eslogan de la Academia Militar: que el Ejército venezolano era forjador de libertades. Esa es una mentira grandísima como un templo. Es mentira que al Ejército venezolano actual lo fundó Bolívar; aquella horda harapienta no tenía nada que hacer con este Ejército. El creador del Ejército venezolano se llama Juan Vicente Gómez y lo fundó, no para crear libertades, sino para acabar con las libertades. No lo digo por antimilitarista; es que las libertades no tenían nada de bello: la libertad era el derecho de alzarse a cada rato. A partir de allí se instala la dictadura de Juan Vicente Gómez. Sus opositores, que no eran sino el mismo Gómez pero con otra cara, intentan volver a la lucha permanente del siglo XIX y fracasan. No logran absolutamente nada, Gómez es inamovible. Ellos tenían la misma formación de Gómez tanto en lo teórico –todos eran liberales– como en los procedimientos. La gente no le daba ningún respaldo a esas intentonas hasta que, en 1928, se inventa la política. Aquella multitud que había sido excluida de la historia y sustituida por el caudillo, esta vez se reintroduce a través de la política, primero, y luego a través de la democracia. La política es mucho más importante que la democracia, que la contiene, porque ya hemos visto que la democracia puede llegar a ser la dictadura de las mayorías. La política es más importante porque es el abandono de las soluciones de fuerza y la tendencia a dejar de considerar al adversario como enemigo mortal. Eso poco a poco va a hacer aparecer a la multitud, cuya característica principal es que no tiene cara ni caudillo; tiene líderes, pero que representan a un colectivo, siguen a una idea o a un partido. Esas son las dos maneras de luchar por la libertad. Eso se debe a muchas cosas, pero en primer lugar, a la urbanización del país. «Política» viene de «polis», de ciudad, y precisamente surge con el cambio de escenario de las luchas sociales, del campo a la ciudad.

Usted de hecho ha señalado que de la violencia campesina del siglo XIX, Venezuela pasa a la violencia callejera del siglo XX. ¿En qué se diferencia la violencia de la guerra de la violencia de la paz?

En primer lugar, aquella es una violencia aceptada, cuyos jefes son conocidos y glorificados, y hasta tienen representación parlamentaria. Y la otra, la del siglo XX, es una violencia anónima, rechazada y perseguida, cuyos jefes no tienen nombres o no los muestran. En segundo lugar, se diferencian en el hecho de que esta segunda violencia es una amenaza contra la sociedad, pero no necesariamente es una amenaza contra el gobierno. Aquella violencia del siglo XIX podía tumbar gobiernos. Otra diferencia es que aquella era una violencia de a caballo y esta es una violencia de a pie.

En este siglo XXI ¿estamos desandando la «invención de la política»? Tal y como ocurrió durante el período de Independencia, los adversarios han vuelto a ser enemigos mortales a quienes no se les reconoce y se les combate.

Absolutamente. Pero esto pasó por una etapa de transición que yo llamo «la agonía de la política», y que está representada en la reelección en la Presidencia de Rafael Caldera y de Carlos Andrés Pérez. Con su segundo período de gobierno, ellos dejaron de ser líderes políticos e históricos para convertirse en políticos iguales a los otros, que lo que querían era hacerse del poder a como diera lugar y, sobre todo, destruyendo los partidos políticos que habían construido ellos mismos con tantísimo trabajo. En su asunción al poder, ambos destruyeron sus propios partidos: Carlos Andrés Pérez lo hizo contra la voluntad de su partido y ayudó a destruirlo; y Caldera, desde 1936 a 1993 fue construyendo el partido «de Caldera», que luego botó por la ventana para fundar un partido «calderista», que es Convergencia. Al hacer eso, ellos les dan la razón, les sirven de coartada y de pretexto a quienes decían que los partidos y la política eran cosa de ambiciones personales. Dejan la mesa servida para la solución que conocemos: el personalismo llevado a su extremo. El liderazgo personalista es monoteísta. Este lenguaje de ahora, donde el que está con el gobierno está haciendo patria y el que no lo hace es un traidor, es el mismo lenguaje de Juan Vicente Gómez.

¿Cómo se puede retomar el camino de la política? ¿Cómo puede reinventarse?

Insistiendo. Yo creo que la política ya la estamos reinventando. El resultado de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre de 2010 es el triunfo de la política sobre la politiquería, que es la marca del gobierno actual.

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El capitalismo impaciente

Los más pobres están obligados a la paciencia por necesidad, es decir, en sentido estricto, a sufrir, y en sentido figurado, a no esperar resultados rápidos de sus esfuerzos.

Por Jacques Attali
El capitalismo de niños mimados corre hacia su perdición si no se reeduca en la paciencia. Los mercados financieros quieren ganancias inmediatas. Queremos satisfacer sin esperar nuestros deseos políticos y de consumo. Un sistema insostenible.

Los más pobres están obligados a la paciencia por necesidad, es decir, en sentido estricto, a sufrir, y en sentido figurado, a no esperar resultados rápidos de sus esfuerzos. Para ellos, ningún deseo puede ser cumplido en lo inmediato. Acumular los medios para satisfacer sus necesidades más elementales, como la de alojarse, toma mucho tiempo. Hay que ahorrar para eso, durante años. Para ellos la recompensa llegará, en el mejor de los casos, a muy largo plazo. O para la siguiente generación o en otra vida.

A la inversa, los poderosos de este mundo tienen todos los derechos. En particular el de no esperar para ver satisfechos sus deseos. Exigen todo, de inmediato. Su impaciencia empuja a los financistas a exigir una rentabilidad instantánea; empuja a las empresas a contentarse con proyectos de corto plazo. La publicidad, la sociedad de consumo y el culto de la satisfacción permanente de nuestros deseos llevan a las clases medias hacia el mismo modelo. ¿Por qué privarse? ¿Por qué esperar? Los electores también exigen satisfacción inmediata, y los políticos intentan agradarles en el instante. Esto conduce a unos y a otros a un permanente mayor endeudamiento, Estados o individuos; es la verdadera medida de la impaciencia.


Capitalismo paciente

Ese modelo, que remite a lo esencial, es decir, a la relación con el tiempo, es suicida. Y se podría explicar toda la dinámica de nuestras democracias de mercado en torno a esta idea. Es eso lo que hay que dar vuelta: la impaciencia debe volverse el derecho de los pobres y únicamente el de ellos. La paciencia debe ser el deber de los ricos. El concepto de "capitalismo paciente", que propuse hace tres años para describir la responsabilidad social de la empresa, debe generalizarse. Y aplicarse tanto como sea posible a la acción de investigación e inversión de los dirigentes de la economía. Esto es más fácil de hacer para las empresas que no cotizan en bolsa, a salvo de los caprichos de los mercados y de los operadores. Del mismo modo, el sector de los negocios con finalidad social está fundado también sobre la paciencia de aquellos que invierten en él. Y está llamado a tener un gran porvenir.

Esta responsabilidad debe ser además redescubierta por los estadistas. Ellos deben buscar como recompensa la huella que dejarán en la historia y no un crecimiento en la próxima encuesta. Los electores y los ciudadanos están de hecho mucho más maduros de lo que se imagina y aptos para comprender que la paciencia no contradice la democracia. Esta paciencia debe convertirse en la virtud principal de los dirigentes e incluso del criterio para elegirlos.

A la inversa, los pobres deben ser impacientes y tienen todos los motivos para serlo. Impacientes por recibir los medios, en particular financieros y políticos, de la dignidad. El mundo es rico e injusto. Deben cuestionarlo. Deben rechazar el dispendio, la miopía, los caprichos de los ricos. De su impaciencia, de su cólera incluso y de su expresión, depende hoy la supervivencia de este mundo.

(Traducción de Infobae América)

Jacques Attali es un economista y escritor francés. Es editorialista de Slate.fr (del que es además cofundador) y de la revista L'Express. Preside Planet Finance y es autor de numerosos libros, siendo uno de sus últimos títulos Crisis, ¿y después?
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La otra cara de Simón Bolívar: un hombre vanidoso, mujeriego y cobarde

Un general franco-alemán que conoció al Libertador lo describe así

Simón Bolívar visto por  Ducoudray Hosltein
Por RAFAEL ARRÁIZ LUCCA
Acaba de ser publicado en español el libro Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales, del general Ducoudray Hosltein, traducido del inglés por Juan Carlos Vela Correa. Se editó en Boston en 1828 y, al terminar de leerlo, se comprende por qué nunca antes se había vertido a nuestra lengua.

Es uno de los libelos más críticos acerca de la vida y personalidad del caraqueño, escrito por alguien que convivió durante dos años con él y no guarda nada debajo de la alfombra. El subtítulo de la obra reza: "Una historia secreta de la revolución y de los eventos anteriores a ésta, desde 1807 hasta el presente día". Pocas veces hemos leído versiones tan en contravía de la que se ha ido asentando como la oficial.

El libro comprende 516 páginas en letra pequeña, de modo que la abundancia de asombros es notoria, lo que nos lleva a escoger unos pocos. Antes: ¿Quién es Henri Louis Villaume Ducoudray Holstein? Un general franco-alemán que sirvió a Francia en tiempos de la Revolución Francesa, que fue agregado al Estado Mayor bonapartiano, y que recaló en Cartagena en 1814. También fue nombrado Comandante del fuerte de Boca Chica hasta diciembre de 1815, cuando tuvo que abandonar la ciudad rumbo a Los Cayos, en Haití.

De modo que la experiencia colombiana del general se reduce a dos años. No obstante, sus Memorias abarcan 21 de la epopeya independentista suramericana. Lo más valioso de su libro reside en su experiencia directa con Bolívar. El título, por cierto, es equívoco, ya que las memorias no son de Bolívar sino del general franco-alemán. Quizás, por algún ardid editorial de la época, el editor apeló a esta denominación, dejando en la retaguardia el nombre de aquel desconocido general europeo.

Abunda el autor en análisis sobre estrategias militares articuladas por parte de Bolívar, a quien llega a considerar un ignorante. Señala cinco momentos de la vida del héroe en que se dejó dominar por la cobardía y abunda en datos sobre su desenfreno amatorio, apuntándolo como un inconveniente para la vida militar eficiente. Lo que no explica Ducoudray es cómo este 'disoluto' se impuso sobre sus contemporáneos y comandó la gesta independentista.

En relación con la cobardía aludida por Ducoudray, la verdad es que Bolívar murió en una cama en Santa Marta y no en el campo de batalla, como la mayoría de los guerreros. Y algo de verdad debe haber, pues casi nadie lo destaca por el arrojo de sus acciones militares personales, sí las hubo, sino por sus estrategias y genio desconcertantes.

No obstante, no hay que olvidar que el autor es un militar prusiano que está leyendo la personalidad de un caraqueño. El cortocircuito es, sin duda, flagrante.

En cuanto a los amoríos bolivarianos, Ducoudray describe con desesperación cómo un ejército entero tuvo que esperar cuatro días en Los Cayos a que Bolívar se saciará con Pepa Machado, para poder zarpar. Esto enardeció al general, para quien semejante conducta era inadmisible, mientras que para Bolívar era costumbre.

Antes, tuvo oportunidad de relatar cómo se perdió la plaza de Puerto Cabello, en 1812, por el mismo motivo: los furores amatorios de Bolívar por la señorita Machado.

La traducción de este libro al español es un aporte importante, y pasa a formar parte de la batería crítica bolivariana. Me refiero a las obras del coronel George Hippisley (Narrativa de la expedición a los ríos Orinoco y Apure, en Sur América, 1819), de José Domingo Díaz (Recuerdos de la rebelión de Caracas, 1829), la entrada "Bolívar" en la New American Cyclopaedia de Charles Dana, escrita por Carlos Marx en 1858, entre otras.

En el capítulo final, Ducoudray intenta un resumen de la personalidad del héroe: "Los defectos predominantes de la personalidad del general Bolívar son ambición, vanidad, sed por el poder absoluto e indivisible y una gran disimulación. Es muy astuto y entiende a la humanidad mucho mejor que todos sus coterráneos; él, hábilmente voltea cualquier circunstancia a su propia ventaja y no escatima ningún esfuerzo para ganarse a aquellos que le pueden ser útiles".


Rafael Arráiz Lucca es historiador venezolano
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La Independencia como mitología

Para hacer cumplir la voluntad de Bolívar, Zamora, Padre, Hijo y Espíritu Santo

Manuel Caballero, historiador venezolano/Foto El Nacional
Por MANUEL CABALLERO |  EL UNIVERSAL
La mitología de la guerra de independencia en la Venezuela republicana posterior a 1830 y hasta nuestros días tiene caracteres menos políticos que fundacionales: los guerreros de la independencia, Bolívar en primer lugar, no crearon una nación ni un Estado, sino una cultura; no son guerreros victoriosos, sino nuestros primeros padres; no son hombres prestigiosos por sus hechos de armas y sus ideas, y ni siquiera son mitos, sino semidioses (y en el caso de Bolívar, un solo Dios). Trataremos en una primera parte de definir cuáles son los rasgos de esa mitología; y en una segunda, sus momentos más resaltantes.

Hay tres fases dominantes en la expansión de la mitología revolucionaria en la sociedad venezolana: el prestigio real de los libertadores, la mitología popular y el culto oficial.

Los estratos más bajos

En primer lugar, los libertadores venezolanos, una vez eliminada físicamente en el turbión de la Guerra a Muerte la élite social e intelectual, provinieron de los más bajos estratos de la sociedad: el mejor ejemplo posible es José Antonio Páez, de quien algún historiador mostraba el tremendo y súbito ascenso social y político diciendo que "había saltado de lavarle las patas al zambo Manuelote [capataz del hato donde trabajó] a la Presidencia de la República". El Libertador, que no pertenecía a esta clase sino que provenía de la antigua oligarquía "criolla", compensaba eso con el hecho de ser, además de un guerrero, un líder carismático como pocos en la historia de nuestro continente: Sarmiento, en su Facundo, le encuentra comparación, en ese terreno, sólo con José Gervasio Artigas, el héroe uruguayo. Las manifestaciones delirantes con que se le recibió en Caracas en 1827 dan la pauta del espontáneo fervor popular hacia su figura.

Pero a ese prestigio real, y sea esto dicho en segundo lugar, unen los héroes de la independencia (y en primerísimo y casi solitario lugar Bolívar) su carácter de mitos populares.

El culto oficial

Finalmente hay el culto oficial de los libertadores. Esa es una situación con partes iguales de espontaneidad y de inducción: los libertadores se admiraban a sí mismos por la gesta de su juventud, y concentraban esa admiración en quien los convirtió, de salteadores de caminos en Padres de la Patria. Y en cuanto a lo de inducción, los gobernantes venezolanos han seguido, incluso avant la lettre el consejo de Laureano Vallenilla Lanz a los historiadores argentinos: argentinizar "por el corazón" a las masas recién venidas, inculcándoles la religión patriótica.

Sobre la base del prestigio real de los libertadores, y de su transformación en mitos populares, los gobernantes venezolanos han ido formando la religión patriótica, en un país menos indiferente que indolente en materia religiosa. El culto a los libertadores, pero sobre todo a Bolívar se ha transformado en un fundamentalismo intolerante y fanático. Del desarrollo de este culto oficial señalaremos aquí varios momentos especialmente significativos.

1842. Está signado por la repatriación de los restos del Libertador a Caracas y sus impresionantes honras fúnebres.

La reconciliación

Por un lado, simbolizaba la reconciliación entre Páez y Bolívar, rematado todo eso con una tendencia que venía en Páez de mucho antes y que quedará plasmada en su autobiografía: su deseo de parecerse a Bolívar, de actuar como Bolívar, de ser visto como "el segundo Libertador".

1883. Aquí arranca el culto oficial a los libertadores y sobre todo a Bolívar: son los fastos del centenario de su nacimiento; es el bautismo institucional de la religión bolivariana. Y por aquello de Cuius regio, eius religio, es también la exaltación de Guzmán Blanco, como un hombre con los quilates del Libertador: la medalla conmemorativa presentaba en relieve los perfiles del Libertador y del Ilustre Americano.

1930. En este año se conmemoraban cien años de la muerte del Libertador, y es normal que su culto alcanzara extremos paroxísticos; pero sería un error creer que de allí "arranca" una nueva etapa de la religión patriótica, pues su desarrollo avasallante es muy anterior.

La segunda independencia

Y lo es porque algunas de las ideas del Libertador expresadas a partir de Angostura, en la Constitución boliviana y al final de su vida, casaban con la justificación de la dictadura.

1936. A partir de este momento, es decir, a partir del momento en que el pueblo hace su ingreso en el teatro político, a veces a trancas y barrancas, la religión oficial se vuelve religión popular. Eso se da ampliando y profundizando los caracteres religiosos de lo que en un principio había sido una admiración popular por una figura carismática.

1945. De todas formas, se insistía en los aspectos más conservadores de la religión patriótica bolivariana. Pero a raíz del 18 de octubre se da un vuelco y se va a agitar esa religión no como algo otorgado sino impuesto por la voluntad popular: el gobierno del trienio será el de la "Segunda Independencia".

1983. El proceso anterior se va a desarrollar ya sin dique posible entre la fecha anterior y esta última.

1992. Todo esto va a tener como remate una consecuencia actual, presente: el 4 de febrero de 1992 un grupo militar se alzó no en nombre de principios políticos o filosóficos, no en función de un programa de gobierno, sino, dijeron, para hacer cumplir la voluntad de Bolívar, Zamora y Simón Rodríguez, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

hemeze@cantv.net
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La preeminencia del Humanismo y la Ética en la Historia de Vida (Carta abierta al Dr. Luis Enrique Gallardo)

Si me preguntarán cuáles fueron los principios que tamizaron esta historia, yo diría que humanismo y ética, por su carácter universal basado en la inclusión, promovida desde la lealtad como valor político, considerando el bien común como propósito; la tarea ardua de años tomó en cuenta la divergencia y la diversidad, la tolerancia y la moderación como principios impostergables de la justicia social, ese el perfil que yo tengo del profesor Gallardo.

Luis Enrique Gallardo, ex-rector de la Universidad
 Rómulo Gallegos
por Mariela Torres Pernalete
Dice la canción que 20 años no es nada, pero 30 pueden ser las bases para seguir con la esperanza y no perder la fe en las personas, en el ser humano que vive dentro de cada uno de nosotros. Por ello es que evoco tiempos pasados, cuando un grupo de jóvenes universitarios, de diferentes profesiones, tendencias políticas y edades, vinimos de muchas partes del país a estas tierras del Guárico a construir, aportar y consolidar un proyecto universitario: la UNERG. De este grupo de fundadores, muchos tuvimos la oportunidad de tener papeles estelares, pero en particular, quiero hacer referencia a un amigo oriundo de El Sombrero, criado en Calabozo, Rector de la UNERG y ahora candidato a la gobernación del estado Guárico, Luis Enrique Gallardo.

El profesor Gallardo así lo llamábamos, fue un líder que actuó con arrojo en la lucha gremial y académica, mismas que permitieron el afianzamiento de una universidad que nacía con muchas carencias, por nombrar una, sin sede propia. Haciendo un esfuerzo por resumir las acciones y procesos en las cuales realizó sus contribuciones, destaca, haber formado parte del grupo fundador de la Asociación de Profesores (APUNELLARG) de la cual llegó a ser Presidente, durante su gestión logró el reconocimiento de esta Asociación por la Federación de Profesores Universitarios de Venezuela (FAPUV); actuando siempre en defensa de las reivindicaciones sociales y en pro de la consolidación de la carrera profesional de sus agremiados: contrato colectivo, seguro médico, comisión de clasificaciones de los profesores, casa del profesor universitario. En lo académico, recuerdo también su participación en las acciones que se desarrollaron para el inicio el inicio de las actividades de la entonces naciente universidad, así como también en la aprobación de las carreras por el Consejo Nacional de Universidades (CNU).Su actuación docente la transitó desde el diseño de programas de estudio, siendo fundador de la Cátedra de Cooperativismo; asesor de muchos trabajos de ascenso, tutor de tesis de grado y postgrado y dando permanente apoyo a la extensión universitaria, entre otras. En lo personal y como amigo dio muestras de un gran corazón, de una generosidad irreprochable, apoyando a las personas económicamente, moralmen-te, con sinceridad, sin esperar nada a cambio.

Toda esta historia tuvo su cobijo en un ambiente de disidencias, contradicciones, pero también de diálogo y consensos, recuerdo que su actitud democrática, proclive a la participación de las mayorías, sin importar su posición política, hizo posible que con el trabajo y el esfuerzo de otros protagonistas, también muy importantes , la utopía se convirtiera en una realidad que trajo dicha y prosperidad tanto a las familia unergista como a la comunidad sanjuanera, por cuanto a lo largo del camino, esta capital se convirtió en Ciudad Universitaria.

Si me preguntarán cuáles fueron los principios que tamizaron esta historia, yo diría que humanismo y ética, por su carácter universal basado en la inclusión, promovida desde la lealtad como valor político, considerando el bien común como propósito; la tarea ardua de años tomó en cuenta la divergencia y la diversidad, la tolerancia y la moderación como principios impostergables de la justicia social, ese el perfil que yo tengo del profesor Gallardo. En el año 2001 yo me fui a trabajar a México, él fue nombrado Rector de nuestra máxima Casa de Estudios, en relación a esta parte de la historia, creo que uno de los proyectos más importantes que se han desarrollado en esta gestión ha sido la diversificación de la oferta académica y la expansión de la cobertura, acciones que reafirman el carácter de bien público y social de la Educación Superior en la medida en que el acceso a ella sea un derecho real de todos los ciudadanos (as). Muchas son las críticas que también tiene este proyecto, no obstante , debo señalar que los proyectos sociales son responsabilidad de todos, que su pertinencia social y calidad depende del nivel de participación socialmente responsable de todos los miembros de la comunidad, de tal suerte que la educación que se imparta y se exija, cumpla con lo planteado en la Declaración de la Conferencia Regional de Educación Superior en América Latina y el Caribe ( 2008), es decir, encaminada a erradicar la pobreza, la intolerancia, la violencia, el analfabetismo, el hambre, el deterioro del medio ambiente y las enfermedades, principalmente mediante un planteamiento Ínter y transdiciplinario para analizar los problemas y las cuestiones planteadas...(sic). El fin es crear una sociedad formada por personas cultas, movidas por el amor hacia la humanidad y guiadas por la sabiduría. Esto reitero, es responsabilidad de todos.

Mi mensaje para el profesor Gallardo, se inicia con las sabias palabras de Mariano Picón Salas, "para quienes nacieron con apetito de historia, toda tierra es de sembradura y toda época se puede cargar de destino", esto es posible porque creemos en la gente, en la humanidad que hay en ella, su legajo profesor Gallardo, dio muestras de tolerancia y de conciencia, muchos de los que estamos presenciando y viviendo este momento histórico aspiramos que dirija los destinos del estado Guárico de una manera fidedigna, verídica, legal, con transparencia en el ejercicio del cargo. Con un equipo de gobierno que se caracterice por un adecuado nivel de coherencia, de interacción y de lealtad, pluralismo, inclusión, confianza, que entienda la crítica orientadora que alerta cuando hay desvíos en el camino y que surge de la participación ciudadana responsable, sin prepotencia y arrogancia de tal forma que, sobre la marcha se pueda enmendar de manera permanente el Plan de Batalla. El andamiaje de la gestión requiere, el fortalecimiento de la espiritualidad con el fin de potencializar los atributos, valores, principios y virtudes que son propias del ser humano; alejarse de los comentarios mal intencionados, de las mentiras, porque estos se erigen como obstáculos poderosos que ciegan e impiden comprender la realidad circundante; abrir esclusas para que fluyan y circulen de manera generosa las ideas y en consecuencia germinen proyectos comunes, inclusivos , justos y pertinentes, fortaleciendo de manera permanente una dialéctica entre lo individual y lo colectivo.

Esta es nuestra esperanza, nuestro anhelo, esperamos ver que su gestión como Gobernador del Guárico marque un hito en la historia de este hermoso Estado.

Un saludo fraterno y que Dios lo bendiga, Amiga Siempre.

Fuente: Diario El Nacionalista, San Juan de los Morros, jueves 03 de Diciembre de 2010

Mariela Torres Pernalete es profesora titular, jubilada de la Universidad Rómulo Gallegos. Asesora y Miembro Fundador de la Unión Latinoamericana de Extensión. Experta en Servicio social, México. Su último libro publicado: Responsabilidad Social de la Universidad: Retos y Perspectivas, PAIDOS, Tramas Sociales, 2010.


Un festín de secretos

Los documentos de Wikileaks muestran lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Pero queda por responder una pregunta: ¿Cómo ejercer la labor diplomática en estas condiciones?


Un festín de secretos- Enrique Flores
por TIMOTHY GARTON ASH
Es el sueño del historiador. Es la pesadilla del diplomático. Aquí están, al alcance de todo el mundo, las confidencias de amigos, aliados y rivales, aderezadas con las opiniones francas, a veces brillantes, de diplomáticos estadounidenses. Durante las dos próximas semanas, los lectores de periódicos de todo el mundo van a disfrutar de un banquete con numerosos platos sacados de la historia del presente.

Lo normal es que el historiador tenga que esperar 20 o 30 años para encontrar esos tesoros. En este caso, los cables más recientes tienen poco más de 30 semanas de antigüedad. Y en conjunto forman un auténtico tesoro. Son más de 250.000 documentos. La mayoría de los que he visto, en mis incursiones en una base de datos que ha creado The Guardian para buscarlos, tienen más de 1.000 palabras de extensión. Si esa muestra es representativa, debe de haber un total de al menos 250 millones de palabras, tal vez hasta 500 millones. Como saben bien los acostumbrados a investigar en archivos, cuando se tiene acceso a un gran volumen de documentos -ya sean cartas de un novelista, papeles de un ministerio o cables diplomáticos, aunque gran parte de ese material sea rutinario e incluso, en parte, por eso-, es más fácil comprender a fondo al sujeto de nuestra investigación. Con una inmersión prolongada, uno se hace una idea bastante clara de sus prioridades, su carácter y sus pautas de pensamiento.

Este material consiste, en su mayor parte, en informes políticos de nivel medio y alto enviados desde todo el mundo, además de las instrucciones de Washington. Es importante recordar que no figuran secretos de las máximas categorías: NODIS (acceso exclusivo para el presidente, secretario de Estado, jefe de misión), ROGER, EXDIS, DOCKLAMP (mensajes secretos entre los consejeros de Defensa y el Servicio de Inteligencia de la Defensa). Aun así, lo que tenemos es un verdadero festín.

No es extraño que el Departamento de Estado haya puesto el grito en el cielo. Sin embargo, por lo que he visto, los profesionales del servicio exterior de Estados Unidos tienen pocas cosas de las que avergonzarse. Es verdad que se perciben ciertos tejemanejes marginales, sobre todo en los años de Bush y la "guerra contra el terror". Necesitamos preguntas y respuestas concretas. Ahora bien, en su mayor parte, lo que nos encontramos aquí es a unos diplomáticos que hacen el trabajo que les corresponde: averiguar qué está ocurriendo en los lugares en los que están destinados y trabajar para promover los intereses de su país y las políticas de su Gobierno.

Es más, mi opinión del Departamento de Estado ha mejorado bastante. En los últimos años, he tenido la impresión de que el servicio exterior estadounidense dejaba bastante que desear, me parecía casposo y decepcionante, en especial al compararlo con otras ramas de la Administración más sólidas como el Pentágono y el Tesoro. Pero lo que tenemos ahora ante nosotros es un trabajo de primera categoría.

El hombre que en la actualidad ocupa el máximo puesto de la carrera diplomática estadounidense, William Burns, aportó desde Rusia un relato de lo más entretenido -casi digno de Evelyn Waugh- sobre una enloquecida boda daguestaní a la que asistió el mafioso presidente de Chechenia, que bailó en ella "con su pistola automática chapada en oro metida en la parte posterior de sus vaqueros".

Los análisis de Burns sobre la política rusa son perspicaces. Como lo son los informes de sus colegas en Berlín, París y Londres. En un cable enviado en 2008 desde Berlín, se compara el Gobierno de la gran coalición de democristianos y socialdemócratas con "la típica pareja que se odia pero permanece casada por los hijos". Desde París se envía una divertidísima descripción de los numeritos de Nicolas (y Carla) Sarkozy. Y a los británicos nos vendría bien examinar nuestra obsesión neurótica por la llamada "relación especial" con Washington con la misma frialdad y la misma falta de sentimentalismo que se advierten en los cables confidenciales de la Embajada de Estados Unidos en Londres.

Por suerte, también encontramos indicios ocasionales de que el Foreign Office (Ministerio de Exteriores británico) defiende nuestros valores. Según un informe de 2008, un alto diplomático británico, Mariot Leslie, "dijo con gran franqueza que HMG [el Gobierno de su Majestad] se oponía a algunas de las cosas que hace el USG [el Gobierno de Estados Unidos] (por ejemplo, las rendiciones) y que, por consiguiente, tiene algunos límites".

Es muy preocupante encontrar cables con la firma de Hillary Clinton que parecen indicar que se pide a los diplomáticos normales y corrientes que hagan cosas que parecen más propias de espías de base, como rebuscar hasta descubrir los datos biométricos y de tarjetas de crédito de altos funcionarios de la ONU. Es urgente que Foggy Bottom (la sede del Departamento de Estado) aclare exactamente quién recibía instrucciones de hacer qué de acuerdo con estas Directivas sobre espionaje personal.

Más en general, lo que se observa en este tráfico de mensajes diplomáticos es hasta qué punto la seguridad y la lucha antiterrorista han penetrado en todos los aspectos de la política exterior estadounidense en los últimos 10 años. Pero también se ve lo graves que son las amenazas y el escaso control que tiene Occidente. Hay informaciones demoledoras sobre el programa nuclear iraní y el grado de miedo que provoca, no solo en Israel, sino sobre todo entre los árabes ("Cortad la cabeza de la serpiente", instó el rey saudí a los estadounidenses, según un embajador suyo); la vulnerabilidad del arsenal nuclear paquistaní frente a islamistas descontrolados; la inmensidad de la anarquía y la corrupción en Afganistán (un dirigente afgano saca millones de dólares del país en efectivo); Al Qaeda en Yemen; e historias reales del poder de las mafias rusas junto a las que la última novela de John Le Carré parece casi tímida.

Existe un genuino interés del público por conocer estas cosas. The Guardian, The New York Times, EL PAÍS y otros medios de comunicación responsables se han esforzado al máximo para intentar garantizar que los datos que publiquen no supongan un riesgo para nadie. Deberíamos exigir a Wikileaks que haga lo mismo.

Sin embargo, queda por responder una pregunta. ¿Cómo es posible ejercer la labor diplomática en estas condiciones? No cabe duda de que tiene razón el portavoz del Departamento de Estado al decir que las revelaciones "van a crear tensión en las relaciones entre nuestros diplomáticos y nuestros amigos de todo el mundo". El temor a las filtraciones ya está haciendo que sea más difícil gobernar. Un profesor amigo mío que trabajó en el Departamento de Estado durante el mandato de Bush me ha contado que en una ocasión sugirió escribir una nota en la que hacía preguntas fundamentales sobre la política de Estados Unidos en Irak. "Ni se te ocurra", le advirtieron, porque seguro que aparecía en The New York Times del día siguiente.

La gente está interesada en comprender cómo funciona el mundo y qué cosas se hacen en nuestro nombre. La gente está interesada por los manejos confidenciales de la política exterior. Y los dos intereses se contraponen.

De una cosa estoy seguro: el Gobierno de Estados Unidos debe de estar lamentando y revisando con urgencia su extraña decisión de colocar todo ese volumen de correspondencia diplomática reciente en un sistema de ordenadores militares tan seguro que un chico de 22 años podría descargarlo y pasarlo a un CD de Lady Gaga. ¿No les parece gagá?


Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Su último libro es Facts are Subversive: Political Writing from a Decade Without a Name. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Fuente: El País.com

Por su propia seguridad, no se callen

Vivimos un espejismo que engaña nuestro discernimiento. Los medios dan cuenta de vez en cuando de este festival de la transparencia que llega, entre otras cosas, gracias a las nuevas tecnologías, a través de Internet, de las redes sociales y los teléfonos inteligentes. Todo ciudadano, vienen a decirnos, es un reportero en potencia. Se acabó el monopolio de los periodistas.


Viñeta de El Roto publicada en EL PAÍS,
 el 26 de enero de 2010-
por GABRIELA CAÑAS
Distintos acontecimientos han demostrado este año que contar la verdad y ejercer el periodismo independiente son actividades de alto riesgo. La reciente crisis del Sáhara, por ejemplo, ha puesto de manifiesto una cosa que ya sabíamos -la alergia que le produce a la clase dirigente marroquí la prensa libre- y otra que quizá no esperábamos: la complacencia de Gobiernos y organismos democráticos con un régimen que evita testigos incómodos cuando decide desmantelar un campamento en la antigua colonia española aunque esta no esté legalmente bajo su protección y/o administración.

Corren malos tiempos para la información veraz y contrastada y sus enemigos, lamentablemente, no se limitan a ocupar altos cargos en el Magreb. Bradley Manning es un soldado estadounidense que lleva seis meses encarcelado acusado por el Pentágono de enviar documentos y un vídeo escalofriante a Wikileaks. En dicho vídeo, un grupo de militares estadounidenses ametralla desde un helicóptero a un grupo de personas desarmadas que caminaban por una calle de Bagdad en 2007. Los militares no solo mataron a 12 individuos e hirieron a otros tantos, (entre ellos dos niños), sino que festejaron la heroicidad con gritos de entusiasmo que herían casi tanto como sus balas.

El Pentágono, que nunca ha dado cuenta de algunas de sus acciones más polémicas ni tampoco de aquella matanza filmada en la que había, por cierto, un par de periodistas de Reuters, acusa a Manning de la filtración ilegal y de poner en riesgo la seguridad del Estado.

La seguridad es la coartada ideal para frenar la verdad. Marruecos, además de contar con aliados poderosos (Estados Unidos, Francia y España) también se ha aprendido la lección y ya está sacando a pasear el fantasma del terrorismo para seguir controlando el Sáhara. A favor de la seguridad, los ciudadanos soportan largas colas para ser cacheados y registrados como presuntos terroristas en cualquier aeropuerto del mundo y en nombre de la seguridad el Pentágono clama contra la publicación de los documentos confidenciales que Wikileaks ha ido liberando sobre la invasión de Irak y la guerra enAfganistán. Las alarmas han vuelto a sonar a raíz de la nueva filtración, esta vez de 250.000 documentos del Departamento de Estado; la más grande de la historia, de la que EL PAÍS está dando cuenta.

Es verdad que algunos datos pueden poner en riesgo la vida de muchas personas. De ahí que las cinco cabeceras implicadas hayan seleccionado profesional y cuidadosamente los datos. Teniendo en cuenta los antecedentes y leyendo las primeras entregas, es, sin embargo, imposible evitar la sospecha. ¿No será que los Gobiernos temen en realidad que sus cuestionables prácticas puedan ser descubiertas? ¿No será que han abusado de la confianza que les otorgaron los ciudadanos y contribuyentes y se extralimitan en sus funciones? ¿En nombre de qué y quiénes pide Washington a sus diplomáticos los números de las tarjetas de crédito de funcionarios de la ONU? ¿En bien de la seguridad de quién presionan a jueces y fiscales españoles (y estos colaboran) relacionados con casos como las torturas de Guantánamo o la muerte del cámara José Couso? ¿Qué tiene que ver la diplomacia y la seguridad con esa orden quizá legal pero insultante de indagar en la salud mental de la presidenta de Argentina?

Vivimos un espejismo que engaña nuestro discernimiento. Los medios dan cuenta de vez en cuando de este festival de la transparencia que llega, entre otras cosas, gracias a las nuevas tecnologías, a través de Internet, de las redes sociales y los teléfonos inteligentes. Todo ciudadano, vienen a decirnos, es un reportero en potencia. Se acabó el monopolio de los periodistas. Imposible ocultar una algarada estudiantil o una manifestación contra un Gobierno que se adjudica torticeramente unas elecciones, como en Irán.

La realidad es bien distinta. Y aterradora. Los Gobiernos más poderosos, como el chino, nos están demostrando que en Internet también hay fronteras y que la información es más controlable que nunca. Google, que creyó poder convivir con la censura china, ha tenido que tirar la toalla y ahora se plantea denunciar a China en la OMC en nombre de la libertad de movimientos de mercancías, dado que, probablemente, en nombre de la libertad de expresión tendría menos opciones de ganar la batalla.

La realidad es que Julian Assange , el fundador de Wikileaks, vive en la clandestinidad, perseguido por el Gobierno de EE UU y por unas denuncias de acoso sexual y violación que se destaparon justo cuando buscó refugio en Suecia para su organización en defensa de la transparencia. La realidad es que las airadas y amenazantes reacciones oficiales a la última filtración prometen dificultar enormemente el ejercicio de la libertad de prensa. Y la realidad es que mandatarios de medio mundo suspiran por un mundo sin periodismo independiente, como han demostrado este año China, Argentina, Venezuela, Brasil y Marruecos, entre otros.
"Por su propia seguridad, permanezcan asustados", advertía la megafonía de un aeropuerto en una viñeta de El Roto publicada por EL PAÍS a principios de año. Parafraseando a este gran opinador, cabría advertir por el contrario: "Por su propia seguridad, no se mantengan callados".

Fuente: El País.com
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Breve discurso sobre la cultura

En su edición de septiembre, LECTURAS publicó el reciente ensayo de Mario Vargas Llosa 'Breve discurso sobre la cultura'.La educación en el humanismo, en este ensayo que el maestro peruano cedió a LECTURAS, publicado en la revista mexicana 'Letras Libres' en su edición de julio.También Fuego Cotidiano se une en publicarlo.

Mario Vargas Llosas, Premio Nobel de Literatura
por Mario Vargas Llosas
A lo largo de la historia, la noción de cultura ha tenido distintos significados y matices. Durante muchos siglos fue un concepto inseparable de la religión y del conocimiento teológico; en Grecia estuvo marcado por la filosofía y en Roma por el derecho, en tanto que en el Renacimiento lo impregnaban sobre todo la literatura y las artes.
En épocas más recientes como la Ilustración fueron la ciencia y los grandes descubrimientos científicos los que dieron el sesgo principal a la idea de cultura. Pero, a pesar de esas variantes y hasta nuestra época, cultura siempre significó una suma de factores y disciplinas que, según amplio consenso social, la constituían y ella implicaba: la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución y el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber.

La cultura estableció siempre unos rangos sociales entre quienes la cultivaban, la enriquecían con aportes diversos, la hacían progresar y quienes se desentendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o eran excluidos de ella por razones sociales y económicas. En todas las épocas históricas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y, entre ambos extremos, personas más o menos cultas o más o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse.

En nuestro tiempo todo aquello ha cambiado. La noción de cultura se extendió tanto que, aunque nadie se atrevería a reconocerlo de manera explícita, se ha esfumado. Se volvió un fantasma inaprensible, multitudinario y traslaticio. Porque ya nadie es culto si todos creen serlo o si el contenido de lo que llamamos cultura ha sido depravado de tal modo que todos puedan justificadamente creer que lo son.

La más remota señal de este progresivo empastelamiento y confusión de lo que representa una cultura la dieron los antropólogos, inspirados, con la mejor buena fe del mundo, en una voluntad de respeto y comprensión de las sociedades más primitivas que estudiaban. Ellos establecieron que cultura era la suma de creencias, conocimientos, lenguajes, costumbres, atuendos, usos, sistemas de parentesco y, en resumen, todo aquello que un pueblo dice, hace, teme o adora. Esta definición no se limitaba a establecer un método para explorar la especificidad de un conglomerado humano en relación con los demás. Quería también, de entrada, abjurar del etnocentrismo prejuicioso y racista del que Occidente nunca se ha cansado de acusarse.

El propósito no podía ser más generoso, pero ya sabemos por el famoso dicho que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Porque una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración, ya que, sin duda, en todas hay aportes positivos a la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen. Y es esto último lo que asombrosamente ha llegado a ocurrir en razón de un prejuicio monumental suscitado por el deseo bienhechor de abolir de una vez y para siempre todos los prejuicios en materia de cultura. La corrección política ha terminado por convencernos de que es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores y hasta de culturas modernas y primitivas. Según esta arcangélica concepción, todas las culturas, a su modo y en su circunstancia, son iguales, expresiones equivalentes de la maravillosa diversidad humana.

Si etnólogos y antropólogos establecieron esta igualación horizontal de las culturas, diluyendo hasta la invisibilidad la acepción clásica del vocablo, los sociólogos por su parte -o, mejor dicho, los sociólogos empeñados en hacer crítica literaria- han llevado a cabo una revolución semántica parecida, incorporando a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular, una forma de cultura menos refinada, artificiosa y pretenciosa que la otra, pero mucho más libre, genuina, crítica, representativa y audaz. Diré inmediatamente que en este proceso de socavamiento de la idea tradicional de cultura han surgido libros tan sugestivos y brillantes como el que Mijaíl Bajtín dedicó a La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento / El contexto de François Rabelais, en el que contrasta, con sutiles razonamientos y sabrosos ejemplos, lo que llama "cultura popular", que, según el crítico ruso, es una suerte de contrapunto a la cultura oficial y aristocrática, la que se conserva y brota en los salones, palacios, conventos y bibliotecas, en tanto que la popular nace y vive en la calle, la taberna, la fiesta, el carnaval y en la que aquella es satirizada con réplicas que, por ejemplo, desnudan y exageran lo que la cultura oficial oculta y censura como el "abajo humano", es decir, el sexo, las funciones excrementales, la grosería y oponen el rijoso "mal gusto" al supuesto "buen gusto" de las clases dominantes.

No hay que confundir la clasificación hecha por Bajtín y otros críticos literarios de estirpe sociológica -cultura oficial y cultura popular- con aquella división que desde hace mucho existe en el mundo anglosajón, entre la high brow culture y la low brow culture: la cultura de la ceja levantada y la de la ceja alicaída. Pues en este último caso estamos siempre dentro de la acepción clásica de la cultura y lo que distingue a una de otra es el grado de facilidad o dificultad que ofrece al lector, oyente, espectador y simple cultor el hecho cultural. Un poeta como T.S. Eliot y un novelista como James Joyce pertenecen a la cultura de la ceja levantada en tanto que los cuentos y novelas de Ernest Hemingway o los poemas de Walt Whitman a la de la ceja alicaída pues resultan accesibles a los lectores comunes y corrientes. En ambos casos estamos siempre dentro del dominio de la literatura a secas, sin adjetivos. Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo mucho más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado largamente por su vitalidad, humorismo, y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas.
De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que somos todos poseedores, como por ejemplo "la cultura de la pedofilia", "la cultura de la mariguana", "la cultura punqui", "la cultura de la estética nazi" y cosas por el estilo. Ahora todos somos cultos de alguna manera, aunque no hayamos leído nunca un libro, ni visitado una exposición de pintura, escuchado un concierto, ni aprendido algunas nociones básicas de los conocimientos humanísticos, científicos y tecnológicos del mundo en que vivimos.

Queríamos acabar con las élites, que nos repugnaban moralmente por el retintín privilegiado, despectivo y discriminatorio con que su solo nombre resonaba ante nuestros ideales igualitaristas y, a lo largo del tiempo, desde distintas trincheras, fuimos impugnando y deshaciendo a ese cuerpo exclusivo de pedantes que se creían superiores y se jactaban de monopolizar el saber, los valores morales, la elegancia espiritual y el buen gusto. Pero lo que hemos conseguido es una victoria pírrica, un remedio que resultó peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradójicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es cultura, todo lo es y ya nada lo es.

Sin embargo, se me objetará, nunca en la historia ha habido un cúmulo tan grande de descubrimientos científicos, realizaciones tecnológicas, ni se han editado tantos libros, abierto tantos museos ni pagado precios tan vertiginosos por las obras de artistas antiguos y modernos. ¿Cómo se puede hablar de un mundo sin cultura en una época en que las naves espaciales construidas por el hombre han llegado a las estrellas y el porcentaje de analfabetos es el más bajo de todo el acontecer humano? Sí, todo ese progreso es cierto, pero no es obra de mujeres y hombres cultos sino de especialistas. Y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia como entre el hombre de Cromagnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust. De otro lado, aunque haya hoy muchos más alfabetizados que en el pasado, este es un asunto cuantitativo y la cultura no tiene mucho que ver con la cantidad, sólo con la cualidad. Es decir, hablamos de cosas distintas. A la extraordinaria especialización a que han llegado las ciencias se debe, sin la menor duda, que hayamos conseguido reunir en el mundo de hoy un arsenal de armas de destrucción masiva con el que podríamos desaparecer varias veces el planeta en que vivimos y contaminar de muerte los espacios adyacentes. Se trata de una hazaña científica y tecnológica, sin lugar a dudas y, al mismo tiempo, una manifestación flagrante de barbarie, es decir, un hecho eminentemente anticultural si la cultura es, como creía T.S. Eliot, "todo aquello que hace de la vida algo digno de ser vivido".

La cultura es -o era, cuando existía- un denominador común, algo que mantenía viva la comunicación entre gentes muy diversas a las que el avance de los conocimientos obligaba a especializarse, es decir, a irse distanciando e incomunicando entre sí. Era, así mismo, una brújula, una guía que permitía a los seres humanos orientarse en la espesa maraña de los conocimientos sin perder la dirección y teniendo más o menos claro, en su incesante trayectoria, las prelaciones, lo que es importante de lo que no lo es, el camino principal y las desviaciones inútiles. Nadie puede saber todo de todo -ni antes ni ahora fue posible-, pero al hombre culto la cultura le servía por lo menos para establecer jerarquías y preferencias en el campo del saber y de los valores estéticos. En la era de la especialización y el derrumbe de la cultura las jerarquías han desaparecido en una amorfa mezcolanza en la que, según el embrollo que iguala las innumerables formas de vida bautizadas como culturas, todas las ciencias y las técnicas se justifican y equivalen, y no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es. Incluso hablar de este modo resulta ya obsoleto pues la noción misma de belleza está tan desacreditada como la clásica idea de cultura.

El especialista ve y va lejos en su dominio particular pero no sabe lo que ocurre a sus costados y no se distrae en averiguar los estropicios que podría causar con sus logros en otros ámbitos de la existencia, ajenos al suyo. Ese ser unidimensional, como lo llamó Marcuse, puede ser, a la vez, un gran especialista y un inculto porque sus conocimientos, en vez de conectarlo con los demás, lo aíslan en una especialidad que es apenas una diminuta celda del vasto dominio del saber.

La especialización, que existió desde los albores de la civilización, fue aumentando con el avance de los conocimientos, y lo que mantenía la comunicación social, esos denominadores comunes que son los pegamentos de la urdimbre social, eran las élites, las minorías cultas, que además de tender puentes e intercambios entre las diferentes provincias del saber -las ciencias, las letras, las artes y las técnicas- ejercían una influencia, religiosa o laica, pero siempre cargada de contenido moral, de modo que aquel progreso intelectual y artístico no se apartara demasiado de una cierta finalidad humana, es decir que, a la vez que garantizara mejores oportunidades y condiciones materiales de vida, significara un enriquecimiento moral para la sociedad, con la disminución de la violencia, de la injusticia, la explotación, el hambre, la enfermedad y la ignorancia.
En su célebre ensayo "Notas para la definición de la cultura", T.S. Eliot sostuvo que no debe identificarse a esta con el conocimiento -parecía estar hablando para nuestra época más que para la suya porque hace medio siglo el problema no tenía la gravedad que ahora- porque cultura es algo que antecede y sostiene al conocimiento, una actitud espiritual y una cierta sensibilidad que lo orienta y le imprime una funcionalidad precisa, algo así como un designio moral.

Como creyente, Eliot encontraba en los valores de la religión cristiana aquel asidero del saber y la conducta humana que llamaba la cultura. Pero no creo que la fe religiosa sea el único sustento posible para que el conocimiento no se vuelva errático y autodestructivo como el que multiplica los polvorines atómicos o contamina de venenos el aire, el suelo y las aguas que nos permiten vivir. Una moral y una filosofía laicas cumplieron, desde los siglos xviii y xix, esta función para un amplio sector del mundo occidental.

Aunque, es cierto que, para un número tanto o más grande de los seres humanos, resulta evidente que la trascendencia es una necesidad o urgencia vital de la que no pueden desprenderse sin caer en la anomia o la desesperación.

Jerarquías en el amplio espectro de los saberes que forman el conocimiento, una moral todo lo comprensiva que requiere la libertad y que permita expresarse a la gran diversidad de lo humano pero firme en su rechazo de todo lo que envilece y degrada la noción básica de humanidad y amenaza la supervivencia de la especie, una élite conformada no por la razón de nacimiento ni el poder económico o político sino por el esfuerzo, el talento y la obra realizada y con autoridad moral para establecer, de manera flexible y renovable, un orden de importancia de los valores tanto en el espacio propio de las artes como en las ciencias y técnicas: eso fue la cultura en las circunstancias y sociedades más cultas que ha conocido la historia y lo que debería volver a ser si no queremos progresar sin rumbo, a ciegas, como autómatas, hacia nuestra desintegración. Sólo de este modo la vida iría siendo cada día más vivible para el mayor número en pos del siempre inalcanzable anhelo de un mundo feliz.

Sería equivocado atribuir en este proceso funciones idénticas a las ciencias y a las letras y a las artes. Precisamente por haber olvidado distinguirlas ha surgido la confusión que prevalece en nuestro tiempo en el campo de la cultura. Las ciencias progresan, como las técnicas, aniquilando lo viejo, anticuado y obsoleto, para ellas el pasado es un cementerio, un mundo de cosas muertas y superadas por los nuevos descubrimientos e invenciones. Las letras y las artes se renuevan pero no progresan, ellas no aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan, de modo que a pesar de ser tan distintos y distantes un Velázquez está tan vivo como Picasso y Cervantes sigue siendo tan actual como Borges o Faulkner.

Las ideas de especialización y progreso, inseparables de la ciencia, son írritas a las letras y a las artes, lo que no quiere decir, desde luego, que la literatura, la pintura y la música no cambien y evolucionen. Pero no se puede decir de ellas, como de la química y la alquimia, que aquella abole a esta y la supera. La obra literaria y artística que alcanza cierto grado de excelencia no muere con el paso del tiempo: sigue viviendo y enriqueciendo a las nuevas generaciones y evolucionando con estas. Por eso, las letras y las artes constituyeron hasta ahora el denominador común de la cultura, el espacio en el que era posible la comunicación entre seres humanos pese a la diferencia de lenguas, tradiciones, creencias y épocas, pues quienes se emocionan con Shakespeare, se ríen con Moliére y se deslumbran con Rembrandt y Mozart se acercan a, y dialogan con, quienes en el tiempo en que aquellos escribieron, pintaron o compusieron, los leyeron, oyeron y admiraron.

Ese espacio común, que nunca se especializó, que ha estado siempre al alcance de todos, ha experimentado periodos de extrema complejidad, abstracción y hermetismo, lo que constreñía la comprensión de ciertas obras a una élite. Pero esas obras experimentales o de vanguardia, si de veras expresaban zonas inéditas de la realidad humana y creaban formas de belleza perdurable, terminaban siempre por educar a sus lectores, espectadores y oyentes integrándose de este modo al espacio común de la cultura. Esta puede y debe ser, también, experimento, desde luego, a condición de que las nuevas técnicas y formas que introduzca la obra así concebida amplíen el horizonte de la experiencia de la vida, revelando sus secretos más ocultos, o exponiéndonos a valores estéticos inéditos que revolucionan nuestra sensibilidad y nos dan una visión más sutil y novedosa de ese abismo sin fondo que es la condición humana.

Hace ya algunos años vi en París, en la televisión francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia, sobre todo cuando se habla del problema mayor de nuestro tiempo: la educación.
El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arcoíris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.

El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzocortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica.

Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnos circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y, ahora, el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas -casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género- inadaptables o pendencieros recalcitrantes.
Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: "Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller" ("Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas"). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio.