La unidad de propósito: un reclamo de la historia (parte uno).

La hegemonía comunicacional represiva que ha impuesto el régimen de Maduro contra la sociedad venezolana, que no es otra cosa que la continuidad sofisticada, de la política que al respecto, ya había instalado su predecesor, han tenido efectos demoledores en la política, en lo social, en lo económico, en lo ambiental y en lo cultural, que es donde mayor daño se ha causado.


Imagen vía web.

por Jesús Cepeda Villavicencio

En esta primera entrega de una serie de escritos sobre el tema de la unidad democrática; referidos a la vocación subjetiva y objetiva de su razón de ser, a los aspectos que consideramos relevantes y de actualidad, y su importancia como una necesidad histórica, serán temas que semanalmente trataremos de abordar, como aportes que en el marco de nuestra responsabilidad histórica, tenemos con la unidad democrática, el país y la reinstitucionalización de su democracia.

Un factor neurálgico en la comprensión posterior, de lo que nos acontece como sociedad, lo encontramos según nuestra modesta opinión, en la falta de claridad conceptual, sobre la voluntad de proceder de los individuos dentro de la misma, los que a su vez, son moldeados, enriquecidos o alienados en su comportamiento, por la cualidad de los controles comunicacionales. La hegemonía comunicacional represiva que ha impuesto el régimen de Maduro contra la sociedad venezolana, que no es otra cosa que la continuidad sofisticada, de la política que al respecto, ya había instalado su predecesor, han tenido efectos demoledores en la política, en lo social, en lo económico, en lo ambiental y en lo cultural, que es donde mayor daño se ha causado.

El fenómeno observable en un importante sector de la población venezolana, esa que aún reside dentro de los límites de nuestras fronteras, tiene que motivarnos a profundas reflexiones, porque nos estamos refiriendo a un importante contingente de compatriotas, jóvenes, adultos y ancianos, que han ido gradualmente perdiendo su capacidad de soñar, limitándose a un precario trajinar por su sobrevivencia. No tenemos a la mano una estadística precisa de la magnitud del fenómeno, sería irresponsable de nuestra parte enunciar una cifra, pero lo observamos de manera empírica en la calle, en nuestro continuo y cotidiano trajinar, y lo percibimos, cuando leemos las encuestas de condiciones de vida (ENCOVI), que divulgan periódicamente tres prestigiosas universidades venezolanas, y precisamente, las más recientes ubican la pobreza general de ingresos de las familias, en la alarmante cifra del 94% de la población.

Si una realidad como la que describimos, no mueve los cimientos de las conciencias individuales del liderazgo gremial, social y político del país, para presentarnos unidos, como una sólida alternativa, ante este oprobioso régimen, estaremos condenando a vivir en el oscurantismo, a las próximas generaciones de connacionales, y con ello estamos crucificando a la república.

Conviene en consecuencia tratar de definir dos conceptos, cuya pertinencia concierne al objetivo inicial de las presentes líneas; nos referimos a la racionalidad subjetiva y a la racionalidad objetiva. Se puede identificar a la primera como un instrumento intelectual, a través del cual el sujeto o individuo, pretende interpretar, manipular y condicionar la realidad externa, con la finalidad de satisfacer deseos particulares, individuales, que se corresponden con los planos subjetivos de las personas. En este caso la realidad es intencionalmente observada como materia informe a ser dominada por el sujeto. En realidades contextuales como la nuestra, este tipo de posiciones ante la vida, poco provechosas resultan para la sociedad en su conjunto, sus prácticas terminan, muchas veces sin intencionalidad, conformando fraternidades con los intereses del régimen, a quienes se le hace el juego, cuando la preeminencia de intereses particulares, contribuye con la fragmentación social, económica y política de la nación.

En el segundo de los casos (la racionalidad objetiva), presupone en cambio un orden racional en la propia realidad, y para esta racionalidad, la conciencia individual es un momento en ese orden objetivo mismo. Es decir, que para la razón objetiva, el orden lógico de la conciencia, es un reflejo del orden lógico de las cosas mismas. Por lo que, es la realidad la que nos convida y conmina al restablecimiento del orden lógico de las cosas, porque obviamente no resulta racional, (a menos que creamos en designios extraterrenales del mal, o neguemos de plano a la política como arte para la convivencia y el bien común) lo que acontece en nuestra lastimada venezuela y en su empobrecida y atemorizada población.

Este complejo tema de las racionalidades, ha sido objeto de grandes y profundos debates, muchos de los cuales aún mantienen vigencia, entre distintas posturas filosóficas, pero en nuestra aceptación práctica de la realidad venezolana, lo sensato es la comprensión política de la moderación como virtud, dejando de lado las aspiraciones particulares y grupales, y darle entrada al propósito de acordarnos, si es que de verdad existe la intencionalidad de restaurar la democracia. La oportunidad y las posibilidades que tenemos hoy, quizás no se nos presenten otra vez, por lo menos en el corto plazo. Y finalmente como una vez lo sentenció Benjamin Franklin, o actuamos juntos o nos ahorcan por separado.

Jesús Cepeda Villavicencio es ingeniero Agrónomo, doctor en Ciencias de la Educación, profesor universitario jubilado y político. Actualmente es miembro de la Dirección Regional del Partido Nuevo Tiempo

Tal vez te interesen estas entradas