El relato narrativo del monseñor Mariano Martí,Obispo de Caracas y Venezuela, en su visita pastoral a los pueblos de San Francisco de Tiznados y Santa Rosa de Lima de Ortiz, en 1780, da referencias breves y concisas sobre los espacios corporales de las mujeres que recogió durante la visita pastoral. En aquel conjunto de textualidades de disímiles escenarios, el prelado se encuentra con un registro de curiosas historias particulares en su paso por el llano.
Por José Obswaldo Pérez
Introducción
Durante el siglo XVII, las mujeres tenían escasas presencia y visibilidad social. A veces su imagen era desdibujada o dibujada en un espacio de fragilidades humanas, en una sociedad organizada por hombres. Al menos así se refleja en la gran obra Relación y Testimonio Íntegro de la Visita General que en la Diócesis de Caracas y Venezuela hizo el Ilmo Sr. Dr. Mariano Martí, del Consejo de su Majestad 1771-1784, la cual constituye un documento historiográfico importante para el estudio de la historia colonial venezolana. La misma ha sido reimpresa por la Academia Nacional de la Historia como Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas 1771-1784. En ella el Obispo Martí describió la vida cotidiana de diferentes ciudades y pueblos de la región centro-occidental del territorio de Venezuela. Un tema presente, en el que compiló una enorme cantidad de información, fue el de la mujer en aquella época provinciana.
De modo que el relato narrativo del monseñor Martí, da referencias breves y concisas sobre los espacios corporales de mujeres que recogió durante la visita pastoral en 1780, en los pueblos de San Francisco de Tiznados y Ortiz, pertenecientes al Cantón de San Sebastián de los Reyes de la provincia de Caracas. En aquel conjunto de textualidades de disímiles escenarios, el prelado se encuentra con un registro de curiosas historias particulares en su paso por el llano, lo que constituye la finalidad principal de este artículo, cuyo propósito es visualizar el panorama femenino local a través de los apuntes del máximo patriarca de la Iglesia Católica venezolana. Su observación se deduce a su testimonio personal, a una visión patriarcal y sesgada, cuyo paisaje femenino de aquellas localidades visitadas, resultaba expresivo de la situación social de las féminas en la región de estudio, durante los años finales del siglo XVIII. Para ello se aborda, como se da cuenta, desde una perspectiva de la historia local y de las mentalidades, donde la presencia de las mujeres, en esos espacios de desempeño, es descrita y representada por sus prácticas cotidianas.
Cabe destacar que esa presencia de la mujer en el periodo español venezolano fue desigual frente al sexo masculino. Al menos hasta la época de la Independencia, cuando el espacio social estuvo dominado por los hombres mientras que las mujeres estaban reducidas espacialmente de manera cualitativa y cuantitativa. Así lo demuestra el Obispo Martí, ofreciéndonos datos demográficos de los habitantes de los Tiznados y Ortiz. En la primera población el 45,17% de los grupos sociales eran de sexo femenino, mientras los hombres superaban a las féminas en 54,83%. Esta diferencia era notable con la soltería: 610 hombres y 441 mujeres (Vila, 1981; p.144). Asimismo, esta tendencia se repite en la parroquia Santa Rosa de Lima de Ortiz, donde las féminas eran 562 en total, es decir, un 47,34%; mientras los hombres eran 625, un 52,65%. La soltería rondaba de esta manera diferenciada: 318 hombres y 244 mujeres.
Féminas categorizadas
Todo esto supone entender que la mujer del siglo diecisiete fue vista, desde la perspectiva religiosa, como un proceso de construcción y atribución de significados. A partir de este presupuesto se pueden clasificar por su quehacer diario, como castigadas, chismosas, rocheleras, mal vestidas, hateras, pecadoras y deshonradas, cuyas denominaciones se describen en los siguientes apartados.
Las castigadas
En aquel siglo, el paradigma imperante era el de la mujer cristiana; pero, en el recorrido por estos pueblos del norte llanero, el Obispo Martí se hallará con mujeres marginales, situadas fuera de las normas establecidas que acaban, en muchas ocasiones, en perseguidas y condenadas. Un ejemplo muy significativo fue el de las llamadas brujas. A quienes acusaban de realizar conjuros, prácticas de magias y conocimiento de pócimas con múltiples finalidades; pero, en verdad, eran simples supercherías más que verdaderas brujería en el sentido de pacto demoniaco, situación de la cual podría ser la causa de que algunas mujeres fueran consideradas brujas y pagarán las consecuencias de su fama.
En este sentido, Martí recoge el caso de varias damas castigadas por el Teniente de Justicia del Pueblo de San Francisco de Tiznados, la mayoría por brujería. El castigo con azotes estuvo vinculado con la religión, igual que los tormentos. Pero, también, fue la flagelación. En el testimonio del alto prelado sobre aquellas mujeres se puede inferir sobre diferentes azotainas (o especies de torturas) a las que fueron sometidas: “…unas con azotes, a otras con tormentos en los pechos y dedos, y a otras no sé de qué manera...”, con las cuales las obligaban a confesar sus delitos. Decía monseñor que aquellos actos, al parecer, tenían el consentimiento del párroco Diego Báez de Simancas, quien no salió en defensa de las pobres mujeres y por ende no gozaba con el aprecio total de la feligresía.
Las chismosas
Hay un dicho que dice: pueblo pequeño, infierno grande; proverbio popular para referirse a las calumnias pueblerinas y a los chismes malsanos. El Obispo Martí registra estas lenguaracias en el caso de Alejandra Silva, esclava y sobrina del esclavo libre José Marcelino Silva, con la cual se decía que tenía relaciones sexuales con aquel, pese de estar casado con Antonia Jacinta Mejías, también negra libre. Vivían en una misma casa, en el Hato El Medio, ubicado en San Francisco de Tiznados. Pero, el mismo Martí la llama y la interroga y ella dice: “... que nada hay de verdad”. Dice que está contenta y no quiere venderse, aunque su amo la castiga. De modo que el Obispo reconoce como incierta esta denuncia. Otra mentira que transcendió a los oídos de Martí fue el caso de don Pedro Alcántara Nieves- tío del prócer Juan Germán Roscio- quien era el único blanco que vivía en el pueblo, ya que los demás habitaban a las afueras en los hatos y de quien se decía que vivía mal con una mujer de un hombre que le cuidaba el hato. Ciertamente Pedro Alcántara casó en 1788 con la samba Ysabel Silva, contra todos los principios morales y las habladurías de los vecinos. En este sentido, su sobrino Juan Germán Roscio intervino en el juicio contra tales infamaciones en los derechos de su tío por parte del cura local, Diego Báez de Simancas.
Las rocheleras
El Obispo encuentra que la acumulación de personas durante las grandes pesquerías en el río Tiznados, actividad que iniciaba antes de la Cuaresma y duraban dos meses, generaban desordenes entre hombres y mujeres. En este sentido, el representante de la Iglesia recomendó al religioso P. fray Juan Miguel Mérida y al cabo José Damián Pérez para que evitarán que allá fueran mujeres durante la zafra.
El auto del Obispo sentenciaba a que “… no se lleven a dichas pesquerías a mujeres solteras y solo vayan a ellas las mujeres casadas con sus maridos, y que el Teniente o Cabo de un pueblo ponga la cárcel a cualquier muchacha mayor de ocho años y también su padre, si se verifica que tal muchacha o mujer viuda o soltera ha ido a las pesquerías, pues sólo podrán ir las mujeres casadas con sus maridos, y ninguna otra mujer…”
Las mal vestidas
Asimismo, Martí repara, en San Francisco de Tiznados, que las mujeres de esa localidad “andan mal vestidas y casi indecentes” y dice que no sabe si será por “la pobreza o por falta de lienzos en esta provincia o por el calor” (p.177).
Las hateras
En su recorrido hacia Ortiz, el Obispo Martí pernota el 4 de mayo de 1780 en el Hato de doña Eustaquia Nieves, en Quebrada Grande, a unas cinco leguas de San Francisco de Tiznados, en un tramo montañoso que comunicaba con la vertiente de la Galera Mapire y la serranía de Morrocoyes. Aunque no nos dice nada sobre doña Eustaquia, otras fuentes primarias nos aportan que esta dama aparece entre las fundadoras de la parroquia Señor San José de Tiznados, según matricula de 1780. Además, la matrona en cuestión debió ser de noble clase terrateniente con su nivel de riqueza y con su posición dominante en la escala social de la época.
Las pecadoras
Ya en Ortiz, se halla con el caso escandaloso de Catalina de la Rosa Prieto Ramos, soltera, mujer blanca, hija legítima de José Valeriano Prieto y de Teresa Ramos. Desde 1777, esta fémina vivía mal con su padre a quien incestuosamente le parió una vez. También le concibió dos veces a su pariente Valentín Loreto, soltero y mestizo. “… todos (los) tres hijos los ha enterrado fuera de la iglesia, uno en la misma casa de su padre y los otros dos en el monte”, relata el Jerarca de Iglesia venezolana (p.182).
Las deshonradas
Otro tipo de mujeres vista por el Obispo fueron las deshonradas. Mujeres sin honor y vergüenza. En aquel tiempo era el sentido del honor uno de los principios que regía la vida misma de la sociedad e incluso estaba por encima de la vida del ser humano. El honor no solo era una cuestión moral sino también social, era algo más profundo y complejo, dependía asimismo de la opinión de los otros. Al enterarse de que en el pueblo había mujeres solteras y viudas con hijos, fruto de relaciones irregulares, complacidas de ostentar a salir con ellos y, aún con ellos, concurrir al templo, pidió que la pusieran en la cárcel, quizás como medida extrema, reveladora de la moral estricta de la época que no toleraba adulterios. Refiere el Prelado que “… hay acá muchas mujeres que nunca han sido casada y otras viudas que crían públicamente a sus hijos ilegítimos, llevándolos por las calles y aún a la Iglesia ataviados, como haciendo galas de sus delitos…” (p.183).
Conclusión
En la sociedad orticeña del siglo XVII los espacios sociales estaban dominados por los hombres; pero, las mujeres también tuvieron su papel en aquella colectividad. Aunque eran más los hombres alabados y recordados; pero, igualmente, hubo mujeres que merecieron el recuerdo. Algunas sin mucho elogio. En estas tipologías de féminas encontradas en el relato del Obispo Martí son las de damas estereotipadas, son las de señoras de pueblo, cuyas huellas están por estudiarse aún con mayor profundidad. Apenas, sólo hemos querido hacer notar su presencia en esta geografía de fragilidades humanas. Difícilmente, mediante una aproximación al tema.
Bibliografía consultada
MARTÍ, OBISPO MARIANO (1988). Documentos relativos a su visita Pastoral de la Diócesis de Caracas 1771-1784. Tomo II. Libro Personal. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela.
PERROT, MICHELLE (2009). Mi historia de las mujeres. Buenos Aires: Fondo Cultura Económica
QUINTERO, INÉS (2008). La palabra ignorada. La mujer: testigo oculto de la historia en Venezuela. Caracas, Fundación Polar.
RODRÍGUEZ, ADOLFO (1997, diciembre). Continentes e incontinencias en la Parapara del siglo XVII. Ortiz-Parapara: El Federal.
SCOTT, JOAN (1996). Historia de las Mujeres. En: Peter Burke y otros (1996). Formas de hacer Historia. España: Alianza Editorial; pp.59-89.
VILA PABLO (1981). El Obispo Martí. Caracas: UCV.
* Periodista e historiador venezolano.